Reflexión del P. Jorge Luis Zarazúa Campa, FMAP, a partir del artículo de Renato Ojeda Gómez

Más que una mariposa: un cóndor sobrevolando la historia

Con la muerte del Papa Francisco no se produjo simplemente una transición en la cátedra de Pedro. Se activó —permítanme la imagen— no un “efecto mariposa”, sino algo más majestuoso y previsor: un “efecto cóndor”. No fue un simple aleteo que cruzó océanos, sino el vuelo firme de un ave que, desde las alturas, supo ver el mapa completo. Francisco planificó no solo cómo morir y ser sepultado, sino cómo seguir sirviendo a la Iglesia incluso después de partir.

Como buen hijo de san Ignacio, Bergoglio no improvisaba. Cada gesto, cada silencio, cada nombramiento, tenía detrás una oración, una estrategia y una fidelidad al Evangelio. Así como pidió que su funeral fuera sobrio y sin excesos, también previó cómo cuidar la continuidad de la reforma eclesial en medio de las resistencias.

¿Candidatos visibles? ¿O señuelos pastorales?

Los días previos al cónclave, los medios circularon los nombres de dos cardenales fuertes: Luis Antonio Tagle y Pietro Parolin. El primero, muy querido por su sencillez y sonrisa, pero sin estructura política firme. El segundo, maestro de la diplomacia vaticana, aunque con poco fuego pastoral. Parecían favoritos. Pero ¿y si solo eran figuras visibles, mientras otra semilla crecía en silencio?

Francisco conocía bien las tensiones en la Iglesia. Sabía que ciertos sectores —alentados por figuras como el cardenal Müller— anhelaban un retroceso: volver a la pompa, al clericalismo, a una Iglesia que gobierna más que sirve. Por eso, su respuesta fue paciente, estructural… y profundamente evangélica.

El candidato que crecía en el silencio

Desde hace más de dos años, el Papa había confiado el Dicasterio para los Obispos a un hombre discreto, cercano al pueblo, de corazón latinoamericano: el cardenal Robert Francis Prevost, agustino, nacido en Chicago pero misionero en el Perú. ¿Casualidad? No. Era él quien discernía, dialogaba y proponía los nombres de los nuevos obispos en todo el mundo. Sin cámaras, sin aspavientos. Con profunda comunión con el Papa.

Prevost no era mediático. Pero se comunicaba con todos. Se ganó la confianza de muchos por su humildad y visión pastoral. Era el candidato “invisible”… y el mejor preparado.

Un colegio cardenalicio más católico que nunca

Una de las grandes jugadas de Francisco fue cambiar el mapa del colegio cardenalicio. De 47 países representados en 2013, se llegó a casi 90 al momento de su muerte. ¿Qué logró con esto? Diversificar las voces. Llevar al cónclave realidades nuevas, rostros del sur global, pastores que viven entre la gente. Así debilitó el dominio de los bloques de poder europeos y abrió camino a una Iglesia más sinodal, más encarnada, más misionera.

¿Una jugada política o una profecía pastoral?

Alguien podría decir que todo esto fue una maniobra de poder. Yo, en cambio, veo en Francisco a un pastor que quiso cuidar el rebaño incluso cuando ya no estaría para pastorearlo. ¿Santidad? Eso lo dirá la Iglesia con el tiempo. Pero sin duda fue fidelidad lúcida al Evangelio, una fidelidad que incomoda a quienes quieren una Iglesia autorreferencial, autoritaria y cerrada.

Francisco habló muchas veces sin dar nombres. Pero todos sabíamos a quién se refería cuando denunciaba el carrerismo, el clericalismo y la rigidez. Su lenguaje era el de los gestos, el de la siembra profunda, el de la profecía que no busca protagonismo sino transformación.

León XIV: un guiño entre santos y familias espirituales

El nuevo Papa, León XIV, pertenece a la orden de san Agustín. Pero el nombre que eligió lo conecta con León XIII, el Papa de Rerum Novarum, aquel jesuita por su formación, de corazón franciscano que abrió las puertas de la doctrina social de la Iglesia. ¿Casualidad? No lo creo. ¿Inspiración? Probablemente compartida. Quizá incluso conversada en la intimidad del corazón entre dos hombres de Dios que sabían lo que estaba en juego.

La imagen que dice más que mil palabras

Hay una foto que no deja de conmoverme: Francisco, ya debilitado, toma la mano de Robert Prevost y le aprieta el brazo con la otra. Ese gesto, en lenguaje humano y espiritual, es un acto de confianza. Una bendición silenciosa. Un “te toca a ti ahora” que no necesita palabras.

Francisco no buscó la eternidad… pero la sembró

No buscó perpetuarse. Buscó perpetuar una visión de Iglesia: humilde, fraterna, misionera, misericordiosa. No dejó una estatua. Dejó una corriente espiritual que seguirá fluyendo mientras la Iglesia escuche al Espíritu.

Muchos —especialmente los que se creen más listos— quedaron sorprendidos. Creyeron tener todo controlado. Pero Francisco, como un buen sembrador, ya había preparado el terreno. Y el Espíritu Santo, que no se deja encerrar, hizo germinar la semilla.

Francisco sigue hablando. Desde el cielo, pero también desde las decisiones que tomó en vida. Desde la fe que encarnó. Desde la Iglesia que ayudó a renovar.
Eterno, sí. Pero sobre todo, evangélico.