Un lugar para todos:
el secreto del éxito pastoral
En una ocasión, tuve la oportunidad de impartir un breve curso de apologética en la parroquia del padre Tomás, mi antiguo compañero de seminario, un curso que me pareció del todo excepcional por el gran apego que la gente manifestaba hacia su fe y de una manera especial por la gran cantidad de feligreses que acudían a la misa dominical. Tratándose de un viejo amigo, me permití preguntarle acerca del “secreto” de un éxito que me parecía realmente espectacular.
En lugar de contestar directamente a mi pregunta, el padre Tomás me invitó a seguirlo. Me imaginaba que me iba a llevar a su oficina para explicarme detalladamente su plan de pastoral, debidamente estructurado y avalado por algún reconocido teólogo de vanguardia. Pero no fue así. Sencillamente me llevó a la capilla del Santísimo, donde había una media docena de viejitas en adoración o dormición delante del sagrario (posiblemente había un poco de todo). Se hincó igual que ellas y me invitó a imitarlo.
Después de quedarse hincado en el nudo suelo una abundante media hora, se levantó, se me acercó y me señaló a las viejitas, diciéndome:
–Ahí está el secreto.
Y se fue. Esperé un buen rato, pensando que tal vez entre ellas hubiera alguien con más preparación que me iba a explicar el dichoso “secreto del éxito” y nada. Me di cuenta que se trataba de gente extremadamente sencilla, que tal vez ni sabía leer. Me regresé al curato decepcionado. Pronto pensé en una tomada de pelo de parte de mi antiguo condiscípulo. Al hacérselo notar, me contestó muy sorprendido:
–¿Tomada de pelo? ¿Por qué? Lo que le acabo de decir, es la pura verdad. ¿No entendiste?
Me explicó que, al llegar a la parroquia unos diez años antes, la encontró en completa bancarrota, sumida en un general desaliento. Ya el veinte por ciento de la población se había cambiado de bandera, pasando en su mayoría a los grupos de corte pentecostal, y, entre los que no se habían dejado enredar por los amigos de la competencia, muy pocos acudían a la misa dominical. Lo único que sabían hacer sus líderes era gritar contra el gobierno. Ellos mismos casi nunca acudían a la misa y, cuando lo hacían, pretendían comulgar sin antes confesarse. Para ellos, la confesión era algo del pasado. Decían pertenecer a las “Comunidades Eclesiales de Base”. En la práctica, desde que su predecesor dejó el ministerio y desapareció de la región, habían dejado de reunirse.
Estando así las cosas y no sabiendo qué hacer ante una situación que le pareció demasiado complicada, el padre Tomás optó por encerrarse cada vez más en sí mismo, con sus devociones de siempre, entre las cuales destacaba la adoración al Santísimo.
–Ésta fue mi tabla de salvación, mi querido amigo –me confesó cándidamente el padre Tomás–. No contando con algún hobby en especial y teniendo en cuenta el hecho que casi nadie me iba a visitar al curato, me pasaba buena parte del día delante del sagrario, orando o leyendo la Biblia y la Imitación de Cristo. Y durmiendo también. Ni modo, tengo mi edad. Cuando menos me lo espero, me doy cuenta de que me estoy durmiendo. De todos modos, no faltó gente que se enteró de mi trajín diario y quiso seguir mis pasos.
–¿En qué sentido? –le pregunté.
–Poco a poco empecé a notar que, mientras me encontraba en adoración delante del sagrario, se oía algún ruido en el fondo del templo parroquial. Quise averiguar la causa y descubrí que continuamente había algunas viejitas que rezaban el rosario, cada una por su cuenta. Evidentemente era lo único que sabían hacer. Les enseñé a orar en silencio delante del sagrario, como era mi costumbre. Pues bien, el grupo fue en continuo aumento, hasta que alguien me sugirió de reorganizar la Asociación del Santísimo Sacramento, que mi predecesor, como era su costumbre, se había encargado de desbaratar por completo. Fíjate que actualmente hay más de doscientas socias, que se turnan en la adoración al Santísimo día y noche.
Le pregunté acerca de la organización de la Asociación del Santísimo Sacramento y de los demás grupos apostólicos, cuya presencia era atestiguada por el número de banderas que se encontraban a los lados del altar mayor.
–Fíjate que acerca de todo esto no sé nada. Pregúntale más bien al padre Rodolfo, que cada fin de semana viene a darme una mano, atendiendo a todas las asociaciones y grupos apostólicos que tenemos en la parroquia. Son un montón. Fíjate que ni sus nombres recuerdo bien. Pues bien, él se encarga de darles seguimiento. Yo nada más sigo con lo de siempre, con la novedad que, desde hace algún tiempo, casi continuamente viene gente para confesarse o pedir algún consejo.
Intrigado por lo raro de la situación, me apresuré a entrevistarme con el padre Rodolfo.
–¿El padre Tomás? – fue su primera reacción–. En campo pastoral es un verdadero desastre. Se la pasa todo el día durmiendo en la capilla del Santísimo. Durmiendo y dando consejos a cualquier bobo que se le acerque. Así que, prácticamente, un servidor tiene que hacerse cargo de toda la organización pastoral. Y no le digo qué carga todo esto representa para mí, puesto que, aparte, soy maestro de filosofía en el seminario mayor.
Me explicó que, aparte de los renovados, que nunca faltan en ninguna parroquia, le tocaba atender a los cursillistas, los cruzados, las distintas ramas de la Acción Católica, un sinfín de asociaciones piadosas y a las damas católicas, cuyo papel nunca me supo explicar a cabalidad, aparte de los encargados de la catequesis presacramental.
–Un verdadero rompecabezas –se quejaba el padre Rodolfo–. Y fíjese que el padre Tomás dice siempre sí a cualquiera que se le ocurra una idea. Y siguen aumentando los grupos.
–¿Y qué pasó con las Comunidades Eclesiales de Base?
–Los pocos que se quedaron, se integraron a la Comisión de Pastoral Social. En concreto, se encargan de la Caritas parroquial.
–¿Y cómo hace usted para atender a tanta gente? ¿Cuáles son los compromisos básicos de los que integran todos estos grupos que me acaba de mencionar?
–Misa dominical obligatoria para todos y después algún retiro o curso de formación, como el que acaba de impartir usted.
Por fin entendí “el secreto del éxito pastoral” del padre Tomás. Algo tan sencillo y al mismo tiempo tan difícil de entenderse y aplicarse.
COMENTARIO
A veces se oye decir: “No hay que permitir que se establezcan en la parroquia más grupos de los que se pueden atender”. Y con eso se impide el establecimiento de nuevos grupos, coartando la libertad de los feligreses, garantizada por el mismo Derecho Canónico (cc. 214-215).
Se trata de un rezago de antiguas maneras de gobernar, propio de los regímenes totalitarios. Como pasa con el texto único obligatorio en la catequesis presacramental. ¿Y la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo, basada en los carismas que el Espíritu Santo distribuye a cada discípulo de Cristo cómo y cuándo quiere? “¿Qué es eso?”, dirá alguien. Aquí está el problema: en el alejamiento de las Escrituras. ¿Qué sería de nuestra Santa Madre Iglesia, si, al contrario, nos apegáramos más a las Escrituras y menos a las costumbres y a la sabiduría humana?
PREGUNTAS
1. Teniendo en cuenta esta historia, ¿dónde estaría el “secreto del éxito pastoral”?
–Según el padre Tomás:
–Según el padre Rodolfo:
–Según tu opinión:
2. ¿Por qué en algunas parroquias hay pocos grupos apostólicos y asociaciones piadosas?