+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
Presidente del Consejo Interreligioso de Chiapas

Saludo respetuosamente a los participantes en este evento y a quienes lo presiden. Expreso mi reconocimiento a todos los que se interesan por estudiar el fenómeno religioso en Chiapas, con sus innegables connotaciones sociales, políticas, económicas y culturales. Felicito a los autores del libro que comentamos, y espero que sus investigaciones sean un aporte para construir la convivencia pacífica y la fraternidad que tanto anhelamos para nuestro Estado.


La diversidad religiosa en Chiapas es un hecho estadísticamente comprobado, que en ocasiones ha sido origen de conflictos. Sin embargo, es de justicia afirmar que, en la mayoría de las poblaciones chiapanecas, la diversidad religiosa no es motivo de conflicto, y que nuestros pueblos han aprendido a convivir en paz. Salvo casos puntuales, como algunos de los analizados en el libro, muchos de los problemas que han acontecido por la pertenencia a credos distintos, suceden en las regiones Altos y Fronteriza, ambas en el territorio de la diócesis que presido, y especialmente en los municipios de San Juan Chamula y Margaritas. De ordinario, esos problemas no son entre católicos de la diócesis y confesiones protestantes o evangélicas, sino entre éstos y los llamados tradicionalistas, que no dependen de nuestra diócesis, no toman en cuenta la Biblia ni las leyes del país, sino que se rigen por sus propios acuerdos y tradiciones. Con ellos, nosotros mismos tenemos diferencias. Por tan to, no es válido calificar el conflicto como una guerra entre católicos y protestantes, y mucho menos seguir presentando a los católicos como intolerantes.

Ratifico lo que he dicho en varias ocasiones: Ante la ley civil y en nuestra legislación eclesiástica católica, todos los seres humanos tienen plena libertad para pertenecer a la religión que prefieran. A nadie se puede obligar a cambiar de religión, o a practicar un culto que contrario a su conciencia. Es ilegítimo obligar a pagar cuotas, a ejercer cargos, a participar en actos de culto que sean de una religión diferente a la propia. No se han de exigir aportaciones económicas para fiestas religiosas que sean de otra creencia. Mucho menos se ha de permitir que se expulse a quienes deciden practicar una religión diferente, ni que se les cause algún daño en sus bienes o en su persona. Quien haga o promueva esto, está en contra de lo que Dios quiere para su pueblo, y se expone a sanciones de tipo penal, contempladas en las leyes civiles. Aunque se hayan firmado acuerdos previos en las comunidades, o la asamblea comunitaria haya tomado una decisión por mayoría, si ésta viola der echos humanos, es injusta y debe rechazarse. Las costumbres no deben ir en contra de la dignidad humana.

Nuestra obligación y nuestro compromiso es respetar la libertad que Dios nos dio, como condición para vivir en paz. Si la Iglesia Católica, en tiempos remotos, quiso imponer el catolicismo a toda la sociedad, incluso con métodos tan vergonzosos como la inquisición, fueron otras las circunstancias, en que el poder civil utilizaba la religión como una forma de proteger sus intereses. Esos tiempos nunca deben repetirse. Ya hemos pedido perdón por los errores pasados, y ya hemos aprendido de la historia y del Evangelio que debemos amarnos y respetarnos como hermanos. Ojalá así también lo comprendan y practiquen nuestros hermanos protestantes hacia los católicos, porque a veces también nosotros sufrimos intolerancias y ofensas.

Repito que no estamos de acuerdo con las expulsiones de quienes deciden profesar una religión diferente a la de la mayoría. Aunque sea un acuerdo tomado en asamblea comunitaria, es violatorio de derechos fundamentales de la persona humana. Toda expulsión o discriminación por motivos religiosos no es acorde con el Evangelio, y por tanto la Iglesia Católica la rechaza y no la alienta. Los obispos, sacerdotes, religiosas y demás agentes de pastoral no promovemos esas intolerancias. Todos los líderes religiosos y las autoridades civiles debemos inculcar y exigir un gran respeto a la diversidad de creencias de las personas y de los grupos. Hemos de defender la libertad religiosa para todos, promover nuevos avances de nuestra legislación civil en esta materia, y proteger el derecho a practicar la propia religión, siempre y cuando no se lesione el bien común.

La pluralidad religiosa que existe en Chiapas puede ser una riqueza y una fuerza positiva, si nos unimos para combatir los vicios, la embriaguez, la drogadicción, el subdesarrollo, el racismo, la violencia, las divisiones, la miseria y la falta de fe. En vez de ser un factor de división y de enfrentamiento en las comunidades, los líderes religiosos, inspirados por el Evangelio y por nuestra fe en el único Salvador, Jesucristo, podemos y debemos colaborar para construir el progreso, la paz y la convivencia social. Es lo que intentamos hacer en el Consejo Interreligioso de Chiapas, que instituimos desde 1992, y en el que participamos los obispos católicos y los representantes legales de algunas Asociaciones Religiosas evangélicas con presencia en el Estado. En varios conflictos, hemos intervenido directamente, para ayudar a buscar una solución justa. Reconocemos y agradecemos, por otra parte, el gran servicio pacificador que han desarrollado la Subsecretaría de Población, Migra ción y Asuntos Religiosos, de la Secretaría de Gobernación, sobre todo por su Dirección General de Asociaciones Religiosas, así como el trabajo constante y meritorio de la Subsecretaría de Asuntos Religiosos del Estado de Chiapas.

Con el fin de que la pluralidad religiosa en Chiapas sea conforme con el Evangelio, y no una causa de tensiones y conflictos, considero necesario lo siguiente:

1. Que todos colaboremos para que haya no sólo tolerancia a la diversidad religiosa, sino que aprendamos a amarnos como hermanos, siguiendo el precepto evangélico de amar a los demás, a pesar de que sean de diferente religión, e incluso enemigos.

2. Que los líderes de las diferentes religiones existentes en Chiapas sigamos reuniéndonos, para conocernos, respetarnos, amarnos, orar juntos, y así trabajemos juntos por la paz y la reconciliación.

3. Que las autoridades civiles de todo nivel, hagan que se respete el artículo 24 de la Constitución, para tutelar el derecho a la libertad religiosa. Si algunas autoridades municipales, ejidales o comunales, impiden esa libertad, deben ser advertidas de que se hacen acreedoras a las sanciones previstas en la misma ley. Los llamados “usos y costumbres” deben adecuarse a los derechos fundamentales de toda persona humana; si violan esos derechos, por eso mismo pierden fuerza y legitimidad.

4. Que los medios informativos no califiquen como guerra religiosa lo que son problemas políticos, agrarios, sociales o culturales, aunque a veces mezclados con asuntos religiosos. En Chiapas no hay guerra religiosa, sino divisiones por la tierra, por los partidos, por las organizaciones y por otras cuestiones ideológicas. Muchas veces los conflictos se deben a que autoridades civiles locales utilizan la religión, como una forma de proteger sus intereses políticos y económicos. No les importa la religión, sino conservar sus cacicazgos.

5. Que todos nos esforcemos por poner en práctica el deseo de Jesucristo de mantenernos unidos (cf Jn 17, 11.21-23), dentro de la legítima pluralidad, pues “todo reino dividido contra sí mismo, va a la ruina” (Mt 12,25). Católicos, protestantesevangélicos y cristianos en general decimos que creemos en Jesucristo y que estamos dispuestos a seguir su Palabra; pero ¿acaso El está dividido? (cf 1 Cor 1, 10-13). Que el Espíritu Santo nos conceda su gracia para superar toda división entre nosotros (cf Rom 16,17-18; Tit 3,10), pues nuestras divisiones son un impedimento para evangelizar a tanta gente que no tiene fe (cf Jn 13,34-35; 17,21).

Termino citando unas palabras del Papa Juan Pablo II, al inicio del tercer milenio del cristianismo: “El diálogo interreligioso debe continuar. En la situación de un marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo milenio, este diálogo es también importante para proponer una firme base de paz y alejar el espectro funesto de las guerras de religión que han bañado de sangre tantos periodosen la historia de la humanidad. El nombre del único Dios tiene que ser cada vez más, como ya es de por sí, un nombre de paz y un imperativo de paz” (Novo Millenio Ineunte, 55).

Muchas gracias.