Inicios

Antes de subir al cielo, Jesús dio el grande mandato a su Iglesia: Vayan por todo el mundo y prediquen mi Evangelio a todos las criaturas (Mc 16, 15). Como dijo Paulo VI en la Evangelii Nuntiandi: “La Iglesia existe para evangelizar”.
El día de Pentecostés, la Iglesia, llena del Espíritu Santo, dio inicio a la grande aventura de predicar el Evangelio por todo el mundo. El Libro de los Hechos de los Apóstoles da testimonio del fervor misionero, que en pocos años llevó la semilla del Evangelio en casi todo el mundo conocido, circunscrito en el imperio romano.
Esta semilla, fecundada por la sangre de los mártires, pronto germinó y se transformó en árbol frondoso, dando origen a innumerables comunidades cristianas que, como levadura en la masa, poco a poco fueron fermentando la sociedad entera , hasta transformarla de pagana en cristiana.

Asimilación de los pueblos bárbaros
Con la caída del imperio romano (año 476 d.C), la grande preocupación de la Iglesia fue la de resistir frente a la nueva ola de paganismo, traída por las invasiones barbáricas, en un esfuerzo constante por asimilar a los nuevos pueblos en el signo de la cruz.
En esta tarea dieron una valiosa aportación los institutos monásticos, en especial los benedictinos. Encerrados en sus monasterios – fortalezas, lograron preservar la fe católica y el antiguo patrimonio cultural del furor destructivo de los bárbaros y al mismo tiempo dilatar los confines de la fe y la civilización en los países más alejados, adonde aún no había llegado la luz del Evangelio.

Promoción y defensa de la fe
Entrando en el segundo milenio, después de haber ganado la batalla contra el paganismo de los pueblos invasores, la Iglesia se encuentra frente a don grandes problemas: una fuerte corrupción interna y la amenaza de las herejías.
Frente a esta dura realidad, muchos optan por refugiarse en los monasterios, buscando la propia santificación y al mismo tiempo orando y sacrificándose por la purificación de la Iglesia. Es la epopeya de las órdenes contemplativas.
Otros, al contrario, optan por dar la batalla: son las órdenes mendigantes, los dominicos y los franciscanos, rechazando todo deseo y apariencia de poder y dedicándose a la predicación de la Palabra de Dios.
Los dominicos se vuelven en predicadores oficiales, con una fuerte preparación académica y los franciscanos en predicadores populares, laicos en su gran mayoría, sin mucha preparación académica, pero profundamente enamorados de Cristo y su santo Evangelio. El franciscanismo representó una explosión de fe popular al rescate de los valores evangélicos dentro de la misma Iglesia y al mismo tiempo un fuerte llamado a no olvidar su vocación primigenia hacia la misión. Hoy el Movimiento “Apóstoles de la Palabra encuentra en el franciscanismo una de sus más grandes fuentes de inspiración: fortalecimiento de la fe al interior de la Iglesia y Misión.

Epopeya misionera
Con la apertura al nuevo mundo, americano, asiático y africano, la Iglesia se vuelca hacia la misión, aunando en la misma tarea las antiguas órdenes y las nuevas congregaciones religiosas.
La historia de la evangelización en el continente americano, asiático y europeo dan fe de un fervor misionero, comparable solamente con los inicios del cristianismo.

Situación actual
Con el Concilio Ecuménico Vaticano II, asistimos al derrumbe de la Misión. Causas: una excesiva valoración de las culturas y religiones no cristianas en detrimento de la única y definitiva revelación en Cristo y una confusión acerca del papel del diálogo ecuménico e interreligioso. Puesto que todas las religiones son igualmente buenas y capaces de llevar a la salvación, ¿para qué preocuparse por anunciar el Evangelio de Cristo?
Frente al vacío religioso, dejado por la Iglesia, y su consecuente confusión e inseguridad doctrinal, las sectas se envalentonan y se lanzan a la conquista de las conciencias, sin encontrar un mínimo de resistencia de parte de los pastores de la Iglesia, preocupados excesivamente por cuidar su imagen de apertura y diálogo. El fracaso del catolicismo en largos estrados de la población representa un testimonio fehaciente de esta dura realidad.

Los Apóstoles de la Palabra
En este contexto surge el Movimiento Eclesial “Apóstoles de la Palabra”, en el intento de hacer resurgir la Misión a nivel popular, fortaleciendo la fe de los católicos y con la mirada hacia las fronteras de la Iglesia.
Como apoyo a los laicos, destinados hoy en día a llevar la carga de la evangelización, en sustitución o en compañía de los religiosos, preocupados antes que nada por la promoción humana, estamos dando vida a la Fraternidad Misionera “Apóstoles de la Palabra”, un nuevo estilo de ser sacerdote, volcado esencialmente hacia la promoción del laicado misionero.