Durante siglos, los creyentes han sentido que la Virgen María tiene un papel único en la historia de la salvación. Su “sí” en Nazaret abrió las puertas del cielo; su presencia silenciosa al pie de la cruz sostuvo la fe de la Iglesia naciente. Sin embargo, hoy la Iglesia nos invita a hablar de su cooperación en la redención con un lenguaje más bíblico, teológico y comprensible, centrado siempre en Cristo, el único Redentor del mundo.
El Magisterio, fiel a la Sagrada Escritura, a la Tradición y a las enseñanzas del Concilio Vaticano II, propone expresiones que conservan el sentido profundo de la misión de María, pero evitan cualquier confusión sobre el papel único de Cristo como Salvador.
Madre del Redentor (Lumen gentium 53)
Todo comienza aquí: María es Madre del Redentor, no por mérito propio, sino por pura gracia.
Cuando dijo “Hágase en mí según tu palabra”, acogió en su seno al Hijo de Dios. En ella, Dios se hizo cercano, visible y humano. Su maternidad divina es el punto de partida de toda cooperación: María no redime, pero engendra al Redentor.
En su vientre, la salvación tomó rostro y nombre: Jesús.
Asociada íntimamente a la obra de Cristo
Desde el pesebre hasta el Calvario, María camina junto a su Hijo.
Ella no es espectadora, sino asociada amorosa, unida a Él en la fe, el dolor y la esperanza.
Cuando Jesús entrega su vida, María también ofrece la suya: no muere físicamente, pero su corazón comparte la pasión redentora del Hijo.
En María vemos cómo se ama hasta el extremo sin ocupar el lugar de Cristo, sino permaneciendo unida a Él.
Cooperadora generosa del plan de Dios
La cooperación de María es el modelo perfecto de la respuesta humana al plan divino.
Dios no la usa como instrumento pasivo: la invita a participar libremente en su obra de salvación.
María coopera con toda su libertad, su fe y su ternura, mostrando que la gracia no anula la libertad, sino que la eleva.
Ella nos enseña que Dios también cuenta contigo y conmigo para llevar su salvación al mundo.
Discípula fiel
Antes de ser Madre, María fue discípula.
Escuchó la Palabra, la guardó en el corazón y la puso por obra (cf. Lc 2,19.51).
Por eso, Jesús mismo la exalta no solo por su maternidad biológica, sino por su fe obediente:
“Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21).
María no camina delante de Cristo, sino tras Él, como la discípula que sigue a su Maestro hasta la cruz y más allá.
Mujer nueva junto al nuevo Adán
En María se cumple la promesa del Génesis: la “mujer” cuya descendencia vencerá al mal (cf. Gn 3,15).
Cristo es el nuevo Adán que inaugura la humanidad redimida, y María es la mujer nueva, imagen de la humanidad reconciliada con Dios.
Su vida es un anticipo de lo que Dios sueña para cada creyente: una criatura plenamente renovada por la gracia.
Con María, la historia humana encuentra un nuevo comienzo.
Conclusión: Toda la gracia viene de Cristo
Estos títulos —Madre del Redentor, asociada a su obra, cooperadora del plan divino, discípula fiel y mujer nueva— expresan con belleza el lugar de María en el misterio de la salvación.
Todos ellos mantienen la verdad fundamental: Cristo es el único Redentor, y María, por gracia, es su compañera más cercana y su discípula más perfecta.
En María brilla la salvación de Cristo.
En su fe, la Iglesia aprende a decir “sí”.
En su amor, el mundo descubre el rostro tierno de Dios.






