TUVE UN SUEÑO

ANÁLISIS DE LA REALIDAD ECLESIAL:
el valor de mirarse en el espejo.

P. Flaviano Amatulli Valente, fmap

http://www.padreamatulli.net
Diciembre de 2005.


Las travesuras de Pascual,
el cuentacuentos

Una vez constituidas las comisiones, cada uno se dirige al lugar que le corresponde, salones o pasillos, según la cantidad de los que integran cada comisión. Novedad: bajo el título de cada comisión, en letras grandes, se encuentra otro letrero explicativo con letras más chiquitas. ¿El autor? Todos están de acuerdo: Pascual, el cuentacuentos. Algunos explotan en carcajadas, otros sencillamente sonríen y otros se enojan. ¿Y Pascual? Bien campante, paseando por el patio, como si estuviera descubriendo la ley de la gravitación universal, completamente ausente del pandemonio causado por su invento.
Abajo del título “Vida Consagrada”, por ejemplo, se encuentra un letrero que dice: “Especie en peligro de extinción”. El comentario a la “Comisión del Clero” es: “Se están ahogando y no piden ayuda. Déjennos trabajar: todos tenemos derecho”. Como subtítulo a la palabra “Ecumenismo” vemos las palabras “Sin dejarse quitar las ovejas”. La “Comisión de los Alejados” lleva como comentario “Tierra de Nadie” y la “Comisión de los Colegios Católicos”, “De nombre”.
Las paredes del salón, donde se reúnen los que van a examinar el tema de la “Religiosidad Popular”, se encuentran tapizadas de fotografías, dibujos y letreros, alusivos a las manifestaciones religiosas del pueblo, mezcladas con un sinfín de supersticiones. Por encima de todo, se ve un enorme letrero que dice: “Manicomio”.
En el auditorio, donde se realizan las asambleas generales, hay una cartulina que tiene como título general: “¿Qué es la Iglesia?” Debajo siguen las palabras: “Señala la respuesta correcta” entre estas tres opciones: “1.– Una ONG (organización no gubernamental), encargada de la ayuda humanitaria”, “2.– Una agencia de ceremonias, para bodas, cumpleaños, funerales, etc., etc.”, 3.– La familia de Dios para hacer de cada hombre un hijo de Dios”.
Antes de dar inicio a los trabajos, todos se entretienen un rato, viendo y comentando la obra de Pascual. Alguien lo invita a expresar más detalladamente su pensamiento acerca de tal o cual aspecto. Nada. Pascual sigue paseando, completamente absorto en su mundo. No falta quien propone sacarlo a patadas. No tiene éxito. Pascual cuenta con sus fans, que lo defienden a capa y espada.
Él lo sabe y se aprovecha. De vez en cuando se aparece, enseñando algún letrero, pegando en las paredes algún recorte de periódicos, repartiendo fotocopias de algún escrito suyo o sacado de algún libro o revista, gritando por el patio slogans o frases tomadas de la Biblia, como si se tratara de un antiguo profeta. Pascual es toda una institución, que goza de fuero propio, sin que nada ni nadie lo pueda detener, siempre listo para cuestionar a todos y poner todo en tela de juicio.
Muchos se preguntan: “¿Qué sería de nuestro sínodo sin Pascual, el cuentacuentos?” Ojalá que siempre y en todas partes hubiera un Pascual, sin padre ni madre, como caído del cielo, para mover las conciencias y recordar a todos que “no sólo de pan vive el hombre” (Lc 4,4).

Vida consagrada
A este punto el sueño se hace todo una revoltura, cambiando de escenario a cada rato. Son recuerdos, sueños, pesadillas, charlas, conversaciones, conferencias, reflexiones personales y lecturas, que se sobreponen y luchan por encontrar su lugar en el tema en cuestión, es decir, el análisis de la realidad eclesial.
Regresan a mi mente los encuentros sobre el papel de la vida consagrada en el mundo de hoy, donde se habla de todo, menos de lo propio. Y las preguntas vuelven a revolotear en mi mente: “En lugar de dedicarse a promover a ciertos políticos, generalmente de izquierda, o enseñar a sembrar o hacer letrinas, muchas veces sin contar con una verdadera experiencia al respecto, ¿por qué las religiosas no se dedican a visitar las familias, para detectar sus verdaderos problemas, que muchas veces son de convivencia entre esposos y entre padres e hijos, y ayudarlas a encontrar alguna solución a la luz de la fe, como verdaderos creyentes? ¿Cuál es el papel que realmente les corresponde: trabajar en lo material o lo espiritual, enseñar el camino de la tierra o el camino del cielo? ¿Qué está pasando con la vida consagrada?”
Se trata de una enfermedad muy generalizada, que está afectando a la vida consagrada en todas las latitudes. Parece que fuera del magisterio, la salud y la asistencia a los más necesitados, no sepan qué hacer. De hecho, una vez que los gobiernos logran cubrir estas áreas, como está pasando en los países del primer mundo, quedan sin trabajo. Es algo realmente preocupante. Existe una verdadera alergia hacia los valores estrictamente espirituales. Entonces, viene la pregunta: “Si está pasando esto en la vida consagrada, ¿qué nos esperamos de parte de la sociedad en general?” Sin duda, nos encontramos ante un signo premonitor, bastante alarmante.

Seminario
Lo mismo pasa en los seminarios. Por lo visto, lo que vale es el estudio y un cierto equilibrio como persona, sustentado en una espiritualidad que tiene poco que ver con su papel específico de futuro pastor de almas. ¿Y la pastoral? Poco o nada. Lo que importa es la excelencia académica, como si se tratara de formar a filósofos o teólogos. ¿Y la formación específica como futuros pastores de la Iglesia? Cada quien haga lo que pueda. Por eso después tenemos a pastores de la Iglesia desubicados, que no saben comunicarse con los feligreses, expertos en hacer dormir a la gente con sus homilías, desconectadas de la realidad y pronunciadas sin ganas, por puro compromiso, lo que sin duda influye en crear una imagen negativa acerca del clero y aleja a la juventud de este tipo de opción.
También en este caso habría que repetir lo anterior: primero lo primero, es decir la preocupación por formar a verdaderos pastores de almas, y después todo lo demás. El no entender esto, nos está acarreando grandes problemas desde la selección de los candidatos, eliminando a veces a jóvenes con verdadera vocación pero carentes de la capacidad intelectual, que se exige para una licenciatura en filosofía o teología.
Con frecuencia me pregunto: “¿A qué se debe la escasez de vocaciones: a la flojera de nuestra gente, a la voluntad de Dios o a un capricho nuestro, por exigir a nuestros jóvenes requisitos innecesarios, para que puedan aspirar al sacerdocio?” Alguien podría objetar: “Entonces, nuestros futuros sacerdotes ¿no tendrían que estudiar filosofía y teología para poder desempeñar mejor su ministerio, una vez ordenados?” Mi respuesta es muy sencilla: claro que tienen que estudiar filosofía y teología. El problema es: a qué nivel y para qué. No para enseñar filosofía o teología en los seminarios o las universidades. Para eso hay expertos, que tendrán que dedicarse a esto de una manera especial, con estudios más especializados.
Lo que se tiene que exigir al futuro pastor de almas es lo necesario para que pueda entender la complejidad del ser humano y el dato revelado, para vivirlo y transmitirlo a los demás de una forma correcta. Esto supone el manejo de un lenguaje más adaptado a la realidad en que vivimos. En efecto, no se trata de arrancar al seminarista del mundo en que se encuentra, para catapultarlo en el pasado, transculturándolo, lo que después causa el fenómeno de la incomunicación entre el pastor y los feligreses. Que se entienda bien: una cosa es el estudio de la filosofía y la teología a secas, para formar a filósofos o teólogos profesionales, y otra cosa es el estudio de la filosofía y la teología para formar al futuro pastor de almas.
Otro problema: ¿basta la filosofía, la teología y algo de humanidades para formar al futuro presbítero? ¿Y la sociología, la sicología, la ciencia de la comunicación y el vasto mundo de la cultura, hecho de literatura, cine, teatro y tantas otras cosas más? En realidad, el hombre no es sólo razonamiento. Es también sentimiento, intuición y arte. ¿No se dan cuenta de que nuestro sistema educativo, en lugar de ubicar al futuro pastor de almas, lo está desubicando? Por eso estamos como estamos. Por lo tanto, es urgente una revisión general en este aspecto, para adecuar la formación del clero a las exigencias del mundo actual. Es tiempo de bajar del quinto piso, salir de la oficina y dejar el escritorio, para entrar en el mundo real, acercándose al hombre de la calle y desde allí replantear todo el quehacer de la Iglesia en una perspectiva esencialmente evangelizadora y misionera.
Según mi opinión, desde antes de poner pié en un seminario, el futuro pastor de almas tiene que dar prueba de contar con las aptitudes necesarias, habiendo ya hecho sus pininos en el campo de la evangelización. No basta haber sido monaguillo, ser muy piadoso o sacar buenas calificaciones en la escuela. Como pasa en cualquier oficio, nadie puede llegar a ser maestro, sin haber sido primero aprendiz. En nuestro caso, nadie tiene que llegar a ser pastor de almas, sin un paulatino entrenamiento en el arte de transmitir a otros los valores evangélicos y orientarlos en el camino del seguimiento de Cristo. Solamente haciendo esto, será posible pasar de una visión puramente cultual del papel del presbítero a una visión pastoral.
Que el futuro pastor de almas, durante los años de preparación, dé prueba de celo apostólico, entrenándose en las visitas domiciliarias y en la catequesis presacramental, impartiendo retiros espirituales, dirigiendo encuentros juveniles y orientando a los agentes de pastoral. Que por lo menos haya logrado acercar a Dios algunas personas alejadas, aclarar las dudas a gente confundida o ayudar a regresar al redil a gente descarriada. Al no contar con este tipo de experiencia, ¿qué garantía ofrece un seminarista para que podamos estar seguros de que mañana será un buen presbítero, es decir, un buen pastor de almas?
Mientras tanto, para resolver el problema de la escasez de vocaciones al sacerdocio, se puede empezar a incursionar en el mundo de los adultos y especialmente de la tercera edad. Tratándose de gente madura, el problema no es tan complicado. Lo que se tiene que exigir es el testimonio de vida y una larga experiencia de participación en los asuntos de la Iglesia. Sin duda, la tercera edad ofrece oportunidades insospechadas, especialmente si ya los posibles candidatos realizan algún ministerio instituido dentro de la Iglesia o son diáconos permanentes. Una vez que el mismo pueblo pida su servicio como presbíteros, ¿para qué negárselo, a costa de dejar enteras comunidades sin pastores?

El buen pastor y el mercenario
A un cierto momento aparece Pascual, el cuentacuentos, repartiendo entre todos una carta abierta, dirigida al clero. Lleva la firma de los delegados, que integran la comisión de apologética o defensa de la fe. ¿Es obra suya o de todos los miembros de la comisión? Sin duda, se ve la mano de Pascual. La transcribo literalmente.

EL BUEN PASTOR Y EL MERCENARIO
Carta Abierta a los Señores Curas

Muy Señores Nuestros:
Permítannos que les hablemos con toda franqueza, de ovejas a pastores.
Admiramos la entrega de muchos de ustedes, su celo apostólico, su espíritu de sacrificio y la aceptación serena de su soledad e incomprensión de parte de muchos.
Pero al mismo tiempo no logramos entender cierto desaliento y falta de visión con relación a nuestras masas católicas, que se sienten como desamparadas ante el acoso constante de los lobos rapaces.
Claro, también los lobos son criaturas de Dios, como los zancudos o las víboras venenosas, y por lo tanto merecen cierta consideración. Sin embargo, no por eso no nos tenemos que cuidar para no quedar perjudicados.
Una cosa es el respeto al derecho ajeno y otra cosa es la rendición incondicional a los caprichos de cualquiera que se nos pare enfrente o el abandono indiscriminado de nuestras masas católicas a la merced del primero que trate de conquistarlas.
¿Acaso no les dice nada la comparación que hace Jesús entre el verdadero pastor y el mercenario (Jn 10, 11–13)? El verdadero pastor, cuando ve llegar al lobo, se le enfrenta, a costa de perder la vida. El mercenario, al contrario, huye, porque no le importan las ovejas. Pues bien, cada uno de ustedes ¿ha pensado alguna vez a quién se parece, al buen pastor o al mercenario?
Claro que no basta la buena voluntad. No basta la disposición interior a dar la vida por las ovejas. Es necesario dar pasos concretos para estar en condiciones de enfrentar con éxito a los lobos rapaces y así defender a las ovejas.
En concreto, ¿cómo se comportan ustedes con un feligrés, que se siente acosado por los grupos proselitistas, que ya le metieron muchas dudas acerca de la fe o se encuentra entre amigos y parientes que ya se cambiaron de religión y lo invitan a seguir su ejemplo?
¿Es suficiente aconsejarle que tenga paciencia, respete a los que tienen otras creencias y no hagan caso a lo que le dicen? ¿No se dan cuenta de que el feligrés tiene derecho a recibir una orientación precisa de parte de su pastor, que aclare sus dudas y lo ponga en grado de resistir frente al acoso de los grupos proselitistas?
¿Qué les impide entender que el ecumenismo no tiene nada que ver con esta realidad y es un puro pretexto para no hacer nada y dejar que se pierdan las ovejas? ¿Cuándo van a dejar la demagogia para volverse más sensibles hacia los intereses reales del rebaño que está bajo su cuidado? (Cfr. Ez 34).
¿Acaso no le tienen miedo al juicio de la historia y, peor aún, al juicio de Dios, pensando en el enorme daño que están causando a sus feligreses, al dejarlos sin ninguna protección frente a los que continuamente están tratando de confundirlos y conquistarlos?
¿A qué se debe el hecho que su manera de ver las cosas esté tan alejada del sentir del pueblo católico, que se siente abandonado por ustedes, por no saber manejar adecuadamente una problemática, que se les está escapando de las manos y lo está perjudicando gravemente?
¿Qué esperan, entonces, para ponerse al día y estar en condiciones de ayudar a sus feligreses a fortalecer su fe ante el acoso constante de los lobos rapaces? ¿Acaso les preocupa que alguien los acuse de estar en contra del ecumenismo o de estar induciendo a sus feligreses a pelearse con la gente de otras creencias?
Algunos de ustedes podrán objetar que están conscientes del problema y están haciendo lo que está de su parte para enfrentar con sentido de responsabilidad el fenómeno del proselitismo religioso. En este caso, no se preocupen; esta carta no es para ustedes.
Otros le echarán la culpa a la formación que recibieron en el seminario: “Es que en el seminario no me enseñaron esto”. Pues bien, no todo se aprende en el seminario. Hay libros, hay cursos, hay muchas maneras de prepararse en el campo de la apologética. Todo es cuestión de voluntad.
Y no se olviden: si en algo les podemos servir, nos tienen siempre a sus órdenes.
Con todo respeto, aprecio y cariño.

La Comisión de Apologética.

¿Los comentarios? Casi todos positivos. Ni modo. Ésta es la realidad, aunque a muchos les duela. Solamente los ecuménicos a ultranza no están de acuerdo. Les parece un reflejo de la mentalidad preconciliar, puesto que para ellos el problema del proselitismo religioso no existe, desde el momento en que cada uno con toda libertad puede optar por la religión que prefiere, sin ninguna consecuencia de tipo moral. Las almas demasiado devotas ven el documento demasiado duro y no se cansan de alabar la entrega incondicional de muchos miembros del clero, lo que está a la vista de todos.

Reviviendo el pasado
La mente sigue brincando de un lugar a otro, recordando escenas que parecían olvidadas para siempre, todas enfocadas al análisis de la realidad eclesial. Conferencias, diálogos entre amigos de confianza, discusiones muy acaloradas, etc. Algo que se me presenta a la mente de una manera muy nítida y fuerte es la escena en que una mujer, al escuchar mi punto de vista con relación al papel de la Biblia en la vida del cristiano y de la Iglesia, explotó en un grito acusatorio: “Aquí se está gestando un nuevo Lutero”.
En otra ocasión, al hablar de la existencia de un solo Dios en una aldea de la parroquia de San Felipe Usila, Oax., casi me linchaban, acusándome de querer cambiar sus creencias, puesto que para mucha gente de aquella región el sol, la luna, el fuego, el agua y tantos elementos más de la naturaleza son dioses. Una aventura que nunca olvidaré y que siempre se presenta a mi mente, cuando se trata del tema de la religiosidad popular o de la pastoral indígena.
Por lo que se refiere a la pastoral social y la cáritas diocesana o parroquial, me veo envuelto en una tremenda discusión acerca del problema de las prioridades, es decir, si se tiene que insistir más en el aspecto asistencial o de desarrollo. Vuelven a mi mente antiguas polémicas acerca del papel de las huertas familiares, la cría de animales domésticos, las cooperativas, la alfabetización, los microcréditos y tantas iniciativas más en orden a involucrar a los mismos pobres en su proceso de promoción. De otra manera, al no contar con propuestas concretas, en lugar de apoyar la causa de los pobres, se arriesga con perjudicarla más, creando en ellos un complejo de inferioridad siempre más profundo, que, en lugar de mover hacia la acción, la paraliza.
En el fondo, se trata de experiencias pasadas, que estoy reviviendo en un contexto nuevo. Así son los sueños. Basta un estímulo, para que todo lo pasado vuelva a resurgir con un rostro nuevo, como respuesta a las inquietudes presentes. Ahora entiendo porque muchos se resisten a enfrentar un verdadero análisis de la realidad, sea a nivel personal que comunitario. La razón es muy sencilla: el análisis supone siempre un deseo de cambio, dejando costumbres arraigadas para intentar caminos nuevos. Por eso en mi mente se asociaron el análisis de la realidad y la evangelización de los católicos con el huracán Emily.

Los alejados
Existen regiones alejadas, parroquias, rancherías, familias, personas y sectores de la sociedad, que no cuentan con los elementos necesarios para que pueda haber una verdadera evangelización. En un análisis de la realidad, es importante aclarar todo esto. De otra manera, se dan golpes al aire.
Por lo tanto, si se hace un análisis de la realidad eclesial a nivel nacional, hay que detectar aquellas regiones o diócesis más necesitadas; si se trata de una diócesis, hay que ver cuáles son las parroquias más difíciles y porqué; a nivel parroquial, hay que conocer los sectores, los pueblitos o rancherías más necesitadas. En este caso, es suficiente marcar cada localidad con algún símbolo especial, para señalar si cuenta o no con una capilla, un simple curato o también con salones anexos para la catequesis, si hay catequesis presacramental, si hay grupos, asociaciones o movimientos apostólicos, etc.
Solamente así es posible organizar una verdadera pastoral, desarrollando al interior de la misma nación, diócesis o parroquia un estilo misionero, encaminado a hacer presente la Iglesia en cada lugar, sector y persona.
Todo esto ya lo había expresado hace más de veinte años, cuando se empezó a hablar de planes de pastoral. Pero todo fue inútil. Lo que importaba, era analizar la realidad en su aspecto económico, social y político y enseñar al pueblo cómo organizarse para gritar la propia inconformidad contra el sistema establecido y, donde fuera posible, lograr la toma de poder, aunque fuera en las pequeñas poblaciones o los municipios. ¿Con cuáles resultados? Que casi siempre los agentes de pastoral, que se metían en la política activa, poco a poco se iban apartando de la Iglesia y caían en los mismos defectos de los demás políticos.
“Que bueno que por fin – sueño pensando – llegó el momento de tomar las cosas más en serio, haciendo un verdadero análisis de nuestra realidad eclesial” y me veo repartiendo entre todos los delegados al sínodo la propuesta, que presento a continuación y que ya los apóstoles de la Palabra hemos ensayado en algunos lugares con óptimos resultados.

PLAN MÍNIMO DE ANÁLISIS Y EVANGELIZACIÓN CAPILAR

PRIMERA ETAPA
Elaborar un croquis o un mapa de cada ranchería, pueblito, cuadra, colonia o barrio, señalando con distintos colores las familias católicas, protestantes o no creyentes.

a) Detectar a los católicos practicantes, es decir, perseverantes, que llegan periódicamente a la Iglesia (capilla, grupo, asociación o movimiento), señalándolos con un color fuerte, por ejemplo, rojo.
b) Detectar a los católicos no practicantes, es decir, no perseverantes, que no se acercan a la Iglesia o lo hacen solamente con motivo de algún acontecimiento especial (fiesta patronal, boda, difunto, bautismo, quince años, etc.) , señalándolos con un color más suave. por ejemplo, rosa.
c) Detectar a los hermanos separados, señalando cada grupo con un color diferente (testigos de Jehová, Mormones, Adventistas del Séptimo Día, pentecostales, etc.).
d) Detectar a los no creyentes, con otro color especial.

SEGUNDA ETAPA
Preparar gente capacitada para atender a las distintas categorías de personas, empezando por los católicos.

a) Católicos practicantes.
Es suficiente darles breves temas en la catequesis presacramental antes de la Santa Misa o la celebración de la Palabra, en la reunión del grupo, etc.
b) Católicos no practicantes.
Hay que visitarlos en su casa, tratando de aclararles la diferencia entre la Iglesia católica, fundada por Cristo, y las sectas, fundadas por hombres. Además, es importante ir aclarándoles las dudas que les vayan poniendo las sectas proselitistas. En la manera de lo posible, hay que ir despertando en ellos el deseo de acercarse más a Dios, acercándose más a la Iglesia.
c) Hermanos separados.
Contar por cada grupo con agentes de pastoral especializados.
d) No creyentes.
Mediante un sistema de visitas domiciliarias, tratar de acercar a los alejados y no creyentes, dándoles el primer anuncio de la salvación (Kerigma) a los que lo acepten.

Conclusión
Primero hay que atender a los que están dentro de la Iglesia, es decir a los católicos, sean practicantes o no.
Después hay que preocuparse por los que están fuera de la Iglesia, es decir los que se salieron de la Iglesia y se encuentran en los grupos proselitistas.
No vaya a suceder que, por querer convencer a los de afuera, descuidemos a los de adentro y los vayamos perdiendo.


PERSPECTIVAS PARA EL FUTURO

Resistencia
Me parezco a Pascual, el cuentacuentos, siempre en movimiento, pasando de una comisión a otra con los oídos bien atentos para detectar cualquier novedad que se presente, algo fuera de lo común, digno de ser tomado en consideración. Y a un cierto momento llega lo inesperado: una airada protesta de parte de un agente de pastoral contra su párroco, en la comisión del clero.
–Disculpe mi atrevimiento, señor cura –prosigue el agente de pastoral algo exaltado –. Ya estamos cansados de tratarlo como a un niño malcriado, dándole siempre por su lado para evitar que se enoje. Y usted sigue golpeando por aquí y por allá, deshaciendo grupos, enojándose a cada rato, humillando a todos, menos a sus consentidos. En un mundo dominado por la violencia, ¿qué imagen usted está proyectando entre nosotros? La del cacique, que hace lo que le dé la gana, sin preocuparse del daño que puede causar a los demás. En lugar de ser un factor de superación, usted con su manera de comportarse, está afianzando en la sociedad actitudes negativas, de autoritarismo irracional. Para cualquier iniciativa, ya sabemos cuál es su respuesta de siempre: “No se puede. Ya lo intenté otra vez en la otra parroquia. Yo conozco bien a mi gente: al principio mucho entusiasmo y después me dejan solo. Será para otra ocasión; yo les diré cuándo”. Pasan los días, pasan los meses y pasan los años, sin nada. Pura tomada de pelo. Por eso la gente se va alejando siempre más de la Iglesia.
Interviene otro agente de pastoral, encarando la dosis:
–Señores curas, no sé si por decir esto me voy a condenar. De todos modos, es la pura verdad. Tengo la impresión que ustedes en muchos aspectos de la actividad pastoral, en lugar de empujar para adelante, jalan para atrás. Será por querer trabajar solos, será por no querer cambiar su ritmo de vida… el hecho es que ustedes hoy en día representan un factor de resistencia en la Iglesia, mirando hacia el pasado más que hacia el futuro. ¡Cuántas veces he tenido la tentación de dejarlo todo por la paz y retirarme! Si no lo he hecho, ha sido por puro milagro. Es que a un cierto momento uno se fastidia y se cansa, al encontrar los mayores obstáculos, donde se supone que tendría que encontrar más apoyo.
Como siempre no faltan quienes de inmediato toman la defensa de los curas, haciendo hincapié en su vida sacrificada por no contar con una familia propia, por estar lejos de su tierra, por alguna realización en campo social, por haber construido algún templo, etc. El ambiente se pone tenso, no obstante las intervenciones del coordinador de la comisión que invita a la cordura. Según algunos delegados, los curas son los culpables de todos los males presentes en la Iglesia. Ni modo. Ahora o nunca. Están conscientes de que o hablan ahora o se quedan callados para siempre. En realidad, es difícil que se atrevan a decir lo mismo una vez regresados a sus parroquias.
Por fin un cura toma la palabra en nombre de todos, el más aventado y preparado intelectualmente:
–Así que, según ustedes, nosotros seríamos los culpables del actual atraso, en que se encuentra la Iglesia. ¿No se dan cuenta de que están diciendo puras barbaridades? ¿Quiénes los están formando? ¿Acaso no somos nosotros los curas? ¿Quiénes les están administrando los sacramentos? No cabe duda que tiene razón el proverbio que dice: “Cría cuervos y te sacarán los ojos”.
–Por eso –interviene otro cura –yo nunca mandé a mi gente a dizque prepararse en el centro diocesano de pastoral. Ya me imaginaba qué tipo de formación les iban a dar. En lugar de enseñarles a ser dóciles y obedientes a los señores curas, les enseñan a criticar y exigir. Por eso yo nunca quise tener en mi parroquia ningún tipo de ministros laicos instituidos y menos diáconos permanentes. Pronto le quieren quitar el lugar a uno, como aquí mismo podemos comprobar. Mi política es: “Mejor solo que mal acompañado”.

Seguridad económica
Cambio de escenario. Habla un amigo catequista de España (los milagros de los sueños):
–Lo único que ustedes están buscando es su seguridad económica. Por eso le dan tanta importancia a su enseñanza en las escuelas del gobierno. Por el sueldo. En realidad, su eficacia es casi nula. ¿Qué pasaría si algún día el gobierno les quitara la enseñanza de religión en las escuelas oficiales con el relativo sueldo y pensión, una vez jubilados?
–¿Y qué quieren ustedes –contesta el cura intelectual–, que muramos de hambre? ¿Qué creen ustedes, que con las míseras limosnas que nos dan en las misas y con el estipendio podríamos tener una vida no digamos totalmente satisfactoria, sino por lo menos digna de nuestro estado social? ¿Para qué nos quemamos las pestañas durante años y años de estudio?
–Muchos de ustedes, no todos evidentemente, ven su actividad como una profesión cualquiera o una carrera, no como una vocación. Hasta hay curas que, aparte de los estudios eclesiásticos, dedican tiempo y esfuerzo para prepararse en otra profesión como cualquier otra persona. ¿Y para qué? Para tener un futuro más seguro. Me pregunto: ¿Acaso el ejercicio de su ministerio como presbíteros no le permitiría vivir digna y honestamente?
–Es inútil seguir discutiendo sobre este tema – comenta una hermana, que pertenece a un movimiento eclesial –. Es un cuento de nunca acabar. Una verdadera enfermedad en la Iglesia. Es convicción general entre los curas y las religiosas que no se puede vivir sin un sueldo fijo, venga de donde venga, con seguro social y derecho a la pensión. Por eso nos invitan continuamente a enseñar en algún colegio o atender algún kinder, asilo de ancianos o alguna otra obra social. Según ellos, es imposible vivir dedicándose exclusivamente al apostolado. Y sin embargo, se puede. Por lo menos ésta es mi experiencia personal y la de los demás miembros del movimiento al que pertenezco. Haciendo visitas domiciliarias, impartiendo cursos bíblicos en las parroquias y repartiendo literatura formativa entre la gente, logramos vivir satisfactoriamente.
–¿Y cuando hay alguna enfermedad? –rebate una religiosa, que se siente muy cuestionada.
–No falta alguien que nos ayude a resolver el problema. De hecho en alguna ocasión hemos estado hospitalizadas.
–¿Y la comida diaria?
–Cuando estamos en alguna misión, la gente nos invita a compartir los alimentos en sus casas. Cuando vivimos en nuestra residencia, que casi siempre es prestada, la gente nos lleva de todo.
–¿Y para vestir?
–También la gente nos regala ropa. De hecho, nunca nos ha faltado nada.
–¡Increíble!
–Pero cierto. ¿Acaso no han leído la Biblia?
–¡¿?!
–Aquí está el problema: creer o no creer en la Palabra de Dios. Tomarla en serio o…

Simulación
Arrebata la palabra un seminarista, muy liberal pero al mismo tiempo bien metido en el sistema:
–Ustedes andan siempre con la Biblia en la mano y en la punta de la lengua. ¿No se dan cuenta de que el fundamentalismo bíblico es un grave error, que puede causar grandes problemas en la Iglesia?
–Todo depende de qué tipo de fundamentalismo se trata.
–Todo fundamentalismo es malo. ¿Qué tiene que ver la situación de los tiempos bíblicos con la nuestra? Además, no se puede tomar la Biblia al pie de la letra.
–Por eso estamos como estamos. Por eso hay tantas cosas chuecas y tan poco fervor dentro la Iglesia. Se hace todo a la buena de Dios, sin fijarse si está bien o mal, pensando: “Si todos hacen así, quiere decir que está bien”. Es nuestro pecado como Iglesia. Lo mismo que pasa con los males presentes en la sociedad: nadie es responsable y todos somos responsables. Cada uno le echa la culpa a los demás de la situación en que se vive. Como dice el refrán: “¿Adónde va la gente? Adonde va Vicente. ¿Adónde va Vicente? Adonde va la gente”. Y con esa mentalidad, se dedica la mayor parte del tiempo en cosas intrascendentes, ajenas a nuestra misión o que afectan la pureza de la fe. De otra manera, ¿cómo se podría explicar el hecho que se sigue bautizando a todos, sin ninguna garantía de perseverancia, casando por la Iglesia al que quiera, sin una verdadera preparación y un verdadero compromiso, y celebrando misas por los difuntos al por mayor? Y todo esto ¿para qué? Para que haya más entradas. No hay tiempo para impartir un curso de formación, visitar las familias o escuchar y aconsejar a la gente, como tendría que hacer un verdadero pastor de la Iglesia, y hay tiempo para todo los demás, aunque se den cuenta de su casi nula eficacia espiritual. Haciendo eso, se está abaratando todo, dando las perlas a los cerdos. Con las consecuencias que ya todos conocemos. Una vez que la sal pierde su sabor, ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada (Mt 5,13). Y es lo que está pasando en muchos casos. El sacramento es despreciado, por ser administrado a gente que no está consciente de su valor.
–Pura simulación – interviene la encargada de la catequesis a nivel diocesano –. Se sigue administrando los sacramentos, a sabiendas de que la gente ni entiende su sentido ni mucho menos está dispuesta a vivir de acuerdo a lo que significa y expresa. ¿No se dan cuenta de que no es lícito administrar los sacramentos por pura costumbre, sin que haya una verdadera conciencia de lo que se está recibiendo? Y todo esto ¿por qué está pasando? Por el maldito dinero y la flojera. Según mi manera de ver las cosas, aquí está la causa de todo el enredo en que estamos metidos: la falta de fe, en el clero y la vida consagrada. Nos encontramos frente a una enorme crisis de fe. Ahora bien, si eso pasa con el leño verde, ¿qué será con el seco?
Los pocos curas, presentes en la comisión del clero, se sienten como acorralados. No saben qué contestar. Solamente uno, posiblemente el más sincero o ingenuo entre todos, logra balbucear algunas palabras, pronto silenciado por una avalancha de protestas:
–Si con eso ya son pocos los que frecuentan la Iglesia, imagínense qué pasaría si nos pusiéramos más estrictos.

Propuestas concretas
Otro cambio de escenario. Asamblea general con la participación de todos los delegados al sínodo (¿la segunda, tercera o cuarta asamblea general?). Terminando los informes, habla el coordinador general:
–Los felicito. Realmente han hecho un buen trabajo. Solamente quiero repetir la observación que les hice el otro día: no somos un departamento de quejas. Por lo tanto, tenemos que ahondar más en el análisis de la realidad eclesial, fijándonos también en lo positivo que hay entre nosotros. Al mismo tiempo, tenemos que ser más prácticos, presentando a la asamblea propuestas concretas, que miren a dibujar un nuevo rostro de Iglesia, así como nos gustaría que fuera en el futuro. No tengan miedo de hablar, digan lo que piensan, aunque a veces alguna idea les pueda parecer descabellada o se trate de una simple intuición. Si es algo que tiene algún fundamento, no faltará quien lo desentrañe y le dé su pleno sentido.
Hay un murmullo general. Casi todos están de acuerdo. Solamente algunos delegados se muestran contrariados, sintiéndose mover el tapete bajo los pies. Aunque le cueste pedir la palabra, uno de los delegados, más refractarios al cambio, se decide y toma el micrófono:
–Hermanos, les confieso con toda sinceridad que, de seguir así, temo que pronto me va a dar un infarto. ¡Tantas cosas raras me ha tocado escuchar en estos días! Por favor, déjenme vivir en paz estos últimos años o días de mi vida.
Se levanta otro delegado en apoyo a su petición, insistiendo sobre el respeto que se debe a los ancianos, que no están acostumbrados a ciertas críticas.
–Según ustedes – concluye –, todo lo que se ha hecho en el pasado, ha estado equivocado… hasta que llegaron ustedes, que han descubierto cómo se tienen que llevar las cosas en la Iglesia. ¡Pobres ilusos! No se olviden del refrán: “Nihil sub sole novi” (No hay nada nuevo bajo el sol).
Ni modo. No todos entienden el significado de lo que se está intentando hacer ahora dentro de la Iglesia. No se dan cuenta de que muchas cosas cambiaron en la sociedad y por lo tanto muchas cosas tienen que cambiar también dentro de la Iglesia, si no queremos quedar fuera de la jugada.

Doctores honoris causa
No sé si con anterioridad hayan recibido el encargo de parte del obispo o la mesa directiva del sínodo o están actuando por su cuenta, sin haber recibido encomienda alguna. El hecho es que pronto pasan adelante algunos delegados, con carpeta en las manos, listos para intervenir. Todos se sorprenden. En realidad, se trata de presbíteros y laicos, que no cuentan con ninguna preparación especial, gente normal, diríamos, gente de buena voluntad, que se ha hecho en el campo de trabajo, más que en las aulas universitarias. Y sin embargo impactan a todos por la novedad y frescura de sus intervenciones, y más aún, por la manera sencilla de expresarse, fácil de captarse de parte de todos.
Todos los delegados no se pierden una sola palabra de lo que dicen y tratan de apuntar lo máximo que puedan, aunque a veces haya algo que desborde totalmente la propia capacidad de comprensión o posibilidad de realización. Se tiene la impresión general de que ya empezamos a aterrizar en algo concreto, aunque desafiante o puramente utópico en algunos casos. Al terminar sus intervenciones, Pascual, el cuentacuentos, levanta un letrero calificando cada ponencia. En alguna ocasión aparecen las palabras: “Doctor honoris causa”.
Evidentemente no puedo recordar todo. No hay que olvidarse que se trata de un sueño. De todos modos, voy a relatar lo más sobresaliente de sus ponencias, lo que más me ha impactado y que posiblemente marcará el resto de mis años, hasta que este sueño no se vuelva realidad.

Pan de Vida
y Palabra de Vida

Después de haber hecho un rápido excursus (recorrido) histórico acerca de la manera de vivir la fe de parte del pueblo católico en el pasado, una vivencia de la fe basada esencialmente en “devociones”, el primer ponente hace notar como el siglo XX ha representado para toda la Iglesia un paso en adelante muy significativo, al descubrir el papel del Espíritu Santo en la vida del creyente y favorecer el acceso al Sacramento de la Eucaristía para todos los miembros del pueblo de Dios, desde la más tierna edad.
–Ahora –afirma con toda seguridad, con voz fuerte y deletreando cada palabra –llegó el momento de pasar a otra etapa de la historia de la Iglesia. No sé si será la etapa definitiva. Solamente Dios lo sabe. Para mí es suficiente saber que se trata de la próxima etapa, en la cual yo puedo, tengo y quiero involucrarme completamente. ¿En qué consiste esta nueva etapa? En hacer de Cristo la Palabra de Vida para todos los creyentes.
Para lograr esto, propone una estrategia muy sencilla: “Biblia para todos y Biblia para todo; todo con la Biblia y nada sin la Biblia”, empezando por la catequesis presacramental, desde la preparación a la Primera Comunión, y tomando la Biblia siempre como texto fundamental y todo lo demás como subsidio, “algo demasiado sencillo, aunque los grandes y sabios de nuestros tiempos nunca lo vayan a entender”. Aplauso general.
Habla de rosario bíblico, vía crucis bíblico, posadas bíblicas, novenario de difuntos bíblico, etc. Invita a todos a llevar la Biblia a cualquier tipo de reunión y a la Misa. Como iniciativas prácticas para cambiar la mentalidad de nuestras masas católicas y entusiasmarlas por la Palabra de Dios, sugiere hacer monumentos a la Biblia, llevar de casa en casa la Biblia Peregrina, hacer desfiles con carros alegóricos bíblicos, etc.
Concluye su ponencia de manera enfática:
–Como en el siglo pasado logramos hacer de Cristo el Pan de Vida para la masa de los católicos practicantes, ahora tenemos que luchar para hacer de Cristo la Palabra de Vida para todo católico, que tenga algún contacto con la Iglesia, desde el más pequeño hasta el más anciano, desde el más ignorante hasta el más sabio y desde el más pecador hasta el más santo. De hoy en adelante, conocer, amar y vivir la Palabra de Dios escrita ya no tiene que ser un privilegio para pocos, sino un derecho y una obligación para todos. En realidad, como justamente afirmó san Jerónimo, “La ignorancia de las Escritura es la ignorancia de Cristo”. Por lo tanto, para nosotros, pastores del pueblo de Dios y católicos comprometidos, dar a conocer a todos la Palabra de Dios, ya no tiene que representar un lujo, sino una obligación y una exigencia fundamental de nuestro compromiso pastoral.
Aplauso y griterío general. Muchos se levantan y se acercan al ponente para felicitarlo. Es un verdadero placer ver a un buen número de sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos, alegres y satisfechos, con una grande ilusión en el corazón, que se transparenta por todos los poros.

Atención pastoral:
el consejo de Jetró

Pasa otro ponente, un laico comprometido. Habla del consejo, que Jetró dio a Moisés para la organización del pueblo de Israel, poniendo a personas de confianza al frente de grupos de mil, cien, cincuenta y diez (Ex 18,21). Y arenga a los presentes, de una manera especial a los miembros de la jerarquía:
–Señores, no nos hagamos de la vista gorda. La realidad es que nuestro pueblo católico se siente solo y abandonado, “como ovejas sin pastor” (Mc 6,34), en medio de todo tipo de peligros y tentaciones. Algo raro está pasando con nosotros: mientras los demás están haciendo todo lo posible para conquistar a nuestras ovejas, nosotros las estamos regalando, con el pretexto de que no contamos con los pastores suficientes. Nuestras parroquias se parecen a feudos o encomiendas: cada uno hace y saca lo que puede, sin preocuparse del bienestar de toda la gente.
¿Qué hacer, pues, ante esta situación? ¿Es suficiente “pedir al dueño de la cosecha que mande más obreros”? (Lc l0,2) ¿Por qué no nos decidimos de una vez a echar mano donde sea para encontrar a los obreros del Evangelio que necesitamos? ¿Es correcto dejarlo todo en las manos de Dios, como si nosotros no tuviéramos nada que ver en el asunto, o seguir pidiendo solamente por las vocaciones sacerdotales, como si no nos interesara otro tipo de obreros del Evangelio?
Siguiendo el ejemplo de Jetró, invita a los miembros de la jerarquía a establecer planes concretos para una debida atención pastoral de todo el pueblo católico. ¿Qué no hay suficientes presbíteros? ¿Y cuál es el problema? Que se eche manos de los diáconos permanentes o de laicos comprometidos, que se dediquen a la pastoral a tiempo completo o tiempo limitado, contando con una debida remuneración económica.
Concluye, proponiendo algo muy concreto:
–Lo ideal sería que hubiera por cada mil habitantes por lo menos un ministro ordenado, presbítero o diácono. Que se tenga esto como meta a lograr dentro de diez o quince años y por mientras se establezcan metas intermedias con un ministro ordenado por cada diez, ocho, seis, cuatro y dos mil habitantes. Además, que a nivel parroquial, cuando se trate de parroquias con una feligresía bastante numerosa, un diácono permanente esté al frente de la catequesis, la pastoral penitenciaria, la pastoral juvenil, la pastoral de enfermos, la pastoral de alejados, etc. y que en cada pueblo de unos 500 habitantes para arriba haya un diácono permanente como coordinador general para dar más dignidad a la presencia de la Iglesia Católica en aquella localidad. ¡Qué pena da a veces ver en un pueblo a un simple catequista, con escasa preparación, representar a la comunidad católica en los asuntos que se refieren a la escuela, la salud, la administración civil y las relaciones con los demás grupos religiosos! Imagínense como se siente este catequista frente al director de la escuela, el doctor o la enfermera del centro de salud y los pastores de los demás grupos religiosos, que muchas veces cuentan con un diplomado o una licenciatura en teología. Es tiempo de pensar seriamente en este problema y empezar a preparar planes concretos para darle solución. En realidad, ningún plan de pastoral podrá arrancar seriamente sin resolver primero el problema de la organización interna de la Iglesia, hasta poder atender a todos los católicos uno por uno. Este es el grande reto que la jerarquía tiene que enfrentar sin demora, aunque le cueste bajar del mundo de los conceptos al mundo de la acción. De una vez tenemos que desechar la idea de la parroquia como un feudo o una encomienda, de donde sacar lo máximo que se pueda y empezar a ver la acción pastoral como un servicio.
Ante esta perspectiva con relación a la manera de atender adecuadamente al pueblo católico, todos quedan callados, en un silencio cargado de reflexión. El asunto parece realmente grave y requiere una solución urgente. Alguien se atreve a exteriorizar alguna perplejidad:
–Todo lo que usted acaba de decir es correcto. El problema es: ¿Dónde encontrar los medios económicos suficientes para preparar a tanta gente y mantenerla?
–Cuanto más y mejor se atiende al pueblo, tanto más y mejor será su respuesta para solventar los gastos, que implica su adecuada atención pastoral. Fíjense en lo que está pasando con los demás grupos religiosos. Un pastor cuenta con apenas unas 20 – 30 familias y logra sacar lo necesario para su sustento. Ahora bien, si ellos pueden lograr esto, ¿por qué nosotros no lo vamos a lograr? Como ven, no se trata de un problema de dinero, sino de una actitud mental frente a nuestro quehacer pastoral y frente al futuro.
En lugar de seguir con una pastoral sin ninguna perspectiva para el futuro, que mira esencialmente a resolver los problemas que se presentan al momento, dándole a la gente lo que pide, a sabiendas de su escaso valor en orden a una vida realmente cristiana, pensemos en invertir mejor nuestro tiempo y nuestros recursos, dando a nuestros feligreses un alimento realmente sustancioso, que los ayude a realizar un verdadero encuentro con Dios. Esto seguramente va a redituar en una mayor garantía para el futuro, al contar la Iglesia con gente realmente identificada con los ideales cristianos y consciente de sus obligaciones en orden a proporcionar a sus pastores los medios necesarios para llevar adelante su misión.

Diferentes tipos de católicos
Un débil aplauso y sigue otra intervención. Es un cura español, posiblemente de Sevilla. Presenta una problemática propia de España, que sin embargo tiene algo que ver también con ciertas situaciones presentes en México y algunos otros países de América Latina.
–En mi tierra –explica – existen las hermandades, que cuentan con una gran cantidad de miembros y un cierto poder económico. Toda su religiosidad se desarrolla alrededor de alguna imagen con romerías, procesiones y tantas otras cosas, que saben más de folclor que de fe auténtica. Frente a esta situación, me pregunto: ¿Es correcto seguir administrando los sacramentos a esa gente? ¿No sería mejor tratar primero de acercarla poco a poco a Dios, en un verdadero proceso de conversión?
Según su opinión –afirma –, habría que dividir al pueblo católico en tres categorías:

–Primera categoría: católicos a su modo.

Son los católicos metidos en la pura religiosidad popular, muy parecida a la religiosidad natural con un barniz cristiano, sin un verdadero conocimiento y una práctica cristiana. Se sienten satisfechos por lo que son y no tienen ningunas ganas de dar un paso adelante. Pues bien, al faltarles lo esencial de la vida cristiana y al no tener ningún interés por adquirirlo, no sería lícito administrarles los sacramentos, que son lo específico de la vida cristiana. Entonces, habría que pensar en algo sustitutivo, para que no se alejen completamente de la Iglesia.

–Segunda categoría: católicos de buena voluntad.

Son los católicos que están conscientes de su situación de alejados y, valorando su sentido de pertenencia a la Iglesia, están dispuestos a cumplir con los requisitos necesarios para acceder a los sacramentos.

–Tercera categoría: católicos practicantes.

Son los católicos, que conocen suficientemente los contenidos de la fe y tratan de vivir en consecuencia.

Ahora bien, para los miembros de cada una de estas categorías habría que desarrollar una pastoral especial, con miras a impulsarlos a dar un paso adelante. Lo importante es no revolverlo todo, confundiendo los distintos niveles de religiosidad y pidiéndole a uno lo que no puede dar o dándole algo que no está en grado de apreciar por desconocer su sentido.
– Esto está canijo –es el comentario de un catequista, interpretando el sentir general de la asamblea –Es un verdadero problema, que de todos modos algún día habría que enfrentar.
– Y si no se les dan los sacramentos, ¿cómo se van a salvar? – pregunta un delegado medio espantado, convencido de que basta recibir los sacramentos para salvarse, como si se tratara de algo mágico.
– Si hubiera sabido que las cosas iban a llegar tan lejos, mejor me quedaba en mi asilo de ancianos – concluye una anciana religiosa.

Simplicidad evangélica
A dos mil años de distancia desde cuando Jesús anunció su Evangelio por los caminos de Palestina, ¡cuán complicado se ha vuelto su mensaje! Todo se ha vuelto asunto de expertos. ¿Y las masas, que Jesús tanto amaba y a las cuales dedicó gran parte de su tiempo? Quedan marginadas. Pocos se dedican a transmitirles su mensaje y muy poca gente logra entenderlo por la manera como le viene anunciado.
Alguien se hace eco de esta inquietud:
– Hermanos y hermanas, ¿han pensado alguna vez en la triste situación en que se encuentran nuestras masas católicas? Mucha gente de buena fe, pero acomplejada, sin ninguna seguridad interior. Los asuntos de la fe se han vuelto para ellas realmente misteriosos por el lenguaje que se maneja y la complejidad de sus contenidos. ¿Por qué no hacemos el intento de regresar a la simplicidad evangélica, con contenidos precisos, sencillos y claros, reservando a los expertos su profundización, utilizando las categorías que consideren más convenientes?
Como siempre, no faltan pros y contras. Muchos no perciben la diferencia entre el lenguaje cultural, casi siempre filosófico, y el contenido. No saben distinguir entre el trigo y la paja. Piensan que, al cambiar el lenguaje, cargado de tecnicismos propios de expertos, se arriesga con cambiar también el contenido. Por eso quedan perplejos o asustados. Prefieren que no se cambie nada y se deje todo como está. Ni modo. Lo bueno es que no falta quien empieza a pensar. En realidad, de eso se trata, de estimular la reflexión. Solamente así algún día, después de muchos intentos, se podrá llegar a encontrar alguna solución, liberando el mensaje de un sinfín de envolturas, que lo han hecho siempre más imperceptible, y presentándolo lo más simple posible en toda su frescura, riqueza y pureza. Que el vehículo no se transforme en un obstáculo para llegar al meollo de la fe.

Cómo vivir siempre en paz con Dios
En esta misma línea de pensamiento y estimulado por la reflexión anterior, toma la palabra un perito, salido quién sabe de dónde:
–Veamos en qué enredo, con el pasar de los años, nos hemos metido con relación al Sacramento de la Reconciliación. Nadie niega que la Iglesia tiene el derecho y el deber de establecer la manera práctica de celebrar los sacramentos. El problema es saber si la praxis actual, tan diferente de la de los primeros siglos de la Iglesia, sea hoy adecuada en orden a conseguir el perdón de Dios de parte de un miembro de la Iglesia, que ha pecado y se siente arrepentido. Pensemos en la enorme escasez de presbíteros, que existe en América Latina. De hecho la mayoría de nuestros católicos tiene poca oportunidad de acudir a este sacramento. Pues bien, teniendo en cuenta esta realidad, ¿no sería conveniente ver la posibilidad de regresar a la praxis de la Iglesia primitiva en orden a garantizar el perdón de los pecados de una manera más factible y generalizada?
Otra vez los ánimos vuelven a calentarse. Para algunos, es increíble que un teólogo profesional se salga con este tipo de barbaridades, poniendo en tela de juicio asuntos ya aclarados y definidos por la Iglesia. Otros ven una posibilidad de resolver tantos problemas en la vida de la Iglesia actual y piden al perito que, si es posible, aclare mejor su postura, sugiriendo algunas líneas de solución.
–En pocas palabras –sigue el perito –, ésta es mi opinión al respecto y la voy a expresar con toda franqueza y humildad, siempre dispuesto a escuchar otras opiniones, que posiblemente pueden ofrecer mayores luces sobre un tema tan actual y controversial. Ahora bien, estos serían los pasos a dar, una vez que uno tome conciencia de su pecado y quiera conseguir el perdón de Dios:

1. Arrepentirse y pedir perdón a Dios, como hicieron el rey David y el hijo pródigo (2Sam 12,13; Sal 51(50); Lc 15, 11–32).

2. Reconciliarse con los demás (Mt 5,23–24) y perdonar las ofensas recibidas (Mt 6,14–15).

3. Orar, ayunar, hacer actos de penitencia y obras de misericordia.

4. Todo esto a nivel individual y comunitario (Stgo 5,16–20). Ahora bien, ¿no sería conveniente conferir un valor sacramental al acto penitencial con que se inicia la celebración eucarística, teniendo en cuenta la praxis de las primeras comunidades cristianas? A este propósito, es suficiente ver lo que encontramos al respecto en la Didajé (enseñanza) de los doce apóstoles: “En cuanto al domingo, una vez reunidos, partan al pan y den gracias, después de haber confesado sus pecados para que su sacrificio sea puro” (Didajé 14,1). ¿Acaso la celebración eucarística no adquiere su pleno sentido, al otorgar el perdón de los pecados y reconciliar plenamente con Dios y la comunidad?

Por otro lado, no hay que olvidar que, una vez que se den ciertas condiciones y se realiza un verdadero encuentro con Dios, todo esto de por sí implica el perdón de los pecados y el otorgamiento de la ayuda necesaria para que uno pueda cumplir con la misión, que Dios le haya asignado (cf Is 6, 1-13).
Estoy convencido de que, solamente si se resuelve este problema, será posible dar paz y tranquilidad a la conciencia de los católicos practicantes y ponerlos en un camino de verdadera maduración espiritual, sin la necesidad de una dependencia constante de los presbíteros, que de por sí escasean y no siempre están dispuestos para un ministerio tan desgastante, especialmente cuando tiene que ver con asuntos que no tienen relevancia en orden al crecimiento espiritual. Esto explica porqué los ejemplos del pasado y las repetidas recomendaciones acerca de la importancia de la confesión frecuente han caído en el vacío. Es que el problema es más profundo de lo que uno se puede imaginar a primera vista.
–Esto evidentemente se puede hacer, cuando se trata de pecados leves – interviene uno de los presentes. – El problema es cómo comportarse, cuando se trata de pecados graves.
–Pecados leves y pecados graves. No pecados de muerte = pecados contra el Espíritu Santo, que de por sí no tienen perdón (Mt 12,32;1Jn 5,16). Ni aquellos pecados para los cuales la Iglesia establece un tratamiento especial, con una intervención directa del obispo o del presbítero ( véase la praxis de la Iglesia primitiva).

Dos medidas
Posiblemente no todos los participantes están en grado de captar el verdadero sentido de lo que se está tratando. De hecho, muchos quedan desorientados, no sabiendo qué pensar. Interviene un laico comprometido, que cuenta con un diplomado en teología:
–Sin duda, todo esto me intriga y fascina. Al mismo tiempo me ayuda a entender cómo posiblemente ciertos curas resuelven este tipo de problemas, cuando no cuentan con una posibilidad real de acudir al sacramento de la reconciliación.
–Bueno –contesta otro laico comprometido –, se trata de casos de extrema necesidad. ¿O prefieren que, al encontrarse en determinadas situaciones de conciencia, los curas dejen de administrar los sacramentos? Acuérdense de que se trata de un ministerio, es decir, de un servicio a favor de la comunidad y no de un asunto personal.
–El problema no es esto. El problema es saber si vamos a utilizar una sola medida para todos o dos medidas diferentes: una para el pueblo en general y otra para los pastores. Me temo que en estos casos se esté cayendo en lo mismo que reprochó Jesús a los escribas y maestros de la ley de aquel tiempo: “Ustedes a los demás imponen cargas pesadas, que ustedes no tocan ni con un solo dedo” (Lc 12,46).

Luz de las naciones
Con estas reflexiones llegamos al clímax de nuestros trabajos sinodales. Ahora se trata de profundizar el análisis de la realidad eclesial y ver en concreto qué podemos hacer, para salir del bache en que nos encontramos. Mientras tanto, nos tomamos un momento de respiro, empezando por echar un vistazo a lo que nos ha preparado Pascual, el cuentacuentos, que nunca pierde tiempo.
En el fondo del auditorio hay letreros y dibujos, pegados a las paredes, con mensajes siempre más provocativos. “Adiós, mariquita” dice un letrero arriba de un dibujo, que presenta a un joven despidiéndose de un seminarista. Como comentario a un artículo sobre el caso de los curas pederastas en Estados Unidos, se encuentra otro letrero que dice: “Cuando veas la barba de tu vecino rapar, pon tu barba a remojar”. A la entrada del auditorio, bajo las palabras: “Análisis de la realidad eclesial”, se lee: “Mejor tarde que nunca”. En otro lugar se ve dibujada una enorme alcancía con un letrero que dice: “Limosna para el culto” y cerca de la alcancía se ve a un cura con la llave en la mano en actitud de sacar el dinero, mientras dice: “Aquí el único culto soy yo”.
En el comedor, adonde acuden todos para tomar café, sigue presente la mano de Pascual, el cuentacuentos. Entre todos sus mensajes, prevalece uno que dice: “Vacas gordas y vacas flacas” y alrededor de estas letras se ven dibujadas, en la manera más ridícula que uno se pueda imaginar y aludiendo a casos muy concretos, personas demasiado gordas y personas demasiado flacas, entre curas, monjas y demás agentes de pastoral. Es el centro de la atención y nadie falta a la cita con la obra maestra de Pascual, observando los distintos personajes y soltándose en carcajadas.
A su salida, Pascual, el cuentacuentos, regala a todos uno de sus cuentos, en que se presenta la situación de la Iglesia actual y la manera de enfrentarla con éxito. Lo transcribo literalmente.

TÍTULOS Y TÍTULOS

Cuando los maestros se la pasaban
en puras fiestas de graduación.

Había una vez un reino, llamado El Edén, que contaba con la mejor universidad del mundo, llamada Luz de las Naciones. Según cuentan los mayores, antiguamente dicha universidad reunía a las mentes más brillantes de todo el universo, que lograron instaurar un sistema de enseñanza que durante muchos siglos fue el orgullo del reino y el mundo entero. De todas partes llegaban los alumnos, deseosos de aprender y transmitir una sabiduría tan elevada y fascinante, que nunca se había visto algo parecido a lo largo de toda la historia.
Al regresar a su lugar de origen, cada maestro formaba su escuela, en la cual desmenuzaba a la gente los altos conocimientos, aprendidos en la universidad Luz de las Naciones. Y así, poco a poco, el nivel cultural del pueblo iba subiendo cada día más, y con el nivel cultural también el nivel moral y económico. Era tan evidente la diferencia entre la gente que había frecuentado estas escuelas y la gente que no las había frecuentado, que todos los ciudadanos quisieron apuntarse en ellas con el afán de alcanzar un nivel de vida superior o simplemente por no quedarse atrás y ser tachados de retrógradas e ignorantes.
Y allí empezó el grave problema para el Reino El Edén, pues no había maestros suficientes para tanta gente y los que había no contaban con el mismo fervor de los antiguos. En lugar de dedicarse a enseñar lo que habían aprendido en la universidad Luz de las Naciones, empezaron a flojear y a encargar a gente de buena voluntad y con una escasa preparación una misión tan delicada, importante y trascendental, que tanto lustro había dado al Reino El Edén.
Así, poco a poco, fue decayendo el nivel cultural, moral y económico del Reino El Edén. A los que se quejaban con los maestros por un descuido tan perjudicial para los intereses de la nación, contestaban:
–¿No ven que somos tan pocos, que apenas nos damos abasto para las tareas de administración y graduación? ¿Cómo podemos encargarnos de la enseñanza? De hoy en adelante, que sean los mismos papás o tutores que transmitan a las nuevas generaciones los conocimientos que necesitan para una vida sana y un trabajo honesto.
–Y para los títulos, ¿cómo vamos a hacer?
–No se preocupen. Nadie quedará sin título. A cambio de una módica recompensa, cada ciudadano tendrá derecho a recibir de parte de la universidad Luz de las Naciones el título que necesite, sin la obligación de poner pie en ninguna escuela oficial. Todo se hará confiando en la buena fe y sinceridad de los interesados, sus papás, tutores o gente voluntaria, autorizada para todo tipo de enseñanza.
A todos la solución del problema les pareció realmente genial, permitiendo a cualquier ciudadano conseguir cualquier título, sin esfuerzo alguno ni gasto de parte del erario público. Certificado de primaria, tanto; certificado de secundaria, tanto; certificado de bachillerato, tanto; y así adelante hasta los grados universitarios más altos.
Así en poco tiempo el Reino El Edén se llenó de médicos, ingenieros, técnicos en computación, contadores, licenciados, etc., sin ninguna preparación o con un conocimiento muy elemental acerca de su oficio o profesión. Prácticamente, a nivel popular, se regresó a la edad de la piedra: brujos y curanderos por todo lado, trueque, aumento espantoso de mortandad infantil, reducción notable del promedio de vida… un verdadero desastre. ¿Y la universidad Luz de las Naciones? Seguía preparando a gente muy ilustrada, metida en asuntos administrativos del sistema educativo y dedicada a organizar fiestas de graduación.
Frente a un fracaso tan rotundo del sistema educativo que se había implantado en el Reino El Edén, mucha gente, realmente deseosa de aprender algo, empezó a emigrar hacia los reinos cercanos, sin preocuparse de títulos ni nada por el estilo. A su regreso, pronto se volvían en grandes personalidades entre la gente, haciendo alarde de conocimientos y habilidades, que deslumbraban al pueblo en general, sumido en la más espantosa ignorancia.
Como dice el refrán: “En el mundo de los ciegos, el tuerto es rey”. Naturalmente hacían todo lo posible para no tener ningún contacto con los verdaderos maestros, que habían estudiado en la universidad Luz de las Naciones. Cada vez que los encontraban en su camino, les sacaban la vuelta.
Al principio la gente no entendía el motivo de tanta decadencia y confusión en el Reino El Edén. Hasta que alguien les abrió los ojos y les hizo ver que todo el sistema educativo estaba mal, puesto que, lo que vale en la vida, no es el título, sino lo que uno realmente sabe y puede realizar.
No fue fácil para los maestros, ya acostumbrados al nuevo estilo de vida, reconocer su error y regresar a su papel original de ser verdaderos maestros y guías del pueblo, preocupados del progreso real de cada alumno y no solamente de entregarle un título y organizarle la fiesta de graduación.
Pero al fin recapacitaron y acordaron todos juntos que cada maestro, salido de la universidad Luz de las Naciones, se dedicaría a preparar y asesorar a diez instructores, que a su vez harían lo mismo con otros diez, hasta que en el Reino El Edén no hubiera elementos suficientes para cubrir todas las plazas del sistema educativo, desde los primeros pasos en el camino del saber hasta las carreras profesionales más elevadas.
Desde entonces en el Reino El Edén todos tuvieron acceso a la enseñanza, recibiendo cada uno el título que realmente le correspondía. Y así el Reino El Edén volvió a progresar hasta alcanzar y rebasar el antiguo esplendor.

SIGUE EN LA TERCERA PARTE.
ANIMO: ¡YA FALTA POCO!