Por el P. Julián López Amozurrutia*
21 de julio de 2005
teyamoz@prodigy.net.mx
Sacerdote y teólogo católico
LA "píldora del día después" (levonorgestrel para los iniciados) ha vuelto a ocupar la atención de la opinión pública. Y no es para menos. De repente resultó que este fármaco sería incluido en el cuadro de medicamentos básicos. Tal decisión sorprende, para empezar, porque según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua un medicamento es una "sustancia que, administrada interior o exteriormente a un organismo animal, sirve para prevenir, curar o aliviar la enfermedad y corregir o reparar las secuelas de ésta". Se trata pues de preservar la salud.
La finalidad de la mencionada píldora, según sus mismos promotores, es la de evitar embarazos no deseados. Lamento mucho enterarme que el feliz origen del género humano, un embarazo, ha pasado a convertirse en una enfermedad. Por lo visto los seres humanos somos producto de una enfermedad.
Pero dejemos a un lado este aspecto. La urgencia de que dicho producto se utilice resulta escandalosa y en más de un sentido sospechosa. ¿Es razonable que un fármaco así se incluya en el nivel de lo básico cuando hay tantos hospitales públicos que acusan la carencia incluso de jabones para su funcionamiento? En días más recientes se ha escuchado, afortunadamente, la disposición de miembros del gobierno para mantener un diálogo sereno y no dar por resuelto un tema que necesita aún considerarse con más detalles. No es serio descartar la crítica a la píldora simplemente por provenir "del ala religiosa más conservadora" de la sociedad, cuando lo que se está considerando son simplemente hechos. La cuestión no se resuelve etiquetando personas y agrupaciones en una nueva versión de la intolerancia, sino atendiendo los aspectos médicos y éticos involucrados.
El punto crucial, al menos en este momento, en lo que se refiere a dicho fármaco, es la afirmación de que puede tener efectos abortivos. No se ha dicho que en todo caso genere abortos. Eso sería un abuso y una exageración. Pero sus mismos defensores han reconocido que los efectos de esa bomba de hormonas pueden ser tres: impedir la ovulación, la fecundación y la implantación en el útero del óvulo fecundado. Es en este tercer caso en el que nos encontramos claramente con una situación abortiva.
A pesar de que algunos organismos internacionales han pretendido definir que la vida humana inicia hasta la implantación del óvulo fecundado, los datos de la ciencia más moderna a este respecto, la genética, nos informan con claridad que el óvulo fecundado posee ya una información genética propia, distinta de la de los padres, un genoma humano individual, único e irrepetible. Es indistinto que se le quiera llamar embrión o preembrión: en todo caso es un ser que desarrolla los mecanismos propios de una vida humana en sentido estricto. Se trata de un ser humano en su primera etapa de desarrollo.
Este es el verdadero argumento de quienes afirmamos que la píldora del día después puede tener un efecto abortivo, no es una opinión ligera e irresponsable. Impedir la implantación de un óvulo fecundado en el útero de su madre es producir un aborto. El ser que la padece no tiene ninguna posibilidad de defenderse de esta agresión. Se esperaría que la sociedad estuviera en condiciones de defenderlo.
El problema es aún más amplio en realidad. ¿No nos damos cuenta del vicio social en que caemos si consideramos la gestación de un bebé como una amenaza? Una madre o un padre que realiza en plenitud su condición se encuentra siempre ante la maravilla de la vida y ello es una de las experiencias más plenas de la existencia. Cuanto más nos hemos vuelto egoístas, cuanto más hemos cerrado las puertas al misterio de la alteridad, enfrascándonos en vivencias hedonistas e inmediatas, vamos perdiendo el horizonte más amplio de la vida humana.
Si no somos capaces de respetar al ser humano en su condición más frágil, no seremos capaces de respetarlo nunca. Tarde o temprano, la degeneración humana tendrá su repercusión en la interacción social y cultural. Insistir en el valor de la vida humana no es producto de un conservadurismo ciego sino es un compromiso de defender lo humano. Nada menos se pone en riesgo cuando no se está dispuesto a atender a quienes alertan sobre las consecuencias abortivas de la píldora del día después. No podemos aceptar que una criatura que crece en el seno de su madre sea algo parangonable a una gripe, y que deshacerse de ella pueda compararse con un estornudo.
Es muy probable que la urgencia de emplear el fármaco se deba a presiones de las políticas dictadas por la Organización Mundial de la Salud. Ya están obsequiando la pildorita. Sólo falta que paguen por usarla. ¿Tanta docilidad de nuestro país no esconderá alguna campaña para que algún experto mexicano se convierta después en un alto dirigente de la OMS? Permítanme sospechar.
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* Participó en la Ciudad del Vaticano como Auxiliar en la Secretaría del Sínodo de los Obispos durante la Asamblea Extraordinaria para América en noviembre y diciembre de 1997. Desde el año 2001 es Director Espiritual adjunto en el Seminario Conciliar de México. De 2001 a 2003 es Coordinador Académico del Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos, del cual es desde el 2003 Director General. Desde el 2001 es también profesor en la Universidad Pontificia de México en el área de Dogmática. Ha colaborado también en otros centros, entre los que destaca el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, y ha fungido como perito en Teología en distintas actividades eclesiásticas, así como conferencista en diversos centros educativos. Actualmente es también miembro del Consejo de Bioética de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Ha participado en diversas publicaciones especializadas y de divulgación como autor y editor.