¿Dónde está Dios en medio del sufrimiento?

Una mirada bíblica y pastoral para nuestro tiempo

1. La pregunta que no se apaga

Cuando la guerra arranca vidas inocentes, cuando la enfermedad golpea a una familia, cuando un terremoto destruye lo que parecía firme, la pregunta brota casi de manera inevitable: “¿Dónde está Dios?”

No es un interrogante académico: nace del corazón desgarrado de quienes ven su mundo tambalear. No busca teorías, sino consuelo real. En cada época —desde Job en el Antiguo Testamento hasta las víctimas de las tragedias actuales— el ser humano ha buscado ese rostro divino que parece oculto.

2. Un Dios que escucha el clamor

La Biblia responde con una certeza radical: Dios no es un espectador lejano.

El Salmo 34,17-18 lo proclama con fuerza:

“Grita el justo y el Señor lo escucha,

lo libra de todas sus angustias.

Cerca está el Señor de los corazones quebrantados,

salva a los espíritus abatidos.”

Esta promesa no es poesía vacía. Es la experiencia del pueblo de Israel que, una y otra vez, conoció la esclavitud, el exilio, la persecución. Dios no elimina el dolor de manera mágica, pero se hace presente en él, acompaña, sostiene, rescata.

3. Jesús, rostro del Padre que acompaña

En Jesucristo, esta cercanía alcanza su plenitud.

            •          Él lloró ante la tumba de su amigo Lázaro (Jn 11,35).

            •          Él sufrió el abandono y la violencia de la cruz (Mc 15,34).

            •          Él prometió: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

La fe cristiana no anuncia un Dios indiferente, sino un Dios que asume el sufrimiento humano para redimirlo desde dentro. En Cristo, el dolor no es un callejón sin salida, sino un camino que, aunque oscuro, conduce a la Pascua.

4. El silencio que habla

Quien acompaña a un enfermo terminal, a un desplazado por la violencia o a una madre que ha perdido a su hijo sabe que no hay palabras fáciles. A veces, el modo en que Dios se hace presente es precisamente el silencio compartido, la paz inexplicable que brota en medio del caos, el abrazo de una comunidad que ora.

En ese silencio se escucha un susurro: “No temas, yo estoy contigo” (Is 41,10).

5. La misión de la Iglesia: ser signo de esa presencia

Si Dios se acerca a los corazones quebrantados, la Iglesia —su pueblo— está llamada a hacer visible esa cercanía:

            •          Caridad concreta: hospitales de campaña, comedores, programas de acompañamiento psicológico y espiritual.

            •          Liturgia y oración: espacios de consuelo donde el sufrimiento se eleva al Padre y se transforma en esperanza.

            •          Denuncia profética: alzar la voz frente a las injusticias que causan tanto dolor.

El Papa Francisco lo expresa así: “La Iglesia es un hospital de campaña: cura heridas, no hace primero un examen de laboratorio”.

6. Esperanza que no defrauda

La última palabra no la tiene el dolor. San Pablo lo resume: “Los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se manifestará en nosotros” (Rm 8,18). Esta no es una evasión, sino una esperanza real que sostiene y da sentido incluso cuando no comprendemos.

Conclusión

¿Dónde está Dios en medio del sufrimiento?

En la cruz de su Hijo.

En la lágrima compartida.

En la mano que sostiene, el voluntario que ayuda, el amigo que ora, el sacramento que consuela.

El Salmo 34,17-18 no es solo un versículo antiguo: es una promesa viva. En cada corazón quebrantado, Dios está más cerca de lo que imaginamos. Su presencia silenciosa y firme es el punto de apoyo que permite seguir caminando aun cuando la noche parece no terminar.

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