Ad perpetuam rei memoriam

Por el P. Jorge Luis Zarazúa Campa, fmap

jorgeluiszarazua@hotmail.com * http://zarazua.wordpress.com

Cronista de la realidad eclesial

He leído con mucho interés cada uno de los escritos que componen este nuevo libro, el más reciente escrito por el P. Flaviano Amatulli Valente, titulado ¡Alerta! La Iglesia se Desmorona. Examinando el contenido con detenimiento me parece que cada una de las historias retrata algunos aspectos de la compleja realidad eclesial vivida desde principios del convulso siglo XX, dibujando de una manera muy particular, con el realismo del drama y la crudeza de la tragedia, algunas tendencias que han contribuido al actual estado de cosas en la vida de la Iglesia.

El autor, el P. Flaviano Amatulli Valente, es un testigo privilegiado. Cuarenta años de misión ininterrumpida en México (1968-2008), giras apostólicas periódicas por todos los países de América Latina y visitas frecuentes a los Estados Unidos de América, con un diálogo constante con el pueblo católico y los más variados agentes de pastoral, le han permitido al P. Amatulli conocer de primera mano «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias» (GS 1) de muchos hermanos en la fe. Por eso ha decidido tomar el papel del cronista, conservando para la posteridad algunas historias significativas que retratan los dramas y las tragedias vividas por los pastores de la Iglesia, los religiosos y religiosas y los fieles cristianos laicos de nuestro vasto continente.

Con estos relatos se complementa lo que estudié sobre la historia reciente de la Iglesia, que no sólo consiste en los grandes acontecimientos eclesiales ni en los hechos realizados por los papas, los obispos y los teólogos de altura, sino también en la vida cotidiana de los católicos, con todas sus alegrías y sinsabores.

Por otra parte, cada uno de los relatos permite tomar conciencia de lo que implica en la vida concreta la toma de decisiones y las omisiones que hacen quienes tienen la autoridad pertinente. No sorprende que el P. Amatulli señale la conveniencia de ser muy cuidadosos cuando se toman decisiones que de hecho van a afectar la vida de los feligreses.

Se trata de historias que nos permitirán examinar los últimos decenios para buscar comprender cómo es que hemos llegado a la situación actual, caracterizada por el éxodo masivo de católicos hacia las más variadas propuestas religiosas, con una significatividad igual o de mayores dimensiones a la vivida en la Reforma protestante, y la existencia de un catolicismo nominal de grandes proporciones.

Castigat ridendo mores

El primer relato, donde se nos presenta la simpática figura del obispo Jeremías, refleja la ineficacia de la praxis eclesial y el agotamiento de las actuales estructuras eclesiásticas, puesto que nacieron en una época que ya no existe más, a la que se ha dado en llamar régimen de cristiandad.

También presenta una imagen menos idílica y más realista acerca del clero, que vive y genera un ambiente en el que se dan cita las cualidades pero también los defectos propios de los seres humanos: envidias, celos, rivalidades, discordias, búsqueda de los propios intereses, lucha por el poder, deseo de hacer carrera en la actividad eclesiástica, simonía, falta de celo apostólico y creatividad pastoral, prejuicios e ideas preconcebidas…

El relato está hecho de pinceladas que presentan con humor la vida cotidiana de muchos católicos, el recurso frecuente a los brujos y curanderos, las características de la hagiografía más difundida, la devoción a las imágenes, la predilección por la excelencia académica en lugar de la excelencia pastoral en la formación de los futuros sacerdotes, las relaciones difíciles entre el párroco y el vicario…

También se describe el ambiente en que se forma y vive el católico, bajo el signo de la llamada religiosidad popular, que parece caracterizar al catolicismo latinoamericano, considerada una de sus más grandes virtudes, lo que impide que se reflexione y se trabaje para hacer realidad la multicitada purificación que requiere.

Sin embargo, el relato no sólo nos permite acercarnos a esa particularidad de nuestra Iglesia que se resiste a desaparecer y que va tomando formas muy diversas, incluso fuera del ámbito eclesial, como el caso de los “santos laicos” que se multiplican por doquier, pero notablemente emparentados con la religiosidad popular del catolicismo latinoamericano.

En este contexto se enmarca el culto a diversas personas “canonizadas” por el sentir popular. En efecto, además de la Virgen de Guadalupe, San Judas Tadeo y San Martín Caballero, cuyas imágenes encontramos en casi todas partes de México, hay personajes considerados por algunos investigadores como verdaderos “santos laicos”1. La mayoría de estos personajes se caracteriza por qué amplios sectores piensan que estos “santos laicos” intervienen en asuntos relacionados con la salud y la enfermedad, los problemas económicos y las relaciones interpersonales: El “Niño” Fidencio, Teresa Urrea (la “santa de Cabora”), don Pedrito Jaramillo, Jesús Malverde, Juan Soldado, Pancho Villa, Pedro Infante, entre otros. Destaca en todo esto el extendido culto a la así llamada “Santa Muerte” y el éxito del grupo “Pare de sufrir”.

Las peripecias del obispo Jeremías, presentado como «un volcán de iniciativas» pastorales, también nos permiten asomarnos a soluciones ingeniosas y pertinentes,  para enfrentar el tema de la evangelización y la atención y el acompañamiento pastoral de los fieles católicos. Algo que requiere, precisamente, una conversión pastoral.

Suum cuique tribuere

El Diccionario de la Lengua Española define el término calvario como la “serie o sucesión de adversidades y pesadumbres”. Pues bien, El Calvario de don Boni nos presenta las angustias que vive don Boni en la compleja realidad rural, donde se vive bajo la ley de las costumbres ancestrales y un catolicismo popular, liderado por los rezanderos, con la presencia esporádica del señor cura con ocasión de la fiesta patronal para administrar los sacramentos al mayor número posible de feligreses.

El relato nos presenta el drama vivido en innumerables comunidades por la presencia de los primeros grupos proselitistas y la ingenuidad de los pastores católicos que no encontraron la forma más adecuada de enfrentar el fenómeno de la división religiosa y el proselitismo sistemático, que rápidamente ha fragmentado a la otrora población mayoritariamente católica.

Además, podemos aproximarnos a los primeros acercamientos a la Biblia por parte del pueblo católico más sencillo, sin una preparación específica y utilizando versiones no católicas, generalmente guiados por algunos hermanos separados. Podemos, asimismo, constatar la amplia politización de la predicación evangélica y el acercamiento cientificista a la Sagrada Escritura por parte de agentes de pastoral católicos, sin un contacto más personal con ella con miras a crecer en la vivencia de la fe, con los resultados que están a la vista de todos.

Se describe de forma muy plástica la insensibilidad de muchos señores curas hacia la suerte de su feligresía y la situación de los mismos agentes de pastoral, que se manifiesta en unas relaciones difíciles e injustas entre el clero y el laicado, especialmente en el ejercicio de la autoridad y en el aspecto económico y en el abandono pastoral. En este contexto, me parece oportuno citar unas palabras que escuché recientemente de un sacerdote: “Muchas cosas cambiarían si los sacerdotes nos quitáramos de la cabeza el signo de pesos”.

Obviamente, el propósito no es lavar los trapos sucios en público, sino presentar por contraste la pertinencia de favorecer una relación más evangélica entre los Pastores de la Iglesia y la feligresía que el Señor ha puesto bajo su cuidado pastoral. Creo que ante lo aquí descrito, podemos afirmar aquella frase célebre que tanto escuché al estudiar el Derecho Canónico: “La realidad supera la imaginación”.

Timeo Danaos et dona ferentes

En “Las confesiones de doña Amalia”, el P. Amatulli nos ofrece un recorrido por el siglo XX vivido por la Iglesia mexicana, desde la Cristiada hasta nuestros días, desde los días de gloria del catolicismo mexicano, con feligreses dispuestos al martirio cruento, hasta el éxodo silencioso y constante de los católicos hacia las más variadas propuestas religiosas, hacia el indiferentismo religioso y el abandono paulatino de la práctica religiosa, reservada a momentos específicos.

También se nos presenta el surgimiento de un grupo proselitista a causa de un malentendido ecumenismo, por el poder de seducción de un astuto pastor norteamericano, la ingenuidad de algunos Pastores de la Iglesia y la falta de un espíritu crítico y una malentendida obediencia de amplios sectores del laicado.

El relato nos deja ver, plásticamente, que en los grupos proselitistas no todo es miel sobre hojuelas. También hay trucos y trampas, aunque se presenten disfrazados de regalos sumamente atractivos como la colaboración en la tarea evangelizadora. No extraña que a lo largo y ancho del vasto continente americano se hayan multiplicado y formado diversos grupos proselitistas y se haya dado el crecimiento de las jerarquías del protestantismo y aún de grupos ortodoxos como el fruto no esperado de encuentros ecuménicos y la manera de entender el ecumenismo.

¡O sancta simplicitas!

En “Las confesiones de doña Amalia” se señala también que un malentendido ecumenismo es el elemento fontal de muchos de los problemas más acuciantes de la Iglesia católica, que llevó a la supresión de la Apologética, el debilitamiento de la identidad católica, la apertura indiscriminada hacia los hermanos separados y el coqueteo con los grupos proselitistas, que ha llevado al surgimiento de más grupos religiosos no católicos, como siempre, a costa de nuestra feligresía.

Que quede bien claro: el P. Amatulli no está en contra del Ecumenismo, sino de la manera en que se le ha interpretado y aplicado, especialmente en América Latina, como queda de manifiesto en el relato que nos ocupa. Máxime cuando se aplica de manera tan ingenua por parte de los Pastores de la Iglesia, equivaliendo a una verdadera capitulación en aras de mantener una imagen positiva, no intransigente, de la Iglesia en el posconcilio.

Ab imo pectore

El último relato del libro, “El padre Enrique ya no sabe qué hacer”, es el desahogo desgarrador de un sacerdote que vive la así llamada tercera edad y que hace un recuento pormenorizado de su existencia, con la conciencia lacerante de que ha sembrado en el mar, siguiendo un interesante itinerario: un periodo de fascinación por ciertos líderes ‘carismáticos’ y ciertas ideas ‘geniales’, que parecía iban a revolucionar el mundo y que después descubrió que eran ‘pura demagogia’.

La historia del P. Enrique es un magnifico pretexto para hacer un recuento de los últimos cincuenta años del catolicismo, especialmente en el ámbito latinoamericano.

El relato inicia, no sin nostalgia, a recordar la vida cristiana en un ambiente donde la vivencia religiosa era favorecida a la insignia del siguiente lema, que permeaba la vida de la Iglesia: «la gloria de Dios y la salvación de las almas».

El gran evento eclesial del siglo XX, el Concilio Ecuménico Vaticano II,  es recordado por todas las expectativas que generó y se afirma que representó para la Iglesia católica un gran paso adelante en muchos aspectos de su vida interna y en su manera de situarse ante el mundo exterior, favoreciendo un clima de mayor autenticidad evangélica que empezó a permear los distintos ambientes eclesiales: menos apariencias, menos honores y más fidelidad al Evangelio.

Al mismo tiempo que se señalan los excesos y situaciones que se dieron en el posconcilio: el espíritu iconoclasta, especialmente en campo litúrgico; la receta ecuménica, considerada la única adecuada para enfrentar el problema de la división religiosa y el proselitismo sectario; la disolución del espíritu misionero, la reducción de la Iglesia a una simple institución humanitaria, destinada esencialmente a favorecer el bienestar material de la sociedad, el surgimiento de la así llamada teología de la liberación, con la politización de la fe y seducida por la revolución  de corte marxista.

En fin, se trata de un examen minucioso de todos estos acontecimientos eclesiales y sus repercusiones en la vida de la Iglesia y de cada católico.

Por otra parte, además de hacer un recuento de la compleja realidad eclesial, el relato nos ofrece sugerencias concretas y plausibles para «rehacer el camino andado» a nivel teológico que permita recobrar el sentido de Iglesia y pertenencia a la misma, desechando todo intento de reducir y confundir su papel, con vistas a sentar las bases que posibiliten «recuperar el terreno perdido» en las décadas recientes.

Conclusión

No creo que extrañe a nadie el hecho de señalar que estos relatos tienen abundantes elementos autobiográficos. El género utilizado nos permite entrar más fácilmente en la realidad eclesial reciente para vislumbrar soluciones prácticas.

No es un catálogo de quejas ni un simple desahogo personal. Nos ofrece, más bien, una base vivencial que nos permite reflexionar críticamente sobre la vida de la Iglesia, mejor informados acerca de las vicisitudes que han vivido los más variados miembros de la Iglesia Católica, que muchos de nosotros conocemos con nombre y apellido.

Es, por tanto, una invitación a hacer el propio recuento. Seguramente muchos nos hemos dado cuenta de situaciones como las que se describen en este libro. Y tal vez las hemos propiciado o padecido.