Declaración «Dominus Iesus»: piedra de toque de la autenticidad católica
Se trata de una Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, publicada el día 6 de agosto de 2000. Representa la quintaesencia de la doctrina tradicional de la Iglesia Católica acerca del papel único, necesario y universal de Cristo y su Iglesia en orden a la salvación de todos los hombres.
¿Su finalidad? Aclarar las enormes confusiones, surgidas a raíz del diálogo ecuménico e interreligioso. Al ver la meta de la unidad y la comprensión muy lejana y difícil de alcanzarse, muchos optaron por eliminar lo que consideraron como el obstáculo principal para lograr un objetivo tan noble: el papel único y definitivo de la Revelación cristiana, Jesucristo y la Iglesia. En su lugar, hablaron de Revelaciones paralelas presentes en las diferentes experiencias religiosas, distintos tipos de mediadores juntamente con Cristo y de la Iglesia de Cristo como el conjunto de todas las iglesias u organizaciones cristianas.
Algo realmente inaudito y totalmente ajeno al sentir de la Iglesia a lo largo de dos mil años de historia. Las reacciones que se suscitaron al darse a conocer la Declaración «Dominus Iesus», dan una idea de cuán lejos se ha ido en asuntos de tanta importancia para la vida de la Iglesia. Ojalá que con el tiempo y la buena voluntad de todos, las aguas regresen a su cauce normal.
A continuación, presentamos un resumen del documento:
— Revelación. Según algunos, cada religión contiene parte de la revelación, es decir de la manifestación de Dios con su plan de salvación. Pues bien, no es así. La Declaración «Dominus Jesús» aclara que «en Jesucristo se da la plena y completa revelación del plan salvífico de Dios» (DI 6). ¿Cómo hay que responder a esta revelación de Dios? Mediante la «obediencia de la fe (Rom 1, 5: Cf. Rom 16,26; 2Cor 10,5-6), por la cual el hombre se confía libre y totalmente a Dios» (Dei Verbum, 5).
— Sagrada Escritura. Según la enseñanza católica, solamente los libros del Antiguo y el Nuevo Testamento están inspirados por el Espíritu Santo y por lo tanto «tienen a Dios como autor… enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras de nuestra salvación» (Dei Verbum, 11).
Los textos sagrados de las demás religiones no cuentan con este carisma de la inspiración, aunque contengan «elementos gracias a los cuales multitud de personas a través de los siglos han podido y todavía hoy pueden alimentar y conservar su relación religiosa con Dios» (DI 8), elementos de bondad y gracia concedidos por el mismo Dios y que conducen hacia Cristo, donde encuentran su plenitud.
— Jesucristo. No es una de las tantas manifestaciones de Dios, ni la principal. No tiene nada que ver con Buda, Mahoma u otros fundadores de religiones. «Debe ser, en efecto, firmemente creída la doctrina de fe que proclama que Jesús de Nazaret, hijo de María, y solamente él, es el Hijo y Verbo del Padre» (DI 10).
«El Magisterio de la Iglesia, fiel a la revelación divina, reitera que Jesucristo es el mediador y el redentor universal… Esta mediación salvífica también implica la unicidad del sacrificio redentor de Cristo, sumo y eterno sacerdote» (DI 11).
«La acción salvífica de Jesucristo, con y por medio de su Espíritu, se extiende más allá de los confines visibles de la Iglesia y alcanza a toda la humanidad» (DI 12).
«Jesucristo tiene, para el género humano y su historia, un significado y un valor singular y único, sólo de él propio, exclusivo, universal y absoluto. Jesús es, en efecto, el Verbo de Dios hecho hombre para la salvación de todos» (15).
—La Iglesia Católica es la Iglesia de Cristo. «En conexión con la unicidad y universalidad de la mediación salvífica de Jesucristo, debe ser firmemente creída como verdad de fe católica la unicidad de la Iglesia por él fundada. Existe una continuidad histórica – radicada en la sucesión apostólica – entre la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia Católica» (DI 16).
«Fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad» (Juan Pablo II, Ut unum sint, 13), «ya sea en las Iglesias que en las Comunidades eclesiales separadas de la Iglesia Católica. Sin embargo, respecto a estas últimas, es necesario afirmar que su eficacia ‘deriva de la misma plenitud de gracia y verdad que fue confiada a la Iglesia Católica’ (Unitatis Redintegratio, 3)» (DI 16).
— Iglesias separadas. Cuentan con la sucesión apostólica y la Eucaristía. No aceptan el Primado de Pedro. «También en estas Iglesias está presente y operante la Iglesia de Cristo» (DI 17).
— Comunidades eclesiales separadas. No cuentan con la sucesión apostólica y por lo tanto no cuentan tampoco con la Eucaristía. «Los bautizados en estas comunidades por el bautismo han sido incorporados a Cristo y, por lo tanto, están en una cierta comunión, si bien imperfecta, con la Iglesia» (DI 17).
— Reino de Dios. La misión de la Iglesia es «anunciar el Reino de Cristo y de Dios, establecerlo en medio de todas las gentes; (la Iglesia) constituye en la tierra el germen y el principio de este Reino» (Lumen Gentium, 5). «El Reino de Dios que conocemos por la Revelación, no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia» (Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 18).
— Religiones. «La Iglesia es ‘sacramento universal de salvación’ (Lumen Gentium, 48) porque siempre unida de modo misterioso y subordinado a Jesucristo el Salvador, su Cabeza, tiene una relación indispensable con la salvación de cada hombre» (DI 20).
¿Cómo en la práctica Dios, mediante la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo y su instrumento de salvación, interviene en la vida de los individuos no cristianos? «Por caminos que Él sabe» (Ad Gentes, 7).
«Queda claro que sería contrario a la fe católica considerar la Iglesia como un camino de salvación al lado de aquellos constituidos por las otras religiones… Ciertamente, las diferentes tradiciones religiosas contienen y ofrecen elementos de religiosidad, que proceden de Dios (Ad Gentes, 11)… De hecho algunas oraciones y ritos pueden asumir el papel de preparación evangélica (Catecismo de la Iglesia Católica, 843)…
A ellas, sin embargo no se les puede atribuir un origen divino… Por otro lado, no se puede ignorar que otros ritos no cristianos, en cuanto dependen de supersticiones o de otros errores (Cf. 1Co 10,20-21), constituyen más bien un obstáculo para la salvación (Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 55) (21).
Con la venida de Jesucristo Salvador, Dios ha establecido la Iglesia para la salvación de todos los hombres (Cf. Hech 17,30-31; Lumen Gentium, 17)… Si bien es cierto que los no cristianos pueden recibir la gracia divina, también es cierto que objetivamente se hallan en una situación gravemente deficitaria si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvíficos (Pío XII, Mystici Corporis, DS 3821).
Sin embargo, es necesario recordar ‘a los hijos de la Iglesia que su excelsa condición no deben atribuirla a sus propios méritos, sino a una gracia especial de Cristo; y si no responden a ella con el pensamiento, las palabras y las obras, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad’ (Lumen Gentium, 14)» (22).
— Misión. «Esta autorrevelación definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios nos ha dado a conocer sobre sí mismo» (Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 5).
«La misión ad gentes, también en el diálogo interreligioso, ‘conserva íntegra, hoy como siempre, su fuerza y su necesidad’ (Ad gentes, 7)… La Iglesia, guiada por la caridad y el respeto de la libertad (Dignitatis Humanae, 1), debe empeñarse primariamente en anunciar a todos los hombres la verdad definitivamente revelada por el Señor, y a proclamar la necesidad de la conversión a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia a través del bautismo y los otros sacramentos, para participar plenamente de la comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por otra parte, la certeza de la voluntad salvífica de Dios no disminuye sino aumenta el deber y la urgencia del anuncio de la salvación y la conversión al Señor Jesucristo» (DI 22).
Conclusión
¿Quién dijo que la apologética ya pasó de moda? Hoy más que nunca la defensa de la fe se hace una tarea urgente, teniendo en cuenta los peligros a los que se tiene que enfrentar el creyente dentro y fuera de la Iglesia. La Declaración «Dominus Iesus» representa un ejemplo de valentía al respecto.
A trabajar todos, entonces, con valor, en la línea de los grandes apologistas del pasado, empezando desde los primeros siglos de la Iglesia. Es la mejor forma de celebrar el X Aniversario de la publicación de tan importante documento.