Por el padre Jorge Luis Zarazúa Campa, FMAP
padrejorgeluisfmap@hotmail.com

En nuestra amada Iglesia, el amor a la Virgen María ha florecido siempre en palabras de ternura. A lo largo de los siglos, los cristianos han llamado a la Madre de Jesús con innumerables nombres: Reina de los Cielos, Refugio de los pecadores, Madre del Buen Consejo, Estrella de la mañana. Cada título brotó como una flor distinta en el jardín de la fe.
Sin embargo, la Iglesia, fiel guardiana del misterio, sabe que no basta con amar a María, sino que es necesario amarla bien: con devoción sincera y con fidelidad al Evangelio.

Por eso, el reciente documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Mater Populi Fidelis (4 de noviembre de 2025), invita a todos los creyentes a purificar el lenguaje mariano, para que los títulos con que honramos a la Madre de Dios iluminen, y no confundan, el corazón del pueblo fiel.

Títulos que revelan el rostro evangélico de María

El documento propone volver al núcleo más luminoso de la fe mariana, resaltando aquellos títulos que brotan de la Escritura y de la tradición viva de la Iglesia, y que manifiestan la maternidad espiritual de María dentro del Pueblo de Dios.

Madre de los creyentes

Este título recuerda que María no es solo la Madre del Redentor, sino también Madre de todos los que creen en Él. En la cruz, Jesús mismo nos la entregó: “He ahí a tu madre” (Jn 19,27). Desde entonces, María acompaña la fe de cada discípulo como una madre que enseña a confiar, a esperar, a perseverar.

Madre espiritual / Madre en el orden de la gracia

Aquí la Iglesia reconoce que María coopera con la gracia divina, no como fuente de salvación, sino como madre que nos educa en la vida de la gracia. Ella no concede la gracia —porque toda gracia viene de Cristo—, pero ayuda a recibirla, a custodiarla, a hacerla fructificar.

Madre de la gracia

Este título, usado con la debida precisión, expresa que María es Madre de Cristo, fuente de toda gracia, y, por tanto, madre también de los hijos que por Él y en Él hemos sido redimidos. En su seno la gracia se hizo carne, y en su vida la gracia se hizo ejemplo.

Madre del Pueblo Fiel de Dios (Mater Populi Fidelis)

Es el título que da nombre al documento y que subraya la dimensión comunitaria de la fe. María no es un adorno externo de la Iglesia, sino miembro eminente y madre en el corazón del pueblo creyente. En ella, la Iglesia contempla su propio rostro: creyente, servidora, peregrina.

Títulos que requieren discernimiento y prudencia

El amor puede ser mal entendido si no se acompaña de la verdad. Por eso, Mater Populi Fidelis advierte sobre ciertos títulos que, aunque nacieron de la devoción, pueden prestarse a interpretaciones erróneas o ambiguas.

“Corredentora”

El documento señala que este título no debe proponerse como dogma ni promoverse de manera oficial, porque oscurece el carácter único de la redención obrada por Cristo. María cooperó con el Redentor, sí, pero su colaboración fue de fe y de amor, nunca de igualdad o de poder salvífico paralelo.

“Mediadora de todas las gracias”

Si se usa, debe hacerse con gran precisión teológica, dejando claro que la mediación de María es participada y subordinada. Cristo es el único Mediador entre Dios y los hombres (cf. 1 Tim 2,5). María nos conduce a Él, no se interpone entre Él y nosotros.

“Mediadora”

El término, en sentido amplio, puede ser legítimo si se entiende correctamente: María media como intercesora y madre, no como fuente o canal autónomo de gracia. Ella intercede por nosotros, pero siempre desde su total dependencia de Cristo.

Claves para comprenderlos con rectitud

Mater Populi Fidelis ofrece tres criterios esenciales para un lenguaje mariano fiel y fecundo:

  1. Toda referencia a María debe conducir a Cristo.

La mediación única del Redentor no excluye la cooperación de los santos, sino que la hace posible. María es la primera cooperadora, no la excepción a esta verdad.

  1. Cristo es el único Mediador y Redentor.

Toda cooperación mariana es secundaria, participada, fruto del don. No hay redención paralela, sino obediencia materna al único Salvador.

  1. El título de “Madre” expresa su misión eclesial.

María engendra a los creyentes en la fe; los cuida y acompaña con ternura espiritual. Su maternidad no sustituye a Cristo: lo refleja con pureza.

La verdadera devoción mariana

Cuando el pueblo fiel invoca a María como Madre de los creyentes, no le quita nada a Cristo: le da un rostro humano a su amor divino. En sus manos, la gracia de Dios se vuelve caricia; en su silencio, la Palabra eterna se hace oración.

Amarla con verdad es reconocerla en su lugar: la primera entre los discípulos, la servidora del Señor, la madre que nos enseña a creer.
Así, purificando el lenguaje, la Iglesia no empobrece su devoción, sino que la enriquece. Porque en el rostro de María —Madre del Pueblo Fiel de Dios— resplandece, sin sombra ni confusión, la gloria de su Hijo Jesucristo.