Santiguarse al saltar al campo
Por Lorenzo Gomis (lgomis@elciervo.es)
Al salir del túnel y saltar al campo de juego los veintidós jugadores de los equipos de Primera que se van a disputar el gran encuentro, suele haber dos o tres que, recogidos en sí mismos e inclinando un poco la cabeza, se santiguan. ¿Qué significa aquella señal de la cruz ante cien mil espectadores que aplauden o silban expectantes a los equipos que aparecen?
En los juegos y deportes hay mil gestos supersticiosos que los jugadores confían vagamente en que tengan alguna eficiencia. ¿Será este uno de tantos o brotará de un fondo religioso, de la confianza en el contacto con la invisible divinidad, el Dios en quien según San Pablo vivimos, nos movemos y somos? Hace tiempo recuerdo haber visto a un entrevistador preguntándole a Puyol si este santiguarse era un gesto de convicción, de verdadera creencia. El jugador contestó afirmativamente con sencillez. No había sido elegido todavía capitán por sus compañeros, pero ya se le veía serio, responsable y generoso. No me extrañó la confesión.
Santiguarse al saltar al campo, es decir, hacer la señal de la cruz desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho (los cristianos orientales lo hacen desde el derecho al izquierdo), es invocar al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo antes de hacer algo o, menos consciente y solemnemente, confiarse a un poder superior amigo antes de emprender la aventura de un viaje, un día entero en el mundo o un partido de fútbol en un gran estadio con millares de testigos que quieren furiosamente espectáculo y goles. Aquella hora y media será contemplada con atención y recogimiento, con un silencio de estos que llaman religiosos, por medio millón o más de espectadores distantes en la soledad de sus casas o, con pasión orfeónica, en el jolgorio de un bar de pueblo. Es algo serio.
Si el acto de santiguarse al saltar al campo puede ser la entrega confiada a lo desconocido inminente, ya en plena lucha puede ser el momento de reposo después de algo que inspira instintiva gratuidad. Nada inspira tanta gratuidad como un gol en la puerta contraria. El que ha introducido, todavía no sabe cómo, el balón en la portería de enfrente se pone a gritar, a dar puñetazos al aire, a insultar al demonio, a abrazarse a sus compañeros y besarlos, a arrancarse la camiseta, a arrodillarse resbalando en el césped. También puede santiguarse serenamente al volver al centro del campo. Yo he visto no hace mucho santiguarse a Ronaldinho después de marcar uno de sus goles maravillosos, sonriendo para sí mismo con su alegría característica.
«Dios siempre premia a quien trabaja», comentó Rodaldinho al final del partido. Y esa frase fue el título de la crónica. Porque, no se sabe muy bien por qué, no solo se santiguan los ases al saltar al campo, sino que los cronistas deportivos, al reflejar en el ordenador de la redacción el entusiasmo y los misterios de lo ocurrido en el campo, emplean a menudo expresiones e imágenes religiosas o evocan milagros evangélicos.
Y Ronaldinho caminó sobre el agua era el título de una excelente crónica de la reciente victoria del Barcelona sobre el Milán por un gol de Ronaldinho. «Ronaldinho tuvo más fe (¡fe!) que nadie en la victoria azulgrana, pero en sus intentos no se le abría el mar entre las defensas contrarias (Moisés y el mar Rojo), el agua de sus pases no se convertía en el vino (milagro de Caná de Galilea) del gol, pero él no desfalleció, quiso caminar sobre las aguas (Jesús en el mar de Galilea) del Camp Nou y lo logró».
Y en otra crónica de otros periodistas deportivos en el mismo diario -éste- y sobre el mismo partido -el del Milán-. «Fue él. Fue Dios disfrazado de azulgrana. Fue Ronaldinho que surgió de su túnel para hacer explotar el Camp Nou y mandar al limbo de los derrotados al gigante Milán». Y todavía leemos en un pie de foto: «Ronaldinho mira al cielo como dando gracias tras marcar el gol del triunfo».
¿Qué tendrá el fútbol que invita a comentarse con símbolos e imágenes religiosas? ¿Qué tendrá que al saltar al campo los mejores médiums del balón se recogen un momento y se santiguan íntimamente, indiferentes al entorno vociferante? No lo sé. Habrá quien diga que le molesta que se compare un partido de fútbol con la historia sagrada. Habrá quien descubra en cambio que hay más cultura religiosa de lo que se cree. Habrá quien diga que también los toreros se santiguan y eso se toma por un garabato supersticioso. A mí, sin embargo, el gesto de santiguarse ante un episodio desconocido de la vida me conmueve. Y he de confesar que antes de escribir este artículo me he visto haciendo también la señal de la cruz. No era un artículo fácil, después de todo.