A la luz de la Nota doctrinal Mater Populi Fidelis

  1. María, misterio de cooperación

En nuestra fe cristiana resplandece una certeza: Cristo es el único Redentor del mundo. Sin embargo, el amor de Dios no obra de modo solitario ni cerrado; su redención se despliega como comunión. Por eso, desde el principio, el plan de salvación ha contado con la cooperación libre y amorosa de una criatura: María de Nazaret, la llena de gracia, la humilde esclava del Señor.

La nueva Nota doctrinal Mater Populi Fidelis, publicada por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe el 4 de noviembre de 2025, invita a redescubrir esta cooperación mariana en su verdad teológica y en su equilibrio pastoral. No se trata de añadir títulos o definiciones dogmáticas nuevas, sino de purificar el lenguaje devocional para que la piedad mariana permanezca siempre centrada en el misterio de Cristo.

El documento recuerda que “todo privilegio y misión de María se entienden desde Cristo y en Cristo”, y que la cooperación de la Virgen “no oscurece ni comparte la única mediación del Redentor, sino que la manifiesta y la sirve maternalmente” (Mater Populi Fidelis, n. 14).

  1. La raíz bíblica de la cooperación mariana

La cooperación de María en la salvación tiene una base profundamente bíblica. Desde el anuncio del ángel, su “hágase” (Lc 1,38) abre la puerta al misterio de la Encarnación. No es una simple aceptación pasiva, sino una adhesión activa de fe: María consiente en que Dios actúe en ella y por medio de ella. Su libertad se convierte en espacio donde la gracia irrumpe para todos.

El Evangelio muestra cómo esta cooperación se extiende hasta el Calvario. San Juan la presenta “junto a la cruz de Jesús” (Jn 19,25): allí, donde los discípulos huyen, María permanece; donde todo parece perdido, ella sigue creyendo. Su presencia silenciosa es una participación interior en el sacrificio redentor. Ella no añade nada al valor infinito de la cruz, pero se une con amor perfecto a la oblación del Hijo.

Por eso, la tradición cristiana ha contemplado en María a la “nueva Eva”, la mujer que, al lado del nuevo Adán, coopera en la restauración de la humanidad. San Ireneo de Lyon lo expresó con palabras que siguen siendo luminosas:

“Así como por la desobediencia de una virgen el hombre cayó, por la obediencia de una virgen el hombre fue restaurado” (Adversus haereses, III, 22,4).

  1. De la cooperación a la maternidad espiritual

El Concilio Vaticano II, en Lumen gentium (n. 58-62), ofreció la síntesis más profunda sobre esta cuestión: María “cooperó de modo singular con la obra del Salvador por la obediencia, la fe, la esperanza y la caridad ardiente” y “se convirtió en nuestra madre en el orden de la gracia”.
Esta maternidad espiritual es el fruto supremo de su cooperación. María no sólo da a Cristo al mundo, sino que, permaneciendo unida a Él, engendra espiritualmente a los hijos de Dios.

Así entendió también san Juan Pablo II su papel en la redención: “María se asoció con un corazón maternal al sacrificio de su Hijo” (Redemptoris Mater, n. 39).
La cooperación de María, por tanto, no compite con Cristo, sino que participa plenamente en su don. Ella coopera porque primero fue redimida; actúa porque antes fue agraciada. Toda su misión nace de la primacía absoluta de la gracia.

  1. Purificar el lenguaje, profundizar la fe

Durante los siglos XIX y XX, la teología y la piedad popular acuñaron expresiones como “Corredentora” o “Mediadora de todas las gracias” para describir esta colaboración. Sin embargo, como recuerda Mater Populi Fidelis, no todos los términos devocionales reflejan adecuadamente la precisión doctrinal necesaria.

El documento no condena estas expresiones, pero invita a usarlas con prudencia, recordando que su interpretación “no debe inducir a pensar en una duplicidad de mediaciones o en una igualdad con Cristo” (n. 18). De hecho, recomienda preferir títulos más bíblicos y litúrgicos, como “Madre del Redentor”, “Madre de la Iglesia” o “Madre asociada a la redención”, que expresan la misma verdad con un lenguaje más transparente para el creyente de hoy.

No se trata de reducir la devoción, sino de purificarla y fortalecerla. El verdadero amor a María no consiste en multiplicar títulos, sino en profundizar en su unión con Cristo, en imitar su fe, su esperanza y su caridad.

  1. La cooperación mariana hoy: una pedagogía pastoral

El desafío actual es traducir esta teología de la cooperación en la vida pastoral. En un mundo marcado por la autosuficiencia y el individualismo, María nos enseña que la salvación no se conquista, se recibe; y sólo se recibe en comunión.
La Virgen nos educa a cooperar con la gracia, a unir nuestro sufrimiento, nuestras obras y nuestras oraciones a la entrega de Cristo. En ella, la Iglesia aprende su propio modo de ser: “María precede a todos los fieles en la santidad y en la cooperación apostólica” (Mater Populi Fidelis, n. 23).

Una catequesis renovada debería ayudar a los fieles a comprender que la verdadera devoción mariana no es sentimentalismo, sino participación activa en la misión de Cristo. Cuando los creyentes acogen a María en su vida —como el discípulo amado en el Calvario—, aprenden a cooperar con Dios en la historia.

  1. Conclusión: María, icono de la gracia que coopera

En el horizonte de la fe, María aparece no como una excepción que eclipsa a Cristo, sino como el signo más puro de lo que la gracia puede obrar en una criatura.
Su cooperación es el modelo de toda cooperación cristiana: libre, humilde, amorosa y totalmente subordinada al plan divino.

A la luz de Mater Populi Fidelis, la teología mariana se enriquece con una certeza renovada: la cooperación de María en la salvación no disminuye el primado de Cristo, sino que lo revela con mayor esplendor.
Ella es la “Madre asociada a la redención”, el corazón creyente que, al decir “sí”, permitió que el mundo entero escuchara el “sí” de Dios.

“La Iglesia contempla en María el rostro de la humanidad reconciliada con Dios, donde la gracia no anula la libertad, sino que la lleva a su plenitud” (Mater Populi Fidelis, n. 27).