Un día se presentaron a San Pedro un cura y un taxista. Evidentemente el cura se imaginaba que tendría que ser atendido antes que el taxista. Pero no fue así. Apenas San Pedro vio al taxista, de inmediato revisó su expediente y lo invitó a pasar. Después se acercó al cura. Este, molesto por la preferencia que había expresado hacia el taxista, le preguntó el porqué.
–Mire, señor cura –contestó San Pedro–, cuando usted empezaba la celebración de la misa, todos se ponían a dormir. Al contrario, cuando el taxista arrancaba con su carro, todos se ponían a rezar.