Ya no son tiempos de costumbres, sino de convicción.
O la fe da sentido a la propia vida o se abandona.
Se impone un nuevo estilo de pastoral.
Frente a un mundo nuevo que está surgiendo
SE NECESITAN CAMBIOS PROFUNDOS
Ya no son tiempos de costumbres, sino de convicción.
O la fe da sentido a la propia vida o se abandona.
Se impone un nuevo estilo de pastoral.
Por el P. Flaviano Amatulli Valente, fmap.
¿Museo o taller?
Cada día los acontecimientos nos están llevando a la convicción de encontrarnos en las postrimerías de un mundo que muere y en los albores de un mundo que surge. Y esto en todos los aspectos. Por lo que se refiere a la Iglesia, los signos son muy evidentes: menos vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio, menos interés de parte de las masas por las cosas que se refieren a la fe; al mismo tiempo, un fuerte despertar de los movimientos laicales, con un profundo sentido de responsabilidad y participación en los asuntos de la Iglesia; en general, menos interés por la costumbre y más apertura hacia lo que realmente influye y da sentido a la propia vida.
Pues bien, ante esta realidad, ¿cuál tiene que ser nuestra actitud? ¿Tratar de seguir apuntalando una estructura que se está cayendo o tratar de ir pensando en algo nuevo? No nos olvidemos que nuestra misión consiste en anunciar a todos y siempre el Evangelio, no en mantener en vida artificialmente costumbres o instituciones de otros tiempos, que ahora ya no dicen nada. Entre echar andar un taller o cuidar un museo, yo prefiero lo primero.
Pluralismo
Será el futuro de la humanidad. Poco a poco irán desapareciendo los grandes bloques de puros católicos, ortodoxos, luteranos, budistas, musulmanes, etc. En todas partes habrá presencia de gente con distintas creencias religiosas. Por lo tanto, es urgente que nuestras masas católicas vayan pasando de una fe de tradición, heredada de los padres, a una fe de convicción. Que cada católico aprenda a vivir su fe en cualquier circunstancia se encuentre y esté preparado a dar razón de ella (1Pe 3,15).
Esto nos invita a no seguir confiando demasiado en la fuerza de la costumbre y del ambiente en orden a una vida cristiana. Más bien nos impulsa a dirigir nuestro esfuerzo en la línea de la convicción y la experiencia personal, teniendo en cuenta la eficacia real de ciertas prácticas religiosas. Ya no tiene sentido el creer por creer. Hoy en día el hombre quiere saber en qué creer, porqué creer y para qué. La fe ciega ya no dice nada.
Búsqueda de la felicidad
En un mundo de pobreza y sufrimiento, la esperanza de una felicidad futura era un soporte suficientemente sólido para una vida de fe. Hoy en día, esto no basta. El creyente desde ahora quiere saborear algo de los bienes que promete la fe, teniendo una experiencia práctica acerca de la validez y la eficacia de sus creencias en orden a una vida más digna y satisfactoria. Frente a una multiplicidad de ofertas, el hombre de hoy se inclina más fácilmente hacia las propuestas que ofrecen mayores garantías de una satisfacción inmediata y comprobable.
Una fe abstracta, hecha de puras prácticas religiosas, realizadas solamente a la insignia de la obediencia, sin ningún influjo real en la vida del creyente, hoy en día ya no tiene sentido. El cumplir por cumplir ya no dice nada. Si se cree y se hace todo lo posible para vivir de una manera conforme a la fe, es para lograr algo. ¿Qué? La felicidad. ¿Cuándo? Ahora y después. No solamente después. Para el hombre de hoy, apostar todo para un futuro incierto parece un absurdo.
Nuevas propuestas religiosas
De aquí viene la fascinación que desde algún tiempo están teniendo sobre las masas católicas las religiones orientales, la Nueva Era y tantos grupos cristianos disidentes. La razón está en el hecho que ofrecen una satisfacción inmediata, conjugando motivaciones religiosas con recursos sicológicos, con miras a conseguir la paz interior, superar ciertas adiciones y crear un ambiente propicio para compartir.
En un ambiente monolítico y cerrado, era posible un cierto tipo de religiosidad, hecho de exterioridad, rutina y misterio. Al aparecer nuevas propuestas religiosas, con resultados prácticos más evidentes, surge la duda y el deseo de experimentar, máxime si dichas propuestas están acompañadas por una fuerte dosis de propaganda y un fuerte sentido de proselitismo.
Revisar el pasado
e inventar el futuro
Frente a esta realidad, ¿qué hacer? Empezar a revisar nuestras prácticas pastorales y a experimentar nuevas iniciativas, teniendo en cuenta las exigencias del nuevo mundo que está surgiendo. O nos quedamos fuera de la jugada, perdiendo definitivamente nuestras masas católicas. No basta hablar de tolerancia, respeto y diálogo, para ponerse al día y asegurar el futuro del catolicismo. Se necesita crear un nuevo tipo de creyente, bien conciente y satisfecho de su pertenencia a la Iglesia Católica. Solamente así podrá resistir a todo tipo de ataques contra su fe, sin el peligro de cambiar de religión o caer en el indiferentismo religioso.
Como se ve, la receta ecuménica no es la varita mágica, destinada a resolver todos los problemas del futuro de la Iglesia, especialmente teniendo en cuenta nuestras masas católicas. De ahí viene nuestra insistencia en la Biblia, como medio para dar fortaleza y dignidad al católico, o nuestra insistencia en la apologética como medio para darle seguridad.
Por lo que se refiere a la práctica sacramental, ¿qué nos dice el hecho que, al hacer la Primera Comunión o al recibir el sacramento de la Confirmación, la mayoría de los niños, adolescentes o jóvenes ya no vuelve a la Iglesia? Para la mayoría de los católicos, ¿qué sentido tiene casarse por la Iglesia o llamar al sacerdote antes de morir? Ritos y nada más. Me pregunto: “Hasta cuándo durará esta situación? ¿Por qué no nos apresuramos a pensar en todo esto y buscar alguna solución?”
Conclusión
No nos hagamos ilusiones. Este tipo de vida cristiana ya tiene los días contados. O nos decidimos a cambiar muchas cosas dentro de la Iglesia o nuestros templos se van a quedar vacíos. Es tiempo de empezar a pensar y actuar.