Por el P. Jorge Luis Zarazúa Campa, FMAP
En los últimos años, un término poco conocido comenzó a circular en ciertos ambientes católicos y en redes sociales: benevacantismo. Con él se designa a un grupo reducido, pero ruidoso, de católicos que sostienen que el verdadero papa seguía siendo Benedicto XVI (†2022), y no su sucesor, el papa Francisco. El nombre proviene de la unión de “Benedicto” y “sede vacante”, pues los adeptos de esta teoría consideran inválida la renuncia de Benedicto XVI o la elección de Francisco.
Aunque pueda parecer un debate interno, casi anecdótico, el benevacantismo revela fenómenos más amplios: la circulación de teorías conspirativas, el impacto de las redes digitales en la fe, la crisis de confianza en las instituciones y el surgimiento de interpretaciones teológicas sin fundamento magisterial.
La raíz del conflicto
El 11 de febrero de 2013, Benedicto XVI anunció en latín su decisión de renunciar al ministerio petrino. El gesto sorprendió al mundo y abrió una etapa inédita: la convivencia entre un Papa emérito y un Papa reinante.
La gran mayoría de la Iglesia recibió con obediencia y fe la decisión. Sin embargo, algunos comenzaron a sembrar dudas sobre la validez de la renuncia, alegando errores de formulación en el texto latino, presiones externas o supuestas irregularidades en el cónclave posterior.
Para los benevacantistas, el papado de Francisco carece de legitimidad; por lo tanto, lo consideran un “antipapa”. Esta postura no solo divide a los fieles, sino que contradice la enseñanza clara del derecho canónico (canon 332 §2) y los principios de comunión eclesial.
El trasfondo psicológico y social
Desde el punto de vista científico, el benevacantismo puede leerse como un fenómeno similar a las teorías de conspiración que proliferan en tiempos de incertidumbre. Los estudios en psicología social muestran que cuando una institución es cuestionada o enfrenta tensiones internas, ciertos grupos buscan explicaciones ocultas, muchas veces más emocionales que racionales.
En este caso, la figura de Benedicto XVI —teólogo profundo, símbolo de continuidad doctrinal— se convirtió en bandera de quienes perciben al papa Francisco como un cambio incómodo o disruptivo. Así, se construye una narrativa alternativa: la de un Papa oculto, víctima de maniobras, frente a un supuesto usurpador.
La sociología de la religión advierte que estos fenómenos no son nuevos. Ya en la historia de la Iglesia surgieron grupos que, ante decisiones conciliares o pontificias, proclamaban antipapas o rechazaban a los legítimos pastores. Lo novedoso hoy es la velocidad viral de internet, que amplifica minorías y confunde a los creyentes menos formados.
La respuesta de la Iglesia
Benedicto XVI mismo disipó toda duda en repetidas ocasiones: reconoció públicamente al Papa Francisco como único Papa legítimo, le prometió obediencia y lo acompañó con respeto filial hasta el final de su vida.
La Santa Sede, por su parte, ha aclarado en múltiples ocasiones que no existe “doble papado”, sino una única Sede de Pedro ocupada por el Papa Francisco. La figura de “Papa emérito” fue un gesto de humildad y novedad histórica, pero nunca significó un papado paralelo.
La tradición católica enseña que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia en la sucesión apostólica y en la elección del Romano Pontífice. Dudar de ello es, en el fondo, desconfiar de la promesa de Cristo: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16,18).
Más allá del benevacantismo
El benevacantismo, aunque minoritario, pone en evidencia una tarea pastoral urgente: formar a los católicos en la fe, en la historia de la Iglesia y en el discernimiento crítico frente a rumores y noticias falsas.
Aceptar al Papa —quienquiera que sea el sucesor de Pedro— no implica idolatría ni conformismo, sino fidelidad a Cristo que guía a su Iglesia a través de pastores humanos. La unidad no se construye sobre simpatías personales, sino sobre la comunión eclesial.
En definitiva, el benevacantismo es un síntoma de la desconfianza moderna y del uso de la fe para fines ideológicos. Responderle exige no solo argumentación teológica, sino también acompañamiento pastoral, educación en la fe y una renovada confianza en el Espíritu Santo.
Conclusión
El fenómeno del benevacantismo revela cómo la confusión puede germinar incluso dentro de la Iglesia, pero también muestra la necesidad de reafirmar que la roca de Pedro no depende de teorías humanas, sino de la promesa de Cristo. Frente a las dudas y divisiones, la mejor respuesta no es el enfrentamiento, sino la claridad, la oración y la comunión.