Por el P. Julián López Amozurrutia*
20 de abril de 2005
Sacerdote y teólogo católico.
teyamoz@prodigy.net.mx
El hombre es sencillo, casi tímido. Se le podía ver diariamente atravesando la piazza di San Pietro, desde la piazza Leonina, junto a la cual vivía, hasta las oficinas de la Congregación para la Doctrina de la Fe que encabezaba.
Quienes habían escuchado su nombre sin haberlo visto o tratado evocaban a una persona rígida, al garante inquebrantable de la ortodoxia. Su fama, sin embargo, contrastaba con una personalidad afable y bondadosa. Tuve la oportunidad de hablar con él en varios momentos. Su mirada me dijo siempre que era un hombre bueno, un contemplativo. Su intervención durante el Sínodo Extraordinario de los Obispos para América duró precisamente siete minutos, los que prevén las normas del Sínodo. Su pericia era evidente: sabía decir las palabras justas para que calara el mensaje y quedara dicho con toda claridad. En aquel entonces dijo que América, tanto la rica América del Norte como la emotiva América del Sur, necesitaba vencer el pragmatismo con una gran catequesis cristológica. El tono de su discurso, en realidad, ha sido estable. Se refrenda con las meditaciones del último Via Crucis en el Coliseo, y con las homilías del funeral de Juan Pablo II y del inicio del cónclave. El gran reto de la Iglesia es hoy enfrentar el relativismo de nuestro tiempo. Todos los comentaristas reconocieron en su última homilía como cardenal un discurso programático que se sugería al nuevo pontífice. Muchos vaticinaban que la elección se llevaría a cabo en la toma de posición ante dicha homilía. La celeridad de la elección nos permite suponer que el consenso se logró de manera consistente como una aprobación de la misma, y que el colegio cardenalicio dio al mundo la noticia de una decisión compacta.
La pregunta que surge en todos los ámbitos es qué se puede esperar del nuevo pontífice en el contexto contemporáneo. Para asombro de muchos, era uno de los tres cardenales que no había sido nombrado por Juan Pablo II. La afinidad, sin embargo, de pensamiento con él era evidente. Nunca le aceptaron la renuncia al cargo de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Por otro lado, resultó evidente el liderazgo moral que ejerció entre los cardenales en el periodo de los funerales y de la elección. A un papa filósofo lo sucede un papa teólogo. Su solidez doctrinal se remonta a tiempos del Concilio Vaticano II. Se le recuerda como un joven perito en el Concilio, teólogo personal del cardenal Frings, participando en la elaboración de la constitución fundamental del Concilio sobre la Iglesia Lumen gentium, misma que comentó después en una conocida obra teológica. Fue miembro fundador de la Comisión Teológica Internacional. En el periodo posconciliar asumió pronto la voz de una denuncia ante los abusos y malas interpretaciones que había generado un cierto modo de entender el Concilio. De ahí le viene el calificativo de "conservador", que seguramente escucharemos repetirse. Pero ¿qué quiere decir en realidad conservador? Atendiendo a su significado y no al uso político del término, conservador es aquel que desea mantener las estructuras sociales como se encuentran. Y revolucionario sería quien enfrenta abiertamente las tendencias culturales dominantes. Creo, sinceramente, que en nuestro contexto el papa Benedicto XVI no será un conservador, sino un revolucionario.
Un comentarista de la televisión italiana recordó durante la transmisión de la elección que la mayoría de las grandes transformaciones en la Iglesia se han dado desde hombres "de derecha".
Sería interesante reflexionar sobre el nombre asumido. Benedicto XV, el último pontífice que llevó ese nombre, Giacomo della Chiesa, guió a la Iglesia desde 1914 hasta 1922, como sucesor de un papa santo, San Pío X. Entre sus principales logros estuvo el haber promulgado el Código de Derecho Canónico de 1917, fortaleciendo la estructura interna de la Iglesia. Esta orientación de consolidación puede preverse en la labor de Benedicto XVI. Pero me parece que podemos intuir otro mensaje importante, que mira al continente europeo. Una de las tensiones más fuertes que se dieron en el último lustro del gobierno de Juan Pablo II fue la de incluir o no en la Constitución europea la mención explícita de la tradición judeocristiana como originante de la cultura del viejo continente. San Benito representa una figura clave en la estructuración cultural europea.
Podemos esperar un papado tal vez menos espectacular y más formal, pero no menos humano ni menos profundo. Benedicto XVI no va a negociar de ninguna manera a Cristo: lo anunciará directa y claramente. No creo que sea un papa viajero, pero seguramente asistirá en octubre a la jornada mundial de la juventud, que tendrá lugar en su propia patria, en Colonia. Será muy interesante ver cómo lo recibe su tierra natal. Creo que recibiremos menos documentos que los que escribió su predecesor, pero serán más breves y directos. La verdad de Cristo se seguirá anunciando, aunque resulte incómoda a muchos contemporáneos. Los católicos podemos reconocer que estamos en buenas manos.
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* Participó en la Ciudad del Vaticano como Auxiliar en la Secretaría del Sínodo de los Obispos durante la Asamblea Extraordinaria para América en noviembre y diciembre de 1997. Desde el año 2001 es Director Espiritual adjunto en el Seminario Conciliar de México. De 2001 a 2003 es Coordinador Académico del Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos, del cual es desde el 2003 Director General. Desde el 2001 es también profesor en la Universidad Pontificia de México en el área de Dogmática. Ha colaborado también en otros centros, entre los que destaca el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, y ha fungido como perito en Teología en distintas actividades eclesiásticas, así como conferencista en diversos centros educativos. Actualmente es también miembro del Consejo de Bioética de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Ha participado en diversas publicaciones especializadas y de divulgación como autor y editor.