Por Dave Armstrong
Creo que esto puede resumirse, básicamente, en una sola frase: es el triunfo de la posición “ratzingeriana” —compartida por el papa Francisco— respecto a la terminología mariana, frente a la posición anterior de san Juan Pablo II, quien usó el término “Corredentora” siete veces entre 1980 y 1991. Digo “anterior” porque, como señala el documento, san Juan Pablo II dejó de utilizarlo después de las aclaraciones del cardenal Ratzinger:
“El Concilio Vaticano II se abstuvo de usar este título por razones dogmáticas, pastorales y ecuménicas. San Juan Pablo II se refirió a María como ‘Corredentora’ en al menos siete ocasiones, particularmente relacionando este título con el valor salvífico de nuestros sufrimientos cuando se ofrecen unidos a los de Cristo, con quien María está especialmente unida en la Cruz.
[Nota: … después de la Feria IV del 21 de febrero de 1996 de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe, san Juan Pablo II dejó de usar el título de ‘Corredentora’. Es importante notar también que este título no aparece en su encíclica Redemptoris Mater del 25 de marzo de 1987 —el documento por excelencia en el que san Juan Pablo II explica el papel de María en la obra de la Redención.]” [n. 18]
Ahora bien, si san Juan Pablo II llegó o no a considerar declarar este título como dogma es otra cuestión (no lo sé, pero sospecho que no), aunque al menos sí lo usó. Me parece muy significativo, por tanto, que haya dejado de hacerlo durante los últimos 14 años de su pontificado. En otras palabras, el único papa reciente que podría haber sido invocado en favor de este título parece haber cambiado de opinión, lo cual hace que el argumento en su contra sea “magisterialmente contundente”.
El movimiento que impulsaba su definición fue una manifestación de lo que se llama una postura “oportunista”, y quienes no deseaban su definición dogmática (entre los cuales me incluyo) somos “inopportunistas”: grupo que abarca tanto a quienes simplemente no estaban de acuerdo con el término (lo cual considero erróneo), como a quienes lo defendían como una opinión ortodoxa y teológicamente legítima (también mi postura, desde mis escritos de 1998).
Ya en las décadas de 1920 a 1940 hubo un intento de proclamar dogmáticamente a María como Corredentora, pero fue rechazado por el venerable papa Pío XII, y, como ya se dijo, el Concilio Vaticano II tampoco empleó el título.
En agosto de 1996, un Congreso Mariológico celebrado en Częstochowa, Polonia, analizó la posibilidad de un quinto dogma mariano sobre María como Corredentora, Mediadora y Abogada. El resultado fue unánime: se declaró que no era oportuno, con una votación de 23–0 en contra.
Una analogía evidente puede hallarse en san John Henry Newman, quien había creído desde hacía tiempo en la infalibilidad papal, pero se consideraba “inopportunista” respecto a su definición durante el Concilio Vaticano I en 1870, preocupado por los efectos negativos de los ultramontanos más extremos, que exigían una definición excesiva. Al final, la moderación, el realismo histórico y el matiz —junto con la guía del Espíritu Santo— prevalecieron, y Newman quedó satisfecho con el resultado.
En ese caso, algo sí fue definido dogmáticamente al más alto nivel. En el caso actual, se decidió que no solo no se definiría el título, sino que incluso su uso sería desaconsejado, debido a la confusión generalizada que produce. El ecumenismo y la preocupación por una evangelización eficaz estuvieron en primer plano, y considero que son motivos muy dignos e importantes (yo mismo soy evangelizador y ecumenista). Esto está, además, muy en sintonía con el énfasis ecuménico del Concilio Vaticano II.
Es importante notar que el subtítulo de Mater Populi Fidelis es: “Nota doctrinal sobre algunos títulos marianos referentes a la cooperación de María en la obra de la salvación”. Es decir, el documento trata principalmente de terminología útil o no útil, no de la doctrina en sí misma.
Para concluir, observo una interesante ironía: los sectores más reaccionarios y algunos tradicionalistas legítimos (con los cuales tengo bastante simpatía) consideraban al papa Benedicto XVI su “preferido” (hasta que renunció, momento en el que muchos de esos mismos reaccionarios se volvieron en su contra), mientras que en su momento despreciaban a san Juan Pablo II por considerarlo un “ecumenista desbocado” o “besador del Corán”. Lo sé, porque entonces yo lo defendía, así como hoy defiendo a todos los papas en su oficio y en sus declaraciones magisteriales (es decir, en su indefectibilidad).
Pero ahora sucede lo contrario: el papa Benedicto XVI / cardenal Ratzinger (junto con —¡vaya paradoja!— el “diabólico” papa Francisco) es visto como el “villano”, y san Juan Pablo II como el “héroe”. Las ironías abundan y la verdad, una vez más, supera la ficción. Pero el hecho de que este último haya cambiado de parecer es innegable.
Por todas estas razones, y muchas más, pienso que el tema no debería ser motivo de controversia. Sigo respetando, sin embargo, a quienes defienden la comprensión ortodoxa del término Corredentora, pues yo mismo —en muchas ocasiones— he defendido esa creencia, junto con la de Mediadora. Pero, al mismo tiempo, me mantengo en la postura “inopportunista”.
Sin embargo, parece que siempre tiene que haber controversia y “tormentas en un vaso de agua”. Ya he comentado las razones principales en mi publicación anterior en Facebook (y, dicho sea de paso, algunos de los más ruidosos críticos están obteniendo grandes beneficios económicos con ello). Aquella publicación era una especie de “jeremiada profética”; esta, en cambio, es más bien un análisis de sociología religiosa sobre la mente de la Iglesia —y, por cierto, la sociología fue mi especialidad universitaria.





