Por Daniel Juan Sosa, fmap
Hermano Coadjutor
Un buen equipo
Doy gracias a mi buen Padre celestial por el regalo de haber conocido al padre Amatulli. Agradezco a los padres Octavio Díaz Villagrana, Jorge Luis Zarazúa Campa, Martín Solórzano Solórzano y al Hno. Gaudencio Pérez Pérez, de la Fraternidad Misionera «Apóstoles de la Palabra», y a las hermanas de la Sociedad Misionera, por brindarme su confianza en el cuidado del Fundador.
Déjenme decirles que no tenía experiencia en el cuidado de un enfermo, pero poco a poco aprendí, gracias a los consejos y el buen equipo que hicimos con el Hno. Gaudencio Pérez y la Hna. Amada González.
Asociado a la Pasión de Cristo
El sufrimiento llevó a nuestro padre fundador a asociarse a la Pasión de Cristo. Había momentos en que sentía mucho dolor, llegando hasta las lágrimas. En esos momentos decía: «¡Hay que sufrir un poco!». Recuerdo que, en una ocasión, el padre Amatulli tenía dolor en su cuerpo y, viéndome entrar a su cuarto, me dijo: «¡Ay, Juanito, Juanito; por tu culpa sufro mucho!» Comprendí que en ese momento ofrecía su sufrimiento por todos. En la Semana Santa de 2018, al leer los pasajes que hablan acerca del Sufrimiento de Jesús, el padre Amatulli lloraba en el momento de celebrar la Santa Misa.
Amado por la gente
Siempre llegaba gente de cualquier parte a ver al padre Amatulli, incluso personas que lo conocían desde su llegada a México, principalmente desde Tuxtepec, Oaxaca. Le llevaban cosas de comer y alguno que otro regalo. Por cierto, conocí a Chucho, Sonia y Carmela, personas que el padre Amatulli menciona en uno de sus poemas del libro «Vida y Sueños de un Misionero», titulado «Seguiré viviendo» (p. 27); ellos, en los últimos días de la vida de él estuvieron acompañándolo.
Risas
El buen humor le hacía que se olvidara de los sufrimientos que padecía, tanto así que nos contaba chistes o alguna otra cosa, que hasta nosotros reíamos.
Anécdota en el hospital
En una ocasión la Hna. Amada y un servidor acompañamos al padre Amatulli al hospital de cancerología para sus radioterapias. Pues bien, fueron dos días. El primer día en la sala de espera estábamos el padre Amatulli y un servidor, parados en una esquina. Llegó una señora y me dijo: “Puede sentar aquí a su paciente”. Y yo llevé al padre para que tomara asiento. Al segundo día se acercó otra señora en la sala de espera y me dijo: “Señor, si gusta sentar aquí a su papá”. Y llevé al padre Amatulli a sentarse en la silla que la buena señora había desocupado.
Asiduo a la oración
Siempre el padre Amatulli fue puntual en las oraciones en Laudes y Vísperas, en la Santa Misa y el Santo Rosario.
Al final del Rosario le gustaba entonar este canto en italiano:
O Maria, quanto sei bella,
O Maria, quanto sei bella,
M’hai rapito questo cuore, notte e giorno,
notte e giorno io penso a Te.
Evviva Maria,Maria evviva. Evviva Maria e chi la creo’.
Paparapapá, paparapapá, paparapapá, papá.
Conclusión
Tantos momentos gratos que pasé al lado del Fundador, tantas alegrías que Dios me permitió experimentar. Que en el Cielo él interceda por su Familia Misionera y su familia carnal.
Por último, quiero agradecer a mis hermanos de Filosofía, Teología e Introductorio, y a alguno que otro que llamábamos sorpresivamente para que nos ayudaran en el cuidado del Padre. A todos ustedes: ¡Muchas gracias! Y que Dios les recompense.
Dios los bendiga.