Por el P. Jorge Luis Zarazúa Campa, fmap
Cada año, al llegar el final de octubre, el mundo se llena de disfraces, luces naranjas y calabazas sonrientes. Sin embargo, detrás de ese colorido bullicio hay una historia más profunda, antigua y hermosa que vale la pena redescubrir: la historia de Hallowtide, los “Días Santos” que la Iglesia celebra en el umbral entre octubre y noviembre.
Hallowtide —del inglés antiguo All Hallows Tide, es decir, Tiempo de Todos los Santos— comprende tres jornadas sagradas que forman una sola celebración:
1. La víspera de Todos los Santos (All Hallows’ Eve, de donde viene la palabra Halloween), el 31 de octubre.
2. La Solemnidad de Todos los Santos, el 1 de noviembre.
3. La Conmemoración de los Fieles Difuntos, el 2 de noviembre.
Tres días, una misma fe: la victoria del amor sobre la muerte.
1. Cuando la noche anuncia la luz
En sus orígenes cristianos, All Hallows’ Eve no era una fiesta del miedo, sino de esperanza. Era la noche que precedía a la gran solemnidad de Todos los Santos, del mismo modo que la Vigilia Pascual precede al Domingo de Resurrección.
Los primeros cristianos acostumbraban velar y orar durante la noche, recordando a los mártires y santos que habían sido testigos fieles de Cristo. Las lámparas encendidas, las oraciones por los difuntos y las letanías de los santos eran signos de una certeza profunda: la muerte no tiene la última palabra.
Con el paso del tiempo, ya en el Siglo XX, la cultura popular mezcló tradiciones paganas de cosecha y supersticiones sobre los espíritus, pero el corazón cristiano de la fecha sigue intacto: Halloween es la víspera de la santidad, no la fiesta del terror.
2. Todos los Santos: la multitud blanca
El 1 de noviembre, la Iglesia levanta su mirada al cielo para contemplar la gran multitud vestida de blanco de la que habla el Apocalipsis: hombres y mujeres de toda raza y nación que siguieron a Cristo con fidelidad.
Es la fiesta de los que amaron de verdad, de los que no buscaron brillar sino servir, de los que vivieron las Bienaventuranzas hasta las últimas consecuencias. Es el día para recordar que la santidad no es privilegio de unos pocos, sino vocación de todos.
Los santos no son gente perfecta, sino personas en las que el amor venció el egoísmo. Por eso, este día es una invitación a mirar la vida con esperanza: si ellos pudieron, nosotros también.
3. Los Fieles Difuntos: el amor que no olvida
Y al día siguiente, el 2 de noviembre, la Iglesia baja de la gloria celestial al silencio de los cementerios. Pero no con tristeza, sino con fe. Es el día en que decimos: “nuestros muertos no están muertos, viven en Dios”.
La Conmemoración de los Fieles Difuntos nació del corazón de la Iglesia monástica, cuando el abad san Odilón de Cluny (siglo X) estableció un día para orar por todos los difuntos. Desde entonces, millones de fieles en todo el mundo encienden velas, llevan flores y ofrecen Misas por las almas del purgatorio.
No es un día de luto, sino de amor perseverante. Porque el amor cristiano no termina en la tumba, sino que se transforma en oración y esperanza.
4. Hallowtide en México: cuando la fe florece
En México, este tiempo se reviste de colores, aromas y sabores: pan de muerto, velas, cempasúchil, retratos, copal y oraciones. El altar de muertos, lejos de ser superstición, es una catequesis popular sobre la comunión de los santos: recordamos a los que partieron, oramos por ellos y celebramos que la vida continúa en Cristo.
El verdadero sentido del altar no es invocar espíritus, sino expresar que el amor es más fuerte que la muerte. El pan, la sal, el agua, las flores y las fotografías son símbolos que hablan del paso de la vida a la eternidad.
Cuando el altar se hace con fe, se convierte en un pequeño altar doméstico de Hallowtide: una proclamación silenciosa de la Resurrección.
5. Tres días, una sola verdad
Hallowtide nos recuerda lo esencial:
• Que la muerte ha sido vencida.
• Que la santidad es posible.
• Que el amor nos une más allá del tiempo.
En un mundo que celebra la oscuridad, los cristianos encendemos luces. En un tiempo que exalta el miedo, nosotros proclamamos esperanza. Y mientras otros se disfrazan de fantasmas, nosotros nos revestimos de Cristo, el Santo de los Santos.
Conclusión
Hallowtide es una puerta abierta entre el cielo y la tierra. Es el momento del año en que el Evangelio brilla con más fuerza: “Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios”.
Así, entre oraciones, flores y cantos, los cristianos celebramos lo que el mundo ha olvidado: que estamos hechos para la eternidad, y que la santidad —más que una meta— es el rostro más hermoso del amor.
Frase para compartir:
“Hallowtide no es la fiesta del miedo, sino del amor que vence la muerte.”







