En la historia de la Iglesia, pocas veces hemos sido testigos de un signo tan elocuente de continuidad y comunión como la que vivieron —cada uno en su misión específica— el Papa Francisco y el Papa emérito Benedicto XVI. Aunque distintos en estilo, origen y acentos pastorales, ambos han estado profundamente unidos por la fe, el amor a la Iglesia y una mutua estima que ha edificado silenciosamente al Pueblo de Dios.
Una transición histórica bajo el signo del Espíritu
El 11 de febrero de 2013, Benedicto XVI sorprendió al mundo con un gesto de humildad evangélica: renunciaba al ministerio petrino por no sentirse con fuerzas físicas para continuar. No se trató de una ruptura, sino de un acto de obediencia a Dios y de confianza en la acción del Espíritu. La elección del Papa Francisco, apenas un mes después, fue vista no como un reemplazo, sino como una continuidad carismática en una nueva etapa de la Iglesia.
Ambos pastores se reconocieron mutuamente como servidores del mismo Señor. Francisco nunca ocultó su gratitud hacia su predecesor. En múltiples ocasiones lo llamó «un abuelo sabio», «un hombre que protege con su oración la Iglesia», e incluso declaró que tenerlo en el Vaticano era «como tener al abuelo en casa».
Unidad en la diversidad
Benedicto XVI fue un teólogo profundo, un amante del pensamiento y de la liturgia. Francisco, un pastor de gestos concretos, apasionado por la cercanía, la misericordia y la Iglesia en salida. A simple vista, parecen perfiles muy diferentes. Pero la verdad es que el Espíritu Santo no repite: Él crea armonía a partir de la diversidad.
Ambos han insistido en lo esencial: el encuentro con Cristo vivo, la centralidad del Evangelio, la caridad como forma suprema de la fe. Mientras Benedicto profundizaba en la dictadura del relativismo que asfixia a la verdad, Francisco advierte contra la mundanidad espiritual que vacía de amor a la Iglesia. Juntos forman un díptico profético: la inteligencia de la fe y la ternura del Evangelio.
Un vínculo de oración, discreción y comunión
Desde su renuncia, Benedicto XVI eligió el silencio orante, sin intervenir en el gobierno de su sucesor. Su presencia fue como la de Moisés en la montaña, intercediendo por el nuevo guía del pueblo. Por su parte, Francisco no dejó pasar ocasión para expresarle admiración y respeto. Lo visitaba con regularidad, lo citaba en discursos, y nunca permitió que la figura del emérito fuera instrumentalizada.
Uno de los momentos más conmovedores ocurrió el 28 de febrero de 2023, en el décimo aniversario de la renuncia de Benedicto. El Papa Francisco afirmó: «Su sabiduría, su delicadeza, su testimonio, han sido un don precioso para la Iglesia. Su oración sigue sosteniéndonos».
Teología de la comunión
La relación entre ambos no solo es un testimonio personal, sino una catequesis eclesial: nos enseñan que la autoridad en la Iglesia no es poder competitivo, sino servicio complementario. Benedicto mostró que el Papa no es un monarca absoluto, sino un discípulo responsable. Francisco mostró que el sucesor de Pedro escucha y se apoya en quienes lo han precedido con fidelidad.
Juntos han dado al mundo un testimonio profético: la Iglesia no se sostiene en ideologías ni estilos, sino en la fe en Jesucristo y en la fidelidad al Espíritu Santo que guía su historia.
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Epílogo: Un legado compartido
El 31 de diciembre de 2022, Benedicto XVI fue llamado a la Casa del Padre. Francisco presidió sus exequias con una mezcla de discreción y cariño fraternal, como quien despide no solo a un antecesor, sino a un hermano en el ministerio, un padre en la fe, un amigo en el Espíritu.
Hoy, la relación entre estos dos papas sigue dando frutos. En un mundo que opone y divide, ellos nos enseñaron que en la Iglesia se camina juntos, cada uno con su carisma, pero todos unidos por el mismo Señor.