El clericalismo representa la raíz de los grandes desajustes que existen actualmente en la Iglesia. Pues bien, ¿cómo se llegó a esta situación?
Por el P. Flaviano Amatulli Valente, fmap
Carismas y servicios
En la Primera Carta a los Corintios, capítulo 12, San Pablo nos presenta a la Iglesia como un cuerpo, en el cual cada miembro tiene su función especial y su importancia. Ningún miembro puede decir a otro: “Solamente yo valgo; tú no sirves para nada”.
Claro que habla también de una jerarquía en los servicios: primero ser apóstol, después ser profeta y después ser maestro ( 1 Cor 12, 28). Se trata de las tareas fundamentales en la Iglesia y que pueden ser realizadas por personas diferentes o las mismas personas. Sería muy conveniente que los pastores de la Iglesia tuvieran estos tres carismas.
De todos modos, la dignidad para cada miembro quedaría siempre igual, puesto que es el mismo Espiritu quien da a cada uno la capacidad para servir y es el mismo Cristo a quien todos sirven.
Desequilibrio: el clericalismo
Al comparar la doctrina bíblica sobre la Iglesia con la situación actual, de inmediato salta a la vista un norme desequilibrio. Por un lado encontramos a una masa de cristianos amorfa, sin derechos ni responsabilidades, y por el otro a un clero todopoderoso, detentor exclusivo del saber y del poder religioso, acaparador de funciones y beneficios, y por colmo de males muy reducido y dedicado casi exclusivamente al culto, descuidando la acción profética y propiamente pastoral.
¿A qué se debe este cambio tan trascendental? Sin duda es muy importante conocer todo esto. En efecto solamente conociendo esto, podremos llegar a la raíz del problema e intentar una solución. Como el médico que podrá curar al enfermo solamente al conocer la causa del malestar.
Evidentemente no se trata de algo fácil. Lo que importa por el momento es vislumbrar el camino correcto y empezar a recorrerlo. A otros tocará ahondar en la investigación y matizar más los hechos.
Causas del desequilibrio: El título sacerdotal
Según mi opinión, el título sacerdotal representa la primera causa del desequilibrio. Este título se impuso a finales del siglo dos, principios del siglo tres con las consecuencias que es fácil constatar: honores especiales para la jerarquía con el predominio del elemento cultual y un cierto alejamiento de los demás miembros de la Iglesia. Lo que precisamente Jesús quería evitar.
En efecto, Jesús nunca se atribuyó el título sacerdotal ni lo quiso para los guías de su Iglesia. Para estos, en todo el Nuevo Testamento encontramos los títulos de apóstoles, profetas, pastores, obispos, presbíteros, diáconos, evangelistas… títulos todos que subrayan más la responsabilidad que los honores y los beneficios correspondientes al cargo.
Así que, Jesús ejerció su sacerdocio sin título, lo mismo hicieron los apóstoles y los guías de las primeras comunidades cristianas. Este título más bien se aplicó a la Iglesia como tal, llamado precisamente “Pueblo sacerdotal” (1Pe 1,9), o aunque tardíamente al mismo Cristo, único, supremo y eterno sacerdote (Heb 5, 10).
¿Por qué? Porque Jesús no quería que los dirigentes de su Iglesia se confundieran con los sacerdotes paganos o judíos, cuya función se desarrollaba esencialmente alrededor de un templo y en una línea eminentemente cultual, objetos de veneración, honores y privilegios especiales.
Sin duda, al realizarse el cambio y adoptarse el título sacerdotal, hubo una desviación en toda la actitud y la acción de los dirigentes de la Iglesia. Al sentirse sacerdotes más que apóstoles, profetas y maestros, ya no se preocuparon seriamente por el anuncio del evangelio, guía de la comunidad y la búsqueda de la oveja perdida. Empezó la pastoral cultual y de espera, dejando a un lado la pastoral profética y de conquista.
Y es lo que estamos viviendo hasta la fecha y que nos está acarreando tantos problemas. En los seminarios, en los encuentros de los presbíteros y en todos los documentos de la Iglesia se habla siempre de sacerdocio, espiritualidad y actividad sacerdotal. Muy poco se habla del papel proféti~ co y propiamente pastoral de los dirigentes de la Iglesia. Hasta que por fin, el último documento pontificio habla de “pastores”: “Pastores dabo Vobis” (les daré pastores).
Constantino
Al ver que no se podía sofocar el cristianismo y al notar en la Iglesia Católica la nueva fuerza emergente de la sociedad, Constantino quiso aprovecharla en favor del imperio.
Por eso, no solamente dio libertad de culto a la Iglesia (año 313 d.C.), sino que le concedió honores especiales a la jerarquía, aumentando más la brecha entre ésta y el pueblo católico en general. Así se fue perfilando una Iglesia piramidal al estilo imperial, recalcando los moldes de la sociedad civil. Muchas formas actuales de vestir y ejercer la autoridad en la Iglesia vienen precisamente de aquella época.
- Emperador ‑ Papa
- Gobernadores ‑ Obispos
- Funcionarios ‑ Sacerdotes, diáconos y otros ministros
- Ciudadanos ‑ Feligreses
Pasado el tiempo de las persecuciones, durante el cual es arriesgado ser Obispo, sacerdote o ministro, empieza el tiempo de la colaboración entre la Iglesia y el Estado.
Y en este cambio quien se aprovecha más es el clero. Por eso aumentan los candidatos para ser ministros de la Iglesia, por motivos no siempre espirituales, sino de ventajas personales. Lo que provoca un cierto decaimiento en el clero.
Lo mismo pasa con el laicado. Puesto que la religión católica se vuelve en religión de estado, todos quieren pertenecer a ella por motivos sociales y económicos. Y así decae también el laicado, con menos preparación y compromiso cristiano.
Decaimiento y separación entre clero y laicado son dos constantes de esta época, hasta que el clero se volvió en una “clase” de gente “experta” en las cosas de Dios, frente a un laicado incompetente y simple expectador.
Feudalismo
Mientras duró el imperio romano, con su profundo sentido del derecho y el respeto para todos, las cosas marcharon más o menos bien. El simple cristiano se sentía plenamente miembro de la Iglesia como el clérigo, gozando de la misma dignidad.
Las cosas cambiaron cuando cayó el imperio romano y se establecieron los nuevos reinos bajo la supremacía de los pueblos invasores. Estos hicieron sentir fuertemente su influjo, implantando las costumbres bárbaras propias de sus ancestros.
Con Carlomagno (año 800 d.C.) esta nueva sociedad tomó forma definitiva, dando origen al feudalismo en el marco del Sagrado Imperio Romano.
En esta estructura social, el pueblo quedó dividido en dos categorías: por un lado los señores (nobles) y por el otro los servidores (plebeyos), dando al traste con el concepto de dignidad fundamental presente en todos los seres humanos a nivel de Iglesia y a nivel de sociedad.
Pues bien, hasta la fecha estamos sintiendo las consecuencias de este duro golpe, aceptando sin pestañear el papel de patrón absoluto que ejerce el clero en los asuntos eclesiales, no solamente tomando decisiones en el campo espiritual, sino también disponiendo a su antojo de los bienes materiales de la Iglesia, sin dar cuentas a nadie.
Recuperación y división
Alguien dirá: “No hay que extrañarse del influjo que la sociedad ejerció sobre la Iglesia. Por ser los cristianos al mismo tiempo miembros de la sociedad civil y miembros de la Iglesia, es normal que haya un influjo de la Iglesia sobre la sociedad y de la sociedad sobre la Iglesia”.
“Es cierto ‑les contesto yo ‑ Lo que me extraña no es esto, sino el hecho que, mientras la jerarquía aceptó con tanta facilidad los honores y beneficios inherentes a su cargo al estilo de las autoridades civiles de los tiempos pasados, no manifestó la misma premura en deshacerse de todo esto, imitando a las autoridades civiles de los tiempos actuales”.
En efecto, ciertos títulos, cierta manera de vestir y ejercer la autoridad, sin duda son resabios de tiempos pasados en un anacronismo sin precedente. Y es la actitud que Cristo ciertamente quiso evitar: la de los honores y la búsqueda del provecho personal.
“Algo natural ‑se dirá‑; es que somos pecadores”.
“Claro que somos pecadores. Por eso es importante aclarar las cosas y decidir el rumbo que se quiere seguir para ser fieles a Cristo, no confundiendo el estado de hecho con la voluntad de Dios”.
El problema del papado: El cisma de Oriente
La institución eclesiástica que más sintió el efecto del desequilibrio, fue el papado. Tratándose de algo muy importante a nivel de Iglesia y sociedad, todos quisieron ponerle las manos encima. El siglo décimo señaló el momento de mayor decaimiento para dicha institución, que se volvió en botín disputado entre las más importantes familias romanas. Para lograr sus fines, no se rehusó ningún medio lícito o ilícito, acudiendo hasta el asesinato del Papa reinante para imponer a un miembro de la propia familia.
Frente a esta situación, la Iglesia de Oriente, cuyos obispos salían del monacato, se sintió sumamente molesta por tener que depender de un Papa inexperto, ambicioso y muchas veces inmoral. Esto poco a poco la llevó a pensar en una separación, que se llevó a cabo el año 1054.
Las razones oficiales fueron simplemente un pretexto:
- ‑Panes con levadura (orientales) o sin levadura o ázimos (occidentales) para celebración de la Eucaristía.
- ‑Procedencia del Espíritu Santo del solo Padre (orientales) o del Padre y del Hijo (occidentales).
Las razones reales fueron otras:
- ‑Cierta oposición que siempre hubo entre Oriente y Occidente, desde que Roma conquistó el mundo oriental.
- ‑Decaimiento general en que se encontraba la Iglesia de Occidente, empezando por el papado.
Después de un golpe tan duro, la Iglesia reaccionó tratando de impedir la intromisión de las autoridades civiles en los asuntos eclesiásticos y especialmente en el problema de la elección del Papa.
El problema del clero: Reforma protestante
Quedaba el problema de los obispos y los sacerdotes. Por la ley del mayorazgo, el hijo mayor era el que heredaba el título nobiliar y los bienes patrimoniales correspondientes. Los demás hijos quedaban sin herencia alguna y por lo tanto tenían que arreglárselas como mejor pudieran para vivir de acuerdo con su rango.
En esta situación, la carrera eclesiástica representaba una buena opción para conseguir honores, poder y medios económicos. Por eso muchos hijos de los nobles eran encaminados hacia la carrera eclesiástica, con miras a ocupar obispados, abadías o parroquias opulentas, muchas veces sin una verdadera vocación ni preparación.
Muchos manifestaron su inconformidad frente a esta situación, exigiendo un cambio en la Iglesia. Fue la época del florecimiento de las órdenes monacales y mendigantes (protesta silenciosa, del testimonio y del anuncio) y de la proliferación de la herejía (protesta del rechazo y el enfrentamiento, muchas veces sofocada en la sangre). Ninguna de las dos formas de protesta tuvo éxito, logrando un cambio en la Iglesia. Hasta que llegó Lutero (año 1517 d.C.) y otra vez se cimbró toda la cristiandad.
Lo que afirmó Lutero fue lo que precisamente los herejes iban repitiendo desde hacía mucho tiempo: la negación del sacerdocio y de los sacramentos, que la doctrina del ex opere operato había transformado en una mecánica repetición de ritos en favor de un encuentro directo con Dios, como medio para asegurar la salvación. Es que no se vislumbraba ninguna solución al problema del clero, ligado a los intereses de las grandes familias y despreocupado por los asuntos realmente espirituales.
Una vez perdidos los países nórdicos, la Iglesia reaccionó decididamente mediante la Contrarreforma Católica (Concilio de Trento), cuyo pilastre fue la formación del clero mediante el seminario.
Desde entonces, sea en el mundo protestante (protestantismo histórico: luteranos, calvinistas, anglicanos, presbiterianos, bautistas, metodistas, etc.) que en el mundo católico, la máxima preocupación consistió en la preparación de los ministros.
“En el fondo ‑se pensaba‑ el pueblo sigue siempre a sus pastores. Contando con buenos pastores, todo el problema estará resuelto”.
Y es la mentalidad que persiste hasta la fecha. Por eso se sigue insistiendo tanto en la promoción vocacional hacia el sacerdocio y la vida religiosa, mediante retiros, colectas y oraciones. La convicción general es que, teniendo buenos sacerdotes y buenas religiosas, el pueblo católico quedará debidamente atendido.
El problema del pueblo: Sectarismo
Según esta manera de ver las cosas, el pueblo está compuesto por puros borregos, que seguirán siempre a sus pastores, aunque sin saber el por qué.
Hasta que llegó el sectarismo y puso fin a esta ilusión. ¿Qué es el sectarismo? Por sectarismo entendemos aquellos grupos o movimientos religiosos, que empezaron a surgir en el seno del protestantismo histórico desde principios del siglo pasado y siguen proliferando aún más en estos días: mormones, adventistas, testigos de Jehová y toda la línea pentecostal, sumamente fragmentada con su último disfraz llamado “Cristianos”, “Amistad Cristiana”, “Católicos Bíblicos” y afines.
Estos grupos, nacidos en el humus protestante, rechazan al mismo tiempo el catolicismo y el protestantismo histórico, en general a todas las denominadas “Iglesias históricas”. ¿Cuáles son sus cuestionamientos básicos y la raíz de su éxito? Helo aquí en pocas palabras:
La salvación es un asunto de todos uno por uno, no un asunto de los ministros y nada más. Por lo tanto:
- ‑Cada individuo tiene que conocer a Dios personalmente, mediante un estudio atento de su Palabra, la Biblia.
- ‑Cada individuo tiene que entregarse a Dios personalmente. Muchas veces esta entrega coincide con el bautismo y es acompañada de una experiencia vital de Dios (especialmente en la línea pentecostal).
- ‑Cada bautizado tiene que vivir su fe en comunidad.
- ‑Cada bautizado tiene que ser un misionero.
Con estos principios básicos, las sectas se vuelven un peligro muy grave para las Iglesias históricas, contando sus miembros con un alto grado de conciencia, una organización capilar y un espíritu fuertemente agresivo.
En realidad, entre nosotros solamente los sacerdotes y las religiosas tratan de conocer a Dios con cierta seriedad, para entregarse a El y ser sus misioneros. ¿Y los laicos? Nada o casi nada.
Solución
Para solucionar el problema del sectarismo, es necesario antes que nada tomar conciencia de sus cuestionamientos básicos y después tener el valor de arrebatarle sus mejores banderas. De otra manera, seguirá el éxodo de los católicos hacia las sectas.
La pedagogía del burro
Como hemos podido constatar en el desarrollo de este tema, en la Iglesia Católica fue siempre necesaria la presencia de grandes crisis (Cisma de Oniente y Reforma Protestante), para que se pudiera tomar conciencia clara de los problemas y decidirse a tomarlas medidas pertinentes. Como sucedió con los mismos apóstoles, que para decidirse a salir de Jerusalén y marcharse “por todo el mundo” para anunciar el Evangelio, fue necesaria la persecución. Es que tenemos la cabeza muy dura y estamos acostumbrados a entender solamente el lenguaje del palo.
En el caso de las sectas, ¿qué más necesitamos para entender que tenemos que cambiar muchas cosas en la Iglesia, para poner fin a la continua sangría de católicos que cada día se pasan a las sectas?
En Guatemala, las sectas ya rebasaron el 30% de la población total, que antes era el 100% católica. En México, existen pueblitos, aldeas, colonias o barrios, antes completamente católicos y ahora casi completamente protestantes.
Muchos piensan: “Las sectas son grupos insignificantes. ¿Por qué preocuparnos tanto?” Y siguen durmiendo. Mientras las sectas avanzan. ¿Acaso estamos esperando que primero nos abandone la mitad del pueblo católico para reaccionar en forma decidida y organizada?
¿Hasta cuándo seguiremos con la pedagogía del burro, para despertar del largo sueño en el que nos encontramos sumidos y emprender cambios reales y profundos en nuestra pastoral?
¿Acaso no logramos darnos cuenta de que en el fondo se trata del problema del laicado, que ya está cansado de sentirse marginado de la vida eclesial y reclama mayores espacios de participación?
Como al tiempo de la Contrarreforma Católica se hizo hincapié en la formación del clero y el desarrollo de las congregaciones religiosas, así ahora es necesario impulsar la presencia del laicado en la vida de la Iglesia.
Naturalmente, es necesario hacer esto, sin olvidar las vocaciones sacerdotales y religiosas. Se trata de aceptar los nuevos estímulos, que nos vienen de las nuevas realidades en que vivimos y ponerla Iglesia en grado de dar aquel servicio que las nuevas circunstancias históricas le exigen.
Querido Padre Amatulli, veo con mucho interés sus comentarios, y compruebo como la invasión sectaria está mermando a creyentes católicos con más ignorancia que devoción sobre estos asuntos del sectarismo, pareciera que tanto la mayoría de nuestros queridos sacerdotes, sospecho que la mayoría así como laicos y evangelizadores catequistas somos demasiado confiados y pasivos, sin prepararnos para introducir la apologética como parte de los programas de preparación para recibir los sacramentos, como lo hacen Apostoles de la palabra y otros grupos de apologistas que veo en internet, donde con tristeza veo que los intentos der DEBATES se convierten en COMBATES tirándose a la cara toda esa mezcolanza de doctrinas equivocadas sin ton ni son por parte los hermanos sectarios anónimos. También veo con alegría que pastores protestantes que estudian a fondo, han regresado a casa. No dejo de pensar en lo que dicen las palabras del presidente Roosveelt (1912) masón por cierto, «no podremos absorber a los países latinoamericanos mientras sean católicos». ya que a partir de l969 con el informe Rockefeller se destapa la causa de tantas sectas que nos invaden, sospechosamente todas repiten las mismas objeciones y ataques, aunque se dicen diferentes y las primeras. yo desde mi trinchera seguiré aclarando esos ataques con la esperanza de recuperar la undidad (jn 17,21) y poniendo mi confianza con las palabras dichas por nuestro Señor cuando fundó su única Iglesia, «Y LOS PODERES DEL INFIERNO NO PREVALECERÁN CONTRA ELLA. Le vuelvo a saludar con todo cariño y respeto.
Pues que se esperaba losa sacerdotes no usan la Biblia ni la meditan en su vida,los buenos cristianos tratamos de seguir la Palabra de Dios y no simplemente ritualismos adsurdos y inexplicables
¿El laicado marginado? ¿El laicado quiere más espacios de participación? Desde el Concilio Vaticano II, los laicos participan más y más.
No. Opino que ese no es el problema. Sí lo es la presunción, el envanecimiento, las ínfulas de superioridad de los sacerdotes. Son inaccesibles. Sus servicios son muy restringidos. Parecen andar más ocupados en lo administrativo que en lo pastoral. ¡Hombre! Que los laicos se ocupen de lo administrativo y los sacerdotes de la atención a los fieles: catequesis, sacramentos, dirección espiritual
El Padre Michel Marie Zanotti Sorkine, llamado «El Nuevo Cura de Ars de Marsella» es un sacerdote comprometido con sus fieles. Está disponible todo el tiempo en su parroquia, abierta a toda hora, luce sotana, cuidadoso del esplendor en los altares y en el templo. Se hizo cargo de una parroquia a punto de cerrarse y la resucitó, la llenó de vida, de fieles, ha habido conversiones de musulmanes gracias a él. Y no hablo de que celebre Misa Tridentina. No. Pero no se toma libertades, cumple las normas litúrgicas y canónicas
Él es la prueba de que los católicos no quieren un catolicismo protestantizado, sino una vuelta a la identidad católica; a unos sacerdotes que se enorgullezcan de serlo y parecerlo, no a los que se avergüencen y acobarden de que los identifiquen como tales; a unos sacerdotes que no tiemblen de miedo de ser tildados de retrógrados, que no adopten unas ridículas conductas «modernistas»; que no inventen nuevas teologías, sino que se ciñan a las enseñanzas bimilenarias.
https://www.youtube.com/watch?v=LTOUHz0ejYc
Hola Padre Amatulli, buen día, he tenido la oportunidad de conocerlo a través del canal Maria Visión, he de decirle que su artículo a sacudido mi Fe como católico, es algo que me asusta jamás había leído algo así, sin embargo me inspira a prepárame bien de hecho ya he venido tomando algún par de diplomados en internet a través de escuela de la Fe, clases de catecismo a la parroquia que pertenezco y actualmente como matrimonio estamos ayudando a nuestra parroquia en impartir un curso de método de ovulación billings ( del cual mi esposa ya esta certificada )estamos a favor de la vida, como matrimonio hemos tenido oportunidad de ir a ejercicios espirituales los cuales nos han ayudado al crecimiento de nuestra Fe. Siempre he tenido la inquietud de saber más de mi Fe y es parte de mis propósitos de año nuevo, creo que es algo que le admiro a los protestantes su forma de preparase, me gustaría poderme formar en Biblia y Apologética pero no se por dónde comenzar agradecería mucho me dijera si tienen algún curso que comiencen en línea, o que libros y vídeos comprar de la tienda de ustedes, sueño con tomar algún diplomado en Roma y conocerla. Quiero fortalecer mi Fe pero se que el único camino es conociéndolo a través del estudio profundo. Quedo en espera de su valiosa respuesta.
P.D. Agradezco que me marque en copia a otro mail : jasesor@gmail.com