Por el P. Flaviano Amatulli Valente, fmap

El P. Amatulli, en su libro “Listos para la Gran Misión”, nos plantea estos cuatro niveles de acercamiento a Dios nuestro Señor y a su amada Iglesia. 

Representan un motivo para realizar un examen de conciencia a nivel personal, como evangelizadores y como comunidad parroquial: 

¿En qué nivel me encuentro actualmente en mi itinerario como discípulo de Cristo? ¿Sigo atorado en la religiosidad popular, sin dar el salto a un seguimiento de Cristo más auténtico? ¿Estoy dispuesto a transformarme en misionero, para llevar a otros al encuentro personal con Cristo? 

Como evangelizador, ¿estoy contribuyendo a que mis hermanos católicos vayan dando pasos en su itinerario espiritual? Como comunidad parroquial, ¿tengo presente estos pasos o peldaños para crecer como discípulo y misionero de Cristo en orden a una evangelización más adecuada?

Hay cuatro niveles de acercamiento a Dios y pertenencia a la Iglesia de Cristo:

1. Religiosidad popular.

Una fe no ilustrada, la fe del carbonero; una mezcla entre creencias y prácticas heredadas, sin discernimiento alguno; verdades y errores, valores y antivalores; la misma religiosidad natural con un barniz cristiano. Algo extremadamente débil, sin soporte alguno ante cualquier tipo de cuestionamiento, amenaza o peligro. El maná de los grupos proselitistas.

2. Fe en Cristo.

Representa un nivel superior con relación a la religiosidad popular, un paso en adelante que se da a la luz de la Palabra de Dios y teniendo a Cristo como centro de la propia fe. Una fe ilustrada.

3. Práctica de la vida cristiana.

Algo más: no solamente teoría, sino teoría y práctica, conocimiento y acción; vivencia de los postulados de la fe, en la línea del Cuerpo Místico de Cristo (Rom 12, 4-8; 1Cor 12, 12-30), en una actitud de dar y recibir. Los carismas en acción. Discipulado.

4. Misión.

Consiste en ver más allá del restringido grupo de los discípulos de Cristo, preocupándose de los alejados (Mt 10, 6: ovejas descarriadas) o de los que se encuentran totalmente al margen de la fe cristiana (Mt 28, 19; Mc 16, 15: toda creatura). 

Su carisma consiste en ser sensibles ante las necesidades espirituales de los hermanos y la capacidad de ayudarlos a dar un paso en adelante hacia su plena realización en Cristo y su Iglesia, pasando, según el caso, de simples religiosos a creyentes en Cristo, de simples creyentes en Cristo a practicantes y de simples practicantes a misioneros.

Es el don número uno en la Iglesia (1Cor 12, 28). Faltando este don o tergiversándolo, la Iglesia languidece. A este respecto, hay que evitar la tentación de querer quemar etapas, buscando a cualquier gente y enviándola a evangelizar, sin contar con el don de Dios, la práctica de la vida cristiana y la debida capacitación.