Los datos observados en la Sábana Santa y el testimonio de Juan

por Lorenzo Bianchi

Más de un siglo de estudios científicos sobre la Sábana Santa de Turín parecen confirmar, con un altísimo grado de probabilidades (como reconocía ya en 1902 el biólogo agnóstico Yves Delage en la Académie des Sciences de Francia), que la Sábana Santa de Turín envolvió el cuerpo de Jesús en el sepulcro. Este resultado parece incontestable frente a las correspondencias de los datos que las distintas ciencias experimentales muestran, hasta en los mínimos detalles, con la narración de los Evangelios y con todo lo que se conoce de las usanzas y del ambiente de la Palestina del siglo I d.C. Así pues, el análisis de la tela sindónica nos muestra las señales de la pasión, de la muerte en la cruz y de la colocación en el sepulcro de Jesús. Pero la observación científica de este objeto único y particular abre a la razón también otro horizonte: en él aparecen también trazas que dejan intuir la resurrección de Jesús. La ciencia no puede demostrar el milagro de la resurrección de Jesús. Pero tratándose de «resurrección física» (Pablo VI) en su verdadero cuerpo, la ciencia, sin embargo, puede observar posibles indicios.
La imagen negativa impresa en la Sábana Santa –una imagen que para la propia investigación científica no puede ser atribuida a la mano del hombre– es el efecto de un fenómeno físico que no parece ser completamente explicable ni reproducible, pese a los distintos intentos experimentados, con los conocimientos y los medios actualmente disponibles. Se ha podido comprobar que ésta es debida al tono amarillento adquirido por las fibras superficiales del tejido de lino, que se deshidrataron y oxidaron sin la colaboración de sustancias externas. La diferente intensidad de color, tanto en la parte frontal como en la dorsal, refleja la distancia de la tela del cuerpo; la figura es una proyección vertical del cuerpo sobre un plano horizontal, mantiene caracteres de tridimensionalidad y no fue provocada por el simple contacto del cuerpo con la tela; en fin, no está presente debajo de la sangre, que evidentemente en el momento en que se formó actuó como pantalla, y por lo mismo es sin duda posterior al envolvimiento del cuerpo en la Sábana. Entre las varias hipótesis que se han hecho para explicar la formación, la más cercana al resultado que se puede constatar en la tela sindónica sería teóricamente la que, sostenida especialmente por Giulio Fanti, profesor de Medidas mecánicas y térmicas en la Universidad de Padua, postula un fenómeno de irradiación muy especial, del cuerpo hacia el exterior, con una emisión de energía muy intensa e instantánea, aunque se trata de un fenómeno físico que hoy en la práctica es reproducible de manera muy limitada en laboratorio. Esta hipótesis, sin embargo, nos llevaría solo a comprender el procedimiento de formación de la imagen negativa. Pero el complejo de resultados de las investigaciones sobre las manchas de sangre de la Sábana Santa añade mucho más. Éstas son claras, bien definidas, no presentan ni rupturas en las costras ni rebabas o rebordes por arrastre o movimiento: esto sería completamente imposible si alguien hubiera deshecho el envoltorio de la tela sindónica y hubiera extraído, incluso con mucha delicadeza, el cuerpo contenido en ella. Por otra parte, sabemos que el contacto del cuerpo con la sábana duró no más de treinta y seis horas: en efecto, no se ha encontrado la menor señal de putrefacción. Precisamente la observación científica parece, pues, sugerir que con estos datos solo puede ser compatible una explicación que va más allá del propio conocimiento científico, es decir, que el cuerpo envuelto en la Sábana Santa abandonó el envoltorio que lo contenía simplemente desapareciendo; o bien que el cuerpo se volvió transparente mecánicamente, atravesando y dejando vacío e intacto el envoltorio.
Así fue como lo vieron Pedro y Juan, vacío e intacto. Es impresionante la correspondencia entre el dato físico objetivo y lo que vemos escrito en el Evangelio de Juan, que fue testigo ocular. Sigamos la narración de Juan: «El primer día de la semana va María Magdalena al sepulcro de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, y ve que la piedra estaba quitada del sepulcro. Echa a correr, llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro, y llegó antes al sepulcro» (Jn 20, 1-4). «[Juan] se inclinó y vio que estaban las vendas en el suelo; pero no entró. Llega tras él Simón Pedro, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y plegado en un lugar aparte, no junto a las vendas, el sudario que cubrió su cabeza. Entonces entró también el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro, y vio y creyó». Pero, tomando pie de la propuesta de don Antonio Persili (Sulle tracce del Cristo risorto. Con Pietro e Giovanni testimoni oculari, Tivoli 1988), que a su vez sigue en parte a Francesco Spadafora (La Risurrezione di Gesù, Rovigo 1978), hay que traducir por lo menos algunos términos para comprender lo que en realidad vieron los dos apóstoles.
La expresión ta othonia keimeva (en la versión latina, linteamina posita), que en la versión espaõla se traduce por “las vendas en el suelo”, indica “las telas de lino” (es decir, podemos pensar, la larga sábana fúnebre –la Sábana Santa– que, doblada debajo y sobre el cuerpo de Jesús, lo envuelve, y las tiras que la atan al cuerpo, sacadas de la misma tela de lino) literalmente “tendidas”, es decir, “bajadas en horizontal”, “muelles”, “aplanadas”; también el latín posita tiene este sentido. La diferencia es esencial.
Juan, pues, se inclina y, sin entrar, “ve las telas tendidas”, en su lugar, en la piedra sepulcral, y no en el suelo. Pedro, en cambio, entra en el sepulcro, “observa las telas tendidas, y el sudario, que le habían puesto en la cabeza”, es decir, el pañuelo que le habían puesto en la cabeza a Jesús sobre la tela de la Sábana –las tiras que ataban la Síndone llegaban hasta la altura de los hombros–, “no tendidas con las telas, sino, por el contrario, envuelto [la traducción al español “plegado” no corresponde al sentido del término griego, por lo que es un forzamiento injustificado] en una posición única”, es decir, “por sí misma” (mientras que la traducción dice “en un lugar aparte”). Comenta Persili: «La frase se debe traducir de modo que dé la idea de que el sudario para la cabeza estaba en una posición distinta de las tiras para el cuerpo, y no en un lugar distinto. Pedro contempla las tiras tendidas en la piedra sepulcral y, en la misma piedra, contempla también el sudario que, al contrario de las tiras, que están tendidas, está en posición de envoltura, aunque ya no envuelve nada».
Así pues, la tela y las tiras que han envuelto a Jesús están todavía en su lugar, pero bajadas hasta la piedra sepulcral, porque lo que envolvían, el cuerpo de Jesús, ya no está; en su lugar está también el sudario, en el mismo lugar en que se había colocado. Y todo está, evidentemente, intacto.
«Entonces entró también el otro discípulo [Juan], el que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó. Son los mismos términos que Jesús usa para llamar bienaventurados (makárioi) a aquellos que, aun no habiéndolo visto a Él resucitado, observando, como el apóstol predilecto, pequeños indicios, han creído (Jn 20, 29).

 
Publicado originalmente en http://www.30giorni.it/articoli_id_18637_l2.htm