La pregunta resulta entonces inevitable: ¿qué explica el crecimiento de la familia evangélica y el renovado vigor de su misión?
Miércoles 17 de Agosto de 2005
Argentina
El 14 de abril de 1986, un grupo de pastores evangélicos de Buenos Aires quiso dejar un "testimonio de fe" con la organización de un festival masivo en el estadio de Vélez Sársfield. Como garantía de éxito, los organizadores apostaron al poder de convocatoria del orador estrella de esa noche, el predicador Luis Palau, el argentino que había hablado "a más personas en el mundo", según podía leerse en uno de los volantes que circularon por las gradas. Al día siguiente, la crónica publicada por LA NACION cuantificaría en cinco mil los asistentes.
Diecisiete años después, Palau volvió a pulsar su capacidad de convocatoria con otro encuentro en Buenos Aires, esta vez en los bosques de Palermo. Para perplejidad de todos, el discreto número de asistentes a la primera convocatoria se había multiplicado en forma exorbitante: 400.000 personas en total después de dos jornadas de encuentro.
La entusiasta acogida dispensada a Luis Palau, en realidad, no hizo más que darle mayor visibilidad al crecimiento que, en los últimos años, experimentaron en la Argentina (y en toda América latina) las iglesias cristianas no católicas. Hoy son casi 3000 los grupos religiosos inscriptos en la Secretaría de Culto de la Nación; de ese total, se calcula que el 65 por ciento, es decir 1950, son evangélicos, aunque el Consejo Nacional Cristiano Evangélico estima que son unos 15.000, ya que son muchos los que no están inscriptos. Más aún: se estima que en la Argentina hay siete millones de personas que profesan ese culto, es decir, cerca del 18 por ciento de la población.Una proporción que se hace aún más significativa al situarla trepando sobre la coordenada del tiempo: de acuerdo con el testimonio del pastor metodista Emilio Monti, antigua cabeza de la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (FAIE), la comunidad evangélica se habría cuadruplicado en los últimos veinte años.
El padre Luis Farinello, un sacerdote conocido por la efectividad de la obra social que desarrolla en sectores marginales de Quilmes, admite sin salvedades la creciente penetración que los grupos evangélicos tienen en las mismas zonas donde él mismo lleva cuarenta años batiéndose el cobre para dar una "vida digna" a los pobres. Farinello estima que, en su distrito -una muestra nada desdeñable con sus más de ochocientos mil habitantes-, la proporción entre el número de templos evangélicos y el de capillas católicas es de "nueve a uno" a favor de los primeros.
Las cifras en alza que desde la reapertura democrática van jalonando la historia reciente de este movimiento, nacido con las misiones protestantes llegadas al país en el primer tercio del siglo XIX, son sólo una dimensión de la actual vitalidad del evangelismo argentino. Para decirlo de una vez: los evangélicos en nuestro país son cada día más, pero también más activos y mejor avenidos entre sí.
Razones
La pregunta resulta entonces inevitable: ¿qué explica el crecimiento de la familia evangélica y el renovado vigor de su misión? La respuesta tiene que ver con al menos tres aspectos no siempre fáciles de deslindar: las circunstancias históricas del país, la misma naturaleza "movilizadora" del mensaje evangélico y la vehemente actitud con la cual los fieles se han venido aplicando en su esfuerzo proselitista.
Norberto Saracco, autor de una tesis doctoral sobre la historia del pentecostalismo argentino, ofrece el primer argumento para entender ese fenómeno que las propias iglesias llaman de "avivamiento". "Como todo fenómeno religioso, lo ocurrido en Argentina hay que ponerlo en un contexto social y político. La reapertura de la democracia trajo un rebrote de las libertades y un crecimiento geométrico de las iglesias evangélicas". Saracco -que sitúa el caso argentino en paralelo con lo ocurrido en otros países latinoamericanos como Guatemala o Brasil, que han experimentado una transformación evangélica aún más llamativa- se retrotrae hasta las décadas que van de los 50 a los 70, para hablar de la "crisis de los populismos" y de la reabsorción por parte de los grupos religiosos de las energías que hasta entonces habían sido catalizadas por la política. Un efecto especialmente visible en los sectores más humildes. "Esa gente desarraigada descubre que su vida tiene un sentido nuevo y que hay un rol que cumplir", comenta Saracco.
Las observaciones del pastor resultan más que congruentes con la realidad. La mayor penetración de las iglesias se ha dado efectivamente en aquellos lugares donde lo único que se manifiesta con prodigalidad es la pobreza. En La Matanza, según los pastores de la zona, el número de fieles supera los 400.000 (casi una tercera parte de la población). Y respecto al segundo factor explicativo, la fuerza de un mensaje que persuade a las personas para convertirse en "instrumentos" de la voluntad divina, lo dice todo el hecho de que la mayor parte de los neofieles ?hasta el 80%, según las federaciones? hayan sido abrazados por las iglesias de corte pentecostal, que se identifican precisamente por el acento puesto en el carácter movilizador e inspirador del Espíritu Santo.
Fortunato Mallimacci, sociólogo de la religión adscrito a la Universidad de Buenos Aires (UBA) y al Conicet, concede que el espacio ganado por las confesiones protestantes puede verse hasta cierto punto como un terreno perdido por el catolicismo, aunque también lo relativiza al recordar que la identidad religiosa de buena parte de la población argentina hoy no es unívoca, sino que es muy común encontrar lo que describe como "fieles con doble o triple pertenencia". Mallimacci utiliza la expresión "cuentapropismo religioso" para referirse a este fenómeno, que pasaría por ser una suerte de confesionalidad híbrida identificable en aquellas personas que, como señala Mallimacci en varios de sus escritos, "arman y rearman sus propios significados a partir de leer, escuchar y participar en diversas manifestaciones de grupos e instituciones religiosas". Estos matices permiten entender el avivamiento evangélico sin magnificarlo. "Tomarse con demasiada seriedad la cifra de cuatro millones de evangélicos sería tan ingenuo como pensar que el 90% de católicos que señalan los estudios son católicos activos", dice Mallimacci.
Militantes de la fe
Todo indica que el éxito del nuevo evangelismo se relaciona en buena medida con la habilidad de sus líderes para conseguir implicar a toda la comunidad de fieles en las tareas de apostolado, hasta el punto de que dentro del evangelismo argentino se suele hablar abiertamente de "militancia" para referirse al compromiso de expansión del evangelio contraído por los creyentes.
De la mano del crecimiento de sus iglesias y conscientes de que por su número se han convertido en un banco de votos muy codiciado, algunos sectores dentro del protestantismo argentino están impulsando un cambio de actitudes que busca favorecer una participación más visible de los fieles: el compromiso cívico debe explotar también la veta política, sostienen algunos sectores. Aquí, el testimonio el ex presidente del Consejo Pastoral de Santa Fe, José Faienza, resulta muy significativo. Después de oponerse frontalmente durante décadas a la entrada en política de los grupos cristianos -no sólo él, ya que el repudio a cualquier tipo de acción partidaria ha sido generalizado en la familia evangélica-, el propio Faienza se candidateó en las últimas elecciones municipales de la ciudad norteña. "Nadie enciende una luz para ponerla debajo de una mesa", dice, echando mano de un didactismo que es moneda común entre los pastores. A lo que apunta el candidato de una lista que cosechó 6.400 votos en esos comicios es a la interpretación cada vez más extendida entre los fieles de que un compromiso solidario consistente trae de la mano la asunción de responsabilidades políticas. Y más aún en el contexto de crisis y descrédito de la cultura política que vive el país. "Dios nos pide que hagamos un llamado a construir una vida más justa para todos", dice este pastor de 65 años, 46 de los cuales los ha dedicado al ministerio evangélico, al tiempo que afirma que los evangélicos estarían en disposición de dar "una respuesta que los demás no dan".
La discusión acerca de la conveniencia o no de promover iniciativas políticas no es, sin embargo, una cuestión cerrada dentro de la comunidad evangélica. Tan fácil como encontrar opiniones en un sentido sería recopilar las del sentido contrario. Lo relevante en este punto es constatar que, pese al vehemente rechazo de algunos pastores, hay signos de cambio. Arturo Hotton, candidato por el Movimiento Recrear a vicegobernador de Buenos Aires en las últimas elecciones, presidente de la Fundación Promesa -una entidad que desde 2003 pretende alentar a la participación de cristianos en política- y figura en torno a la cual, al parecer, se aglutina la mayor parte de los evangélicos decididos a hacer política, asegura que existe entre los creyentes un "conciencia mayoritaria" de la necesidad de implicarse partidariamente. "Claro que no sería una búsqueda del poder por el poder -explica Hotton-, sino como un camino para cambiar las cosas."
¿Significa esto que el voto evangélico podría propiciar algún movimiento de peso en el panorama político de Argentina? Hasta ahora han cosechado magros resultados: la apuesta más firme y ruinosa fue el Movimiento Cristiano Independiente, que en 1994 concurrió sin ningún éxito a las elecciones de representantes constituyentes. En realidad, Hotton habla de una nueva mentalidad de los evangélicos que, de alguna forma, los habilita para cumplir un rol más activo dentro de la vida cívica.
Coincidentemente, Pedro Antonin, ex director de Cáritas Argentina, admite que la presencia evangélica en el área social es tan gravitante como para que hoy se la considere "el segundo actor social", después de Cáritas.
En el panorama cambiante del evangelismo argentino, otro signo nuevo tiene que ver con el progresivo fenómeno de integración que han protagonizado estas iglesias y que queda patente en el hecho de que, por primera vez, las tres federaciones que las representan estén sentadas desde 1996 en la mesa común de la CNCE. Gracias a esa integración, concretada a lo largo de los últimos diez años, el evangelismo argentino ha obtenido, en opinión de Humberto Shikiya, director del cristiano Centro Ecuménico de Asesoría y Servicio (Creas), un beneficio de legitimidad. "El salir en los medios de comunicación dio a las iglesias no sólo visibilidad, sino legitimidad ante la sociedad argentina", comenta Shikiya. Y todavía más, la constitución del CNCE habría permitido finalmente a los grupos evangélicos figurar como un interlocutor social claramente identificable. Botones de muestra, al menos dos: la presencia del CNCE en la Mesa del Diálogo Argentino y la de grupos de pastores en los Consejos Consultivos del Plan Jefas y Jefes de Hogar.
En este punto resulta iluminador recordar el análisis de Fortunato Mallimacci sobre la trascendencia de esta irrupción de movimientos religiosos de nuevo cuño como el evangelismo. "Lo diferente hoy -sostiene el sociólogo- es que el espacio de lo popular ya no está controlado por grupos políticos partidarios, sino que los grupos religiosos gozan de una legitimidad tal que son consultados por los gobernantes para pedirles su opinión sobre los planes sociales, culturales y de empleo que se deciden implantar."