TUVE UN SUEÑO
ANÁLISIS DE LA REALIDAD ECLESIAL:
el valor de mirarse en el espejo.
P. Flaviano Amatulli Valente, fmap
http://www.padreamatulli.net
Diciembre de 2005.
INTRODUCCIÓN
El huracán
Me despierto sobresaltado y empapado de sudor. Miro el reloj: son las seis de la mañana del 10 de julio de 2005 en la ciudad de México. El huracán Emily está en su apogeo, sembrando a su paso pánico y destrucción. Prendo el radio para enterarme de las primeras noticias: ya entró en territorio mexicano. Qué bueno que ya con anticipación Protección Civil había puesto en guardia a toda la población acerca de los daños, que este fenómeno natural podía causar, y de las precauciones, que habría que tomar para hacerle frente en la mejor manera posible.
No obstante todo, ya se habla de daños considerables a las viviendas, a los medios de comunicación y a las personas. Hay heridos que deben ser llevados a los hospitales, hay algunos desaparecidos y muchísima gente traumatizada, que también hay que atender sicológicamente. Todo el mundo está al pendiente de lo que ocurre en el sureste de México, en un clima de solidaridad que rebasa las fronteras. La radio, la televisión y los periódicos no hablan más que del huracán Emily y del esfuerzo que toda la sociedad está haciendo para aminorar sus consecuencias.
Y las masas católicas, ¿qué?
Una vez que he tomado contacto con la realidad y me he serenado, empiezo a reflexionar acerca del sueño que ha provocado la pesadilla. Llego a la conclusión que sin duda los sueños, con sus relativas reacciones en el campo psicosomático, tienen mucho que ver con los temores, las ansiedades o los anhelos que se esconden en el subconsciente. Por un proceso sicológico inexplicable, todo lo que se encierra en el subconsciente de una manera confusa, mediante el sueño adquiere forma, orden y sentido, abriendo el camino hacia posibles soluciones.
En el caso concreto que estoy por relatar, es muy probable que al origen de todo están el huracán Emily y las primeras reacciones a un artículo que publiqué hace poco acerca de la suerte de las masas católicas, que se encuentran completamente desprotegidas y están siendo fagocitadas por los grupos proselitistas, algo que, desde hace algún tiempo, “no deja de quitarme el sueño”.
Evidentemente me resulta imposible relatar el sueño así como lo viví. Hay demasiados huecos que llenar para darle sentido pleno. Es como si tratara de unir las puntas de un montón de icebergs, diseminados en un inmenso océano en agitación. Ni modo. Haré todo lo posible para salvar lo que me queda de un sueño gigantesco, que me ha provocado enormes satisfacciones pero, al mismo tiempo, unas terribles pesadillas.
Y ¿para qué esperar más? De una vez entremos en el vivo de la historia “soñada”.
JUAN PABLO II: PARTEAGUAS
Un reto:
La evangelización de los católicos
Un grupo de sacerdotes y seminaristas nos encontramos frente al televisor a la hora del noticiero. No se habla más que del huracán Emily, un acontecimiento que acapara todas las preocupaciones de las autoridades y del pueblo en general. Nosotros estamos particularmente preocupados por contar con apóstoles de la Palabra en los estados de Yucatán y Quintana Roo, los más afectados por el tremendo siniestro natural.
A un cierto momento aparece el Papa Benedicto XVI leyendo un documento. Se trata de unos cuantos segundos. El locutor explica que el Papa acaba de confiar al cardenal prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Católicos la encomienda de procurar con todos los medios posibles la evangelización de todo el pueblo católico.
La noticia cae como un rayo a cielo sereno.
–¿Evangelización de los católicos? –comenta un seminarista –. Sin duda, se tratará de un error. Seguramente se tratará de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, es decir de los paganos.
–Así son los locutores – añade otro –: cuando no entienden, componen.
–No es cierto. – intervengo –. Yo escuché muy bien. El Papa habló de la evangelización de los Católicos.
–Imposible. Es que no existe esta Congregación – insiste el seminarista que tomó la palabra primero.
–Y ¿cuál es el problema? – replico –. Se ve que este Papa la acaba de instituir.
El día siguiente los periódicos aclaran que efectivamente se trata de la Congregación para la Evangelización de los Católicos, “una iniciativa del nuevo Papa que mira a ubicar la Iglesia Católica en el nuevo contexto histórico, que se ha ido perfilando a raíz de los cambios trascendentales que se han ido dando en los últimos decenios” (comentario de un analista de la sección religiosa).
En el fondo se trata de instrumentar una serie de estrategias que den consistencia a la iniciativa del Papa Juan Pablo II acerca de la Nueva Evangelización, “un grande proyecto que quedó en puras generalidades, sin nunca aterrizar en acciones concretas” (comentario de un profesor del seminario). Algunos no están de acuerdo con esta manera de ver las cosas. Es como si se quisiera rebajar la grande figura del Papa recién fallecido. Para otros la iniciativa de Benedicto XVI está totalmente en sintonía con la línea marcada por su predecesor, “al querer dar seguimiento a una de sus más grandes intuiciones” (comentario del Sr. Arzobispo).
Algo que me llama la atención en el documento pontificio es su extrema brevedad (apenas tres cuartillas) y la insistencia en la necesidad de poner como base del nuevo plan de pastoral “un exhaustivo análisis de nuestra realidad eclesial”. Muchos ni se percatan de estos detalles. No faltan seminaristas y sacerdotes que se sienten totalmente decepcionados frente a un documento tan fuera de lo común, sea por el contenido que por la forma. Sin duda, se esperaban algo más acorde a su fama de grande teólogo.
Realidad eclesial
De un momento para otro me veo en la Villa del Carmen de Catemaco, en el estado mexicano de Veracruz, durante un encuentro eclesial. Antiguas escenas vuelven a presentarse delante de mis ojos, relacionadas con la formulación del primer plan de pastoral. Una confusión de fechas, contenidos y personajes.
Toma la palabra el Vicario de Pastoral:
–Antes que nada se trata de hacer un buen análisis de la realidad. Solamente así será posible una verdadera evangelización, que tenga presente al hombre concreto, sumido en la más espantosa pobreza, sin fuentes de trabajo, a la merced de caciques explotadores, cuya única salida es migrar hacia el vecino país del norte, entre peligros y riesgos de todo tipo, cazados como si fueran venados. Y una vez llegados allá, ¿qué les espera? Humillación y explotación, sin ningún tipo de garantías, acorralados y sacados del país como perros, cuando ya no les queda nada por exprimir.
–Esto ya lo vimos la otra vez – interrumpe el P. Toño.
–Bueno. Ahora se trata de retomar lo que ya vimos la otra vez, teniendo en cuenta los posibles cambios que se hayan dado en los últimos años, cambios que sin duda han ido empeorando la situación. Como ya se dieron cuenta, en esta región ya se cerraron casi todas las fábricas de puros. Pobre gente, sin fuentes de trabajo y sin futuro. Es aquí donde se tiene que levantar la voz profética de la Iglesia, denunciando tantas injusticias, que están a la vista de todos. Es tiempo de gritar nuestra inconformidad contra las estructuras injustas, que rigen nuestra sociedad y están oprimiendo a nuestro pueblo. Es tiempo de ir pensando en un nuevo proyecto de sociedad, asumiendo como propia la causa de los más desprotegidos y rechazando todo compromiso con los poderosos de este mundo, los verdaderos asesinos del pueblo como un día asesinaron al mismo Jesús.
–Párale, por favor – insiste el P. Toño –. Ya estamos cansados de tanta demagogia. ¿Qué tienen que ver los ricos con la muerte de Cristo? ¿Nunca oyó hablar de los pecados de toda la humanidad como la causa de la muerte de Cristo?
Teología de la Liberación
Una vez más salen a relucir los postulados de la Teología de la Liberación. Parecen los últimos estertores antes de la muerte. Intervienen unos cuantos presbíteros, religiosas y laicos comprometidos en lo social, manejando un discurso ya agotado, hecho de puras quejas y sin propuestas concretas.
Cuando parece que ya esgrimieron todos sus argumentos, toma la palabra el rector del seminario:
–¿No se dan cuenta de que ya pasó a la historia la Teología de la Liberación? Hizo lo que pudo y ya. Tuvo el mérito de bajar la teología de las nubes a la tierra, al tomar en cuenta al hombre concreto y de una manera especial a las masas populares oprimidas. Pero al mismo tiempo cometió el grave error de emparentarse o por lo menos juguetear demasiado con el marxismo, considerando como realidad solamente lo económico, lo político y lo social y descuidando lo espiritual, que es lo que más nos interesa a nosotros como Iglesia.
–Además, por su misma inspiración marxista, –interviene un servidor –muchos seguidores de dicha teología se involucraron en las guerrillas, causando enormes daños al pueblo que pretendieron ayudar. Según ellos, era necesario involucrarse en los procesos históricos y no se dieron cuenta de que la historia estaba cambiando.
La santa alianza
–¿Qué nos dice acerca del acuerdo que hubo entre el Papa Juan Pablo II y Ronald Reagan, el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, lo que se llamó “la santa alianza”? – rebate el vicario de pastoral, como si sacara un as de la manga, convencido de que con esa revelación iba a destruir todas las argumentaciones en su contra. –Por eso la Teología de la Liberación fue tan atacada por el Vaticano.
–Y ¿cuál es el problema? Esta es la historia, éstos son los procesos históricos en los cuales hay que involucrarse. A Reagan le preocupaba el problema de América Latina; a Juan Pablo II le preocupaba Polonia. Llegan a un acuerdo y la historia cambia. El Papa interviene en América Latina, pacificando la región al detener la Teología de la Liberación, uno de los más grandes soportes de las guerrillas, y Reagan interviene en los asuntos europeos, dando su espaldarazo a la causa de Solidarnosc (Solidaridad) en Polonia, lo que causó el derrumbe del sistema soviético. Con esto tiene que ver el famoso Escudo Nuclear o la Guerra de las Galaxias, de lo que tanto se habló en aquellos años.
–Esto no quiere decir que el Vaticano atacó la Teología de la Liberación por motivos políticos –aclara el rector del seminario –. No. Sus razones fueron esencialmente teológicas.
El Reino de Dios
–¿En qué quedamos, entonces, con el legado de Cristo y los profetas en su lucha a favor de la justicia y la causa de los pobres? – insiste el vicario de pastoral.
–El objetivo fundamental de toda la acción de Cristo y los profetas fue el establecimiento de una relación correcta entre Dios y el hombre. De ahí viene todo lo demás. En realidad, nunca Jesús intentó levantar al pueblo contra el imperio romano, lo que estaba en las expectativas del pueblo judío. Por eso, no lo reconocieron como Mesías.
–Y ¿qué tal su predicación encaminada al establecimiento del Reino de Dios?
–Para ustedes, hablar del Reino de Dios quiere decir hablar de los valores puramente humanos, como son la justicia, la dignidad, el respeto mutuo, la economía, la política, etc., excluyendo los valores estrictamente espirituales o dándoles poca importancia. Sería como hablar del Reino de Dios, sin Dios. De hecho, las comunidades, en las que más se ha manejado este tipo de teología, se han distinguido por su compromiso en el campo social y político y su poco interés por lo espiritual.
Proselitismo religioso
–Hasta provocar en el pueblo una verdadera “asfixia espiritual” –remata el rector del seminario –, lo que ha dejado sin defensa al católico, volviéndolo en fácil presa de los grupos religiosos proselitistas.
El vicario de pastoral, con su grupo de seguidores, manifiesta su completa insatisfacción acerca del rumbo que están tomando las cosas:
–Si vamos a seguir así, es mejor que dejemos las cosas como están, en lugar de enfrascarnos en polémicas estériles. Ya contamos con un buen plan de pastoral. ¿Qué más necesitamos?
–Como era de preverse, reapareció el fundamentalismo católico cuando ya parecía muerto y enterrado para siempre – añade uno de sus acólitos.
–Es que ustedes están demasiado atrasados. No leen los documentos de la Iglesia. ¿No se han dado cuenta de los enormes avances que desde el Concilio se han dado en el terreno ecuménico? – remata uno de los más fanáticos seguidores de la Teología de la Liberación.
Una vez más me toca a mí tomar la palabra:
–Los documentos de la Iglesia son como las recetas de los doctores. Para cada enfermedad, su receta. No podemos aplicar la receta ecuménica para el caso del proselitismo religioso, que mira no a unir al pueblo cristiano, sino a dividirlo más. En el caso del proselitismo religioso, que tanto está afectando a nuestras masas católicas especialmente en América Latina, se necesita poner en marcha un plan de fortalecimiento y preservación de la fe mediante las normas de una sana apologética.
–¿No se dieron cuenta de que la apologética ya pasó de moda? – rebate un profesor del seminario, recién regresado de Roma, que en el fondo es el verdadero líder de la Teología de la Liberación. –Ya es tiempo de diálogo, comprensión y amor entre todos.
–¿Cómo que la apologética ya pasó de moda? Se ve que usted vive en un mundo imaginario. Trate de bajar al mundo real y verá que es muy diferente de lo que se imagina. Por lo tanto, mientras haya ataques contra la fe, tiene que haber apologética, es decir, defensa de la fe.
–Ya pasó el tiempo de las cruzadas. Ya vivimos en otros tiempos, de mayor apertura, tolerancia y libertad. ¿Qué es eso de “defensa de la fe”? La fe se vive, no se defiende. Cada quien busque a Dios como pueda. En el fondo, todos buscamos al mismo Dios y todos los caminos llevan a Dios.
–No creía que usted, que parece tan preparado teológicamente y es profesor del seminario, hubiera llegado tan lejos. Por eso, su parroquia está tan perdida. ¿Recuerda lo que le dije cuando empezó a juguetear con aquel cura dizque ortodoxo, llegado de Francia o quién sabe de dónde? Ahora ya está construyendo su templo parroquial, contando con el apoyo del “Departamento Ecuménico”, que usted mismo formó y entrenó para el diálogo. Por lo que se sabe, algunos de sus miembros ya se integraron a la nueva parroquia, hablan mal del catolicismo y están haciendo un fuerte proselitismo a favor de la nueva manera de vivir la fe cristiana. Hasta asegura el dichoso cura ortodoxo que pronto lo van a nombrar obispo.
–Efectivamente este cura me está sacando las canas – confiesa con un velo de tristeza el profesor del seminario –. Al principio, parecía tan humilde, amable y atento, y ahora se volvió intrigante, irrespetuoso y chocante como nadie. Ni modo. Así son las cosas. Uno trata de seguir las normas de la Iglesia y a la mera hora se mete en un montón de problemas que uno nunca se imaginaba.
–Hay que entender que una cosa es la situación en los ambientes con mayoría protestante y otra cosa es la situación en los ambientes con mayoría católica, como el nuestro. Los señores que llegan aquí de otros países que no son católicos, no buscan el ecumenismo, sino el proselitismo, es decir, la conquista de nuestra gente, para compensar las pérdidas que están teniendo en sus países. No hay que olvidarse que todas las iglesias históricas están en crisis. Entonces, para ellos el ecumenismo es un puro pretexto para acercarse a uno y envolverlo. Y lo peor del caso es cuando el mismo pastor de la comunidad cae en la trampa y se vuelve en anzuelo para que caigan otros.
–Es que yo me llevo bien con los pastores de otros grupos religiosos. De vez en cuando, me reúno con ellos. Nos respetamos mutuamente. En el fondo, ¿no es esto lo que Cristo nos enseñó?
–No sea ingenuo. Fíjese que el lobo no se come al pastor, sino a las ovejas. Si esos señores se ufanan de ser sus amigos, no es por el respeto que le tienen, sino para debilitar las defensas de los católicos y enredarlos. ¿Se ha fijado alguna vez en la labor que están haciendo para robarle “sus” ovejas? Y usted tan campante, considerándolos como sus “amigos” y haciendo propaganda en su favor. ¿O acaso usted prefiere su amistad al cuidado de las ovejas?
Juan Pablo II y su imagen
Todos se ven sumamente interesados en el diálogo que estoy teniendo con el profesor del seminario. Poco a poco van cayendo en la cuenta de que es importante hablar para aclarar las cosas, hablar no solamente con los que piensan de la misma manera, sino también con los que tienen una manera de pensar diferente. Solamente así es posible lograr una visión de las cosas más acorde a la realidad, evitando el peligro de imaginarse cosas que otro nunca había pensado o dicho.
–Sinceramente – reconoce el profesor del seminario – nunca había visto las cosas de esa manera. Por otro lado, esa manera de ver las cosas me intriga más. Me pregunto: “Si es cierto todo eso, entonces ¿cómo hay que interpretar la actitud del Papa Juan Pablo II con relación a los que tienen otras creencias?”
–Antes que nada, hay que fijarse en el hecho que nunca el Papa Juan Pablo II tuvo algún encuentro con este tipo de gente que conocemos nosotros, que lo único que buscan es conquistar a los católicos. Después hay que distinguir entre lo que realmente el Papa Juan Pablo II pretendía con esos gestos tan inusuales y lo que la gente entendió o quiso entender. Estoy convencido de que a un cierto momento el Papa Juan Pablo II quedó preso de su propia imagen.
Al escuchar esto, toda la asamblea queda como sacudida, en espera de alguna aclaración, que dé respuesta a muchos interrogantes acerca de la figura del sumo pontífice, recién fallecido. El rector del seminario rompe el hielo:
–Disculpe: ¿qué quiere decir usted al afirmar que el Papa Juan Pablo II quedó preso de su propia imagen?
–Desde un principio el Papa Juan Pablo II manejó un doble lenguaje: uno para la masa en general, hecha de católicos practicantes y no practicantes, cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes, y el otro para el interior de la Iglesia, especialmente para los pastores y los feligreses católicos más comprometidos. Dos discursos muy diferentes: el primero “políticamente correcto”, más abierto y lleno de esperanzas, manejando las grandes utopías de la humanidad, como son la paz mundial, la unidad, la tolerancia, el diálogo y la comprensión entre todos; el segundo, más matizado y preciso, a veces incómodo y hasta molesto, debido a las mismas exigencias del Evangelio. Y ¿qué pasó en la práctica? Que los mismos miembros de la Iglesia más comprometidos se fueron con la finta: en lugar de fijarse más en el segundo tipo de discurso, más conforme al Evangelio, se quedaron con el primero, más vago y susceptible de las interpretaciones más variadas, y de ahí cada uno sacó las conclusiones que más le convenían, comportándose en campo teológico como cualquier profano, al imaginarse una Iglesia y una doctrina, totalmente nuevas, desconectadas de dos mil años de historia.
–Bueno – pregunta el rector del seminario –, ¿qué tiene que ver todo eso con lo que estamos tratando?
–Claro que tiene que ver. En un mundo tan convulsionado y a la zaga, Juan Pablo II poco a poco fue descubriendo su vocación y misión de líder mundial y se lanzó a esta tarea, creando la imagen de un Papa diferente, preocupado no tanto por la misión de la Iglesia Católica cuanto por los intereses de la humanidad entera, luchando por sanar heridas, derribar barreras y crear puentes a todos los niveles, un hombre superior a las partes, confiable y comprometido con las verdaderas causas de la humanidad. Pues bien, en esta perspectiva desentonaba la problemática de las sectas o del proselitismo religioso y no la abordó públicamente. Cuidó su imagen, hasta volverse preso de ella.
–¿Cómo se explica, entonces, el documento “Dominus Iesus”, que vino a aclarar toda la confusión que, según su opinión, se había originado a causa de la imagen que poco a poco todo mundo se fue creando acerca del Papa?
–Se trató de un documento tardío, que llegó cuando las cosas ya se habían complicado demasiado, hasta considerar el ecumenismo y el diálogo interreligioso como la nueva carta magna de la Iglesia Católica, a la luz de la cual habría que redefinir su papel en el mundo de hoy. De hecho, aunque el documento “Dominus Iesus”presentara la doctrina clásica de la Iglesia Católica, fue rechazado en muchos ambientes católicos, hasta por sedicentes teólogos, sin hablar del malestar que creó en los ambientes no católicos, que se consideraban “ecuménicos”. Muchos no se resignaban a ver ese documento como algo salido de la mente y del corazón de Juan Pablo II. Lo veían más bien como un documento espurio, debido a una especie de chantaje de parte del cardenal Ratzinger, aprovechándose de las graves dificultades en que se encontraba el Papa a causa de su salud muy deteriorada: “Si quieres que siga en el cargo, cuidándote el changarrito, me tienes que firmar este documento”.
–Y el Papa ¿qué?
–No obstante todas las interpretaciones que se estaban dando, siguió cuidando su imagen, haciendo una defensa muy débil del documento. En esto se vio como muchos llegaron hasta idolatrar a Juan Pablo II, sin conocerlo en su profunda realidad, viendo en él más bien la encarnación de sus deseos e ideales, que no siempre coincidían con los deseos e ideales de Juan Pablo II, y en definitiva del mismo Evangelio.
Me doy cuenta de que esta visión acerca del Papa Juan Pablo II desconcierta a muchos. Ya no saben qué pensar acerca de un personaje, que durante años ha sido un líder indiscutible a nivel mundial, elevando la figura papal a niveles que no se habían visto durante siglos.
Pregunta un seminarista:
–¿Hizo bien o hizo mal el Papa Juan Pablo II al comportarse de esa manera?
–Solamente él y Dios lo saben. En realidad, se trató de un problema que él tuvo que enfrentar a solas, delante de Dios, a nivel de conciencia. Tuvo que escoger como prioritario entre el papel de líder mundial y el otro como jefe de la Iglesia Católica. Y se inclinó por el primero, logrando éxitos impresionantes a favor de toda la humanidad. De hecho, con su enorme perspicacia política, causó el derrumbe del sistema soviético y logró evitar el enfrentamiento entre el mundo musulmán y el mundo cristiano (llamado “choque o enfrentamiento de civilizaciones”), que se perfilaba desde hacía tiempo por motivos históricos y que estaba por volverse realidad a causa de la actitud irresponsable de Bush y Bin Laden, ambos movidos por intereses personales e imperialistas.
–Y todo esto, a fin de cuentas ¿no favoreció a la Iglesia Católica? – pregunta otro seminarista.
–Desgraciadamente, no. Al contrario, con su actitud de extrema apertura hacia los demás grupos religiosos, debilitó las defensas de los católicos, que, con suma facilidad e ingenuidad y sin contar con una preparación específica al respecto, establecieron relaciones amistosas con gentes de otras creencias, hasta quedar cautivados por los nuevos credos y aceptarlos sin pestañear. Dicho de otra manera, el Papa Juan Pablo II no supo, no quiso o no pudo capitalizar para la Iglesia Católica el enorme caudal de simpatía y prestigio, que había logrado para sí mismo.
Un laico comprometido, teniendo en cuenta todo lo anterior, así resume la figura de Juan Pablo II: fue como un grande artista, investigador o estadista, que, por estar metido en su papel específico en beneficio de la humanidad, descuidó su propia familia. Prefirió el bien común a los propios intereses particulares.
–Como me está pasando a mí – comenta otro laico comprometido –, que, por estar tan metido en los asuntos de la Iglesia, descuido los deberes de mi hogar, hasta arriesgar con echar a perder mi matrimonio.
Todos acompañan su comentario con risas y palmadas, al estar enterados de su gran equilibrio como padre de familia, esposo y católico practicante. De todos modos, esta reflexión nos pone a todos a recapacitar, puesto que esta actitud sigue representando un peligro real para los pastores de la Iglesia, que en muchas ocasiones, para seguir el ejemplo del gran Juan Pablo II, no dejan de meterse en todo, menos en lo que es su misión específica, que consiste en guiar al pueblo de Dios, y además sin contar con la preparación y el carisma del Papa, recién fallecido.
Por fin el rector del seminario trata de explicitar una intuición que se está haciendo presente en la mente de muchos:
–Creo que con un Juan Pablo II ya tenemos bastante. No vaya a pasar ahora que todos queramos imitar su ejemplo, metiéndonos demasiado en los asuntos políticos, económicos y sociales, y descuidando nuestro papel específico como pastores o miembros comprometidos de la Iglesia. Si no entendemos esto, corremos el riesgo de defraudar tantas esperanzas, cifradas en nosotros como depositarios y heraldos de un mensaje que va más allá de lo efímero de este mundo. En este aspecto, creo que habría mucho que reflexionar de parte de los obispos y presbíteros, que a veces se la pasan metidos en todo, excepto en lo propio, que es el anuncio del Evangelio, que representa nuestra manera propia de intervenir en la búsqueda del bien común.
Toca la campana. Es hora de tomar el café. Todos se dispersan, comentando en corrillos lo sucedido. Parece que el encuentro empezó bien. Estamos pisando tierra, avocándonos a lo nuestro. Solamente un detalle ensombrece el clima de satisfacción general: los “liberadores” poco a poco se retiran para planear, como de costumbre, alguna “estrategia” para boicotear, desviar o manipular el encuentro con el objetivo de llevar el agua a su molino.
¿CUÁL RUMBO?
Benedicto XVI
Como pasa en los sueños, de un momento a otro me encuentro en un escenario totalmente distinto, delante de las cámaras televisivas y acompañado de algunos teólogos de peso. Los periodistas quieren una respuesta clara acerca del rumbo que va a tomar la Iglesia con el nuevo Papa. Quieren saber si habrá adelantos, retrocesos o estancamiento.
–Todo depende del aspecto que se quiere considerar – contesta el decano de la facultad de teología, acostumbrado a esquivar las estocadas de los periodistas.
–Queremos saber si el nuevo Pontífice seguirá reuniendo a multitudes de jóvenes, como ha sucedido con el Papa Juan Pablo II –aclara un reportero.
–¿Cuál será la posición del Papa acerca del pluralismo religioso? En este aspecto, ¿no existe un peligro real de retroceso? –pregunta otro.
–¿Es cierto que con el nuevo Papa la Iglesia entrará en un invernadero? – insiste un tercero.
Todos están ansiosos de conocer la línea de pensamiento de Benedicto XVI. Los pocos ejemplares de sus obras, que se encontraban en las librerías al momento de su elección, se esfumaron en un instante. Ahora se están haciendo reimpresiones a todo vapor. A todos les interesa saber qué pasará con la Iglesia Católica bajo la guía del nuevo timonel.
Los teólogos tratan de balbucear alguna respuesta a cada pregunta. En realidad, nadie sabe a ciencia cierta cuál será el programa de Benedicto XVI. Posiblemente ni el mismo Pontífice aún lo tiene claro en su mente.
–En realidad – comenta el decano de la facultad de teología –, no es lo mismo ser cardenal que ser Papa. Una cosa es ver la realidad desde un dicasterio romano y otra cosa es verla desde la cátedra de Pedro.
–¿Cómo explica usted la celeridad en la elección de Benedicto XVI? – insiste un periodista.
–Según mi opinión, la pronta elección de Benedicto XVI obedece a dos preocupaciones fundamentales de los señores cardenales: confirmar su gestión anterior como encargado de salvaguardar la pureza de la fe y privilegiar el compromiso pastoral al interior de la Iglesia con relación a cualquier otro compromiso ad extra.
–En otras palabras – comenta el periodista –, primero poner orden en la casa y después preocuparse por los asuntos del barrio.
–Así es.
–En concreto, según ustedes que están muy metidos en estas cosas, –insiste el periodista –¿qué habría que hacer para poner orden en la casa?
El decano de la facultad de teología pasa la palabra al profesor de pastoral.
Reinventar la Iglesia
De su larga disertación recuerdo apenas unos conceptos básicos. Habla de “desmitificar” instituciones y personajes, “explorar posibilidades”, “ensayar métodos” y resucitar dentro de la Iglesia “el auténtico espíritu misionero, que fue la gloria de nuestros ancestros”. Concluye su intervención de una manera enfática: “Hay que reinventar la Iglesia. Como el Evangelio se encarnó en el mundo greco–romano, ahora se tiene que encarnar en el mundo contemporáneo, sin perder su fuerza y su sabor”.
–¿Cómo será posible realizar una tarea, realmente titánica, como la que usted propone? – le pregunta un periodista en nombre de todos.
–Con el aporte de todos los miembros de la Iglesia, manejando oportunamente los conceptos de comunión y participación – contesta el catedrático –. Para eso están los sínodos diocesanos, que están teniendo lugar en todas las diócesis del mundo por disposición de la Santa Sede.
No faltan periodistas a la antigüita que se escandalizan y lanzan el grito al cielo ante afirmaciones tan provocadoras. Al día siguiente los periódicos se hacen eco de esta situación: “La Iglesia Católica a la deriva”, es el título en primera plana del diario de mayor circulación. Habla de teorías descabelladas acerca del futuro de la Iglesia, “olvidando que se trata de una institución eterna, que nadie ni nadie podrá nunca cambiar ni en los más mínimos detalles”. En el mismo diario otro comentarista presenta la línea opuesta, poniendo en guardia contra el peligro del “integrismo y el fundamentalismo católico, que siempre han estado en asecho y que hoy en día pueden tener unos momentos de gloria”.
Otros diarios ven con buenos ojos el nuevo rumbo que está tomando la Iglesia. “Ahora sí, o cambiar, adecuándose a los tiempos actuales, o desaparecer – comenta un periodista experto en asuntos eclesiales –. Es tiempo de despertar y mirar alrededor. Todos avanzan, mientras la Iglesia Católica retrocede. Fíjense en las estadísticas. Necesitamos menos palabrería, menos demagogia y más gestos concretos, que lleguen al corazón del hombre moderno y lo lleven hacia Dios. Ojalá que con Benedicto XVI la Iglesia Católica logre tomar el rumbo correcto, que marcará la historia del futuro. No importa si se tratará de reinventar la Iglesia, reestructurarla o sencillamente de actualizarla. Lo que importa es que esté en grado de cumplir con su misión de vivir y anunciar el Evangelio a todo el mundo, según el mandato de su divino Fundador. Si ante esta perspectiva algunos se escandalizan o asustan, es su problema. Nosotros, como creyentes y ciudadanos de este mundo, vemos con simpatía el esfuerzo que está haciendo el Papa Benedicto XVI, al querer poner al día la Iglesia, partiendo precisamente de una toma de conciencia de la realidad eclesial, que no es tan halagadora como quisiéramos”.
Un Nuevo Concilio Ecuménico
Concluye su perorata, haciendo votos que pronto podamos contar con un nuevo Concilio Ecuménico. “Son tan profundos y rápidos los cambios que se están dando en la sociedad actual – observa el periodista – que cuarenta años de ahora (lo que nos separa del Concilio Ecuménico Vaticano II) corresponden a doscientos años en épocas pasadas”.
Un reportero televisivo se presenta a mi residencia y me solicita un comentario al respecto. Tomado de sorpresa, trato de expresar algunas ideas, que desde hace tiempo me he ido formando acerca del papel, que ha jugado y sigue jugando el Concilio Ecuménico Vaticano II en la historia de la Iglesia durante los últimos decenios (No hay que olvidar el hecho que estudié teología y me ordené sacerdote en pleno Concilio).
– Sin duda, el Concilio Ecuménico Vaticano II no nos ayuda a resolver la gran cantidad de problemas, que aquejan a la Iglesia de hoy. En realidad, se trata de situaciones muy diferentes. En concreto, lo que intentó hacer el Concilio Ecuménico Vaticano II fue una puesta al día (aggiornamento) de la Iglesia, teniendo en cuenta de una manera especial su actitud ante los movimientos políticos, sociales y culturales del pasado, que muchas veces fueron de incomprensión y rechazo. Su objetivo fue ponerse en paz consigo misma, aclarándose su papel con relación a sociedad en un espíritu de servicio, diálogo y extrema apertura. Esta nueva manera de situarse frente a la sociedad en general, y especialmente frente a los que tuvieran otro tipo de creencias, fue dictada de una manera especial por la necesidad de unir a todos los creyentes y a la gente de buena voluntad ante la amenaza del totalitarismo y el ateismo militante, representados por el marxismo y el mundo comunista, sin tener en cuenta el hecho que dentro del mismo mundo cristiano había fuerzas disgregadoras, animadas por un activismo sin precedentes. Así que, mientras nosotros hablábamos de diálogo y comprensión, los grupos proselitistas seguían conquistando a nuestros feligreses, sin que nadie moviera un solo dedo para ayudarlos a salir del apuro. Lo peor del caso fue cuando, no obstante la caída del mundo comunista, se siguió con la misma línea de acción, sin cambiar de perspectiva, no obstante los grandes reveses que estábamos teniendo a causa de la agresividad de los grupos proselitistas.
– Entonces, usted ¿ve necesario un nuevo Concilio Ecuménico?
– En cierta manera, sí. En realidad, se trata de empezar a ver las cosas de una manera diferente, teniendo en cuenta la realidad concreta en que estamos viviendo, muy diferente de la situación en que se encontraba la Iglesia hace cuarenta años. Según mi opinión, con el Concilio Ecuménico Vaticano II y el Papa Juan Pablo II se cierra una época histórica y se empieza a vislumbrar una nueva, que exige un nuevo modelo de Iglesia, algo totalmente ausente en la perspectiva anterior. En concreto, se trata de corregir ciertas desviaciones, causadas por una mala interpretación y aplicación de los principios sobre el Ecumenismo y el Diálogo Interreligioso, y buscar caminos concretos para reestructurar el aparato pastoral de la Iglesia, para ponerla en condiciones de atender debidamente a todos los bautizados y cumplir con el mandato de Cristo de anunciar el Evangelio a toda criatura (Mc 16, 15).
– Entonces, usted ¿ve como urgente la convocación de un nuevo Concilio Ecuménico?
– No tanto. En realidad, ni los papas ni los concilios hacen milagros. No son como una varita mágica, que todo lo resuelve en un abrir y cerrar de ojos. Un concilio representa la culminación de todo un proceso de reflexión teológica y experimentación pastoral, que lleva a unas tomas de decisiones que van a marcar el futuro de la Iglesia. Más atinados sean los análisis que se hagan y más atinadas resultan las decisiones que se toman, con más provecho para toda la Iglesia.
– ¿Qué habría que hacer, entonces?
– Reflexionar y ensayar nuevos métodos pastorales, para ir dibujando un nuevo rostro de Iglesia, más acorde a su misión en el momento actual, como portadora de un mensaje y una salvación que van más allá de todo horizonte humano y temporal.
Veo que el reportero empieza a dar signos de insatisfacción por el rumbo que está llevando la entrevista. Posiblemente se esperaba algo más sensacional, que pudiera despertar una cierta polémica al interior de la Iglesia. Al no encontrar lo que esperaba, trata de cambiar de tema, haciendo preguntas sobre los candidatos presidenciales, los curas pederastas y tantas otras cosas que no vienen al caso. Conclusión: no sale nada al aire, como si nunca hubiera habido entrevista alguna. Será para otra vez, cuando haya algo más sabroso para ciertos paladares, acostumbrados a bebidas demasiado fuertes y comidas muy picosas.
Pensar la pastoral
Como pasa en los sueños, otra vez hay cambio de escenario. Esta vez me encuentro en mi pueblo natal, que es Conversano, provincia de Bari (Italia). En el contexto del sínodo diocesano, estoy invitado a presentar una ponencia sobre el tema “Pensar la Pastoral”. Ya sé que todo lo que digo será visto como algo extraño, ajeno a su realidad. Repetirán la frase de siempre: “Se trata de teología latinoamericana; nuestra realidad es muy diferente”. Ni modo. Lo mismo me pasa en México y los demás países del continente americano. Al no encontrar argumentos válidos para menoscabar el valor de mi postura o rechazarla, se salen con el cuento de que tengo una mentalidad “europea”.
Contrariamente a lo acostumbrado, me veo frente a una inmensa asamblea de participantes, mientras leo unas hojas con toda la formalidad del caso. En realidad, se trata de una conferencia magistral. Exordio invitando a todos los presentes a ponerse en una actitud activa frente a la realidad, como actores, desterrando de nuestros ambientes toda actitud pasiva, “sin ilusiones ni chispas, en una rutina sin fin”. Hago notar como normalmente en la Iglesia los más capacitados se dedican a la reflexión teológica, no a la pastoral, volviéndose “más amigos de los libros que de la gente”.
“Se trata de una actitud frente a la vida – insisto –, encaminada a superar toda pereza mental y a arriesgar personalmente, no de enviar gente al matadero; recorrer un camino, no de enseñarlo a otros y quedarse mirando; pensar y experimentar con el riesgo de equivocarse”. “Pensar la pastoral significa desentrañar la realidad, buscando la verdad de las cosas, ir más allá de las apariencias, llegar al fondo de los problemas, las situaciones y los acontecimientos, no dar nada por descontado, practicar la duda sistemática, no tener miedo a ir contracorriente, aceptar ser anticonformista y estar dispuestos a enfrentarse al ostracismo”.
Esto supone una suficiente seguridad interior, que le permite a uno “dejarse cuestionar y estimular por la realidad y volverse más agresivo hacia ella, buscando su transformación”. Cuando, al contrario, no hay ideas claras acerca del quehacer eclesial, surge el miedo al cambio y “refugiarse en la costumbre se vuelve ley”.
–Ahora bien – concluyo mi ponencia –, esta será la tarea del sínodo que estamos iniciando: poner las bases para construir un nuevo tipo de Iglesia, más evangélica, más libre de ataduras seculares y más idónea para cumplir con su misión en el nuevo tipo de sociedad, que apenas estamos vislumbrando. Para lograr esto, es extremadamente necesario dejar la actitud del avestruz, que esconde su cabeza bajo la arena para no ver la realidad, y tomar la actitud del explorador o el investigador, cuya única preocupación es descubrir nuevas posibilidades y nuevos caminos. Solamente haciendo esto, es posible garantizar la salida de un buen plan de pastoral, que sea concreto y factible. De otra manera, nos quedaremos en el puro mundo de los propósitos o los deseos, como ha sucedido muchas veces en el pasado.
Un débil aplauso acompaña mis últimas palabras, un aplauso de compromiso, más que de convicción. Veo que el ambiente es esencialmente hostil, feliz en su mundo, cerrado al cuestionamiento y acostumbrado a echar la culpa de todos los males “a los tiempos difíciles en que nos ha tocado vivir”. Mi manera de ver las cosas incomoda a casi todos los presentes, con excepción de algunas personas poco metidas en los asuntos de la Iglesia, que posiblemente se dejan fascinar más por la envoltura que por el contenido, casi completamente ajeno a su experiencia personal.
Al empezar la sesión de preguntas, nadie pide la palabra. Cuando parece que ya vamos a concluir el evento, un sacerdote cuarentón con modales de intelectual se levanta y hace un breve comentario a la ponencia, invitando a todos a ser más respetuosos, tolerantes y comprensivos especialmente con los más débiles, evitando ser agresivos e impositivos.
–De otra manera –concluye –, se corre el riesgo de conseguir un resultado totalmente contrario al que se pretende.
Se ve claramente que no le gustó nada mi manera de ver las cosas. Contesto aclarando mi posición al respecto:
–Aquí no se trata de imponer nada a nadie, sino simplemente de presentar una manera diferente de ver las cosas, en un espíritu de sinceridad y radicalidad evangélica, más allá de cualquier conformismo. Que si todo esto, en lugar de estimular, molesta a ciertas personas, encontrando en mis palabras algún reproche para su vida, hecha de pura rutina y privada de todo ideal, será su problema.
De inmediato, un cura anciano toma la palabra:
–¿A qué se refiere usted, cuando habla de pura rutina? ¿Sabe usted que mis múltiples compromisos no me dejan ni un momento para respirar?
–Aquí precisamente está el problema: trabajar sin pensar. ¿Ha reflexionado usted alguna vez en qué consiste su trabajo pastoral? En ofrecer a los feligreses puros satisfactores, sin preocuparse de darles lo que realmente los puede ayudar a crecer en la fe. ¿Con qué resultado? Que hasta los católicos, que se consideran más practicantes, a la mera hora carecen de los elementos más elementales de la vida cristiana, como son el gusto por la Palabra de Dios, la práctica de la oración y el deseo de una vida santa. En su mayoría parecen paganos bautizados, confirmados y casados por la Iglesia, con una vida totalmente al margen de los valores cristianos.
–¿Qué habría que hacer, entonces?
–Aprender a pensar la pastoral, como acabo de expresar en mi charla. En lugar de permitir que otros llenen nuestra agenda, somos nosotros quienes tenemos que llenarla, organizando nuestras actividades y sin perder de vista nuestra tarea evangelizadora.
–Esta es pura utopía –grita alguien de entre el público.
–Y ¿cuál es el problema? –le contesto –. Si ésta es mi utopía, ¿cuál es la suya?
–Yo no tengo ninguna utopía – replica la misma voz en tono sarcástico.
–Entonces, es mejor que se vaya a vender pepitas por la calle – concluyo.
Un nutrido aplauso sella la conclusión del evento. Se ve que mis palabras están haciendo mella en la mente y el corazón de un buen número de presentes. No falta gente que me pide un autógrafo. No todo está perdido. Cuando parece que estoy sembrando en el mar, no falta alguien que queda cuestionado por mis palabras y empieza a ver las cosas de otra manera.
Un breve artículo, que sale el día siguiente en el periódico local, así expresa el sentido de mi presencia en mi pueblo natal al arrancar las labores del sínodo diocesano: “La misión rebota. ¿Quién se hubiera imaginado que un hijo de nuestra tierra, misionero en América Latina desde hace unos cuarenta años, ahora nos viniera a dar una lección de aggiornamento (puesta al día), invitándonos a cambios tan radicales en un terreno tan complicado como es la pastoral? No cabe duda que también en el campo eclesial el fenómeno de la globalización es ya un hecho”.
Alguien me enseña el artículo y pide mi opinión al respecto.
–La globalización – comento –¡un verdadero problema! No es que yo sea globalifóbico. Es que en realidad la globalización tiene aspectos muy contrastantes. En algunos casos puede representar un estímulo y en otros puede engendrar confusión y desaliento. Y como siempre, los más débiles son los que pagan el pato. Ojalá que en este caso no pase lo mismo.
–Creo que no. En realidad, aunque su postura sea bastante provocadora, de todos modos no va a causar ninguna tragedia, ni en los jóvenes ni en los más ancianos. Aquí todos estamos curados de espanto, acostumbrados a tomar las cosas cum grano salis, como decían los antiguos romanos, o con sano humorismo, como prefieren los ingleses. Tomamos lo que nos interesa y dejamos a un lado lo que nos parece demasiado raro, difícil, arriesgado o inaplicable.
Lluvia de ideas
De un momento a otro regreso al escenario de la Villa del Carmen de Catemaco, Veracruz. Me encuentro en el mismo salón con unos doscientos delegados al sínodo entre presbíteros, religiosas y laicos. Se trata de calendarizar los trabajos que van a culminar con la formulación del nuevo plan de pastoral. Habla un experto en el asunto, encargado de la coordinación general.
–Lo que tenemos que hacer en esta primera etapa, es tratar de tomar conciencia de nuestra realidad eclesial así como es, sin miedos ni tapujos. Es el momento de ver lo que somos, con qué contamos y qué podemos hacer en concreto para cumplir con nuestra misión evangelizadora en esta porción de la Iglesia, que es la diócesis de San Andrés Tuxtla, Veracruz.
–Como siempre – añade otro miembro de la mesa directiva–, usaremos el método del “ver, juzgar y actuar”. Ver nuestra realidad como Iglesia, reflexionar sobre nuestras fallas y la manera de eliminarlas, y actuar para crear un nuevo rostro de Iglesia, más atractivo y capaz de dar esperanza al hombre de hoy. Solamente una Iglesia renovada interiormente podrá lanzarse con entusiasmo a la tarea evangelizadora.
Muchos intervienen para aclarar la finalidad del sínodo y las distintas etapas que hay que establecer para llevarlo a cabo. Se habla de fortalezas y debilidades, estructuras de evangelización, huecos que hay que llenar para adecuar la Iglesia a las necesidades del mundo actual, etc.
Hacia un catolicismo
con seguridad y dignidad
Retoma la palabra el coordinador general:
–Vino nuevo en odres nuevos. Aquí está todo el asunto. Tenemos que tomar conciencia del hecho que estamos entrando en una nueva época histórica. Ya no vivimos como al tiempo de la abuelita, cuando toda la población era católica. Entonces, había pocos peligros para la fe. De hecho nadie se cambiaba de religión. Ahora las cosas son diferentes. Muchos se dedican a cuestionar a nuestra gente, por radio, televisión y todo tipo de propaganda. No dejan de visitar a nuestra gente de casa en casa, invitándola a cambiar de religión. En esta situación, es urgente ver qué tenemos que hacer para pasar de un catolicismo de tradición a un catolicismo de convicción, sin perder las masas. Ya no podemos seguir perdiendo gente todos los días con el pretexto de que no nos damos abasto. Si seguimos así, poco a poco nos vamos a quedar sin nada. Es urgente dar un salto de calidad en nuestro quehacer eclesial, para estar a la altura de los tiempos actuales y estar en condiciones de hacer frente a los nuevos retos que cada día se nos van presentando. No podemos seguir actuando como si no existiera el fenómeno del proselitismo religioso, que está teniendo un enorme éxito en nuestros ambientes.
–En esta situación – interviene el encargado de la catequesis –, veo extremadamente importante utilizar una serie de estrategias, encaminadas a fortalecer la fe del pueblo católico de tal manera que ya no se sienta acomplejado ante los demás grupos religiosos. En realidad, actualmente lo que está pasando es que, no obstante que somos mayoría católica, en la práctica nos sentimos acomplejados frente a una minoría no católica, a causa de su mayor conocimiento de la Palabra de Dios, su mayor compromiso cristiano y su extraordinario empuje misionero, que muchas veces raya en el fanatismo. Es tiempo de empezar a tomar más en serio el factor espiritual y elevar nuestra manera de vivir la fe. Solamente así el católico podrá salir de su complejo de inferioridad ante los demás grupos religiosos y crecer en autoestima y seguridad. Que no vaya a pasar que alguien, para dar un paso adelante en su camino hacia Dios o en general hacia la vivencia de los valores espirituales, se sienta empujado a seguir otros caminos en grupos no católicos o no cristianos, como por ejemplo en el budismo, o en la amplia gama de posibilidades que ofrece el New Age, como son el esoterismo, el ocultismo y tantos otros ismos más.
–O sencillamente –concluye un laico comprometido–, por falta de una verdadera educación en la fe, se deje llevar por un cierto espíritu de autosuficiencia, que lo empuja a vivir como si Dios no existiera, lo que es conocido como ateísmo práctico o indiferentismo religioso.
Asociaciones
y movimientos apostólicos
Cuando parece que todo está marchando sobre ruedas, algunos manifiestan su inconformidad con los trabajos del sínodo. Es que se sienten seguros en el camino que están siguiendo y les parece incorrecto dejar algo seguro por algo incierto. Delante de mis ojos aparecen muchas caras de personas conocidas en distintos países y en distintas épocas de mi vida. Fíjense que aparecen caras hasta de compañeros de seminario. Ni modo. Así son los sueños.
–Sería como si quisiéramos dejar a un lado un tesoro, descubierto por gracia de Dios y adquirido a costa de tantos sacrificios, para volver a buscar otro, supuestamente más precioso, sin contar con ninguna garantía – confiesa con toda sinceridad el dirigente de un movimiento apostólico, muy cuestionado en el ambiente –. Una vez que uno ya cuenta con un camino, ya experimentado y seguro, ¿para qué buscar más?
–Yo, por ejemplo – sigue otro miembro del mismo movimiento apostólico –, antes vivía como un pagano bautizado. Prácticamente vivía como si Dios no existiera. Una vida sin sentido. Hasta que encontré al hermano que acaba de hablar y mi vida cambió. En efecto, la vida cristiana no es una filosofía o un conjunto de nociones, que se aprenden en los libros, sino un encuentro con Dios, que se profundiza cada día más, viviendo en una comunidad bajo la guía de personas experimentadas, que ya recorrieron el camino y que por lo tanto están capacitadas para enseñarlo a otros.
De por sí los miembros de este movimiento ya están fichados, por contar con un método muy peculiar de formación y seguimiento, totalmente hermético, bajo la guía de presbíteros propios, con misas reservadas para ellos y tantas cosas raras. Ante esta postura, el ambiente explota.
–Así que a ustedes nos les interesa nada lo que estamos haciendo nosotros – rebate un párroco –, por contar con su propio camino de vida cristiana. Si todos pensáramos lo mismo, ¿qué sería de la unidad de la Iglesia? Por eso yo nunca permití que ustedes entraran en mi parroquia
–Hay que acabar con los movimientos – añade un miembro de las comunidades eclesiales de base –. Ya basta de sectas en la Iglesia Católica.
Se calientan los ánimos. Protestas de parte de los miembros de otros movimientos, que se sienten completamente integrados en la vida de la Iglesia a todos los niveles. Protesta e inconformidad de parte del líder del movimiento mencionado.
–Quiero aclarar – sigue en tono mesurado y manifestando plena seguridad – que nuestro movimiento cuenta con la aprobación pontificia. Así que no somos ninguna secta en la Iglesia. El apoyo y la presencia constante de los papas en todos nuestros eventos más importantes, manifiestan el grande aprecio que nos tienen. Además, los frutos hablan claro: contamos con más de cincuenta seminarios propios, esparcidos por todo el mundo y todos al servicio de la Iglesia local; tenemos millares de parejas que se trasladan de un lugar a otro en un plan misionero; hemos formado millares y millares de comunidades fervorosas en lugares completamente descristianizados, donde parecía que la fe había muerto para siempre…
–Lo mismo está pasando con nosotros – añade un miembro de otro movimiento apostólico muy parecido –. Estamos presentes en casi todos los países del mundo. Hasta contamos con aldeas propias, donde se vive la fe en toda su plenitud, contando con sacerdotes propios y un método propio de santificación. Me pregunto: “Una vez que uno ha experimentado todo esto, ¿cómo puede resignarse a compartir su fe con gente superficial y casi pagana? Es como dar un paso atrás. Por favor, déjennos vivir la fe a nuestro modo. Por otro lado – concluye en tono enfático –, a nadie se le cierra la puerta. Todos los que quieren, pueden entrar a formar parte de nuestro movimiento y así tener acceso, como cada uno de nosotros, a los enormes tesoros de vida cristiana, que se encierran en nuestro carisma.
Interviene el coordinador del sínodo:
–Hermanos y hermanas, no nos metamos en honduras, desviándonos de los propósitos del sínodo y entrando en asuntos que rebasan nuestras competencias. Si algunos de ustedes, por alguna razón especial, piensa retirarse, que lo haga con toda libertad. Nosotros seguiremos adelante con el programa establecido.
Toma la palabra el obispo:
–Nadie tiene que retirarse. Una vez elegidos como delegados al sínodo, todos están obligados a participar en él hasta el final, para no defraudar las esperanzas de los que les han dado el voto. Opinen, hablen con toda libertad, presenten sus experiencias y hagan sus sugerencias para el bien de toda la comunidad diocesana. Acuérdense bien: nadie es tan rico que no tenga nada que recibir y nadie es tan pobre que no tenga nada que dar. Al final se verá, a mayoría de votos, lo que quedará en el documento conclusivo.
Para evitar este tipo de situaciones, alguien sugiere que se prepare un documento en que se aclare “el papel de las asociaciones dentro de la Iglesia, de una manera especial en su relación con la jerarquía y los demás miembros del pueblo de Dios”. La sugerencia es aceptada a unanimidad.
LAS COMISIONES EN ACCIÓN
Actitud activa
Con la intervención del obispo y la decisión de aclarar la situación de las asociaciones dentro de la Iglesia, regresa la calma a la asamblea (¿Cuál asamblea? ¿Dónde?), una calma aparente, puesto que muchos están ansiosos de hablar, hacer oír su voz y presentar sus proyectos acerca del quehacer eclesial. Es la primera vez que se ofrece a todos la oportunidad de intervenir y expresarse con toda libertad. Por eso muchos mueren de las ganas de aprovechar este evento para presentar sus puntos de vista sobre distintos aspectos de la vida eclesial, conscientes de estar viviendo un momento trascendental en la vida de la Iglesia.
Por lo visto, ya no se va a repetir lo que se ha hecho en otras ocasiones anteriores, cuando los miembros de la mesa directiva eran verdaderos maestros en el arte de la manipulación, puesto que siempre lograban lo que se proponían desde un principio, moviéndole por aquí y por allá, al estilo de los políticos que tanto desprecian.
Esta convicción general permite a todos los delegados ponerse ante el sínodo en una actitud activa, no pasiva, como ha sucedido tantas veces en el pasado. En efecto, si uno sospecha que su opinión no será tomada en cuenta, lógicamente trata de no calentarse mucho la cabeza ante los diferentes problemas que se le presentan. Cuando, al contrario, uno sabe que su opinión es tomada en cuenta, entonces hace todo lo posible por pensar y expresar lo que piensa, dando a conocer la propia opinión acerca los distintos asuntos que se van tratando y sugerir alguna solución a los problemas que se presentan.
Aparte de esto, hay algunos grupos de delegados, bien organizados y con propuestas bien concretas, que ya empiezan a conseguir simpatizantes para sus proyectos. Algunos delegados parecen verdaderos maestros en el arte del cabildeo. No desperdician ninguna oportunidad para abordar a los delegados más influenciables y convencerlos acerca de la bondad de sus propuestas.
Espíritu de caridad
Para hacer un verdadero análisis de la realidad, de común acuerdo se establece la constitución de algunas comisiones de estudio, que se avoquen a examinar los distintos aspectos de la vida eclesial: clero, vida consagrada, seminario, asociaciones y movimientos apostólicos, pastoral social–cáritas, liturgia, ecumenismo, apologética, pastoral de los alejados, pastoral bíblica, catequesis presacramental, etc. Cada uno de los delegados puede integrarse a la comisión que más le interesa y aportar sugerencias a las demás comisiones. Al mismo tiempo todos pueden sugerir nuevas comisiones. Es suficiente que cinco delegados quieran formar parte de una nueva comisión para que ésta quede formalmente establecida.
Alguien pregunta al obispo si se puede abordar cualquier tema o existe algún tema tabú:
– Pueden abordar cualquier tema – contesta el obispo –. Lo importante es que se haga todo con prudencia y humildad y, sobre todo, movidos por un auténtico espíritu de caridad.
Con relación a la manera de constituir las comisiones, alguien sugiere que para la comisión del clero haya puros clérigos y lo mismo se haga para la comisión de la vida consagrada con el pretexto de que “los trapos sucios se lavan en casa”.
Alguien toma la palabra:
– Si todos somos Iglesia, todos tenemos el derecho y el deber de intervenir en todos los aspectos de la vida eclesial. Todos tenemos que preocuparnos por el bien de todos. Es una consecuencia lógica de la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo (1Cor 12). Por lo tanto, todos tenemos que opinar sobre la marcha del clero y de la vida consagrada y sugerir algo para que mejore su situación en beneficio de toda la Iglesia.
Aplauso general. A mayoría de votos se rechaza la propuesta. Algunos clérigos y algunas almas devotas se escandalizan. No les parece correcto. Demasiada apertura. Un cura que conocí cuando era niño (Fíjense que actualmente tengo 67 años. Ni modo. Son los milagros de los sueños.), por ser rector de la capilla de San Leonardo, que se encuentra a unos cincuenta metros de la casa paterna, donde viví toda mi niñez y adolescencia, pregunta asustado:
–¿También las mujeres pueden participan en la comisión del clero?
–Claro – contesta el coordinador general –. Todos pueden participar.
El cura se ruboriza, se confunde, mira alrededor como pidiendo ayuda y, sintiéndose solo, se aleja de la asamblea entre el silencio general, un silencio respetuoso por el dolor ajeno ante situaciones que rebasan la propia capacidad de entendimiento y aceptación.
Pascual, el cuentacuentos
Hechas estas aclaraciones, cada uno se inscribe en la comisión, que más le interesa, excepto Pascual el cuentacuentos, un hombre indefinido en todos los aspectos. Muchos lo llaman el aguafiestas. A veces se queda en alguna parroquia como sacristán durante unos meses; otras veces se va a evangelizar en alguna comunidad muy apartada, sin el permiso de nadie. Todos lo conocen y tratan de llevarse bien o por lo menos hacen todo lo posible para no entrar en conflicto con él, no obstante todas sus extravagancias. Algunos lo compadecen y otros lo envidian por su manera de vivir, completamente libre, sin ninguna preocupación especial.
No cuenta con un lugar fijo donde vivir. Se queda en cualquier lugar para comer, dormir o entretenerse. Si se enferma, lo atienden en cualquier consultorio médico o clínica. ¿Y para pagar? Nada. Pascual nunca paga, porque no tiene dinero ni lo ambiciona. Sencillamente no le interesa. Cuando alguien no se preocupa por su futuro o se mete en asuntos que no le interesan, la gente dice: “Tú te pareces a Pascual, el cuentacuentos”. En realidad, ésta es la especialidad de Pascual: meterse en todo sin ser invitado y contar cuentos. Cuentos aprendidos y cuentos inventados, cuentos breves y cuentos largos. A petición de la gente o por su espontánea voluntad, según el tiempo disponible.
Sus cuentos a veces representan una respuesta precisa a las preguntas o inquietudes de la gente y a veces parecen reflejos de alguna problemática que se vive en otros planetas, totalmente incomprensible para la mayoría de la gente, como si hablara en clave. “Entienda el que pueda; yo cuento lo que veo”, es su comentario habitual, cuando alguien le objeta que no entiende nada acerca de lo que está contando. Nunca se detiene a ampliar más o explicar mejor lo que dice. Cuando alguien insiste en tener una respuesta más clara a su problema, contesta invariablemente: “ ¿Y la cabeza para qué la tienes? Si no te sirve para pensar, lo mejor es que te la quites y en su lugar te pongas una calabaza”.
No falta gente que lo cree brujo o adivino, tan acertadas a veces resultan sus respuestas. Muchos creen que estudió en algún seminario. No falta quien asegura que llegó a ordenarse sacerdote y por algún motivo pronto dejó el ministerio. Pascual, el cuentacuentos, un misterio para todos, un amigo inseparable para muchos y un alter ego para otros. Todos lo conocen y lo tratan. Nadie puede prescindir de él. Parece la sombra o la conciencia del pueblo, en la que todos de una manera u otra se reflejan y encuentran la explicación de algún enigma.
SIGUE EN LA SEGUNDA PARTE.
NO TE LA VAYAS A PERDER