Desde el inicio de su pontificado en 2013, una de las decisiones más llamativas y comentadas del Papa Francisco fue su negativa a residir en el tradicional Palacio Apostólico del Vaticano, optando en cambio por una sencilla habitación en la Casa Santa Marta. Muchos, tanto dentro como fuera de la Iglesia, interpretaron este gesto como una crítica directa al boato o un rechazo simbólico a los lujos vaticanos. Sin embargo, el mismo Francisco ha aclarado en múltiples ocasiones que su decisión no respondía a cuestiones de ostentación, sino a una profunda necesidad espiritual y pastoral: la de vivir en comunidad.

Una elección personal, no ideológica

En una entrevista concedida en 2014 al diario argentino La Nación, el Papa Francisco explicó:

«No vivo en el Palacio Apostólico por motivos psiquiátricos. Es mi personalidad. El Palacio Apostólico no es lujoso. Es antiguo, tiene habitaciones grandes, pero no es un lujo. Pero yo no me puedo aislar. Necesito vivir entre la gente, y si viviera solo, tal vez un poco aislado, no me haría bien». (La Nación, 7 de diciembre de 2014)

Estas palabras desmienten la narrativa de que el Santo Padre evitara el Palacio por considerarlo un símbolo de riqueza mundana. Por el contrario, reconocía que era una residencia funcional y tradicional, pero inadecuada para su estilo de vida pastoral. Lo que realmente lo movió fue su deseo de permanecer cerca de las personas, escuchar sus voces, compartir espacios cotidianos, incluso en los silencios del comedor o en los pasillos.

Casa Santa Marta: un hogar compartido

La Casa Santa Marta es una residencia destinada a alojar a cardenales durante los cónclaves, así como a obispos, sacerdotes y laicos que trabajan ocasionalmente en el Vaticano. Al establecerse allí, el Papa renunció al aislamiento de una residencia privada para compartir su día a día con otros.
Francisco no sólo reside allí; también come en el comedor común, celebra la misa en la capilla con fieles y trabajadores, y conversa con los huéspedes de la residencia. Todo esto forma parte de su visión de un papado más pastoral, más cercano al pueblo de Dios y menos marcado por barreras institucionales.

En otra ocasión, el Papa manifestó:

«Tomé esta decisión por una cuestión de salud mental. Es decir, para no estar aislado. Porque necesito el contacto con la gente. Por eso estoy en Santa Marta». (Entrevista a La Vanguardia, 2014)

El Evangelio como criterio de vida

La elección de Francisco se inscribe en su constante esfuerzo por encarnar un estilo de vida evangélico. No se trata de gestos teatrales, sino de opciones coherentes con su llamada a una Iglesia en salida, pobre y para los pobres. En vez de hacer del papado una figura inalcanzable, quiso devolverle el rostro del Buen Pastor, que camina entre sus ovejas.

Por eso, más que una ruptura con la tradición, su decisión fue una invitación a renovar el sentido de las estructuras: no se trata de desmantelarlas, sino de vivirlas con espíritu de servicio.

Un estilo que deja huella

Hoy, con la elección del Papa León XIV y su probable mudanza al Palacio Apostólico, algunos observadores se preguntan si volverán formas más tradicionales de ejercer el pontificado. Pero esto no debería verse como una contradicción o marcha atrás, sino como estilos distintos dentro de una misma misión.
Como dijo el Papa emérito Benedicto XVI, “la Iglesia no es una fábrica de uniformidad, sino de unidad en la diversidad”.

Lo que el Papa Francisco legó con su decisión de vivir en Santa Marta fue una señal profética: que el poder en la Iglesia se ejerce sirviendo, y que el Evangelio se predica mejor cuando se vive con sencillez, cercanía y autenticidad.

Fuentes:
• Entrevista del Papa Francisco con La Nación, 7 de diciembre de 2014
• Entrevista con La Vanguardia, junio de 2014
• Vaticano News y otras entrevistas oficiales
del Santo Padre