Por el padre Jorge Luis Zarazúa Campa, FMAP
jorgeluiszarazua@hotmail.com

Introducción:
Un llamado urgente en tiempos de confusión

Vivimos tiempos marcados por una fe superficial, por la fragmentación espiritual y el riesgo constante de una religiosidad sin raíces ni frutos. Muchos dicen creer en Dios, pero pocos están dispuestos a seguirlo con radicalidad. En medio de esta realidad, la voz del P. Flaviano Amatulli Valente, sacerdote misionero y fundador de los Misioneros “Apóstoles de la Palabra”, resuena como un eco profético que llama a los bautizados a salir de la indiferencia y asumir su identidad de verdaderos discípulos misioneros.

El P. Amatulli no proponía un programa pastoral más, sino un camino de renovación espiritual a partir de cinco banderas que identifican al auténtico seguidor de Cristo. Estas banderas no son símbolos decorativos, sino señales de vida, compromiso y pertenencia. Quien las iza en su vida entra en la dinámica del Evangelio y comienza a vivir la fe de manera plena y contagiosa.

A continuación, presento estas cinco banderas, con su sentido teológico, pastoral y espiritual, como una invitación a construir una Iglesia viva y misionera, capaz de dar esperanza al mundo.

1. Primacía de la Palabra de Dios

“Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo” (San Jerónimo)

La primera bandera que levanta el verdadero discípulo es la centralidad de la Biblia. No se trata sólo de tenerla en casa, sino de ponerla como norma suprema de vida. En tiempos donde las opiniones humanas, las costumbres culturales o las supersticiones dictan el comportamiento de muchos creyentes, el Evangelio debe recuperar su lugar como autoridad definitiva.

El Concilio Vaticano II, en Dei Verbum, nos recuerda que “en la Sagrada Escritura, el Padre que está en los cielos sale amorosamente al encuentro de sus hijos” (DV 21). Escuchar esa Palabra, meditarla, obedecerla y anunciarla, es el inicio del verdadero discipulado. Todo lo que contradiga la Palabra, por muy tradicional que parezca, debe ser purificado a la luz del Evangelio.

El discípulo es, ante todo, oyente y servidor de la Palabra, como María de Nazaret (cf. Lc 1,38). Quien no se deja interpelar por la Escritura, difícilmente podrá cambiar su vida o evangelizar con poder.

2. Cristo, centro de la propia vida

“Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20)

La segunda bandera es la centralidad de Jesucristo. Muchos cristianos viven una fe distraída, centrada en devociones periféricas, amuletos o prácticas sin conversión. Pero la verdadera fe comienza cuando Cristo se convierte en el único Señor de la vida.

Aceptar a Jesús como Salvador implica confiarle toda nuestra existencia: decisiones, heridas, sueños, relaciones, miedos. No basta con mencionarlo o visitarlo de vez en cuando; se trata de vivir en Él y para Él. Solo cuando Jesús ocupa el centro, las demás cosas encuentran su justo lugar.

El discípulo verdadero no gira en torno a su comodidad, sino en torno a la cruz y la resurrección de Cristo. Es desde esa experiencia que surge una vida coherente, audaz y fecunda.

3. Experiencia de Dios

“Gusten y vean qué bueno es el Señor” (Sal 34,9)

La tercera bandera nos recuerda que la fe cristiana no es sólo doctrina o moral, sino encuentro vivo con Dios. No basta con saber que Dios existe; es necesario experimentar su amor personal, sentirnos mirados, perdonados y sostenidos por Él.

Esta experiencia transforma al creyente en alguien que ama con gratitud y confía sin reservas. Como dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium, “invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo”.

El que ha tenido una experiencia de Dios no necesita que lo convenzan, porque su corazón ha sido tocado. Esa es la fuente de toda vocación, misión y perseverancia.

4. Comunidad

“Donde dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy yo” (Mt 18,20)

El cristianismo no se vive en solitario. La cuarta bandera nos recuerda que la fe florece en la comunidad, no en el aislamiento. Un cristiano sin comunidad es como una brasa fuera del fuego: se apaga.

La comunidad no es solo asistir a misa, sino pertenecer a un grupo vivo donde se comparten la Palabra, la oración, la formación y la misión. El discipulado necesita del otro, del hermano que anima, corrige, acompaña y celebra. Así lo vivían los primeros cristianos (cf. Hch 2,42-47), y así debe vivirse hoy.

Cada bautizado necesita una familia espiritual. No hay perseverancia sin comunidad.

5. Misión

“¡Ay de mí si no evangelizo!” (1 Cor 9,16)

La quinta bandera es el fuego de la misión. Un discípulo que no evangeliza está enfermo o dormido. El que ha encontrado el tesoro del Evangelio no puede callarlo. La fe no se guarda, se comparte.

La misión no es sólo para sacerdotes o religiosas; es el ADN de todo bautizado. Hablar de Jesús, testimoniar su amor, visitar enfermos, formar grupos bíblicos, salir a las calles, tocar puertas… ¡todo eso es ser discípulo misionero!

Una Iglesia que no evangeliza se encierra en sí misma y muere. Una Iglesia que forma misioneros, florece.

Conclusión:
Una Iglesia que florece con discípulos

Estas cinco banderas —la Palabra, Cristo, la experiencia de Dios, la comunidad y la misión— son el retrato de una Iglesia viva, evangélica y transformadora. Son el sueño del P. Flaviano Amatulli, pero también el llamado del Evangelio y de toda la Iglesia.

Este camino no es fácil, pero es profundamente fecundo. Como dijo el mismo P. Amatulli:

“Una vez que alguien tome la decisión de acercarse a Dios y empiece a dar pasos concretos hacia Él, ya no tiene que ser dejado solo; tiene que haber siempre alguien que lo acompañe en su caminar como verdadero discípulo de Cristo. Aquí está nuestro reto como Iglesia. Aquí está la clave para que el desierto reverdezca.”

¿Y tú? ¿Estás dispuesto a izar estas banderas?

Si has sentido el llamado a vivir en serio tu fe, a pasar del anonimato a la entrega, del banco de la misa al anuncio valiente del Evangelio, entonces estas banderas son también para ti. No estás solo: muchos han comenzado este camino… y tú puedes ser uno más.

Te invitamos a conocer la Fraternidad Misionera Apóstoles de la Palabra, donde vivirás una espiritualidad bíblica, comunitaria y evangelizadora, como nos enseñó nuestro fundador.

¡La Iglesia necesita verdaderos discípulos!
¡La Palabra de Dios espera labios que la proclamen…
y tú puedes ser uno de ellos!