Sin duda, para la Iglesia del continente americano se trata de un reto histórico sin precedentes, donde tendrá la oportunidad de medir, con toda claridad y sin pretexto alguno, su grado real de madurez cristiana y su capacidad real de enfrentarse a todo tipo de
adversidad con tal de permanecer firme en la fe recibida desde hace quinientos años a costa de tantos sacrificios.
O el Continente de la Esperanza y del Amor pronto se volverá en el Continente de la Pesadilla y la Confusión. Quod Deus avertat (¡Qué no lo permita Dios!).
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