Recientemente, el nuncio apostólico en Gran Bretaña, Mons. Miguel Maury Buendía, anunció que el Papa Leo XIV no planea derogar las restricciones impuestas por su predecesor, el Papa Francisco, sobre la celebración de la Misa tradicional en latín, conocida como Forma Extraordinaria del Rito Romano. Sin embargo, precisó que se concederán dispensas de dos años a los obispos que las soliciten, lo que ha generado cierta confusión en los medios católicos.

Para comprender la noticia, es fundamental situarla en su contexto histórico y pastoral. En 2021, el Papa Francisco promulgó el motu proprio “Traditionis Custodes”, que restringía la celebración del rito pre-Vaticano II. Su intención no fue prohibir la Misa antigua, sino asegurar la unidad litúrgica y pastoral en la Iglesia, evitando divisiones entre los fieles y promoviendo que la Misa postconciliar sea la norma, pues ella expresa plenamente la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.

El documento establece que los obispos pueden autorizar la Misa tradicional, pero sólo en lugares específicos, no en parroquias ordinarias, y sin crear nuevas parroquias personales dedicadas exclusivamente a ella. Esta normativa busca evitar la fragmentación dentro de las comunidades parroquiales, fomentando un espíritu de comunión.

En la práctica, el Papa Leo XIV ha confirmado esta línea: no habrá una derogación general, pero los obispos pueden solicitar excepciones por dos años, renovables. Ejemplos recientes incluyen a la Diócesis de Cleveland y a San Angelo, Texas, donde los prelados recibieron permiso para celebrar la Misa antigua en determinados templos. Incluso el Cardenal Raymond L. Burke pudo celebrar la Misa tradicional en la Basílica de San Pedro con autorización pontificia.

Desde la perspectiva teológica y pastoral, esta decisión nos recuerda dos realidades esenciales:

  1. La riqueza de la tradición litúrgica: la Iglesia reconoce y valora la belleza, el rigor y la profundidad espiritual de la Misa antigua. Es un patrimonio que conecta a los católicos con siglos de oración y devoción.
  2. La prioridad de la unidad y comunión eclesial: la Misa postconciliar no es menos valiosa; es la expresión actual de la lex orandi de la Iglesia y garantiza que todos los fieles celebren juntos bajo el mismo rito reformado por el Concilio Vaticano II.

En síntesis, la Iglesia no está cerrando las puertas a la Misa tradicional, sino ordenando su celebración de manera que respete la unidad de los fieles. Para los pastores, el desafío es discernir con prudencia: cómo atender a quienes buscan la Forma Extraordinaria sin comprometer la comunión y la evangelización en la parroquia. Para los fieles, la invitación es a vivir la fe con fidelidad y apertura, reconociendo que la riqueza de la liturgia católica es amplia y diversa, siempre orientada al encuentro con Cristo en la Eucaristía.