Un mundo eterno (y además, con eterno retorno)

Todas las cosmovisiones antiguas (formas de concebir cómo es el universo): en Egipto, Babilonia, India, China, Grecia, etc. eran “panteístas”: Dios y la Naturaleza serían lo mismo. Y en vez de un Dios podría haber muchos dioses, que no serían creadores del mundo, pues éste es considerado eterno, sin principio ni fin.



Si según esos panteísmos, el mundo siempre ha existido y siempre existirá, y, como hay unas leyes físicas, las configuraciones nuevas de los elementos del mundo no podrán ser infinitas: de ahí se deduce que el tiempo tiene que ser cíclico, es decir los sucesos se van a repetir infinitas veces, como se han repetido infinitas veces antes. Ese es el eterno retorno. El año final de un ciclo cósmico era llamado El Gran Año.1

Incluso los filósofos griegos caen en lo mismo: Platón habla del traqueteo (ruido y temblores espantosos) de la máquina del universo, cada vez que empieza un nuevo ciclo temporal (o Gran Año).

Aristóteles en su “Política” afirma que las artes y ciencias que han dado lugar a tanto confort, han sido conseguidas infinitas veces en ciclos anteriores2, y después, en las épocas de decadencia, han sido olvidadas otras infinitas veces. Cuando Esteban Tempier, Obispo de París, en 1277, prohibió esa doctrina, en la Sorbona se hablaba hasta de la duración del ciclo cósmico: 36,000 años. 3

El tiempo lineal cristiano

Pero un pequeño pueblo, el judío, hacia el siglo XV antes de nuestra era, fue contra corriente y afirmó que el universo no era divino ni eterno, que no era la consistencia misma, que no era el Ser Absoluto, sino algo contingente, con un principio y un fin.: "Bereschit bara Elohim." …"Al principio Dios creó los cielos y la tierra.. ." Sólo el cristianismo (y de modo muy especial la Iglesia Católica), ha enseñado y hecho cuestión de estado esta doctrina de la creación del mundo a partir de la nada4, exigiendo a sus fieles tomarla al pie de la letra. Judíos y musulmanes, con religión mucho menos centralizada y organizada, han tendido a pasar por alto la creación de la nada, y sus fieles más cultos la interpretan muchas veces como una alegoría, un recurso pedagógico para explicar la sumisión del mundo a Dios, sin pretensiones de objetividad.

Un mundo creado por Dios es creatura, no tiene esferas divinas, ni sus astros son tampoco divinos, al revés de lo que decía Aristóteles. Por eso el mundo – astros incluidos- es comprensible, manejable, y cumple unas leyes que le ha dado el Creador. El tiempo es lineal, porque ha empezado, y terminará, como dice la revelación y como sucede ya, para cada hombre, a la hora de la muerte. Un mundo así admite progreso indefinido, o estancamiento, o retroceso. En él el hombre es capaz de elaborar una física creíble y una moral natural, a través de la cual puede recibir mandatos de un poder superior.

A San Agustín, en el siglo IV, fieles inquietos ante el dogma cristiano le hicieron la pregunta: ¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo? La respuesta común era “Preparaba el infierno para los que hacen esa pregunta”. San Agustín no estaba de acuerdo con esa irónica respuesta. Advirtió la dificultad de la pregunta, que suponía que el tiempo existía antes que la creación. Y respondió que la creación no era sólo de la materia, sino también del tiempo. No había un “antes de la creación”.
Con el descubrimiento de Aristóteles en la Edad Media, la eternidad del mundo y el eterno retorno estaban arraigando de nuevo en la intelectualidad cristiana, tanto como en la judía y en la musulmana, cuando el Obispo de París Esteban Tempier, en 1277, publicó un edicto en que condenaba la doctrina de la eternidad del mundo (opuesta a la doctrina de la creación a partir de la nada), el eterno retorno (no se podía admitir que Jesucristo hubierese sido crucificado infinitas veces), la influencia decisiva y determinante de los astros en el comportamiento humano (Astrología fuerte), la falta de libertad humana y hasta divina (fatalismo, todo lo que sucede “estaba escrito”).

“Para condenar el sistema del Gran Año como una monstruosa superstición y extirparlo, fue indispensable la Cristiandad”, dice Pierre Duhem5, que además considera que ese edicto es el acta de nacimiento de la ciencia moderna.

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http://www.ing.udep.edu.pe/ensayos/feyrazon/index.htm