Es una pregunta que muchos padres se hacen con dolor en el corazón. Criaron a sus hijos en la fe, los llevaron a la Iglesia, les enseñaron a rezar… pero ahora, ya adultos, parecen haber dado la espalda a Dios. ¿Por qué sucede esto? No hay una única respuesta, pero sí varios factores que pueden influir:

1. Fe heredada, pero no apropiada

Es común que los niños crezcan en un ambiente religioso porque así lo dicta la familia, pero si la fe no se convierte en algo personal, puede desvanecerse con el tiempo. Es diferente “ir a la Iglesia” por costumbre que descubrir a Dios como una presencia viva y transformadora en la propia vida.

2. Influencias externas

El mundo actual promueve valores que a menudo están en conflicto con la fe. Las redes sociales, los amigos, la universidad y los medios de comunicación pueden presentar la religión como algo irrelevante, anticuado o incluso un obstáculo para la felicidad. Muchas veces, sin darse cuenta, los jóvenes absorben estas ideas y comienzan a alejarse.

3. Testimonio dentro del hogar

No basta con llevar a los hijos a Misa; es fundamental que vean en casa una fe auténtica, vivida con alegría y coherencia. Si la religión se presenta solo como una obligación, una serie de normas o un peso, es probable que, al crecer, la rechacen. En cambio, cuando experimentan en sus padres un amor genuino por Dios, tienen más razones para mantener su fe.

4. Crisis personales y heridas espirituales

Muchos jóvenes se alejan no porque rechacen a Dios, sino porque han pasado por experiencias dolorosas:

 • Decepciones con personas dentro de la Iglesia.

 • Sufrimientos o pérdidas que no logran entender.

 • Falta de respuestas a sus dudas de fe.

Cuando la fe no les dio las herramientas para enfrentar esas pruebas, pueden terminar alejándose.

¿Qué podemos hacer?

 1. Orar con paciencia y confianza

Dios sigue obrando en sus vidas, aunque ahora no lo parezca. San Agustín se alejó de la fe en su juventud, pero su madre, Santa Mónica, nunca dejó de orar por él… y su conversión fue profunda.

 2. Dar testimonio con amor, no con imposición

La fe no se impone; se contagia con el ejemplo. Un amor sincero a Dios es más persuasivo que mil sermones.

 3. Escuchar sin juzgar

Abrir espacios de diálogo donde puedan expresar sus dudas o críticas sin sentirse atacados. La fe crece cuando se dialoga con libertad.

 4. Encomendarlos a Dios

Recordar que la fe es un proceso. Muchos jóvenes se alejan, pero con el tiempo encuentran su camino de regreso. La parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) nos enseña que Dios siempre espera con los brazos abiertos.

Dios nunca deja de llamar a sus hijos. A nosotros nos toca sembrar con amor y confiar en su obra.