LA BATALLA PERDIDA

A mediados del siglo pasado los científicos descubrieron o inventaron los anticonceptivos que daban la oportunidad de tener relaciones sexuales evitando los embarazos. El descontrol, la desorientación, cundieron en el mundo entero; separar las relaciones de la fecundación era algo sencillamente sensacional.

Para el mundo protestante, no interesaba por supuesto, la posición de la Iglesia Católica, pero dentro de la misma Iglesia se discutía acaloradamente la cuestión. La palabra final le tocó darla al Papa Paulo VI, que realmente sufrió para dar su veredicto. Después de muchas indagaciones a nivel científico y de mucha oración, editó en 1968 la célebre Encíclica «Humanae Vitae», o sea, «De la vida humana». Fue una bomba: tajantemente, no a la píldora.

Ha pasado el tiempo y en el mundo entero se tratan ahora las relaciones sexuales como una diversión más, como un placer sin consecuencias. Es terrible cómo por ejemplo en la ciudad de México no solamente se venden píldoras anticonceptivas, sino se anuncian condones, como si la ciudad fuera un burdel. Lo que diga la Iglesia, a nadie le importa. La batalla está perdida aún dentro de la Iglesia. La familia se presenta como papá, mamá, un hijo, una hija… y un perro.

En mi ya larga vida, he visto la transformación de las familias: todos mis amigos de la infancia provenían de familias compuestas de cuatro, cinco o más hermanos. Pero ya no. Las casas o apartamentos están diseñados para dos hijos, no más. Menos mal que en otros Estados las cosas son «a la antigüita». Con razón el Papa San Juan Pablo II dijo: «Sin hijos, no hay futuro».

Por el padre Pedro Herrasti.