Es asombroso ver cómo a veces personas muy cultas e inteligentes parecen tan cerradas, completamente refractarias, ante ciertos aspectos de la realidad. ¿Por qué? Algo está sucediendo en su mente, que la vuelve insensible frente a los hechos. Veamos.

Por el Pbro. Flaviano Amatulli Valente, fmap.', 'Mucha gente, angustiada por el problema de las sectas, me pregunta: ¿Por qué el párroco, el catequista o el laico comprometido no hacen nada para orientar debidamente al pueblo católico, atacado y confundido por la acción proselitista de las sectas? ¿Por qué insisten tanto en el ecumenismo, si nosotros aquí tenemos que ver solamente con grupos proselitistas?. Respuesta: Porque en el seminario estudiaron ''solamente'' el ecumenismo, convencidos de que la apologética no sirve.

¿Y por qué están convencidos de que la apologética no sirve, si es lo que más necesitamos ahora, puesto que las sectas nos están atacando por todos lados y no sabemos cómo defendernos?

Continuando en este mismo orden de ideas, podríamos seguir preguntándonos: ¿Por qué los maestros de nuestros seminarios no permiten investigaciones sobre el fenómeno religioso, cuando las universidades y demás instituciones profanas manifiestan tanto interés en un aspecto tan importante de la realidad?

Sin duda, nos encontramos ante un fenómeno de ceguera tan hondo y generalizado, que es muy difícil de explicarse a primera vista. Es lo mismo que pasó hace años con el asunto del marxismo. No obstante todos los reveses sufridos en el campo de los hechos, los “intelectuales” seguían tercos con su ideología, hasta que el derrumbe del comunismo no los despertó.

Ahora yo me pregunto: ¿Qué tenemos que esperar, para que se implante en nuestros seminarios la apologética como materia escolar? ¿Que primero se derrumbe totalmente el catolicismo? ¿Es posible que no se den cuenta de su extrema necesidad en los tiempos que estamos viviendo? ¿A qué se debe, pues, este bloqueo frente a la apologética?

Este breve ensayo puede ayudar a explicar este fenómeno, que de otra manera parece realmente un absurdo. Ojalá que en algún seminario se promueva una investigación más amplia al respecto.

La utopía: ecumenismo bíblico

Para el Antiguo Testamento, es suficiente examinar la visión de Isaías, en que se nos presentan numerosos pueblos que se dirigen a la Casa del Dios de Jacob, siendo Yahveh el árbitro supremo y en un clima de completa paz (Is 2, 2-5). Para el Nuevo Testamento es suficiente contemplar la visión de san Juan: 144 mil sellados del pueblo de Israel y una inmensa multitud de toda nación, raza, pueblo y lengua, delante del trono de Dios y de Cristo, el Cordero inmolado (Ap 7, 4.9-10).

Dos observaciones:

– Esto sucederá al final de los tiempos.

– Hay una diferencia entre el Pueblo de Dios (Antiguo y Nuevo Israel: Ap 7,4 y 14,1) y las naciones. Aquí está la utopía cristiana: una humanidad unida bajo la mano poderosa del único Dios.

La realidad: cuidar la propia fe

Sin embargo, mientras vive en este mundo, el creyente tiene que cuidar la propia fe para no dejarse desviar del camino correcto, dejándose arrastrar por los dioses de las naciones.

En el Antiguo Testamento es suficiente recordar el caso del rey Salomón, que, no haciendo caso a la voluntad de Dios, se casó con mujeres paganas, “que inclinaron su corazón tras otros dioses” (lRe 11, 4). En el Nuevo Testamento basta recordar las recomendaciones que hace san Pablo a Timoteo, invitándolo a cuidarse de los falsos maestros (lTim 1,7) para no apostatar de la fe (lTim 4, 1). Otro elemento importante, que hay que subrayar con relación al Nuevo Testamento, es la misión, es decir, la obligación que tiene la Iglesia de anunciar el Evangelio a todas las “naciones” (Mc 16, 15).

Problema actual

¿Dónde está el problema actual?

– En dejarse deslumbrar por la utopía, hasta volverse ciegos frente a la realidad, sin fijarse en el peligro que pueden representar los demás sistemas religiosos.

– En querer imponer la utopía, pensando que con esto se va a cambiar la realidad.

Las consecuencias son:
– La realidad se resiste y el creyente se confunde y se aparta del verdadero camino.

– Se desvanece la misión.

Sano realismo

¿Qué hacer, entonces? Antes que nada, cuidar la propia fe, estando preparados para “dar razón de la propia esperanza” (1Pe 3,15) frente a cualquier tentación que venga de afuera. Es lo que llamamos apologética. Y después, cuando y donde sea posible, tratar de dialogar, convivir y compartir la propia fe con los demás, anticipando la utopía. Es lo que llamamos ecumenismo o diálogo interreligioso. Sin olvidar nunca la misión.

Algo sencillo, ¿verdad? Bueno. Ahora traten de explicar esto a los “inteligentes y sabios”. A ver si lo logran.