Hacia un nuevo modelo de parroquia
DAR OPORTUNIDADES A TODOS
Ley suprema en la comunidad cristiana.
Al mismo tiempo, una manera práctica de promover los carismas (1Cor 12) y atender debidamente a las masas católicas, tan descuidadas pastoralmente.
Por el P. Flaviano Amatulli Valente, fmap
No hay dinero
Es el estribillo de siempre. Y con eso se cierra el paso al diaconado permanente y a la posibilidad de contar, aparte de los presbíteros, con agentes de pastoral bien preparados, a tiempo completo o tiempo limitado, remunerados económicamente según el caso y entregados con mente y corazón al servicio de la comunidad.
Mientras las masas católicas languidecen, sin esperanza de un futuro mejor. No hay dinero. Ni modo. Su única salida son los innumerables grupúsculos de hermanos separados, que pululan por todas partes, guiados por otros pastores.
Yo o nadie
Hasta donde alcanzo. No importa si la mayoría de los feligreses quede sin atención pastoral. Un auténtico absurdo en el plano de la fe.
Y se sigue como si nada. Ya se volvió ley. A nadie se le ocurre soñar siquiera con un nuevo paradigma pastoral, en que todos los católicos sean por lo menos medianamente atendidos.
El ejemplo del ganadero y el hacendado
Según ustedes, ¿qué haría alguien que tuviera treinta mil cabezas de ganado? ¿Acaso se limitaría a atender solamente un determinado número de animales, abandonando a su suerte todos los demás? Ni pensarlo.
¿Qué haría, entonces? Buscaría ayudantes, me contestarán. Y estos ayudantes ¿trabajarían gratis? ¿A quién se le ocurriría algo semejante? ¿Qué haría entonces el ganadero para resolver el problema? O daría a cada uno de sus ayudantes un sueldo según el servicio prestado o le daría su ganado a medias: un becerro para el dueño y el otro para el ayudante, a medida que vayan aumentando.
Un porcentaje sobre las entradas
Pues bien, ¿por qué no hacemos lo mismo dentro de la Iglesia? ¿Por qué, en lugar de dejar tantas colonias o pueblos abandonados, no designamos a un diácono permanente o a un candidato al diaconado permanente para que se haga cargo de aquella gente?
¿Y si no hay dinero?, es la pregunta de siempre. Nada de dinero o sueldo, es la respuesta. Solamente se les ofrece una oportunidad de un trabajo pastoral a quien esté dispuesto a jugársela por el servicio a la comunidad. Del trabajo después saldrá para mantenerse él mismo y ayudar a la parroquia, entregándole un porcentaje sobre las entradas. Precisamente como pasa con el ganadero y el hacendado.
Un nuevo modelo de parroquia
Más práctico y efectivo; donde todos tratan de aportar lo propio para el bien de la comunidad; evitando el peligro de que solamente los curas manejen el aspecto sacramental, ligado al aspecto económico, dejando a los demás la carga de la evangelización, la catequesis y la conducción de las pequeñas comunidades.
¿Religión-ficción? Quién sabe. Una cosa es cierta: que el actual modelo de parroquia ya no sirve. Mientras unos cuantos se sirven con la cuchara grande, todos los demás se quedan sin nada, con las consecuencias que todos conocemos.
¿Y las pequeñas comunidades cristianas?
No resuelven el problema. Al contrario, según mi opinión, en lugar de acelerar el cambio, lo retrasan, puesto que dejan intacto el modelo de parroquia que tenemos. ¿Qué tal si empezamos a pensar en algo realmente nuevo, que tenga que ver también con el aspecto económico? Aquí está el meollo del asunto.
Sin duda, muchos le entrarían con más ganas, poniendo al servicio de la Iglesia lo mejor de sí mismos, sin limitarse a las migajas, como está pasando actualmente. Un sueño, pensará alguien.
Claro, por el momento, se trata de un simple sueño y nada más; como era un sueño el viaje a la luna de Julio Verne; un sueño que, cien años después, se hizo realidad.
Así que nadie quita que también el sueño de un nuevo modelo de parroquia algún día se vuelva realidad; siempre que no quitemos el dedo del renglón; machacándole continuamente, como el antiguo Catón, que no se cansaba de repetir: “Cartago delenda est” (Cartago tiene que ser destruida), hasta que no se hizo realidad.
Conclusión
En nuestro sistema pastoral, hay algo que no checa: mientras por un lado hay masas católicas descuidadas, por el otro unos cuantos tienen el privilegio de atenderlas. ¿Por qué no tratar de romper este círculo vicioso, luchando por hacer realidad el modelo de comunidad, que nos presenta San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, capítulo doce?
Una comunidad en que cada uno de sus miembros tenga algo que aportar para el bien de todos y el factor económico no sea un obstáculo para el cuidado de los más necesitados. Parece un sueño; un sueño que algún día puede volverse realidad. Que no sea demasiado tarde.






