Como es importante saber utilizar el sentido común en los asuntos económicos, políticos y sociales, es igualmente importante saberlo utilizar en los asuntos relacionados con la fe. Lástima que a veces se nos olvida a causa de las ideologías y llegamos a cometer las más grandes barbaridades.

 

 Por el P. Flaviano Amatulli Valente, fmap

 

Los entendidos y los sencillos

Cuando hablo de sentido común en los asuntos relacionados con la fe, no me estoy refiriendo a la manera de sentir y tratar los asuntos de la fe de parte de las masas católicas, que desconocen la propia identidad cristiana y hacen de la religión un recurso más para solucionar sus problemas existenciales. Me refiero más bien a la manera de vivir la fe de parte de la gente consciente de su identidad católica y al mismo tiempo deseosa por vivirla en la mejor manera posible.

Aclarado esto, es interesante notar como existe una marcada diferencia entre la manera de ver las cosas de parte de la «gente sencilla» y la manera de verlas de parte de los «entendidos» o «expertos» en asuntos religiosos. El mismo Jesús tuvo que reconocer esta situación, que pareciera absurda: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado a la gente sencilla» (Lc 10, 21).

 

Los pobres de Yahvéh

En el fondo, se trata de una versión más del tema de los «pobres de Yavé». Los sabios e inteligentes estarían en la línea de los de arriba (los ricos, los poderosos y los orgullosos), mientras que la gente sencilla estaría en la línea de los de abajo (los pobres, los débiles y los humildes).

¿Qué pasa en concreto? Que los de arriba tienden a aprovecharse de su situación para hacer valer su punto de vista, muchas veces al margen del plan de Dios y a costillas de los de abajo, mientras estos, al no contar con las mismas oportunidades de los de arriba, muchas veces para poder seguir adelante no tienen otro camino que la confianza en Dios. Y siguiendo este camino, se hacen más disponibles para entender sus cosas.

Con esto no se quiere decir que de por sí todos los de arriba son malos y todos los de abajo son buenos. Se trata de contar con más o menos oportunidad o disponibilidad para abrirse a las cosas de Dios, entenderlas y aceptarlas, de una manera conciente o inconciente.

De hecho, los «entendidos» tienen a su disposición más herramientas para enredar las cosas y salirse con la suya. Como hacen los licenciados en los asuntos jurídicos: se saben todas las triquiñuelas para confundir las cosas y llevar el agua a su molino.

La gente sencilla, al contrario, no dispone de otra herramienta que no sea el sentido común y la oración confiada a Dios. Por eso muchas veces tiene que callar, máxime si los «entendidos», aparte de disponer de más conocimientos para crear cortinas de humo y dar la impresión de estar en lo correcto, cuentan también con el poder necesario para imponer su voluntad.

 

Al tiempo de Jesús

¿Acaso se necesitaba mucho para entender que Jesús era un hombre «acreditado por Dios»? Bastaba escuchar su palabra y ver lo que hacía para darse cuenta de que Jesús tenía algo especial, que podía venir solamente de Dios (Jn 9, 31-33).

 Pues no: para los «entendidos», Jesús era un «endemoniado» (Jn 7, 20; Jn 8, 48), un «embaucador (Jn 7, 47) y un «pecador» (Jn 9, 24). Su manera de actuar los «escandalizaba» (Mc 2, 7). La «gente sencilla», al contrario, al ver y escuchar a Jesús, gozaba y le daba gloria a Dios, por haber dado a un hombre una sabiduría y un poder tan grande (Mt 9, 8; Mc 2, 12; Jn 7, 46).

 

Hoy en día

Pasa lo mismo. La historia se repite. Los «entendidos» no entienden ciertas cosas, que la «gente sencilla» entiende con extrema facilidad. Algunos ejemplos concretos:

 

– El uso de la Biblia en la misa.

Según los «entendidos», es antilitúrgico, puesto que la Palabra de Dios hay que «escucharla» y no leerla. Pero al mismo tiempo durante la misa usan hojitas, misales mensuales y misales anuales. Cualquiera se da cuenta de que, en todo el asunto, hay gato encerrado.

Para la «gente sencilla», al contrario, usar la Biblia en la misa es lo más adecuado, puesto que ayuda al pueblo a familiarizarse siempre más con el texto sagrado. Puro sentido común y nada de razonamientos raros.

 

– La apologética.

Para los «entendidos», no sirve, puesto que ya pasó de moda. Para la «gente sencilla», al contrario, nunca la apologética ha sido tan útil, necesaria y urgente como hoy, precisamente por el acoso constante y capilar al que hoy en día está sometido el católico de parte de los grupos proselitistas.

 

– Las masas católicas y el cambio de religión.

Según los «entendidos», puesto que nosotros no nos damos abasto para evangelizar y atender debidamente a nuestras masas católicas, no hay nada malo que estas, en lugar de quedarse sin nada, se cambien de religión. En el fondo, todo es lo mismo, puesto que todo lleva al mismo Dios.

Según la «gente sencilla», al contrario, nosotros católicos tenemos la obligación de hacer todo lo posible para que nuestros hermanos en la fe no se cambien de religión, puesto que existe una enorme diferencia entre el catolicismo y las demás expresiones religiosas. Todo es cuestión de organización y ganas de trabajar.

 

– Anuncio del Evangelio y diálogo.

Para los «entendidos», el diálogo es la última y más correcta versión de la evangelización. Por lo tanto, habría que sustituir el anuncio del Evangelio por el diálogo. Para ellos, el anuncio sabe a proselitismo religioso y, puesto que todo proselitismo es negativo, habría que borrarlo de nuestro diccionario.

Para la «gente sencilla», nadie que se diga discípulo de Cristo, tiene derecho a contradecir o eliminar ninguno de sus mandatos específicos. Y el anuncio del Evangelio a toda criatura (Mc 16, 15) representa uno de los mandatos más claros, que encontramos en las Escrituras. Por lo tanto, nunca el diálogo podrá sustituir el anuncio explícito del Evangelio.

 

– Palabra de Dios y documentos de la Iglesia.

Para los «entendidos», todo es igualmente válido para justificar la propia manera de pensar, sea tomado de la Biblia que de los documentos de la Iglesia. Por lo tanto, cuando encuentran alguna dificultad para justificar algo con la Biblia, con toda naturalidad acuden a los documentos de la Iglesia, estirando su sentido.

Para la «gente sencilla», existe una enorme diferencia entre la Biblia y los documentos de la Iglesia. Cuando algo está claro en la Biblia, ningún documento de la Iglesia lo puede contradecir. Al contrario, todo documento de la Iglesia tiene que inspirarse y ser visto a la luz de la Palabra de Dios.

Se está repitiendo el mismo error que se cometió en el diálogo entre los representantes de la Iglesia y Lutero. Mientras éste apelaba a las Escrituras, los demás apelaban a los Concilios y demás documentos de la Iglesia, impidiendo todo tipo de entendimiento.

Una clara advertencia para los ecuménicos de hoy: sin Biblia no hay ecumenismo. Biblia en todo y siempre, no solamente cuando nos conviene. Es el nuevo estilo, que se tiene que ir creando en la Iglesia, poniendo la Biblia en el primer lugar para enfrentar cualquier tipo de problema. O cada quien va a tomar su camino y nunca nos vamos entender.

 

– Religiosidad popular.

Para los «entendidos», se trata de la «religión del pueblo».Por lo tanto, no hay que meterle mano y es suficiente para que se alcance la salvación. (Siempre que sus integrantes no dejen de pedir sacramentos, misas y bendiciones, ateniéndose a las tarifas correspondientes)

Para la «gente sencilla», al contrario, se trata de un camino truncado. Si en la religiosidad popular hay salvación, es solamente por el uso desmedido, que se está haciendo del octavo sacramento, que consiste en la ignorancia.

 Estando así las cosas, muchos no están de acuerdo con la manera acostumbrada de ver y enfrentar el problema de la religiosidad popular y se preguntan por qué el clero, en lugar de entretenerse en tantos ritos, no hace un esfuerzo sincero por sacar al pueblo católico de la ignorancia en que se encuentra y ayudarlo a vivir la fe en plenitud (Jn 10, 10b).

 

Sentido común e ideología

Como es fácil notar, hay algo que enturbia la mente de los «entendidos» y la desvía en su proceso de búsqueda de la verdad. Es el interés personal o la ideología.

No es que la razón, la filosofía, la teología o la ideología de por sí representan un obstáculo para alcanzar la verdad. Al contrario, pueden representar una gran ayuda para entender mejor los asuntos de la fe y buscar las soluciones más adecuadas a los problemas que se le presentan. La única condición es que, los que utilizan estas herramientas, sepan reconocer sus límites y no contradigan los reclamos del sentido común.

 

Pasado y presente

¡Cuánto sufrimiento en el pasado se hubiera podido ahorrar la Iglesia, si hubiera hecho caso a la voz del sentido común! Pensemos en el Cisma de Oriente y el Cisma de Occidente, los ritos chinos y todo el fenómeno de la lenta descristianización de las masas católica durante los últimos dos siglos. La cerrazón y el fanatismo, bajo el manto de principios sagrados, la llevaron al fracaso.

Lo mismo ahora. ¿Hasta cuándo seguiremos en picada por no tener en cuenta el sentido común y empecinarnos por caminos imaginarios, que no cuentan con el sello de las Escrituras? Pensemos en el ministerio ordenado. ¿Qué nos impide regresar a la praxis de los inicios? Pero no. O Dios nos da las vocaciones según nuestro criterio o nada. Pensemos en el problema sexual. A la luz de la experiencia actual, ¿no es tiempo de revisar la «Humanae Vitae» de Paulo VI?

 

Conclusión

Sin duda, el sentido común, aunado a un sano pragmatismo, puede representar una categoría importante para el análisis de la realidad eclesial y nos puede resultar de suma utilidad para evitar cualquier exceso en nuestro quehacer individual y comunitario.

Es como la lucecita roja, que se prende cuando se están rebasando los límites de lo natural y sencillo. Un antídoto seguro contra la demagogia y los extremismos y una invitación a desconfiar de todo tipo de solución ideológica a los problemas reales, que afectan a la Iglesia y la sociedad. ¿Por qué no hacerle caso y evitarnos tantos sufrimientos inútiles?