El Papa Francisco nos deja un legado imborrable, grabado no sólo en documentos, sino en gestos, silencios, sonrisas y heridas compartidas. Entre sus enseñanzas más profundas, sobresale una pedagogía del corazón que se resume en cuatro verbos que resuenan como brújula para la Iglesia de hoy: acoger, acompañar, discernir e integrar.
Acoger, porque nadie debe sentirse excluido del amor de Dios. El Papa Francisco nos enseñó a mirar al otro sin juicios, con ternura, reconociendo en cada persona una historia sagrada. Nos pidió abrir las puertas de la Iglesia, no solo físicamente, sino también espiritualmente, para que todos encuentren hogar en ella.
Acompañar, porque el camino de la fe es un proceso. El Papa nos recordó que el buen pastor camina al paso de su rebaño, sin imponer, sin atropellar. Acompañar es estar, escuchar, consolar y caminar junto al que sufre, sin prisa, sin miedo.
Discernir, porque no todo es blanco o negro. El Papa Francisco nos mostró la importancia de la conciencia iluminada por el Evangelio, y de ayudar a las personas a descubrir la voluntad de Dios en sus vidas, con paciencia y profundidad, sin recetas ni rigidez.
Integrar, porque el Evangelio no excluye, sino que sana y reconcilia. La misión de la Iglesia no es poner etiquetas, sino tejer vínculos. Integrar significa mirar a todos como hijos e hijas de un mismo Padre, y hacerles sentir que hay un lugar para ellos en el Pueblo de Dios.
Estos cuatro verbos son el alma de su reforma pastoral. Son caminos concretos para una Iglesia que, como él soñó, “no sea una aduana, sino una casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.
Hoy, tras su partida, este legado sigue vivo. Nos toca a nosotros continuar su sueño, hacer de la Iglesia un hospital de campaña, donde cada herida sea tocada con amor y cada alma encuentre esperanza.