Era noche. Me encontraba impartiendo un curso bíblico en la colonia Virgencitas, una de las colonias más pobres de Cd. Netzahualcóyotl, cuando alguien me avisó que fuera del templo parroquial me estaban esperando unos señores muy importantes que querían hablar conmigo. Al terminar la clase, salí del recinto parroquial y noté que efectivamente unos señores muy distinguidos me estaban esperando.
–¿Quiénes serán?– me pregunté con cierta ansiedad. En realidad, lucían un impecable clergyman y un carrazo de primera. Se presentaron: pertenecían a una de las congregaciones más florecientes del mundo, de origen mexicano.
–Estamos aquí –continuaron– para solicitarle que nos dedique a nosotros un día de su precioso tiempo. Al encuentro participarán algunas personas que llegarán de distintos países para conocer su estrategia con relación al asunto de las sectas con miras a organizar algo propio en un sector tan importante de la pastoral.
Perfecto. Se estableció la fecha. Posiblemente se imaginaban que, teniendo a su disposición dinero suficiente, no les resultaría difícil enfrentar con éxito el problema de las sectas, utilizando una estrategia bien planeada y perfectamente ejecutada, como era su estilo. Pero no fue así. Poco a poco se fueron dando cuenta de que el problema de las sectas era más serio y complicado de lo que uno pudiera imaginarse a primera vista. En realidad, más que atacar directamente a las sectas, se trata de preparar al católico de manera tal que, al momento de la prueba, no se deje confundir por las nuevas propuestas religiosas.
Y para eso, no basta la buena voluntad de unos cuantos o la cantidad de dinero a disposición; se necesita un cambio radical de mentalidad (conversión) de parte de toda la comunidad eclesial y de una manera especial de parte de los responsables de la misma. Por eso generalmente se prefiere darle la vuelta a este problema, hablando de ecumenismo y tantas otras cosas, que no vienen al caso, siendo puros pretextos para no hacer nada y sentirse abiertos y progresistas.
Al darse cuenta de la realidad, los invitados al encuentro se sintieron bastante cuestionados acerca de su manera de enfrentar los problemas de la Iglesia, dando demasiada importancia al aspecto económico, y pronto desistieron de hacer más preguntas. Así que el encuentro se concluyó mucho tiempo antes de lo previsto. De todos modos, los amigos siguieron con la idea de que con el dinero todo se puede y surgió la iniciativa de los evangelizadores a tiempo completo, con sueldo. Pensaban que, contando con el apoyo de los empresarios católicos, no les iba a faltar la lana necesaria para sostener la iniciativa y con la lana todo iba a marchar sobre ruedas. Y no fue así. La flojera, la falta de método adecuado y el afán de dinero de parte de muchos provocaron el fracaso de la iniciativa.
Imagínense: alguien, siendo evangelizador a tiempo completo, se la pasaba todo el día como chofer del señor cura; otro informaba que, no obstante todos sus esfuerzos, no había logrado convencer a nadie para que asistiera a sus clases de formación cristiana; se descubrió que otro cobraba regularmente su sueldo como evangelizador a tiempo completo, cuando en realidad se dedicaba a vender productos alimenticios. Claro que los patrocinadores, al darse cuenta de la manera como se estaban llevando las cosas, empezaron a cerrar la llave de los recursos económicos y con eso todo empezó a derrumbarse.
Evidentemente no es mi intención afirmar que el dinero no tenga nada que ver con la evangelización. Lo que quiero decir, es que hay que ver caso por caso, asegurando en primer lugar que el evangelizador en cuestión sea un auténtico evangelizador y no un vividor cualquiera que se aprovecha de todo para pasársela bien, dándosela de evangelizador sin hacer nada.
En segundo lugar, es bueno que no se trate de un sueldo fijo e igual para todos, sino que de una simple compensación económica, teniendo en cuenta la situación concreta y el desempeño de cada evangelizador. De esa manera, se fomenta el espíritu de iniciativa en cada uno de ellos, volviéndolos más activos, responsables y creativos. De hecho, dándose estas condiciones, un buen evangelizador hasta puede llegar a mantenerse con la simple ayuda de los feligreses, sin necesidad de compensación alguna de parte de la parroquia, la diócesis o alguna organización particular.
Además, es mi opinión que no haya una distinción radical entre evangelizadores a tiempo completo y evangelizadores a tiempo limitado, los primeros con sueldo y los demás sin sueldo. Si hay buena voluntad de parte de todos, sin duda uno puede empezar como evangelizador a tiempo limitado y poco a poco volverse en evangelizador a tiempo completo. Todo es cuestión de arriesgarse de parte del que aspira a ser evangelizador a tiempo completo y de ofrecer oportunidades a todos los que ofrezcan ciertas garantías de seriedad de parte de los responsables de las comunidades, preocupados por detectar y lanzar cada día a más evangelizadores. Lo malo es que actualmente en la Iglesia es tan generalizado el afán de dinero de parte de todos, que ni se habla de este asunto. Mientras el pueblo languidece en la más crasa ignorancia religiosa, fácil presa de cualquier vendedor de ilusiones.
Conclusión: hay que evangelizar; para eso existe la Iglesia. El problema es: ¿Quiénes van a evangelizar y cómo? El clero y la vida consagrada por lo general se excluyen, puesto que ya tienen bastante que hacer (el clero con la administración de los sacramentos y la vida consagrada con las obras sociales). ¿Quiénes entonces se van a encargar de evangelizar? ¿Solamente los que están designados oficialmente para impartir la preparación a los sacramentos? ¿No puede haber otro tipo de evangelizadores, posiblemente con más carisma y entrega, para atender a todas las demás franjas de la población católica, espiritualmente necesitada? Además, ¿es correcto que todos los evangelizadores laicos presten su servicio gratis, a diferencia del clero y la vida consagrada, que no mueven ni un dedo si no hay una debida remuneración económica?
Sin duda, se trata de una asignatura pendiente en la Iglesia. Ya es tiempo de ir más allá de la simple administración de los sacramentos. Es tiempo de llegar al corazón de las masas católicas mediante el ministerio de hombres y mujeres, que se dediquen a evangelizar y atender espiritualmente a los más alejados. O se encargará la competencia.
REFLEXIÓN
1. Teniendo en cuenta tu experiencia personal, en la Iglesia ¿se necesita gente que se dedique a evangelizar? Presenta alguna situación concreta.
2. ¿Por qué en la práctica muchas comunidades católicas quedan sin evangelización y sin atención pastoral? 3. ¿Qué sugieres al respecto?
PREGUNTAS
1. En tu parroquia ¿qué aires se respiran? ¿Aires de libertad u aires de opresión? Comenta este aspecto de la vida eclesial.
2. ¿En qué aspecto notas el espíritu mundano en tu parroquia? ¿Qué sugieres para mejorar la situación?