Un catolicismo extremadamente débil, poco identificado con sus propias raíces y abierto a cualquier tipo de influjo. Bajo un discurso altisonante y la búsqueda de un liderazgo social, arriesga con quedarse con las manos vacías.

 

1.- ¿PARA QUÉ?

Desentrañar la realidad eclesial

latinoamericanoDesde hace algún tiempo, ésta ha sido mi preocupación más grande: hacer todo lo posible por desentrañar la realidad eclesial, es decir, la Iglesia en carne y hueso, mirándola desde los ángulos más diferentes, para descubrir qué es lo que le impide hoy en día moverse con soltura y dar el paso decisivo para poder cumplir cabalmente con su misión, sin complejos ni añoranzas por el pasado.

Según mi opinión, se trata de un tema completamente nuevo, o casi, en campo teológico – pastoral. Claro que desde el Concilio Ecuménico Vaticano II, al cambiar de perspectiva y dar prioridad al aspecto pastoral (aggiornamento = puesta al día), ya se dio el primer paso en esta dirección. Pero todo se quedó en generalidades. Una prueba de esto fue la sucesiva iniciativa de Juan Pablo II acerca de la Nueva Evangelización, una propuesta bastante vaga y poco operativa, aunque sugestiva y abierta a toda posibilidad.

Ante esta situación, se empezó a utilizar el concepto de «realidad» en oposición a «doctrina». Con eso se creyó haber aterrizado, obligando a la teología a bajar de las nubes y volverse «realista», dejando el mundo abstracto de las ideas. Pero ¿qué pasó? Que por realidad se entendió la economía, la política y lo social, al estilo marxista, relegando lo espiritual al mundo de lo abstracto y por lo tanto irreal.

Se habló de «análisis de la realidad» y pronto se pasó a examinar y tratar de enfrentar los problemas de orden económico, político y social, haciendo todo, menos teología. Siguiendo por este camino, en algunos casos se llegó al extremo de perder casi completamente la perspectiva cristiana, buscando inspiración en otras fuentes totalmente ajenas al cristianismo.

Ahora bien, en este contexto lo que pretendo, es enfrentar directamente el problema de la realidad eclesial, para ver en qué nos ayuda a situarnos correctamente como individuos y como comunidad cristiana en orden a la realización del plan de Dios acerca del mundo, el género humano, la Iglesia y cada individuo.

Nuevas categorías

Para lograr esto, veo importante el manejo de algunas categorías, que me parecen bastante estimulantes, aparte de la categoría de «realidad eclesial». En este caso quiero concretizarme a examinar el catolicismo latinoamericano a la luz de estas dos categorías, «evangelio» y «cultura», vistas como fuentes inspiradoras del quehacer eclesial.

Manejando estas categorías, fácilmente nos damos cuenta del origen de nuestras coincidencias y nuestras discrepancias, en orden a definir situaciones y justificar opciones. Y como consecuencia, estando cada uno consciente del sentido de la propia opción, podemos vivir en paz sin molestarnos mutuamente y haciendo realidad también al interior de la Iglesia lo que pretendemos hacer con los de afuera, es decir, respetarnos mutuamente, no obstante todas las diferencias.

Separar para entender, entendernos y unir esfuerzos, hasta donde sea posible.

2.- DOS MANERAS DIFERENTES DE SER CATÓLICO

Principal fuente de inspiración

Para el catolicismo «evangélico» es la Palabra de Dios, mientras para el catolicismo «cultural» o «social» su fuente principal de inspiración, o elemento determinante, es la cultura del pueblo, tomada en el sentido más amplio de la palabra, es decir, el sentir de la gente, sus creencias y costumbres, la moda, sus preocupaciones, sueños y aspiraciones.

Cuando en algunos aspectos concretos no hay coincidencia entre la manera «evangélica» de ver las cosas y la manera «cultural» o «social», cada uno se va por su camino, justificando su actitud a la luz de su opción fundamental.

Y ahí empiezan los problemas. Los católicos «evangélicos» acusarán a los demás de ser «mundanos» o «paganos» y estos acusarán a los católicos «evangélicos» de ser «fundamentalistas», «fanáticos» o «hipócritas», según los humores del momento. Todo depende del papel que juegan en la propia vida el Evangelio y la Cultura o la manera de situarse cada uno ante el Evangelio y la Cultura, la manera de ver las cosas que viene de arriba y la manera de ver las cosas que viene de abajo.

Catolicismo según el Evangelio

Se acepta «todo» el Evangelio, aunque en algunos casos cueste. Es una «apuesta» por el Evangelio, convencidos de que, si se trata de algo que viene de Dios, sin duda será más rico y sabroso que cualquier otra palabra «humana». Lo ideal es «vivir según el Evangelio» hasta volverse en un «Evangelio viviente».

Por lo tanto, todo el esfuerzo del católico «evangélico» está encaminado a conocer y vivir en plenitud la Palabra de Dios, según la enseñanza de la Iglesia, no según la moda del momento o la interpretación del teólogo famoso.

Para el catolicismo evangélico, la cultura es un vehículo para transmitir el Evangelio, de manera tal que pueda ser debidamente asimilado, al llegar al destinatario en moldes culturalmente entendibles. En este sentido se habla de «inculturar el Evangelio» o «Evangelio inculturado».

Si algo propio de una cultura no encaja o se opone al Evangelio, se deja a un lado. En realidad, no todo lo que forma parte de una cultura, es «evangélicamente» correcto y aceptable. De hecho, el Evangelio tiene un plus, que rebasa la capacidad, la sabiduría, los gustos y las exigencias puramente humanas.

Para ser un católico según el Evangelio, es necesario, por lo tanto, estar dispuesto a ir más allá de la propia cultura, los propios gustos e intereses puramente humanos, aunque esto vaya a representar alguna renuncia. De hecho, no puede haber aceptación total del Evangelio sin renuncia. Por otro lado, la renuncia forma parte esencial de cualquier tipo de opción. En este sentido, el Evangelio no representa la excepción.

Al mismo tiempo, el Evangelio, al contacto con cualquier cultura, se enriquece, asumiendo algo propio de cada cultura y descubriendo en sí mismo nuevas potencialidades, que se explicitan bajo todo tipo de estímulo. Se enriquece y enriquece, estimulando y fecundando toda cultura con sus valores y maneras propias de sentir y ver las cosas.

Catolicismo según la cultura

Privilegia el aspecto cultural, es decir, el sentir propio de cada individuo o grupo, lo que puede ayudar a uno a satisfacer alguna exigencia, deseo o aspiración. Por lo tanto, para este tipo de católico, el Evangelio no representa la ley suprema de vida. Cuando tiene que optar entre el Evangelio y la cultura, el Evangelio y las creencias o costumbres, opta por la cultura, las creencias o las costumbres.

Entre los que han optado por este tipo de catolicismo, es fácil oír expresiones como ésta: «Soy católico a mi modo», «No soy católico fanático», «Soy creyente y nada más»; (si se trata de un presbítero) «Le doy a la gente lo que me pide», «Esto le gusta a la gente; el cliente manda», etc.

La norma es el discurso «políticamente correcto». Se dice a la gente lo que la gente quiere escuchar y cómo lo quiere escuchar. Se da a la gente lo que quiere, que casi siempre tiene que ver con exigencias de tipo social y material o con sus creencias particulares, sean o no conformes al Evangelio.

Puesto que la gente pide escuelas, clínicas, misas, procesiones, bendiciones, agua bendita e imágenes, esto se le da, no como punto de partida para ayudarla, en un segundo momento, a dar pasos concretos hacia la plenitud en Cristo y su Iglesia a la luz del Evangelio, sino como manera propia de sentirse bien a nivel humano y cristiano, sin preocuparse si de veras se trata de algo que le sirve para su superación moral y religiosa o se trata de un simple paliativo.

Haciendo esto, en lugar de sujetar la cultura al Evangelio, se sujeta el Evangelio a la cultura, dando origen a un catolicismo híbrido, considerado como una manera legítima de entender y vivir la fe cristiana, no como algo provisional mientras se busca una superación.

Entonces, en lugar de ayudar a uno a «purificar» su fe, se hace todo lo posible para que uno se afiance más en sus creencias, manejando un lenguaje y utilizando prácticas, que están totalmente al margen de la auténtica fe cristiana, por estar preñadas de sentido mágico.

3.- EVANGELIO Y CULTURA EN LA EXPERIENCIA DEL PASADO

Al terminar las persecuciones y contar la Iglesia con el apoyo del Estado, poco a poco el catolicismo se volvió en algo «cultural», parte esencial del ser «ciudadano». Y decayó masivamente.

Catolicismo según el Evangelio

Solamente pocos tuvieron la oportunidad de conocer el Evangelio y tratar de vivirlo en plenitud. Resultándoles sumamente difícil hacerlo en el mare magnun de la sociedad civil, sumida en la más grande confusión, tuvieron que huir del mundo, buscando refugio en el desierto o la montaña. Fue la epopeya de las órdenes monásticas.

Algo increíble: en una sociedad «culturalmente católica», resultaba casi imposible vivir en paz según el Evangelio. Una advertencia para todos los tiempos y todas las latitudes: ¡tan grande puede llegar a ser la diferencia entre el catolicismo «evangélico» y el catolicismo «cultural», «social» o de «costumbres»! Una clave sumamente útil para interpretar la situación en que se debate el catolicismo actual.

Pues bien, en este contexto histórico, el pacífico y seráfico San Francisco de Asís y algunos otros, decididos seguidores de Cristo, tuvieron el valor de enarbolar la bandera del Evangelio, quedándose en el mundo y arriesgando la hoguera.

Todo esto parece una novela y sin embargo es la pura realidad histórica, donde se ve claramente hasta qué punto puede llegar la diferencia entre el catolicismo «evangélico» y el catolicismo «cultural», que muchas veces se identifica con la simple religiosidad natural con una «pantalla cristiana».

Catolicismo según la cultura

Aunque todo fuera católico y no hubiera ninguna oposición abierta contra la religión católica, en la práctica cada uno vivía la fe a su modo. Lo que importaba era la doctrina, no la práctica. Por lo tanto, mientras no se admitía ningún tipo de disidencia a nivel doctrinal, a nivel práctico había de todo, dilatando la inmoralidad en largos estratos de la sociedad, hasta en el alto clero.

En este contexto, puesto que el ministerio eclesiástico era fuente de prestigio, poder y bienestar económico, una enorme cantidad de gente escogía la «carrera eclesiástica» como manera de satisfacer su deseo de superación humana, sin preocuparse demasiado por los valores específicamente evangélicos. De ahí los urgentes reclamos de una «reforma», que, al no darse pacíficamente a tiempo y dentro de la Iglesia, llegó a desgarrar la cristiandad.

4.- REALIDAD ECLESIAL ACTUAL

Una pregunta: «¿Qué nos dice el pasado con relación al presente?» Según mi opinión, cambian las formas, pero queda igual la substancia. El problema sigue vigente, aunque se haga todo lo posible por ocultarlo. Ni modo. La realidad es lo que es y tarde o temprano se impone.

Ahí está el éxodo silencioso de las masas católicas, hastiadas por un tipo de catolicismo que, a nivel masivo, no tiene sentido.

Catolicismo según el Evangelio

Generalmente se identifica con los grupos apostólicos y los movimientos eclesiales, que representan la versión moderna de las congregaciones religiosas y la versión católica de los grupos que surgieron en el ámbito del protestantismo histórico desde los inicios del 1800 y actualmente representan la vanguardia del cristianismo con un fervor misionero incontenible, hasta llegar al más descarado proselitismo religioso.

En ellos prevalece el elemento laical y están marcados por un fuerte deseo de autenticidad cristiana, a la luz de la Palabra de Dios. En muchas partes, representan la única esperanza para el futuro de la Iglesia, con una fe sencilla y genuina y un entusiasmo contagioso, y al mismo tiempo representan un baluarte seguro ante el acoso de los grupos proselitistas, siempre que cuenten con una oportuna orientación al respecto.

Catolicismo según la cultura

Refleja las aspiraciones, los valores y en general la manera de sentir de la sociedad en general, en un esfuerzo por eliminar la pobreza material y conseguir más bienestar social para todos. Al mismo tiempo, manifiesta cierta alergia hacia los valores estrictamente espirituales y un rechazo rotundo hacia la aceptación de Cristo como el «único» salvador del mundo y la pretensión de la Iglesia Católica de ser en plenitud la Iglesia de Cristo.

Su ideal es la mediocridad. Visto que la montaña es demasiado alta y solamente pocos la logran escalar, tratan de rebajarla para dar a todos la posibilidad de alcanzar la cima y no se note la diferencia entre los más decididos y los flojos. Tratan de trasladar en la Iglesia la manera de pensar que prevalece en la sociedad.

Según ellos, hay muchos caminos de salvación, igualmente aceptables y válidos, haciendo una enorme confusión entre el aspecto subjetivo de la salvación (se puede alcanzar la salvación, aunque no se conozca a Cristo y su Iglesia) y el aspecto objetivo (todos los que alcanzan la salvación, la alcanzan, consciente o inconscientemente, por Cristo, que es la cabeza, y la Iglesia, que es su Cuerpo Místico, unida a él de manera indisoluble).

No se dan cuenta, o no quieren darse cuenta, de que también los que no son cristianos, si se salvan, es siempre por la sangre de Cristo, íntimamente unido a su Iglesia, y no por la intervención de Moisés, Buda, Confucio o Mahoma. Pues bien, aunque se trate de una doctrina fundamental dentro de la Iglesia Católica, de todos modos la rechazan, con tal de llevarse bien con todos y así aplanar el camino para la comprensión y el diálogo entre todos.

En esto consiste precisamente su propósito fundamental: por encima de todo poner, no la Palabra de Dios, sino el sentirse bien y el llevarse bien con todos y, por lo que se refiere a la Biblia como Palabra de Dios, tratar de rebajarla lo más posible mediante todo tipo de análisis «científicos» y equiparándola a los libros sagrados de otras tradiciones religiosas, considerados igualmente como «Palabra de Dios».

Por todo lo anterior, en la práctica, este tipo de catolicismo representa un virus dentro de la Iglesia, que la está carcomiendo poco a poco, sirviéndose de cualquier pretexto y manejando todo tipo de «relectura» bíblica y argucia con tal de reducir a lo mínimo lo «bíblicamente» seguro, especialmente por lo que se refiere a Cristo y «su» Iglesia.

Pues bien, en esta línea están la Teología de la Liberación y la Teología India. Se trata de formas «culturales» de entender y vivir la fe católica. Mientras haya coincidencia con el Evangelio, no hay problema. Las dificultades empiezan, cuando no hay coincidencia. Entonces, entre el Evangelio y la Cultura con sus creencias y costumbres, sus seguidores optan por la Cultura; entre la sabiduría divina y la humana, optan por la humana; entre los valores espirituales y terrenales, optan por los valores terrenales.

De ahí su preferencia por la Religiosidad Popular, considerada como camino de salvación a secas y cobijo seguro para una fe, que muchas veces no tiene nada que ver con los auténticos valores cristianos y raya en el paganismo más rastrero.

Lo escalofriante de la situación es que en este tipo de catolicismo no se encuentran solamente los católicos poco ilustrados religiosamente, sino también muchos elementos del clero y la vida consagrada, que están metidos hasta el cuello en este tipo de religiosidad, manifestando mucha preocupación por lo social y las costumbres de la gente y poca sensibilidad por una vida según el Evangelio. «Las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la palabra, que queda sin fruto» (Mc 4, 19).

De ahí su rechazo a implantar la Biblia en la catequesis presacramental y en las devociones populares, considerando su contenido como «imaginaciones del pasado», con poca o nula utilidad para resolver los problemas concretos, que se presentan en la sociedad actual.

Sin duda, viéndose las cosas desde esta perspectiva, no se vislumbra ningún futuro viable para el catolicismo latinoamericano, dándose por descontada su lenta agonía ante el ansia devoradora de los grupos proselitistas, la Nueva Era y un sinfín de movimientos culturales y religiosos.

La pregunta es: «¿Se trata de algo fatal, que no tiene remedio, o existe alguna posibilidad de revertir la situación?»

5.- PEQUEÑAS COMUNIDADES CRISTIANAS

Son los lugares en que están confluyendo los dos tipos de catolicismo, que estamos examinando: el «evangélico» en los grupos apostólicos y los que están integrados a los movimientos eclesiales y el «cultural» o «social» en las Comunidades Eclesiales de Base.

Grupos apostólicosy movimientos eclesiales

Por lo general, gozan de buena salud y tienen un futuro promisorio, al contar con una identidad propia y suficientes vocaciones que salen de sus filas. Cada uno tiene un carisma, un origen, una organización, unos objetivos y unos métodos propios de evangelización, forjados en la experiencia.

Representan la voz genuina del laicado, en colaboración con el clero y la vida consagrada. Su visión y acción van más allá de los estrechos confines parroquiales. Además, cuentan con un sistema económico propio, sin depender de las migajas que les puedan caer de la mesa clerical.

Sus dirigentes son auténticos líderes, fogueados en el campo de la evangelización, y sus miembros nacen de una decisión personal. Su misma existencia nos dice cómo es posible vivir la auténtica fe católica por convicción y no solamente por tradición.

En muchos casos, tienen que enfrentarse a la oposición, que les viene desde afuera y desde adentro de la misma Iglesia. De todos modos, contando con una identidad propia y una buena motivación, tienen suficiente fuerza para perseverar, no obstante todas las dificultades que se les puedan presentar, a menos que la oposición no sea tan radical hasta negarles los sacramentos.

En este caso, los que pueden, buscan apoyo por otro lado y los demás… están en las manos de Dios. ¡Hasta qué punto puede llegar el rechazo al interior de la misma Iglesia por querer seguir a Cristo con radicalidad!

Comunidades Eclesiales de Base

Generalmente están hechas a imagen y semejanza del clero y la vida consagrada y están enteramente a su servicio. Sin voz propia ni liderazgo propio. Pura caja de resonancia. El último peldaño de un sistema piramidal asfixiante.

Van y vienen, según los humores del clero y la vida consagrada, que las mantienen en vida artificialmente y las manejan a su antojo.

Para florecer, necesitan casi siempre el humus del conflicto social y el apoyo del poder clerical. Cuando no se da esto, normalmente languidecen hasta desaparecer.

No cuentan con vida propia, al carecer de un carisma propio, ideales propios y organización propia. Son apéndices del clero y la vida consagrada. De ahí su importancia en los documentos oficiales, aunque en la práctica brillan por su ausencia o ineficacia apostólica.

¿Está equivocado, entonces, llamar a la parroquia «Comunidad de comunidades»? No. Siempre y cuando por «comunidades» no se entienda solamente a las Comunidades Eclesiales de Base, sino a cualquier tipo de pequeña comunidad cristiana, espontánea, provisional o integrada a un movimiento eclesial o grupo apostólico.

6.- CONSECUENCIAS DE TIPO TEOLÓGICO Y DISCIPLINAR

A lo largo de la historia, siempre se han presentado problemas en el quehacer eclesial. El momento actual, sin duda, no representa la excepción. Veamos.

PASADO

– Ministros indignos: doctrina del ex opere operato

En el pasado se presentó el problema de los ministros indignos y se solucionó con la doctrina del ex opere operato, desligando la validez del sacramento de la situación moral del ministro.

– Simonía: penas canónicas

También se presentó el problema del comercio de las cosas sagradas y, en especial, de los sacramentos, y se trató de solucionarlo imponiendo penas canónicas a los trasgresores.

PRESENTE

– Ministros con desviación doctrinal: ¿Es válida su ordenación?

Ahora la situación es más grave, puesto que se trata de desviación doctrinal en asuntos de suma importancia, como son el papel de Cristo y la Iglesia en orden a la salvación del género humano, y el sentido de la Biblia como «Palabra de Dios».

Como punta de lanza en esta línea, hay algunos curas, que se declaran al mismo tiempo «sacerdotes católicos» y «sacerdotes mayas», ejerciendo en los dos niveles. Celebran la misa, bautizan, casan por la Iglesia, absuelven de los pecados y al mismo tiempo van a la montaña para ofrecer sacrificios a los dioses o fuerzas de la naturaleza.

Durante la Eucaristía o la celebración de la Palabra, utilizan el Popol Vuh como primera lectura y el Evangelio como segunda lectura, dando a entender que en el fondo todo es Palabra de Dios. Además, puesto que, según ellos, el cristianismo les fue impuesto por los misioneros que llegaron de afuera, lo mejor sería poder regresar a la antigua cultura con las antiguas creencias y ritos religiosos.

Así que, por razones de tipo «cultural», llegan al más burdo sincretismo religioso, juntando tranquilamente lo «cristiano» con lo «pagano».

Pues bien, ¿cómo hay que ver todo eso, a la luz de la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia? ¿Cómo tiene que comportarse un feligrés ante este tipo de pastores? ¿Hasta qué punto un católico «evangélico» está obligado a obedecerles?

En concreto: ¿Son válidos los sacramentos administrados con esa mentalidad? Más concreto aún: Si alguien recibe la ordenación con ese tipo de mentalidad, ¿es válida?

Quiero solamente apuntar un problema de tipo pastoral y teológico.

– Simonía: ¿Por qué no se interviene?

¿Acaso se trata de un problema ya superado, que no tiene nada que ver con la situación actual de la Iglesia? ¿Por qué, entonces, las autoridades competentes no hacen nada al respecto, permitiendo que se siga con abusos tan fragrantes en una materia tan delicada? ¿Acaso no se dan cuenta de que hay curas que celebran hasta 10-15 misas diarias, como tiroteo de metralleta y con grave escándalo para la comunidad cristiana?

Además, hay misas con 10-20-30 y más intenciones y cada una con su respectiva cuota. A veces, para leer todas estas intenciones dos o tres veces durante la misa, se tiene que hacer todo de prisa, con bastante molestia de parte de la gente que no está conforme con esa manera de llevar las cosas en la Iglesia.

Por eso no hay tiempo para la enseñanza y el pastoreo. Ahora bien, si esto no es simonía, díganme, entonces, en qué consiste la simonía.

No me dirán que todo eso es fruto de celo apostólico. Si quieren una prueba, quítenles la recompensa económica que perciben por estos «servicios» y verán si esos curas siguen con el mismo ritmo de «trabajo».

¿Por qué, entonces, no se interviene en ese asunto? ¿No será por la ley de la demanda y la oferta? Puesto que contamos ya con tan pocos curas, ni modo, tenemos que aceptarlos así como son. De otra manera, si nos ponemos quisquillosos con ellos, arriesgamos con quedarnos sin nada.

Ante esta situación, mi pregunta es: ¿No habrá llegado el tiempo de poner mano al hacha (Mt 3, 10) y pensar en algo diferente para el futuro de la Iglesia? En realidad, de seguir así, no veo otro futuro posible que la derrota. De hecho, ¿qué se puede hacer con tan pocos ministros ordenados y estos dedicados casi exclusivamente al culto?

7.- INTENTOS DE SOLUCIÓN

– Separar la economía del culto.

Es el primer paso que hay que dar. Solamente así se despeja el panorama, se empiezan a ver las cosas en la perspectiva correcta y a enfrentar los problemas con la actitud correcta. ¿Y para encontrar los recursos económicos necesarios para sostener a los ministros y en general sufragar los gastos del culto?

¿Qué nos dice la Biblia al respecto? ¿Cuál fue la experiencia de las primeras generaciones cristianas? ¿Cómo hacen hoy en día los de la competencia? Pues bien, ¿por qué no hacemos el intento de ponernos de una vez en el camino correcto? ¿Qué estamos esperando? ¿Por qué no nos decidimos de una vez a cortar por lo sano?

Se supone que en cada parroquia habrá un cierto número de feligreses comprometidos. Pues bien, que cada uno de estos se comprometa a ofrecer periódicamente una aportación económica, según sus posibilidades y el grado de su entrega a las cosas de Dios. Y con eso se arranca con un nuevo estilo de pastoral. Se deja de una vez la costumbre de dedicar tiempo y energías en asuntos de poca trascendencia en orden a la misión de la Iglesia, como son las misas para cualquier cosa con el único objetivo de recaudar fondos económicos, descuidando lo más importante.

Después, poco a poco, dedicando más tiempo y energía a la evangelización y el pastoreo, aumentará el número de los católicos comprometidos y con eso la posibilidad de contar con más recursos económicos, que se podrían invertir en apoyar económicamente a más agentes de pastoral, hasta no cubrir todas las necesidades espirituales de la comunidad cristiana.

Es posible que algunos presbíteros, ante esta perspectiva, prefieran retirarse de una vez por no sentirse en condiciones de dar este paso. De hecho, no faltan presbíteros que se sienten totalmente alérgicos a la evangelización y el pastoreo, tanto que, al no contar con recursos económicos suficientes mediante la administración de los sacramentos, muchas veces se dedican a la enseñanza en los colegios o a otro tipo de actividades. Es que en el seminario no les enseñaron a ser pastores de almas, sino administradores de sacramentos.

Ni modo. Todo cambio implica siempre dificultades y sufrimiento. Sin embargo, si hay fe en el poder de Dios y los destinos de la Iglesia, todo se resuelve. No nos olvidemos de las palabras de Jesús: «Busquen primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6, 33).

De otra manera, todo se vuelve en pura palabrería: hablar tanto en favor de los pobres y al mismo tiempo hacer poco o nada para que se superen, dejando que se ahoguen en ritos, agua bendita, imágenes y procesiones, a la insignia de la dichosa Religiosidad Popular, un recurso «teológico» para camuflar una actitud de desinterés, abandono y hasta explotación.

De todos modos, si esto funcionó en el pasado, hoy ya no funciona, puesto que la competencia se está encargando de abrir los ojos a nuestra gente, que, disgustada, nos abandona en busca de aires más puros.

Posiblemente por esta razón, los fautores de la Religiosidad Popular, al sentirse responsables del gran abandono en que viven las masas católicas, creen acallar su conciencia, haciéndose de la vista gorda y permitiendo que su gente fácilmente se pase a los grupos proselitistas. No se olviden que un día tendrán que rendir cuentas al Pastor supremo, por no haber cumplido con su obligación de evangelizar y apacentar al pueblo de Dios (Mc 16, 15; Hech 20, 28).

– Establecer parroquias personales.

La Iglesia Católica ya cuenta con algunos métodos efectivos de evangelización y pastoreo, surgidos en las últimas décadas y válidos para estos tiempos. Son los métodos manejados por muchos grupos apostólicos y movimientos eclesiales. Ahora bien, para que dichos caminos de fe se perfeccionen más y puedan explicitar a lo máximo sus potencialidades, sugiero que se otorguen a los asesores eclesiásticos de dichas organizaciones facultades especiales para que puedan administrar los sacramentos a sus integrantes, en la línea de las parroquias personales. Se puede empezar haciendo algún experimento, para ver su eficacia y funcionalidad.

En el fondo, se trata de replantear hoy en día la estrategia que se manejó en el pasado mediante las órdenes y las congregaciones religiosas, que inyectaron en las diócesis un nuevo fervor religioso con su presencia carismática. De hecho, hoy en día los grupos apostólicos y los movimientos eclesiales están dando el relevo a estas instituciones y representan el nuevo soplo del Espíritu, que puede dar a la Iglesia una nueva vitalidad.

Aunque esto no sea suficiente para marcar un nuevo rumbo a la Iglesia, de todos modos, representa una buena base para empezar a pensar en un proyecto operativo global, capaz de revertir la situación e infundir esperanza en los corazones abatidos.

8.- ACTITUD DE CONVERSIÓN

Regreso al Evangelio

Si se examinan los documentos oficiales, es lamentable notar cómo, durante los últimos 40 años, la Iglesia latinoamericana por lo general ha privilegiado la manera «cultural» de ver las cosas, descuidando lo primordial de su misión, que consiste precisamente en formar a «discípulos y misioneros» de Cristo.

Según mi opinión, ha sido un grave error, cuyas consecuencias aún no alcanzamos a percibir y medir suficientemente, un error que está llevando al catolicismo latinoamericano hacia el derrumbe, teniendo en cuenta de una manera especial la presión de los grupos proselitistas.

Pues bien, es tiempo de rectificar el rumbo, superando la tentación de empecinarnos en un camino que no tiene salida. No nos olvidemos del refrán: «Errar es humano; persistir en el error es diabólico». Empecemos, por lo tanto, a revisar todo a la luz de la fe, poniendo en primer lugar el anuncio y la vivencia del Evangelio, como manera propia de contribuir al progreso de nuestros pueblos, cumpliendo al mismo tiempo con nuestra misión específica.

Cambios necesarios

Naturalmente esto nos llevará a muchos cambios más dentro de la Iglesia, para que pueda situarse adecuadamente en el contexto histórico actual y cumplir con su misión.

– Seminarios.

Puesto que el futuro presbítero tiene que dedicarse esencialmente a la evangelización y el pastoreo, desde el seminario tiene que ser preparado y entrenado para eso. Ya no será suficiente que se le prepare solamente en el aspecto doctrinal. Teoría y práctica. Una vuelta de 180 grados en la formación de los futuros pastores de almas, que sin duda va a exigir muchos sacrificios.

– Ministerios.

Si la meta es superar el concepto de Religiosidad Popular como camino de salvación y atender a todo católico personalmente, para que se vuelva en «nueva creatura» en Cristo, necesariamente se tiene que reorganizar todo el aparato ministerial dentro de la Iglesia, dando a cada católico comprometido la posibilidad de ofrecer un servicio según el grado de su entrega y el don recibido. Y que todo servicio sea jurídicamente reconocido y económicamente remunerado, según las posibilidades concretas de cada comunidad.

En esta línea de pensamiento, la promoción del diaconado permanente sería algo prioritario, como puente entre el presbiterio y el pueblo en general.

– Seguridad doctrinal.

Es algo esencial para que el católico pueda hacer un camino de fe para volverse en «discípulo y misionero» de Cristo. Es necesario que conozca su identidad como miembro de la única Iglesia que fundó Cristo, que es el único salvador del género humano, y al mismo tiempo conozca la respuesta a las objeciones y los cuestionamientos, que vienen de los que tratan de confundirlo. Sin esta seguridad, no puede haber decisión en el seguimiento de Cristo y mucho menos entusiasmo y fervor misionero.

– Purificación de las costumbres.

En esta nueva perspectiva de fidelidad al Evangelio, no queda espacio para la mezcla entre la fe y el pecado, como se acostumbra actualmente en muchos lugares con ocasión de las fiestas religiosas o la recepción de los sacramentos, en que se junta el encuentro con Dios con la borrachera o la diversión escandalosa.

Que los acontecimientos de fe vayan tomando en la vida del cristiano el lugar que les corresponde, como momentos de gracia y motivo de mayor compromiso cristiano, en un clima de convivencia y sano esparcimiento. Que por lo menos como Iglesia tengamos una actitud firme y decidida al respecto, no dando a nadie motivo de confusión o escándalo.

CONCLUSIÓN

El pueblo latinoamericano aún parece obsesionado por el trauma de la conquista, deseoso de cortar con su pasado colonial y siempre mirando hacia Europa en busca de un gesto de aprobación, incapaz de buscar por sí solo su sitio en el concierto de los pueblos y marcar con plena libertad y originalidad su rumbo para el futuro.

Se parece a un adolescente celoso por sus descubrimientos, caprichudo y dispuesto a perderlo todo, con tal de no reconocer sus errores y su falta de perspectiva clara.

Bajo un manto de retórica y el gesto heroico, esconde un drama existencial, cuyo desenlace rebasa toda posibilidad de intervención y depende esencialmente de factores extraños e incontrolables.

Abrumado por la miseria y sin utopías factibles para el futuro, prefiere descargar toda responsabilidad en el destino o el hombre de la Providencia, el líder carismático, que todo lo resuelve como por arte de magia, más allá de toda previsión humana. De ahí también su miedo a la libertad y fácil aceptación de todo tipo de autoritarismo.

¿Y la Iglesia? No está exenta de los mismos traumas, vicios y sueños. En el discurso ampuloso, exuberante y complaciente esconde una actitud de inseguridad y búsqueda de caminos, hasta que no aparezca la estrella, que la lleve a Belén.

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Si con estas reflexiones en algo puedo contribuir a descubrir el alma del catolicismo latinoamericano y a estimular algunos de sus músculos atrofiados, me doy por bien servido.

Por otro lado, si alguien querrá compartir sus reflexiones al respecto, le estaré muy agradecido.

Que todo sea ad maiorem Dei gloriam.

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Managua, Nicaragua, C.A., a 17 de enero de 2008.

P. Flaviano Amatulli Valente, fmap.