INTRODUCCIÓN
¿Cómo será la Iglesia de aquí a cincuenta-setenta-cien años? Sólo Dios lo sabe con exactitud.
Según mi opinión, todo dependerá del esfuerzo que se haga durante los próximos años para reestructurar nuestro aparato ministerial de tal manera que a ningún bautizado le falte lo necesario en orden a una vida realmente cristiana. En realidad, nuestro grande problema en la actualidad consiste precisamente en el abandono pastoral, sistemático y generalizado, de nuestras masas católicas, y esto, por lo menos en el continente latinoamericano, esencialmente por falta de suficientes ministros ordenados, que en el momento actual son casi los únicos avocados a la formación y el cuidado espiritual del pueblo católico.
Pues bien, para enfrentar y resolver de raíz este fenómeno, desde hace algún tiempo sigue revoloteando en mi mente una frase, que no sé a ciencia cierta si la formulé yo mismo, la escuché en alguna ocasión o la tomé de algún libro: “Para resolver cualquier problema, es necesario atacar, no tanto los efectos, sino las causas”.
Más claro no se puede. Así que, para resolver cualquier tipo de problema, antes que nada hay que ir a las raíces, es decir, descubrir las causas que lo generan para después atacarlas con todos los medios a disposición. En nuestro caso concreto, entonces, ¿qué tenemos que hacer para enfrentar de una vez el problema crónico del abandono pastoral de nuestras masas católicas, extremadamente débiles y al mismo tiempo sin protección alguna ante un montón de peligros, que hoy en día más que nunca la asechan?
Evidentemente, es inútil seguir con las falacias de siempre: que es oportuno administrar en tierna edad los sacramentos del bautismo y la confirmación, para evitar que, con el pasar del tiempo, de adultos, por el desinterés general que existe en la actualidad con relación a los valores religiosos, queden privados de un auxilio tan importante de parte del Espíritu Santo; que es necesario redoblar esfuerzos para conseguir de parte de Dios más vocaciones sacerdotales; que la Virgen de Guadalupe nunca va a permitir que el catolicismo en el futuro sufra un fuerte descalabro a causa de su deficiente organización pastoral; que, de todos modos, la Iglesia Católica, al contar con una especial protección divina, nunca podrá ser vencida o acabarse por completo; etc.
Según mi opinión, esta manera de pensar, en lugar de ayudarnos a resolver el problema de la escasez de vocaciones sacerdotales y por lo tanto de la extrema superficialidad que existe entre los católicos con relación a la la vivencia de la fe, lo complica aún más, puesto que, aparte de echar sobre Dios y la Virgen de Guadalupe la responsabilidad de todo lo que sucede en la Iglesia, desvía la atención de lo esencial, que consiste precisamente en ir a las raíces del problema, en busca de las causas reales que con el pasar de los años nos han llevado a esta situación.
Pues bien, siempre según mi modesta opinión, aparte del actual contexto cultural, que sin duda alguna no favorece los valores estrictamente espirituales, creo que las causas fundamentales, que, al interior de la Iglesia, hayan confluido a crear la situación en que nos encontramos actualmente, sean las siguientes:
- El uso generalizado e indiscriminado, que se está haciendo de la doctrina del “ex opere operato”, que consiste en subrayar demasiado la validez del sacramento “de por sí”, sin dar la debida importancia a su eficacia, que tiene mucho que ver con la participación personal de los que intervienen en su celebración (ex opere operantis).
- La estrecha relación que existe entre el culto y la economía, que fácilmente lleva a la celebración del culto en función de la economía y no del interés espiritual del creyente, como tendría que ser.
- El clericalismo, que consiste en ejercer la autoridad (carisma) como poder y no como servicio, aprovechándose el clero de su papel como jefe de la comunidad y por lo tanto dando origen de esa manera al fenómeno del autoritarismo en la Iglesia.
En este contexto se explica el poco interés que existe de parte del clero en resolver el problema de las masas católicas abandonadas, que exige necesariamente el aumento de ministros ordenados, puesto que son vistos más como rivales que como colaboradores (por lo menos en el caso de los diáconos permanentes). En el fondo, más que al bien del pueblo, se mira al prestigio y al aspecto económico.
Alguien podría preguntarse: “¿Cómo fue posible que se llegara a tanto?”. La respuesta me parece demasiado sencilla: todo esto fue posible por el gradual acercamiento de la Iglesia al espíritu del mundo y al mismo tiempo por su gradual alejamiento de las Sagradas Escrituras, que considero las dos causas principales del desequilibrio, que poco a poco se fue apoderando de la Iglesia hasta llegar a la actual situación de contar con un clero todopoderoso (casta sacerdotal) frente a un laicado sumiso, sin voz ni voto, destinado casi exclusivamente a soportar la carga de todo el aparato eclesial; un clero, muy aislado de los demás miembros de la comunidad, sumamente celoso de sus prerrogativas y atento a evitar cualquier tipo de participación de parte del laicado en el ámbito espiritual, vista como una indebida injerencia en los asuntos específicos del clero y no como un ejercicio del propio carisma en beneficio del conjunto eclesial.
Estando así las cosas, fácilmente se hizo camino en el clero la tentación de ver el ministerio como profesión (funcionario) y no como vocación (servidor), reduciendo su actividad al culto, visto además como principal fuente de los ingresos económicos, y olvidándose de su papel como pastor y maestro en la fe.
A esto se añade la legislación actual del celibato obligatorio como requisito esencial para poder acceder al sacerdocio y así llegamos a la actual situación de contar con pocos sacerdotes y estos dedicados casi exclusivamente al culto, dando origen al fenómeno de las masas católicas abandonadas, que cuentan solamente con los sacramentos sin un adecuado conocimiento y compromiso con la propia fe. ¿Hasta cuándo? Hasta que la mata siga dando, es decir, hasta que el laicado no despierte y tome cartas en el asunto.
¿Y por qué el laicado y no el clero? Por la sencilla razón que el clero representa a los privilegiados e instalados del actual sistema eclesial, que con el cambio seguramente podrían quedar afectados de una u otra manera.
Claro que, en muchos lugares, desde hace algún tiempo no faltan las exhortaciones del clero en orden a un compromiso más generoso de parte del laicado en la línea profética y cultual (catequistas, lectores, ministros extraordinarios de la Eucaristía, etc.). A una condición: que se trate siempre de un servicio gratuito, sin ningún tipo de remuneración económica.
Así que, si se trata de un servicio prestado por un clérigo, necesariamente tiene que haber una recompensa económica; si, al contrario, se trata de un servicio prestado por un laico, tiene que ser siempre gratis et amore Dei (gratuito y por el amor de Dios). ¿Por qué? Solamente Dios lo sabe, aparte del peligro de caer en el pecado de simonía.
Evidentemente, en todo este asunto no faltan loables excepciones de curas totalmente entregados al cumplimiento de su misión evangelizadora y su papel como maestros y pastores del Pueblo de Dios. De todos modos, por la cantidad de feligreses confiada a su cuidado y las estructuras pastorales vigentes, nunca lograrán atender a todos de una manera adecuada y siempre habrá gente abandonada.
En realidad, lo que aquí queremos hacer resaltar es la necesidad de un cambio estructural en el aparato pastoral de la Iglesia, más que hacer un análisis del comportamiento del clero, tan criticado por ser considerado como el principal responsable de la situación en que la Iglesia se encuentra actualmente.
México, D. F., 10 septiembre 2015.