– A propósito de la más reciente declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, aprobada por el Papa Francisco –

Por el padre Jorge Luis Zarazúa Campa FMAP
Superior general de la Fraternidad Misionera «Apóstoles de la Palabra».
E-mail: jorgeluiszarazua@hotmail.com 

San Andrés Tuxtla, Veracruz; a 19 de diciembre de 2023, en la Sede central de la Fraternidad Misionera «Apóstoles de la Palabra». 

Inicio señalando que es necesario recordar que los documentos eclesiales, especialmente de la Santa Sede, forman parte del Magisterio ordinario de la Iglesia. Los distintos Dicasterios de la Sede Apostólica colaboran con el Santo Padre en el gobierno de la Iglesia y en su misión de confirmar en la fe al Santo Pueblo de Dios. 

Por eso, un criterio inicial es recibir cada documento eclesial con alegría, con una simpatía inicial, con un espíritu de obediencia filial al Sucesor de Pedro. Esto es esencial para nosotros, católicos, para serlo plenamente. 

Cada Papa y sus colaboradores han afrontado cruces por la manera en que se ha dado la recepción de algunos documentos emanados en el ejercicio del propio Ministerio. 

San Pablo VI sufrió mucho por la recepción tan desafortunada de Humanae Vitae, hasta el rechazo más acerbo y la desobediencia más audaz; San Juan Pablo II enfrentó el rechazo de documentos esenciales de su Magisterio; el Cardenal Ratzinger experimentó también el rechazo a diversos documentos y declaraciones de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe y también en el ejercicio de su Ministerio Petrino como Benedicto XVI. Ahora lo afrontan también el Papa Francisco y el cardenal Víctor Manuel Fernández, actual Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. 

Faltó y falta la perspectiva católica que nos ayuda a comprender el objetivo de los documentos eclesiales en los diferentes momentos y en las distintas situaciones que afronta la Iglesia. Se privilegia el disenso sobre la comunión. 

Es importante orar y pedir la asistencia del Espíritu Santo al leer los documentos de la Iglesia a medida que nuestros Pastores los dan a conocer. Es necesario tener siempre presente que el Papa es el Sucesor de Pedro, el principio y fundamento de la unidad, y que en él reside actualmente el Magisterio vivo de la Iglesia.

Después, es pertinente hacer una lectura detenida, no apresurada, una lectura atenta, hecha con rigor intelectual, y en un espíritu de adhesión filial. 

Es importante no juzgar las intenciones del prójimo y tener en cuenta las recomendaciones de San Ignacio de Loyola, que nos pide salvar la proposición del prójimo, antes que condenarla, máxime que quien emana los documentos eclesiales de la Sede Apostólica es el Papa, el «dulce Cristo en la tierra», y sus colaboradores más cercanos, en plena comunión con él. 

Es importante orar antes de publicar en las redes sociales. Es necesario pensar cada palabra que vamos a utilizar y cada expresión, por las reacciones y respuestas que van a suscitar en el Pueblo de Dios. 

Creo que ayudaría mucho que cuidemos nuestro lenguaje en la comunicación eclesial, especialmente en las redes sociales y los medios digitales. 

A veces se habla en un lenguaje comunicacional que es más propio de los medios seculares. Se dice «Roma» y «el Vaticano», cuando lo más apropiado es decir «Santa Sede» y «Sede Apostólica». 

Se dice Ratzinger y Tucho en lugar de hacerlo de la manera más apropiada, por el servicio eclesial que desempeña cada uno en el contexto eclesial. 

Como agentes de pastoral tenemos el deber de comunicar lo que enseña el Santo Padre, de profundizar en su Magisterio Pontificio y darlo a conocer de la manera más apropiada. 

El Papa Francisco es el Papa que el Buen Dios nos concedió en este momento histórico. Él es ahora «quien hace las veces de Cristo en la tierra’, según la fe perenne de la Iglesia. Él es a quien el Señor ha dado «el encargo de pastorear» a la Iglesia. Es necesario recordar que el Santo Padre quiere iluminar nuestros corazones con la verdad del Evangelio.

Esta es la fe de la Iglesia y el punto de partida para comprender los documentos eclesiales y los gestos y las acciones del Santo Padre.  No se debe y no se puede hacer desde el espíritu de sospecha y el conflicto. 

Hoy, por medio del Santo Padre, y de nosotros en comunión con él, el Señor Jesús, nuestro Redentor, como Buen Samaritano, «se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza».

El Santo Padre nos invita a no tener las puertas cerradas a ninguna persona, a ser como Iglesia, un hospital de campaña, no un castillo inexpugnable. Nos pide acoger a cada persona, independientemente de su situación actual, para acompañarla y discernir junto con ella, en un diálogo pastoral, lo que Dios le pide, e integrarla en la comunidad eclesial, ayudando a cada persona a dar pasos adelante en el propio seguimiento de Cristo. 

En este caso concreto es más urgente y necesario, porque a menudo hemos cerrado las puertas a las personas con atracción al mismo sexo y hemos actuado con ellas con intransigencia y no con caridad pastoral. Por este abandono e indiferencia han sido con frecuencia instrumentalizadas por las más diversas ideologías y los lobbies más peligrosos. Hemos abandonado a las personas con disforia de género y el mundo los ha confundido, viendo en ellas el potencial económico por operaciones quirúrgicas y para cambio de género y para aprovechar e impulsar la asi llamada «economía rosa». Nosotros hemos sido llamados a ser «pescadores» y a buscar a la oveja perdida y dejamos y abandonamos a quienes el Señor nos ha encomendado, dejando que estén a merced de los lobos y los depredadores más feroces. 

No nos dejemos confundir por voces discordantes, que nos hacen dudar del Santo Padre, de su legitimidad como Pastor supremo de la Iglesia y de su deseo de conducir a la Iglesia por los caminos del Evangelio. El Papa Francisco no es un antipapa ni el destructor de la Iglesia.

No seamos cajas de resonancia para estas voces que siembran confusión y conflicto entre nosotros, usando abundantemente las redes sociales. 

Pongámonos a la escucha del Magisterio del Papa Francisco. Encontraremos motivos para anunciar el Evangelio en este tiempo de gracia que nos ha tocado vivir, llevando la luz de la esperanza a tantos corazones rotos y heridos. 

El Santo Padre quiere saldar esta deuda histórica que tenemos con muchos sectores a quienes hemos marginado y alejado de nuestras comunidades eclesiales. Sectores a quienes no consideramos dignos de nuestro empeño pastoral ni como destinatarios del Evangelio de la Gracia. 

Es triste ver en estas últimas semanas tantas expresiones de homofobia contra hermanos que sufren y a quienes añadimos así nuevos motivos de sufrimiento. Los abandonamos asi en las manos de los diversos colectivos que los instrumentalizan, engañan y explotan sin misericordia.

Oración 

Señor, abre nuestros ojos para que conozcamos las necesidades de los hermanos; inspíranos las palabras y las obras para confortar a los que están cansados y agobiados; haz que los sirvamos con sinceridad, siguiendo el ejemplo y el mandato de Cristo. Que tu Iglesia sea un vivo testimonio de verdad y libertad, de paz y justicia, para que todos los hombres se animen con una nueva esperanza. 
Concédenos estar atentos a las necesidades de todos los hombres, para que participando de sus penas y angustias, en sus alegrías y esperanzas, les anunciemos fielmente el mensaje de salvación, y con ellos avancemos en el camino de tu reino.
Renueva, Señor, a tu Iglesia con la luz del Evangelio. Consolida el vínculo de unidad y comunión entre los fieles y los pastores de tu pueblo, con nuestro Papa Francisco y nuestros Obispos, presbíteros y diáconos, para que tu pueblo brille, en este mundo dividido por las discordias, como signo profético de unidad y de paz. Amén.

Oración por el Papa

Oh Jesús, Rey y Señor de la Iglesia: renuevo en tu presencia mi adhesión incondicional a tu Vicario en la Tierra, el Papa Francisco.
En él Tú has querido mostrarnos el camino seguro y cierto que debemos seguir en medio de la desorientación, la inquietud y el desasosiego.
Creo firmemente que por medio de él tú nos gobiernas, enseñas y santificas, y bajo su cayado formamos la verdadera Iglesia: una, santa, católica y apostólica.
Concédeme la gracia de amar, vivir y propagar como hijo fiel sus enseñanzas.
Cuida su vida, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad.
Aplaca los vientos erosivos de la infidelidad y la desobediencia, y concédenos que, en torno a él, tu Iglesia se conserve unida, firme en el creer y en el obrar, y sea así el instrumento de tu redención. Amén.