La Confesión es un Sacramento instituido por Cristo el mismo día que resucitó. Es el gran regalo del Crucificado-Resucitado para concedernos el perdón de los pecados por medio de los ministros de la Iglesia.
Por el P. Jorge Luis Zarazúa Campa, fmap
En estos días he tenido la dicha de administrar el Sacramento de la Confesión en diversos lugares. Doy gracias a Dios por permitirme colaborar con él de múltiples formas y que me haya llamado a desempeñar en Su Iglesia el ministerio de la Reconciliación (Cfr. 2Cor 5, 18).
Creo firmemente que este es el Sacramento de los valientes, de aquellos que están dispuestos a vencerse a sí mismos (Mc 8, 34) para acercarse al trono de la gracia para alcanzar misericordia (Cfr. Hb 4, 16).
No es fácil acercarse a la Confesión; en nuestro interior surgen muchas objeciones para acercarnos a este Sacramento admirable.
¿Por qué confesarme con un sacerdote si es también un pecador?
a) Jesús dio a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados
Pues bien, los católicos nos confesamos con un sacerdote porque Jesús instituyó este Sacramento el mismo día que resucitó, dándole a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. En efecto, el Evangelio según san Juan dice lo siguiente:
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos.
Llegó Jesús y se colocó en medio de ellos y les dice:
-La paz esté con ustedes.
Después de decir esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió:
-La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes.
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
-Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos. (Jn 20, 19-23)
¡Qué hermoso es el contexto en el que Jesús instituyó este Sacramento tan necesario! Fue “en el atardecer de aquel día” que, rompiendo las ataduras de la muerte, nuestro Señor Jesucristo resucitó glorioso de entre los muertos. El Sacramento de la Confesión es el primer gran regalo del Crucificado-Resucitado.
Los discípulos estaban con las puertas bien cerradas porque tenían miedo a los judíos. Sin embargo, puede haber otro motivo por el que estaban encerrados. Seguramente se sentían terriblemente mal porque habían abandonado a Jesús en la hora suprema de su dolorosa Pasión y su muerte en la Cruz. El estar ahí, reunidos y encerrados, no disminuía su malestar interior. Pues bien, en ese contexto, Nuestro Señor se presenta en medio de ellos y les dice: “La paz esté con ustedes”.
Jesús conoce perfectamente sus corazones. De hecho, Él sabe lo que hay en el corazón de cada persona (Cfr. Jn 2, 23-25). Sabe que necesitan experimentar la paz en su interior. El Señor Jesús les muestra las manos y el costado, en las que presenta las heridas de la Crucifixión. El que fue crucificado ha resucitado. Ha vencido a la muerte y se presenta victorioso en medio de ellos. Dice el Evangelio que los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Nuevamente los visita el gozo y la alegría y lo hace de una manera sobreabundante.
Jesús vuelve a decirles esas palabras esperanzadoras: “La paz esté con ustedes”. Y es en ese momento en que realiza un gesto muy especial para instituir el Sacramento de la Reconciliación: “Sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo”. Se trata de una efusión especial del Espíritu Santo sobre los Once, que los capacita para perdonar, en Nombre de Jesús, los pecados cometidos por los discípulos, a quienes ellos tienen el deber de pastorear y conducir a la vida eterna.
Se trata de un momento de gracia muy especial. El Espíritu Santo, que justamente en ese momento, desciende sobre ellos, los concede una gracia muy especial: perdonar los pecados de los discípulos de Cristo. Se les encomienda así el ministerio de la Reconciliación.
b) Este poder se transmite mediante la imposición de las manos (Sacramento del Orden)
Alguien podría decir: Es cierto, Jesús dio este poder a los Apóstoles, pero se extinguió con ellos.
Según la Sagrada Escritura, Jesús encomendó a sus Apóstoles un triple oficio o ministerio (tria munera): el oficio de enseñar (munus docendi), el oficio de santificar (munus santificandi) y el oficio de regir (munus regendi). Este triple ministerio continua en la Iglesia mediante un Sacramento especial, el Sacramento del Orden. Es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos (Catecismo de la Iglesia Católica, 1536). En la Biblia se habla de este sacramento y se le denomina imposición de las manos (Hch 6, 6; 1Tim 5, 22; 2Tim 1, 6).
Así pues, este ministerio no se extinguió cuando murieron los Apóstoles; continúa en la Iglesia para bien de los creyentes.
c) Los sacerdotes son capaces de comprender porque también ellos se hallan envueltos en flaqueza
Es verdad que los sacerdotes católicos somos pecadores. Nosotros también acudimos a la confesión, según las normas de la Iglesia. En efecto, el segundo mandamiento de la Santa Madre Iglesia dice: “Confesarse por lo menos una vez al año, cuando hay peligro de muerte o cuando se ha cometido un pecado mortal”.
Pues bien, los sacerdotes católicos no estamos exentos de pecado. No tenemos, como Jesús y María, el don de la impecabilidad. Sin embargo, esto no nos excluye de poder desempeñar el ministerio de la reconciliación que nos ha sido encomendado. Paradójicamente nos otorga un plus.
En efecto, la Carta a los Hebreos dice que todo sacerdote “está tomado de entre los hombres y constituido en favor de la gente en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque también él se halla envuelto en flaqueza (Hb 5, 1-3).
Creo que nadie, en su sano juicio, diría lo siguiente: “Yo no voy a ir con los médicos, puesto que ellos también se enferman”. Es verdad que los médicos se enferman y ellos mismos deben acudir a recibir atención médica; pero también es cierto que tienen la preparación para ayudarnos en nuestras enfermedades y dolencias (Cfr. Eclo 38, 1-14). Lo mismo sucede con el sacerdote católico. Como todo ser humano, ha sido herido por el pecado; sin embargo, se le ha encomendado el ministerio de la reconciliación (2Cor 5, 8).
Crisis en el Sacramento
Actualmente hay una crisis en la administración del Sacramento de la Confesión, pero el acento no está en el pueblo de Dios, sino en los ministros. En efecto, las personas experimentan la necesidad de la Confesión, pero no siempre encuentran ministros disponibles.
Hace algunos años estuve en Puebla para intervenir en un encuentro en el que participó el Dr. Fernando Casanova. Me tocó dar una charla introductoria. Después vino un descanso, como a eso de las 10 de mañana y una persona me pidió que la escuchara en confesión. Según las normas de la Iglesia, me revestí para escuchar en confesión a esta hermanita. Cuando le di la absolución y la despedí me di cuenta que había una fila impresionante. Pues bien, terminé de escuchar confesiones hasta las siete de la noche. Después de despedir al último penitente, los organizadores, que estaban recogiendo todo y aseando el lugar del evento me dijeron que si podía escucharlos en confesión, lo que hice con gusto. Concluí un poco antes de las diez de la noche.
Es algo que sucede con frecuencia. Basta que alguien pida confesarse, para que otros se animen a acercarse a este Sacramento admirable. En broma me gusta decir: “Ven burro y se les antoja viaje”. Los sacerdotes debemos decir como Jesús: “Para esto he sido enviado”.
Tal vez una de las dificultades más grandes es que las personas aprovechan el Sacramento de la Confesión para solicitar dirección espiritual, narrando con lujo de detalles diversos problemas en el ámbito conyugal y familiar. Si bien es cierto que el Sacramento de la Reconciliación conlleva cierta dirección espiritual, ésta debe tener su tiempo y su espacio propios. En 2009 estuve en Portugal y me llamó poderosamente la atención ver en algunas parroquias los horarios en que los sacerdotes estaban disponibles para la confesión y los horarios en que estaban disponibles para dirección espiritual. Creo que es una buena iniciativa para ponerla en práctica en todo el mundo católico.
A manera de conclusión
El Señor Jesús ha instituido este Sacramento admirable para cumplir las promesas que Yahvé ha hecho a lo largo del Antiguo Testamento (Cfr. Col 2, 16-17). Recordemos sólo algunas citas bíblicas que, seguramente, nos enamorarán más de este Sacramento y nos ayudarán a acercarnos a él con mayor devoción y frecuencia:
¿Qué Dios hay como tú, que perdone el pecado y absuelva al resto de su heredad? No mantendrá para siempre su cólera, pues ama la misericordia; volverá a compadecerse de nosotros, destruirá nuestras culpas y arrojará al fondo del mar todos nuestros pecados! (Miq 7, 18-19).
Ahora Yahvé les dice: «Vengan, para que arreglemos cuentas. Aunque sus pecados sean colorados, quedarán blancos como la nieve; aunque sean rojos como púrpura, se volverán como lana blanca (Is 1, 18).
Gracias mi estimado Padre Jorge Luis Zarasua, un gran aporte todo esto que ustedes me mandan, Dios los siga bendiciendo, saludos al Padre Amatully.
Excelentes temas q ayudan ala formacion d ntros hermanos catolicos para poder dar razones d nuestra esperanza como alguna vez dijera el buen pedro
.. dios los bendiga y q todo lo q acen x la iglesia sea para sus salvacion
Me Alegra que por medio de este medio estoy creciendo mas mi fe , Dios vendiga a los q hacenter ese trabajo por hacer crecer la fe de los catolico que la virgen maria les cubra con su manto