Un breve artículo para iluminar el fenómeno de algunos laicos católicos comprometidos que, desde redes sociales, blogs o conferencias, se erigen en un “magisterio paralelo” frente al Magisterio vivo de la Iglesia.

Por el padre Jorge Luis Zarazúa Campa, FMAP

El desafío de la comunión en la era digital

En los últimos años, un nuevo fenómeno ha tomado fuerza dentro del catolicismo contemporáneo: no solo algunos sacerdotes en YouTube o en las redes sociales, sino también ciertos laicos comprometidos, con buena formación y gran capacidad comunicativa, se han erigido como referentes que pretenden ofrecer una “doctrina más pura” que la de la Iglesia misma. Se presentan como custodios de la verdad frente a un Magisterio al que miran con sospecha, y su palabra llega a multitudes que los siguen con devoción.

Laicos con voz profética… ¿o profetas sin comunión?

Es un hecho alentador que hoy existan laicos católicos preparados, capaces de hablar con pasión, convicción y claridad sobre la fe. Muchos de ellos han contribuido de manera admirable a la evangelización en un mundo donde la voz de la Iglesia no siempre es escuchada. La presencia de estos laicos es signo de una Iglesia viva, donde el Espíritu Santo distribuye dones a todos sus hijos.

Sin embargo, también entre ellos se da una tentación peligrosa: confundir el carisma personal con autoridad magisterial. De este modo, en vez de ponerse al servicio del Magisterio, algunos terminan cuestionándolo, filtrándolo o reinterpretándolo públicamente, como si su rol fuera “corregir” al Papa o a los obispos.

Lo que en apariencia se presenta como valentía profética, en la práctica corre el riesgo de convertirse en un magisterio paralelo que divide a los fieles y erosiona la confianza en los pastores de la Iglesia.

El eco de viejas tentaciones

La historia muestra que esta actitud no es nueva. Desde los primeros siglos, grupos de laicos y pensadores cristianos se sintieron llamados a “proteger la pureza del Evangelio” frente a lo que ellos percibían como tibieza de la Iglesia. El resultado fue casi siempre el mismo: ruptura, sectarismo, división.

Hoy, con la amplificación de las redes sociales, esas voces alcanzan a miles de personas en cuestión de minutos. Blogs, canales de YouTube y perfiles en redes sociales se convierten en trincheras donde se juzgan las palabras del Papa, se diseccionan documentos del Magisterio y se dictan veredictos con aire de infalibilidad.

Entre la legítima crítica y la desobediencia disfrazada

Es cierto: la fe no pide ceguera ni silencio absoluto. Los laicos, como todo miembro del Pueblo de Dios, tienen derecho e incluso deber de manifestar sus opiniones en la Iglesia. El Concilio Vaticano II lo reconoce (cf. Lumen Gentium 37). Pero la misma Constitución recuerda que ese derecho debe ejercerse “con respeto a los pastores y en comunión con ellos”.

El problema surge cuando la crítica deja de ser un diálogo filial y se convierte en una tribuna de oposición sistemática. Cuando la voz del laico se presenta como norma de fe frente a la enseñanza oficial, ya no estamos ante una legítima colaboración, sino ante un quiebre de comunión.

Los fieles sencillos, los más heridos

Quien paga el precio de estas actitudes no es el Papa ni los obispos, sino los fieles sencillos que, buscando alimento espiritual, se topan con mensajes contradictorios. Escuchan a un laico decir que tal documento es “ambiguo”, que el Papa “no habla con claridad” o que la Iglesia “ha traicionado su misión”. ¿Qué queda en sus corazones? Confusión, miedo, desconfianza.

En lugar de fortalecer la fe, se la envenena con sospechas. Y el laico que debería ser fermento de unidad se convierte, sin quererlo quizá, en factor de división.

Un camino de discernimiento y humildad

¿Qué hacer, entonces? No se trata de silenciar a los laicos comprometidos ni de negar la riqueza de sus aportes. La Iglesia los necesita: su voz puede iluminar, su testimonio puede inspirar, su creatividad puede abrir caminos de evangelización.

Pero esa voz solo será fecunda si se mantiene en sintonía con el Magisterio vivo. La humildad de reconocer que la misión del laico no es sustituir al Papa ni convertirse en juez de los obispos, sino colaborar desde su vocación propia, es la clave para que su servicio no se transforme en obstáculo.

El camino es el de la sinodalidad auténtica, donde todos —pastores y laicos— caminamos juntos, escuchándonos mutuamente, pero reconociendo también la función propia de cada ministerio. El Magisterio no es un corsé que reprime, sino un servicio que garantiza que la fe transmitida es la misma que recibimos de los Apóstoles.

Conclusión: voces que construyan comunión

La Iglesia necesita la voz de los laicos, pero voces que sumen y no resten, que construyan y no dividan. Necesita comunicadores que, en lugar de levantar sospechas contra el Papa, ayuden a comprender sus palabras. Que, en vez de erigirse como jueces, se conviertan en puentes de comunión. En un mundo herido por la polarización, los católicos estamos llamados a ser artesanos de unidad. También en internet. Y esto exige recordar que nuestra palabra —ya sea la de un sacerdote o la de un laico— nunca debe eclipsar ni rivalizar con el Magisterio de la Iglesia, sino servirle con humildad, fidelidad y amor.