Los números 17 al 22 de Mater populi fidelis conforman un verdadero recorrido histórico-teológico sobre el uso del título “Corredentora”, desde su génesis hasta su discernimiento pastoral actual.

  1. Cuando el amor busca palabras

El amor a la Virgen María ha sido, a lo largo de los siglos, fuente de oración, arte y teología. Pero a veces, el amor que quiere exaltar corre el riesgo de confundir.
El título de “Corredentora”, tan debatido en los últimos tiempos, nació precisamente de ese amor devoto que quiso expresar la íntima unión de María con Cristo en la obra de la salvación. Mater populi fidelis (nn. 17-22) no condena ese amor, sino que lo purifica, lo educa y lo orienta hacia su centro verdadero: Jesucristo, único Redentor del mundo.

  1. De “Redentora” a “Corredentora”: una historia que busca equilibrio

El documento recuerda que el título de Corredentora apareció por primera vez en el siglo XV, en un himno anónimo de Salzburgo. Nació como una corrección teológica a la expresión anterior “Redentora”, usada desde el siglo X como abreviatura de “Madre del Redentor”.
San Bernardo, el gran cantor de María, había subrayado su presencia al pie de la cruz, lo que inspiró ese nuevo lenguaje. A lo largo de los siglos XVI y XVII, la invocación se difundió, y hacia el XVIII la palabra Corredentora sustituyó casi por completo a Redentora.

Durante el siglo XX, la teología mariana —particularmente antes del Concilio Vaticano II— profundizó en la cooperación de María en la obra redentora, buscando expresar su participación sin comprometer la unicidad de Cristo. Fue un intento legítimo de comprender el misterio, aunque con un lenguaje que el tiempo revelaría ambiguo.

  1. La voz prudente del Magisterio

Mater populi fidelis recuerda que algunos Papas utilizaron el título de Corredentora, pero sin conferirle valor doctrinal ni definirlo con precisión teológica.
Lo hicieron más bien en un contexto devocional o catequético, relacionándolo con dos realidades:

• Su maternidad divina, en cuanto su sí hizo posible la Encarnación;

• Su unión con Cristo en la Cruz, compartiendo su compasión y su entrega.

Sin embargo, el Concilio Vaticano II, con sabiduría pastoral y sentido ecuménico, optó por no emplear el título, prefiriendo expresiones más claras: María “cooperó de modo singular en la obra del Salvador” (Lumen gentium 61).
Esa opción no empobreció la mariología, sino que la enraizó más profundamente en la Cristología, donde todo encuentra su medida y su armonía.

  1. La advertencia del Cardenal Ratzinger: precisión y verdad

El entonces Cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, respondió en 1996 de modo negativo a la propuesta de proclamar dogma el título de Corredentora.
Su razón fue teológicamente clara:

“El significado preciso de los títulos no es claro y la doctrina en ellos contenida no está madura… No se ve de un modo claro cómo la doctrina expresada en los títulos esté presente en la Escritura y en la tradición apostólica.”

Más adelante, el Cardenal Ratzinger señalaría que el término se aleja del lenguaje bíblico y patrístico, y podría “ensombrecer el origen cristológico” de la fe: “María es lo que es gracias a Él”.
Para el teólogo alemán —luego Benedicto XVI—, la mariología auténtica nace de una cristología luminosa: toda verdad sobre María se entiende solo “en Cristo, por Cristo y para Cristo”.

  1. Efesios y Colosenses: la fuente del discernimiento

Los números 20 y 21 de Mater populi fidelis ofrecen la base bíblica de esta claridad.
Las cartas a los Efesios y Colosenses cantan con fuerza la centralidad única de Cristo en la obra de la salvación:

“Por su sangre tenemos la redención” (Ef 1,7);
“En Él reside toda la plenitud” (Col 1,19);
“Por Él y para Él quiso reconciliar todas las cosas” (Col 1,20).

Frente a tal plenitud, toda mediación humana —incluso la de María— se sitúa en clave receptiva y subordinada. Ella no añade a Cristo; participa de Él. Su cooperación no es paralela, sino dependiente y derivada.
Este equilibrio es la base de la prudencia doctrinal que hoy la Iglesia mantiene.

  1. La voz del Papa Francisco: la humildad de la discípula

El Papa Francisco reafirmó varias veces que María no se llamó jamás “corredentora”, ni buscó títulos que compitieran con los de su Hijo:

“No pidió para sí ser cuasi-redentora o una co-redentora: no. El Redentor es uno solo y este título no se duplica.”

Estas palabras no disminuyen a la Virgen María, sino que ensalzan su humildad y su verdad.
Ella no se coloca junto a la Cruz como protagonista alternativa, sino como discípula fiel. No añade mérito, sino que se une con amor perfecto al sacrificio de Cristo. Su grandeza no está en compartir el título del Hijo, sino en compartir su obediencia.

  1. El discernimiento final: lenguaje al servicio de la fe

El número 22 sintetiza magistralmente el discernimiento eclesial:

“Es siempre inoportuno el uso del título de Corredentora… porque corre el riesgo de oscurecer la única mediación salvífica de Cristo.”

La Iglesia no censura el amor mariano, pero recuerda que la verdad guía a la devoción.
Cuando una expresión requiere “muchas y constantes explicaciones” para no desviar la fe del pueblo, deja de ser útil pastoralmente. La teología no debe complicar lo que el Evangelio proclama con sencillez:

“No hay salvación en ningún otro” (Hch 4,12).

El verdadero honor a María no está en multiplicar títulos, sino en vivir su misma fe. Ella es la “esclava del Señor” (Lc 1,38), la que en Caná nos indica el único camino:

“Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5).

  1. Conclusión: la luz de María está en Cristo

La historia del título Corredentora es también la historia de la madurez teológica de la Iglesia. Desde la devoción espontánea hasta el discernimiento magisterial, se ha ido revelando que la grandeza de María está en su subordinación amorosa.
Ella no salva: deja que la Salvación entre en el mundo por su fe.
No redime: se deja redimir de manera perfecta para ser instrumento de gracia.

Así, Mater populi fidelis no nos pide amar menos a María, sino amarla mejor, desde el corazón del Evangelio.
Porque quien realmente conoce a María sabe que su mayor gloria no está en un título discutido, sino en una actitud eterna:

“Hágase en mí según tu palabra.”