En nuestros pueblos y ciudades ha vuelto a proliferar la figura del “curandero”, la “bruja blanca” o el “sanador espiritual” que asegura trabajar con “energías buenas” y “luz divina”. Muchos dicen que no hacen daño, que sólo buscan el bien, y que invocan a Dios, a los santos o incluso al arcángel San Miguel. Pero ¿qué dice realmente la fe católica sobre la llamada magia blanca?
1. La trampa del disfraz
El mal no siempre se presenta con rostro oscuro. A veces se disfraza de luz (cf. 2 Cor 11,14). Por eso la “magia blanca” es más peligrosa que la “magia negra”: porque engaña con apariencia de bondad. Promete bienestar, salud o protección, pero se apoya en ritos, invocaciones, objetos y fórmulas que no provienen de Dios sino de fuerzas ocultas que el hombre no controla.
Cuando una persona acude a limpias, amarres, velaciones o rituales “de luz”, aunque se invoque el nombre de Jesús o se enciendan veladoras a la Virgen, en realidad se está entrando en un terreno espiritual prohibido. El mal puede servirse de signos religiosos para confundir, y usar el lenguaje de la fe para apartar de la verdadera confianza en Dios.
2. Lo que enseña la Biblia
Desde el Antiguo Testamento, Dios advierte con claridad:
“No practiques la adivinación ni la hechicería” (Lv 19,26).
“No haya entre ustedes quien practique adivinación, encantamiento, hechicería o consulte a los muertos, porque eso es abominable para el Señor” (Dt 18,9-12).
Algunos intentan justificar la magia blanca diciendo que Jesús afirmó:
“Satanás no puede expulsar a Satanás” (Mt 12,26).
Pero ese texto no avala a los curanderos. Jesús no dice que todo exorcismo sea bueno, sino que sus obras prueban su autoridad divina, frente a quienes lo acusaban de actuar por el poder del demonio. La clave está en el origen del poder: Cristo actúa con el Espíritu Santo; los brujos, con fuerzas que no provienen de Dios.
San Pedro fue aún más tajante:
“Tu corazón no es recto delante de Dios… arrepiéntete de tu maldad” (Hch 8,21-22),
le dice al mago Simón, quien quería comprar el poder espiritual para usarlo a su conveniencia.
3. Fe o manipulación
La fe cristiana no busca dominar fuerzas, sino confiar en el amor de Dios. La magia, aunque sea “blanca”, es manipulación espiritual: pretende usar lo sagrado para lograr resultados inmediatos. Pero Dios no se manipula; se ama y se obedece.
El cristiano no recita fórmulas secretas, sino que ora con humildad:
“Hágase tu voluntad” (Mt 6,10).
Por eso, cuando alguien ofrece “limpias con oración”, “protección con el Espíritu Santo” o “amarres con velas benditas”, está mezclando la fe con prácticas contrarias al Evangelio. Es sincretismo, no cristianismo.
4. El verdadero poder que sana
Jesús sigue curando hoy, pero lo hace a través de los sacramentos, la oración de fe, el acompañamiento espiritual y la caridad. La Iglesia posee el ministerio de exorcismo y sanación, pero sólo en nombre de Cristo y bajo discernimiento eclesial.
No necesitamos rituales mágicos para sentirnos protegidos. Basta con permanecer en gracia de Dios, vivir los sacramentos y confiar en su misericordia. Como dice el Salmo:
“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?” (Sal 27,1).
5. Conclusión
La llamada magia blanca no es de Dios, aunque hable de Él. Es una trampa espiritual que seduce con palabras dulces, pero aleja de la confianza filial en el Señor.
El cristiano auténtico no busca controlar lo invisible, sino dejarse transformar por el Espíritu Santo.
“No se puede servir a dos señores” (Mt 6,24).
O confiamos en Dios, o buscamos sustitutos espirituales.
La verdadera “luz” no se encuentra en velas, amuletos ni rituales, sino en Cristo resucitado, la única fuente de salvación y de paz.






