CULTURA DE MASA
En el campo de la editorial católica ha habido poca sensibilidad con relación a la cultura de masa. Ha pasado lo mismo que con los colegios católicos: espíritu capillista, elitista y capitalista. Por un lado un discurso demagógico de apoyo a los pobres y por el otro un coqueteo constante con las clases empresariales y políticas, respondiendo a sus expectativas de competencia profesional y alto rendimiento académico, y con eso poder contar con mejores ingresos económicos.
Es tiempo de cambiar. Es tiempo de empezar a pensar en las enormes potencialidades encerradas en las masas populares católicas, cuya elevación cultural y moral puede transformar de raíz el panorama total de la Iglesia y la sociedad. ¿Cómo lograr esto? Adecuando nuestro lenguaje a su mentalidad, teniendo en cuenta sus expectativas y su manera propia de sentir, aprender y expresarse. Es tiempo de pensar en una cultura de masa, en la cual las masas católicas se vean reflejadas e identificadas, algo que el pueblo católico, a nivel masivo, pueda fácilmente comprender y asimilar, y lo ponga en actitud activa y crítica ante el libro, el audio, el video o la película.
No se trata de una cultura barata, que, en lugar de elevar el nivel cultural y moral del pueblo, lo hunda más o rezague en asuntos puramente sexuales o de violencia, como está pasando actualmente con muchos medios de comunicación masiva, sino de manejar oportunamente su lenguaje y mentalidad propia para abordar los temas más vitales para el desarrollo del ser humano y llevarlo hacia las cumbres de la verdad y el amor en un camino de verdadera humanización y divinización, lo que es propio de la fe cristiana.
Y todo esto, hecho con pasión, entendiendo, viviendo y expresando el drama del ser humano en su anhelo hacia la felicidad, debatiéndose en todo tipo de carencias, desequilibrios y aberraciones. En un plan de comprensión, no de juicio, de hermano a hermano, no de maestro a alumno. En realidad, se trata de crear una verdadera cultura de masa en contraposición a una cultura de élite, como está pasando en la actualidad, no de ofrecer recetas y nada más. Una cultura en que se desborden las pasiones y se pueda descubrir la presencia de los valores cristianos, en la manera de ver la realidad y solucionar los problemas. Una cultura que abarque todo el panorama del contenido católico, desde la preevangelización hasta las más altas cumbres de la contemplación. Y todo esto, traducido en categorías culturales fácilmente asequibles a las masas católicas.
Que poco a poco nuestras masas católicas, marginadas por el lenguaje técnico con que se manejan nuestros contenidos, puedan acceder al núcleo del pensamiento católico y volverse en válidos interlocutores. Que salgan de la situación de apatía y desinterés, en que se encuentran actualmente, y se vuelvan receptivas, críticas y propositivas. Que dejen de limitarse a escuchar y empiecen a hacer oír su voz, una voz tal vez discordante, poco agradable a los oídos más refinados y con tonalidades tan variadas cuantas son las posibilidades concretas en que el ser humano se desenvuelva.
Todo esto implica un cambio de mentalidad al interior de la Iglesia, haciendo de la opción preferencial a favor de los pobres, que en nuestro caso son las masas católicas marginadas del gran festín de la fe, algo más que una etiqueta. Que poco a poco se vaya creando, dentro de la Iglesia, un espíritu de verdadera simpatía y compromiso a favor de las masas católicas poco ilustradas y poco practicantes, para que, utilizando todos los recursos que las distintas expresiones culturales y la tecnología actual ponen a nuestra disposición, podamos ayudarlas a disfrutar de las enormes riquezas presentes en el patrimonio cultural católico.
Un enorme reto para el clero y el laicado, el intelectual y el empresario católico, para producir y poner en circulación algo realmente valioso, que responda a las expectativas de las masas populares y al mismo tiempo sea accesible para su bolsillo; un reto pendiente en la configuración de un Nuevo Rostro de Iglesia; una invitación para todos a cimentarse con la realidad para ir transformándola cada día más a la luz del Evangelio.