Por el padre Jorge Luis Zarazúa Campa, FMAP
La imagen ya es común: un sacerdote en sotana o alzacuello, sentado frente a una cámara, hablando en directo a miles de personas a través de YouTube o Facebook. Sus palabras no se quedan en los muros de una parroquia ni en los bancos de una iglesia; cruzan fronteras, idiomas y horarios, llegando a hogares y teléfonos en todo el mundo. Este fenómeno, que en sí mismo puede ser un gran don, encierra también un riesgo que merece nuestra atención: la tentación de que la voz personal del presbítero se convierta, sin proponérselo quizás, en un “magisterio paralelo” frente al Magisterio de la Iglesia.
El don y la tentación de los nuevos púlpitos
Las redes sociales ofrecen a los sacerdotes una plataforma inmensa para evangelizar. Son, en cierto modo, los nuevos púlpitos del siglo XXI: abiertos, inmediatos, con un alcance impensable hace apenas unas décadas. Gracias a ellas, muchos fieles han podido escuchar la Palabra, formarse en la fe y encontrar consuelo en medio de la incertidumbre.
Pero junto a este don, aparece también la tentación. La visibilidad, la audiencia numerosa y la presión de los comentarios pueden alimentar —a veces sin querer— un estilo de comunicación en el que la opinión personal del sacerdote se presenta con un peso mayor que la enseñanza oficial de la Iglesia. Lo que debería ser un servicio humilde de comunión corre el riesgo de transformarse en una tribuna donde se “corrige” al Papa o se juzgan públicamente los documentos del Magisterio.
Entre la duda legítima y el juicio público
Es normal que un sacerdote, como todo creyente, tenga preguntas, dudas o incluso perplejidades frente a ciertos textos del Magisterio. La fe no anula la búsqueda intelectual ni la honestidad del discernimiento. La Iglesia misma reconoce este proceso y propone caminos para expresarlo de manera adecuada.
El problema surge cuando esas dudas, que podrían ser expresadas con prudencia y diálogo, se convierten en sentencias transmitidas en directo a miles de personas: “esto no sirve”, “esto no es evangélico”, “yo no lo haré”. Frases así, lanzadas sin matices, no solo generan confusión, sino que terminan erosionando la confianza del pueblo de Dios en el Papa y en la enseñanza viva de la Iglesia.
La comunión, primer criterio pastoral
La instrucción Donum Veritatis (1990) es clara: aun cuando un documento magisterial no sea una definición solemne, merece un “asentimiento religioso de la voluntad y de la inteligencia” (Donum Veritatis, 23). Ese asentimiento no significa que todo quede resuelto sin reflexión, pero sí que el punto de partida es la confianza y no la sospecha.
Cuando un sacerdote expone sus reservas en público como si fueran verdades definitivas, corre el riesgo de colocarse en un lugar que no le corresponde: el de juez del Magisterio. Y cuando esto sucede en redes abiertas, donde la mayoría de los oyentes carece de formación teológica, las consecuencias son aún más graves. Lo que para él es una opinión, para muchos se convierte en certeza absoluta contra el Papa.
Una pastoral de cercanía, no de sospecha
Los fieles no buscan en internet un “nuevo Papa” ni un “teólogo estrella”: buscan claridad, cercanía y acompañamiento. La misión del presbítero, también en el mundo digital, no es levantar trincheras frente al Magisterio, sino tender puentes que ayuden a comprenderlo y vivirlo. La verdadera libertad del teólogo y del pastor, recuerda Donum Veritatis, es un servicio desinteresado a la comunidad de creyentes (Donum Veritatis, 12).
Eso significa que la misión en redes sociales no es “tener la razón”, sino ayudar a que la fe se fortalezca en comunión. Una crítica hecha sin prudencia puede atraer miles de “likes”, pero deja en el alma de los oyentes una semilla peligrosa: la desconfianza hacia la Iglesia.
Caminos de esperanza en la era digital
La solución no es que los sacerdotes abandonen las redes sociales, sino que aprendan a habitarlas con un estilo evangélico. Algunas actitudes pueden marcar la diferencia:
• Hablar siempre en clave de comunión, mostrando que la fidelidad al Papa y al Magisterio no limita la libertad, sino que la orienta hacia la verdad.
• Expresar dudas con humildad, no como veredictos definitivos, sino como preguntas compartidas que invitan a profundizar.
• Recordar que detrás de cada pantalla hay almas, no solo números de audiencia: personas que confían y que pueden tambalear si escuchan palabras que debilitan su confianza en la Iglesia.
• Formar la conciencia crítica de los fieles, enseñando a distinguir entre opinión personal y enseñanza oficial.
Conclusión: voces para la comunión
El sacerdote digital del siglo XXI no está llamado a ser un “gurú” ni un “influencer de opiniones”, sino un pastor que guía a su rebaño hacia Cristo, siempre en comunión con su Iglesia. La palabra que pronuncia en redes sociales debe ser bálsamo y no piedra de tropiezo; luz que oriente hacia la unidad, no fuego que incendie divisiones. La tentación del “magisterio paralelo” puede seducir, pero el verdadero camino pastoral es otro: el de la humildad que acompaña, la fidelidad que sostiene y la comunión que edifica. Solo así la voz del presbítero en el mundo digital será, de verdad, voz de Iglesia y voz de Evangelio.