El bautismo de los niños es una práctica profundamente arraigada en la tradición cristiana desde los tiempos apostólicos. Aunque algunos cuestionan la validez de esta práctica, los católicos defendemos el bautismo infantil como una continuidad natural de la fe, apoyada tanto por las Sagradas Escrituras como por la enseñanza de los Padres de la Iglesia. Esta reflexión busca clarificar su fundamento bíblico y teológico, además de su relación con el antiguo rito de la circuncisión, revelando así su profundo significado mistagógico.

Fundamento bíblico: Familias enteras recibiendo el Bautismo

La Sagrada Escritura contiene varios ejemplos en los que familias enteras reciben el bautismo, lo que implica que todos los miembros, incluidos los niños, eran incorporados en la fe cristiana. En el libro de los Hechos, se menciona cómo «Lidia… fue bautizada junto con su familia» (Hechos 16,15) y el carcelero de Filipos «fue bautizado con todos los suyos» (Hechos 16,33). Del mismo modo, en 1 Corintios 1,16, San Pablo recuerda haber «bautizado también a la familia de Estéfanas». En todos estos casos, el término «familia» incluye a todos los miembros del hogar, desde el más pequeño hasta el más grande, sugiriendo que no se excluía a los infantes de la gracia del sacramento del bautismo.

Además, no existe ningún texto en las Sagradas Escrituras que prohíba explícitamente el bautismo de los niños. Al contrario, en Hechos 2,38-39, San Pedro exhorta: 

“Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos el Señor nuestro Dios llamare». 

Este pasaje bíblico deja claro que la promesa del bautismo es para todos, sin hacer distinción de edad, sin especificar si los hijos son adultos o menores, y sin excluir a infantes y niños.

La relación entre circuncisión y Bautismo: Un nuevo signo de la Alianza 

Para comprender mejor la práctica del bautismo infantil, es esencial explorar su conexión con la circuncisión en el Antiguo Testamento. La circuncisión era el rito por el cual los varones israelitas eran incorporados al pueblo de Dios a los ocho días de nacidos (Génesis 17,12). Este rito era un signo de la Alianza que Dios había hecho con Abraham y sus descendientes, un pacto que abarcaba a toda la familia.

San Pablo establece una analogía directa entre la circuncisión y el bautismo cuando escribe:

“En Él fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha por mano humana… con el bautismo» (Colosenses 2,11-12). 

De esta manera, la Iglesia entiende que el bautismo es el nuevo signo de la Alianza en Cristo, el cual, como la circuncisión, no se limita a una edad específica, sino que se extiende a todos los que son llamados a la fe, incluidos los niños.

Testimonios de los Padres de la Iglesia: Una práctica apostólica

Los Padres de la Iglesia atestiguan de manera unánime que el bautismo de los niños es una práctica apostólica. San Ireneo de Lyon, en su obra “Contra las Herejías” (Libro II, 22,4), afirma que Cristo vino a salvar «a todos los que por Él renacen en Dios: infantes, niños, jóvenes y ancianos». Este testimonio sugiere que desde los primeros siglos los cristianos consideraban que el bautismo debía ser administrado a todos sin excepción, incluyendo los niños.

San Agustín, otro gran Padre de la Iglesia, defiende vigorosamente el bautismo de los niños y lo presenta como una tradición universalmente practicada. En su obra “De Genesi ad Litteram” (10,23,39), dice: «La Iglesia, siempre mantenida por una firme tradición apostólica, ha mantenido esta costumbre de bautizar a los niños». San Agustín también subraya que el bautismo es necesario para todos, recordando que «la gracia de Dios no debe negarse a nadie».

San Cipriano de Cartago, en el siglo III, en su carta a Fido, aboga por bautizar a los infantes sin demora, ya que el amor de Dios y Su misericordia son universales, y el bautismo es el medio por el cual somos limpiados del pecado original y recibidos en la familia de Dios.

El significado espiritual del Bautismo de los niños

El bautismo infantil no es solo una cuestión de costumbre, sino una profunda manifestación de la gracia de Dios. Este sacramento, como todos los sacramentos, es un misterio sagrado que realiza lo que significa: a través del agua y la Palabra, el bautismo nos da la filiación divina, nos purifica del pecado original, nos introduce en la comunidad de la Iglesia y nos hace partícipes de la muerte y resurrección de Cristo.

Desde una perspectiva espiritual, el bautismo de los niños nos recuerda que la gracia de Dios no depende de nuestros méritos personales ni de nuestra edad. Así como los niños en el Antiguo Testamento eran circuncidados como un signo de pertenencia al pueblo de Dios, los niños en el Nuevo Testamento son bautizados como un signo de pertenencia a la Nueva Alianza en Cristo. El bautismo revela que la fe no es un logro humano, sino un don divino que se nos ofrece gratuitamente desde el inicio de nuestra vida.

Oración de acción de gracias por el Bautismo

Señor Dios Todopoderoso,
te damos gracias por el don del bautismo,
por esta puerta santa que nos introduce en tu familia, la Iglesia.
Gracias por el amor y la misericordia
que se derraman sobre nosotros desde nuestra más tierna infancia.
Te pedimos que renueves en cada uno de nosotros
la gracia de nuestro propio bautismo,
que nos mantengas firmes en la fe
y que nos guíes siempre por el camino de la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.  Amén. 

Conclusión 

Este artículo ilumina la práctica del bautismo de los niños a la luz de la Sagrada Escritura y la tradición apostólica, subrayando su importancia como signo del pacto divino y testimonio del amor ilimitado de Dios. Que, al comprender mejor este sacramento, podamos crecer en gratitud y aprecio por los misterios que nos introducen en la vida divina.