Vivir como pobre entre los pobres

y evangelizar a todos desde los pobres y con los pobres,

utilizando medios pobres,

que todos pueden fácilmente utilizar.

Éste es el secreto de mi acción pastoral.

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Por el p. Flaviano Amatulli Valente, fmap.

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 El ejemplo de Jesús

Siendo Dios, se hizo como uno de nosotros, miembro de una familia pobre, ciudadano de segunda clase por pertenecer a un país dominado por el imperio romano, representante de un pueblo de pecadores ante el Padre Celestial, pagando de persona por su liberación del pecado y de la muerte. ¿Qué más quiero para entender la manera de pensar y actuar de Dios?

Algunos dicen: “Dios no quiere la pobreza; por eso, yo trato de apoyar la causa de los pobres, pero al mismo tiempo lucho por vivir de una manera muy diferente, haciendo todo lo posible por alejarme de la pobreza y, en concreto, de los pobres de carne y hueso”.

Según ellos, el asunto de los pobres y la pobreza en general, con sus secuelas de marginación, injusticia y violencia, representa una de las más importantes categorías teológicas, que se encuentran en el Evangelio.

Por eso se dedican a estudiar en profundidad las causas que están a la raíz del fenómeno de la pobreza, tan generalizada en muchas regiones, con miras a promover un “cambio estructural” a nivel político y económico, para hacer realidad, también a nivel social, la grande utopía de la igualdad entre todos los seres humanos, sin desdeñar la utilización de ningún método, sea lícito o ilícito, con tal de alcanzar dicho objetivo.

Según ellos, en esto consistiría precisamente su opción a favor de los pobres, una opción, como es fácil notar, esencialmente teórica y académica, sin ninguna preocupación por experimentar en carne propia la suerte de los pobres y sin comprometerse personalmente en orden a su superación, empezando por el aspecto espiritual, que, tratándose de sacerdotes y teólogos católicos, tendría que representar su característica específica.

Algo aún más curioso: esos amigos, que son tan activos para exigir un “cambio estructural” a nivel de sociedad, a nivel de Iglesia, al contrario, se quedan muy tibios, sin ver en ella ninguna necesidad de cambio y sintiéndose satisfechos de la manera en que se están llevando las cosas entre nosotros, no obstante la situación de extrema marginación en que se encuentra gran parte de nuestros feligreses.

Alguien podría preguntarse: “¿Dónde está la raíz de una contradicción tan fragrante en gente tan preparada y, al parecer, tan comprometida con la causa de los más pobres y marginados?” La respuesta me parece muy sencilla: “Esos amigos aparentemente están a favor de los pobres, mientras en la realidad lo que más les interesa es tratar de sobresalir y asegurar, antes que nada, su situación de “privilegiados e instalados en el actual modelo eclesial”, con sus lógicos reflejos en el campo económico, social y, ¿para qué no?, también en campo político.

Sabiduría divina – sabiduría humana

Esos amigos se parecen mucho a los “expertos” del Antiguo Testamento, que sabían todo acerca del Mesías esperado (Mt 2, 4), pero, cuando Éste se presentó en carne y hueso, no dieron ni un paso para acercarse a Él y ponerse a sus órdenes.

¿Por qué? Por el hecho que, en el fondo, lo que buscaban no era el cumplimiento de las Escrituras, sino el propio interés, personal y de grupo. Eran “expertos” en los asuntos de la fe, pero no estaban dispuestos a cumplir con sus exigencias. En concreto, no estaban de acuerdo con el tipo de Mesías, que emanaba del dato bíblico (Mt 24, 25), que ellos bien conocían. En su lugar, se fueron forjando una imagen de Mesías a su gusto, una especie de Nuevo Moisés, que los liberara del poder extranjero y los hiciera protagonistas del nuevo Reino, el Reino de Dios, que precisamente se iba a instaurar con su llegada.

El problema de siempre: una mezcla entre la sabiduría divina y la sabiduría humana (1Cor 1, 18ss y Sant 3, 13ss), entre la manera de pensar y actuar de Dios y la manera de pensar y actuar del hombre; una confusión entre teología, filosofía, sociología, política y economía, tratando siempre de salvar el propio pellejo y seguir permaneciendo sobre la cresta de las olas.

¿Y las consecuencias? Nunca les interesaron, ni a los “sabios e inteligente” de aquel entonces ni a los “sabios e inteligente” de ahora. Es suficiente pensar en el desastre que siguió al rechazo del Mesías de parte del pueblo judío, azuzado por sus guías religiosos, o en los conflictos que, hace algunos decenios, se suscitaron en los lugares en que esos sedicentes “amigos de los pobres” asentaron sus reales e impusieron sus análisis de la realidad con las relativas propuestas de solución: levantamientos armados de parte de los pobres y consecuente reacción de parte de los gobiernos establecidos, que, siendo más fuertes, impusieron su ley, haciendo estragos entre los pobres.

¿Y los causantes de esa tragedia? Bien campantes como siempre, en sus salones de clase y con su “opción preferencial a favor de los pobres”, como si nada, repitiendo frases trilladas, que aún siguen entusiasmando a los ingenuos; como siempre, “aventando la piedra y escondiendo la mano”.

Convivir con los pobres

Pues bien, ésta nunca ha sido, y nunca será (así lo espero), mi manera de ver el asunto de los pobres y la pobreza. En la medida en que fui conociendo la Palabra de Dios y me fui enamorando de ella, en la misma medida fui entendiendo la importancia de seguir, antes que nada, el ejemplo de Jesús, sin dejarme confundir por los “sabios e inteligentes” de este mundo, muy expertos en revolverlo todo con tal de salirse con la suya.

Al contrario, siempre me inquietó el “sine glossa” (sin comentarios) de San Francisco de Asís, que me llevó a vivir como pobre entre los pobres, tratando de evangelizar a todos, codo a codo con los pobres, usando medios pobres, que todos pueden fácilmente utilizar.

De ahí las burlas de muchos: “El p. Amatulli recoge pura basura”. Ni modo. En esto me siento en buena compañía, estando con Jesús, San Francisco de Asís y tantos otros “despistados” (según el mundo), que a lo largo de los siglos trataron de seguir su ejemplo, tomando en serio el Evangelio.

Un estilo diferente

Claro que de todo esto, poco a poco, fue surgiendo un estilo muy peculiar de evangelización, utilizando un lenguaje extremadamente sencillo y claro, sin maquillaje alguno, aprendido precisamente de la convivencia constante con los pobres, y manejando actitudes diferentes, que tienen mucho que ver con el sentir de los pobres de carne y hueso y el Evangelio.

Bien consciente del choque que esto iba a causar en los ambientes más refinados culturalmente o entre los católicos poco adictos a los reclamos del Evangelio, que a veces hasta desconocen por completo.

Conclusión

Posiblemente, debido a todo lo anterior, actualmente me encuentro “en el ojo del huracán”. Ni modo. No es la primera vez que pasa esto. Es que la Palabra de Dios no deja de cuestionar a muchos y a nadie deja indiferente. Tú, ¿cómo la ves?