En busca de un nuevo modelo de Iglesia

2015 es un año especial para la Familia Misionera “Apóstoles de la Palabra”.  En este año el padre Amatulli cumple 50 años de ordenación sacerdotal (26 de junio de 1965).  En este marco, me parece relevante la reimpresión de uno de los libros paradigmáticos de nuestro Autor: «Hacia un Nuevo Modelo de Iglesia.  Propuesta-Provocación», en el que expone la riqueza de sus reflexiones pastorales, nacidas de su particular mirada a la compleja realidad eclesial

Si bien es cierto que el libro se publicó en 2006[1], las partes que lo componen fueron publicadas en formato digital y de manera artesanal en diversos folletos de circulación limitada, distribuidos entre los apóstoles de la Palabra, amigos y simpatizantes: «Tuve un sueño», 2002; Comunidades «Palabra y Vida», 2003; «Y las masas católicas ¿qué?», 2004; El Sacramento de la Reconciliación, 2004, mientras que las Parábolas fueron apareciendo en diversos números de «Iglesia y Sectas», órgano informativo del Movimiento Eclesial “Apóstoles de la Palabra”.

Por otra parte, dos hechos eclesiales recientes hacen que este libro tenga una sorprendente actualidad: la renuncia al ministerio petrino del Papa Benedicto XVI y el pontificado del Papa Francisco, con su peculiar estilo, que ha traído aire fresco a la Iglesia.  En efecto, en este libro, el padre Amatulli anticipa que es posible la renuncia del Papa al ejercicio de su ministerio, dando paso a la realización del cónclave para elegir al nuevo Sucesor de Pedro.  Es interesante porque el padre Amatulli escribió su relato en 2002, once años antes de la renuncia de Benedicto XVI al pontificado.  Por otra parte, la forma de ejercer el ministerio petrino que el padre Amatulli presenta en su relato «Tuve un sueño», anticipa y prevé el estilo del Papa Francisco desde el inicio mismo de su pontificado.  Más aún, algo que se dice a menudo entre quienes leen y escuchan al padre Amatulli es que el Papa Francisco escribe y habla mostrando mucha afinidad con el pensamiento del padre Amatulli en sus diversos escritos e intervenciones[2].

 

Un nuevo punto de partida

Pues bien, en este interesantísimo libro, el padre Amatulli ofrece un nuevo punto de partida para delinear un nuevo modelo de Iglesia.  A diferencia de otros modelos y escenarios que se plantean actualmente, el padre Amatulli parte de un hecho eclesial y sociológico por demás concreto: el abandono pastoral que experimentan las masas católicas, es decir, de casi el 90% de los católicos que viven ya al margen de la Iglesia.

No se trata de un modelo conservador; no pretende la restauración del Ancien Régime (Antiguo Régimen)[3], que el padre Amatulli considera agotado, aunque hace evidente que muchos (clérigos, religiosos y laicos) aún tienen la mente, los ojos y el corazón en el régimen de cristiandad, y desde allí viven su adhesión a la Iglesia y realizan su praxis pastoral.

El padre Amatulli tampoco opta por la apertura indiscriminada, que parte de una noción errónea de ecumenismo y diálogo interreligioso, que fácilmente puede conducir al sincretismo y al relativismo y parece sugerir la disolución de la Iglesia.  Tampoco opta por modelos centralizadores y excluyentes.  Ni por aquellos que hacen de la lucha de clases el eje vertebral de su ser y quehacer y consideran necesario el retroceso al acervo de prácticas y creencias de los pueblos originarios.

El padre Amatulli no concibe a la Iglesia como un departamento de quejas, ni como una agencia de ceremonias religiosas, ni como una asociación de beneficencia ni como una ONG[4].  Su búsqueda va encaminada a suscitar un catolicismo de convicción, que ayude al católico a vivir su fe en un mundo plural, pero haciéndolo con dignidad y seguridad, sin complejos de ningún tipo y respetuoso de todas las expresiones religiosas y culturales.

El libro está estructurado en cinco partes, que fueron surgiendo paulatinamente y de forma independiente, pero que llegan a formar un todo perfectamente coherente.

 

Atención pastoral a las masas católicas

La primera de ellas tiene un nombre sumamente revelador y provocativo: «Y las masas católicas, ¿qué?», donde expone un plan global de evangelización masiva, que invita a dejar a un lado el determinismo histórico y a mirar la pastoral desde un punto de vista más evangélico: el pastor en función de la comunidad y no, como ocurre a menudo, la comunidad en función del pastor.  Insiste en la importancia de la Palabra de Dios, que puede ayudarnos a descubrir el plan divino en las circunstancias actuales.

La reflexión que hace sobre los huesos secos de los que habla el profeta Ezequiel (“el profeta habla y los huesos secos se juntan, recobran su carne y su espíritu y se transforma en un ejército”) y la multiplicación de los panes, tal como la presenta san Marcos (“Denles ustedes de comer”), son el punto de partida para lanzar este proyecto de evangelización, que mira a formar y atender debidamente a todo el pueblo católico.  Las propuestas son: purificar la religiosidad popular, nutriéndola de Sagrada Escritura, y la reestructuración de las fiestas religiosas patronales desde una perspectiva evangelizadora.

Además, propone renovar la catequesis presacramental, que tiene que ser una catequesis personalizada, donde la oración, el diálogo personal y la vivencia de la propia fe son fundamentales, dejando atrás la catequesis impersonal, rutinaria y masificante.  Sin duda, los tres ejes de este nuevo tipo de catequesis son: a) primero la Biblia, después el catecismo, iniciando la formación con un curso bíblico; b) una catequesis donde se haga un uso abundante de la Biblia y c) el recurso a una sana apologética para que desde la niñez el católico conozca su identidad y la respuesta a las objeciones más comunes de los hermanos separados; y todo esto en un estilo nuevo, no el de un aula escolar, sino conformando una pequeña comunidad cristiana.

Por otra parte, propone que debe ofrecerse a todos los bautizados la oportunidad de vivir la fe en comunidad, pues la comunidad está llamada a ser el espacio donde el bautizado puede aprender a vivir como hijo de Dios y el lugar donde el discípulo de Cristo recibe ayuda y se capacita para ayudar a otros.

Destaca la propuesta de un ministerio diversificado, con agentes de pastoral, con ordenación o sin ella, a tiempo completo o limitado, con sueldo o sin él, en una parroquia llamada a ser comunidad de comunidades, evitando la tentación de imponerlas desde arriba, donde cada comunidad viva según el propio estilo y carisma.

Se trata, en suma, de un nuevo estilo eclesial, donde las principales líneas de acción son la primacía de la Palabra de Dios, en un clima de comunicación y participación, donde ya no tiene lugar el clericalismo y el acaparamiento de bienes y funciones, donde la preocupación principal son el cuidado del rebaño y la misión, y todo en un clima de búsqueda, creatividad y sana competencia al interior de la Iglesia.

 

Mirando la realidad eclesial

La segunda parte, titulada precisamente «Parábolas», nos ofrece siete interesantes parábolas, que nos ayudan a ver la situación de la Iglesia desde una perspectiva nueva, superando la fuerza de la costumbre y la pereza intelectual, que impiden con frecuencia observar atentamente la realidad.

La primera parábola, titulada «La Guerra de los Girasoles», nos ayuda a tomar conciencia de las dramáticas consecuencias de un ecumenismo ingenuo; «La Sabiduría de Dios» nos ayuda a descubrir la urgencia y la importancia de poner en las manos de cada católico la Sagrada Escritura, en plena sintonía con el Concilio Ecuménico Vaticano II (cfr. Dei Verbum 22); «Títulos y Títulos» nos ayuda a descubrir la inconsistencia de la praxis actual de administrar indiscriminadamente los sacramentos, pues no incide en la vida cristiana de cada bautizado y reduce a la Iglesia a una mera agencia de ceremonias.

«El Reino de la Pluma» nos ayuda a percibir que no basta la publicación de documentos pontificios para incidir sobre la realidad y sugiere distintos documentos para diversos destinatarios; «Enfermedades que nunca se curan» nos ayuda a percibir que la pastoral no consiste en darle a la gente lo que pide, sino en proporcionarle lo que verdaderamente necesita, a la luz de las exigencias del Evangelio; por otra parte, nos ayuda a reflexionar sobre la creciente brecha que se da entre el clero y laicado, por el surgimiento de una casta sacerdotal, que detenta el poder mientras acapara ministerios y honores.

«El Reino de la Paz» examina desde otra perspectiva el ecumenismo ingenuo que a menudo se practica en la Iglesia y que favorece el abandono del pueblo católico, dejado a merced de los más variados grupos proselitistas.  Finalmente, en «El Reino de la ilusión» nos ayuda a percibir las terribles consecuencias de maquillar la realidad eclesial y nos recuerda que sólo la verdad nos hace plenamente libres (cfr. Jn 8, 32).

 

Soñando un nuevo modelo de Iglesia

La tercera parte, titulada «Tuve un sueño», nos ofrece cuatro sueños, en forma novelada, en los que el padre Amatulli lanza propuestas en torno a múltiples temas.  En este aspecto, el libro es profético, dibujando un estilo nuevo en el ejercicio del ministerio petrino, que ve plausible la renuncia al ejercicio del Papado, como ha acontecido con la dimisión del Papa Benedicto XVI, anunciada por él mismo el 11 de febrero de 2013, y hecha efectiva el 28 de febrero del mismo año, además de un nuevo estilo de ejercer el ministerio petrino, que ya es una realidad en el pontificado del Papa Francisco.

Otros temas relevantes son la necesidad del fortalecimiento de la Colegialidad episcopal, la perspectiva de que algunos casados puedan ser acceder al Sacramento del Orden, la urgencia de un nuevo concilio ecuménico, que puede celebrarse en la Ciudad Santa, el celibato optativo, nuevas perspectivas para el diálogo ecuménico, la necesidad de una nueva apologética… En fin, se trata de cuatro sueños que despiertan en el lector la conciencia de la necesidad de un cambio de paradigma.

Un tema importantísimo es el que se refiere a la elección de los Obispos con la participación de todo el Pueblo de Dios, poniendo énfasis en la idoneidad, con la perspectiva de que los Obispos puedan estar en la diócesis a su cargo por unos diez años.  Pues bien, al concluir este periodo, el Obispo puede dimitir para ponerse a disposición de la Santa Sede o la propia Conferencia Episcopal, que pueden encargarle dirigir alguna comisión específica para enfrentar alguna problemática, gobernar una nueva diócesis, etc.

Lo importante es que no haya incompatibilidad de funciones.  En efecto, uno de los problemas actuales es que el Obispo diocesano es, al mismo tiempo, encargado o integrante de las más variadas comisiones a nivel nacional, continental o dicasterios romanos, lo que le lleva a ausentarse múltiples veces de la diócesis a su cargo.

En este sentido es oportuno recordar que, el 19 de septiembre de 2013, el Papa Francisco insistió en pedir a los obispos que permanezcan en sus diócesis, sin abandonarlas físicamente por mucho tiempo: «Les pido, por favor, de permanecer en medio a vuestro pueblo.  Permanecer, permanecer.  ¡Eviten el escándalo de ser “obispos de aeropuerto”! Sean pastores con dulzura en el trato y firmeza paterna, con humildad y discreción, capaces de mirar también sus límites y con una buena dosis de humor».

 

Un modelo eclesial agotado

La cuarta parte, «Dibujando un nuevo rostro de Iglesia», ayudará al lector a definir la posición que tiene frente a tantos problemas eclesiales, que evidencian un modelo eclesial agotado.  ¿Dónde estoy viviendo?, se preguntará el lector: ¿Vivo aún en el régimen de cristiandad o he dado el salto a la sociedad plural que caracteriza nuestra época? ¿Dónde están mis intereses, sueños e ilusiones? El agente de pastoral descubrirá cuál es su postura ante las relaciones que deben existir entre la Iglesia y el Estado, cómo debe ejercerse la autoridad al interior de la comunidad eclesial, cuál es el papel de las revelaciones públicas y privadas en la vida de la Iglesia y de cada creyente, el influjo real de la familia en la transmisión de la fe, el lugar del laicado en el ser y quehacer de la Iglesia, una nueva modalidad en la elaboración y publicación de los documentos eclesiales,

En esta cuarta parte, el padre Amatulli propone diversas pinceladas que pueden contribuir a dibujar este nuevo rostro de Iglesia, pues muchas cosas y estructuras están en entredicho: la administración actual de los sacramentos, la religiosidad popular, el lenguaje eclesial en boga, la formación de los futuros sacerdotes, la ubicación del clero en el conjunto eclesial, el celibato obligatorio… Conclusión: el modelo eclesial actual está agotado; si no nos permite atender debidamente a todos los feligreses, es tiempo de cambiarlo por otro.

 

Repensando el Sacramento de la Penitencia

La quinta y última parte es una reflexión sobre el Sacramento de la Reconciliación, un sacramento que se encuentra actualmente en crisis.  Nuestro Autor señala que este Sacramento debe celebrarse en un clima distinto, donde el confesor sea un amigo y un guía espiritual, pero donde también intervenga la comunidad en orden a contribuir a la restauración total del hombre, siguiendo la praxis de Jesús y las primeras comunidades cristianas.

En este contexto, nuestro Autor señala que es necesario insistir en una auténtica inculturación del Sacramento y la pertinencia de subrayar más ampliamente su valor terapéutico.  En este contexto, el padre Amatulli nos invita a mirar los sacramentos como caminos privilegiados de la acción de Dios en el hombre, para sanarlo y fortalecerlo en la esfera puramente humana y sobrenatural, sugiriendo incluso, además de los nombres tradicionales, el nombre de Sacramento de la Restauración. En fin, se trata de la nunca acabada tarea de inculturar el Evangelio.

 

Conclusión

Se trata, pues, de una obra apasionante, que puede ayudarnos a descubrir que no debemos conformarnos con ser sólo espectadores.  Este libro puede ayudarnos a ponernos en la perspectiva que nos permita dar nuestra aportación para delinear el rostro de la Iglesia del tercer milenio.

En realidad este libro, con buenos recursos pedagógicos y con oportunos cuestionarios, nos motiva a pensar la realidad eclesial, no para desalentarnos, sino para sacarnos de nuestra comodidad y nuestra zona de confort, impulsándonos a la noble aventura de vivir y anunciar el Evangelio.

Ojalá, al concluir la lectura de este libro, podamos decir como san Pablo: «¡Pobre de mí si no anunciara el Evangelio!» (1Cor 9, 16).

 

Por el padre Jorge Luis Zarazúa Campa, fmap

México, DF; a 4 de junio de 2015,

Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

 

[1] De hecho, la primera edición del libro se publicó en 2005, con el título «Un Nuevo Rostro de Iglesia».

[2] Por ejemplo, el 5 de septiembre de 2014, en la misa matutina celebrada en Casa Santa Marta, el Santo Padre así se expresó sobre un tema abordado frecuentemente por el padre Amatulli, las estructuras caducas: «A vinos nuevos, odres nuevos. Y por ello, la Iglesia nos pide a todos cambios. Nos pide dejar a un lado las estructuras caducas: ¡No sirven!». En este sentido, el Papa Francisco ha invitado a los fieles a «no tener miedo de cambiar las cosas según la ley del Evangelio» y ha explicado que el Evangelio es «novedad, fiesta y libertad» y sólo se puede vivir plenamente en un corazón «alegre y renovado». El 6 de julio de 2013 lo había ya señalado con meridiana claridad: «En la vida cristiana, y también en la vida de la Iglesia, hay estructuras antiguas, estructuras caducas: ¡es necesario renovarlas! Y la Iglesia siempre ha estado atenta a esto, a través del diálogo con las culturas… Siempre se deja renovar de acuerdo con los lugares, los tiempos y las personas. ¡Esto siempre lo ha hecho la Iglesia! Desde el primer momento: recordemos la primera batalla teológica: ¿para convertirse en cristiano se debe hacer todo el proceso judío, o no? ¡No! ¡Dijeron que no! Los gentiles pueden entrar como son: gentiles… Entrar en la Iglesia y recibir el Bautismo. Esta fue una primera renovación… y así, la Iglesia siempre fue adelante, dejando que el Espíritu Santo renovara estas estructuras, estructuras de iglesias. ¡No tengan miedo de eso! ¡No tengan miedo a la novedad del Evangelio! ¡No tengan miedo de la novedad que el Espíritu Santo hace en nosotros! ¡No tengan miedo de la renovación de las estructuras!». Lo que destaca en el padre Amatulli es su decisión de enlistar estas estructuras: Ministerio ordenado, seminarios, ministerios laicales, primacía de la Palabra de Dios en todo el quehacer eclesial, separar el culto de la economía, revisar la práctica sacramentaria, favorecer una sana competencia al interior de la Iglesia (parroquias personales, no al texto único en la catequesis), defensa de los derechos y descentralización (Cfr. Iglesia y Sectas, Abril – Mayo – Junio de 2014. Época III. Año 16. No. 87, pp. 1-2).  Sobre el clericalismo, otro tema recurrente en la reflexión pastoral del padre Amatulli, el Santo Padre afirmó lo siguiente el 16 de febrero de 2014, en su visita a la parroquia romana de Santo Tomás Apóstol: «Un párroco sin Consejo pastoral corre el riesgo de llevar la parroquia adelante con un estilo clerical, y debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia. El clericalismo hace mal, no deja crecer a la parroquia, no deja crecer a los laicos. El clericalismo confunde la figura del párroco, porque no se sabe si es un cura, un sacerdote o un patrón de empresa, ¿no? En cambio, cuando el párroco cuenta con la ayuda de los Consejos, él es el sacerdote. Decide, ciertamente, porque él tiene el poder de decidir; pero decide escuchando, se hace aconsejar, siente, dialoga… Y ésta es su tarea». Sobre los estipendios, el Santo Padre denunció el viernes 21 de noviembre de 2014 que algunas parroquias se conviertan en «casas de negocio» y hagan pagar por celebrar sacramentos como bautizos o bodas, durante su homilía en la misa matutina en Casa Santa Marta. «Hay dos cosas que el pueblo de Dios no puede perdonar: a un sacerdote apegado al dinero y a un sacerdote que maltrata a la gente», enfatizó. En este sentido conviene recordar que el padre Amatulli sugiere separar la economía del culto divino, reestructurando el aspecto económico.

[3] En este coincide con Joseph Ratzinger, que ha afirmado lo siguiente en el libro-entrevista «Informe sobre la fe», del periodista italiano Vittorio Messori: «Si por «restauración» se entiende un volver atrás, entonces no es posible restauración alguna.  La Iglesia avanza hacia el cumplimiento de la historia, con la mirada fija en el Señor que viene.  No: no se vuelve ni puede volverse atrás.  No hay, pues, «restauración» en este sentido.  Pero si por «restauración» entendemos la búsqueda de un nuevo equilibrio después de las exageraciones de una apertura indiscriminada al mundo, después de las interpretaciones demasiado positivas de un mundo agnóstico y ateo, pues bien, entonces una «restauración» entendida en este sentido (es decir, un equilibrio renovado de las orientaciones y de los valores en el interior de la totalidad católica) sería del todo deseable, y por lo demás, se encuentra ya en marcha en la Iglesia.  En este sentido puede decirse que se ha cerrado la primera fase del posconcilio».

[4] Pues bien, en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2013, el Papa escribió: «La Iglesia –lo repito una vez más– no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado. Es el Espíritu Santo quién guía a la Iglesia en este camino».